septiembre 14, 2025

La fragilidad de la excelencia. Cuando el feminismo ilumina las grietas

La obsesión por la calidad suele ir de la mano con una idea de perfección académica, la cual puede resultar tan opresiva como la presión de cargar con todo el peso de la familia. Hay violencias sutiles en esos estándares “universales”



¿Podré desvanecer el peso cruel, la expectativa y

vivir sólo un momento de esparcimiento?

Tan simple y bello. En vez del peso que va en aumento.”

-Luisa Madrigal

La academia me recuerda en ocasiones a la casita de la familia Madrigal. Una estructura dinámica llena de dones y talentos, con el propósito de fortalecer a la comunidad, pero también cargada de exigencias desmedidas y de silencios incómodos. El sustento de la casa permanece oculto. Lo esencial no está en la magia del espectáculo, sino en la mirada capaz de advertir las grietas y en el coraje casi místico de nombrarlas en voz alta, aun cuando hacerlo signifique desestabilizar su Encanto.

Con esa extraña sensación llegué a un proceso de acreditación internacional de una de las universidades más prestigiosas del país; bajo la mirada rigurosa de la institución acreditadora. Ahí me correspondió participar como evaluadora externa, acompañada de colegas provenientes de la Universidad Carlos III de Madrid, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, la Universidad de California en Berkeley, la Universidad de Salerno y de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Estar en esa mesa significó vivir en carne propia cómo la academia de nuestra región se piensa, se mide y se legitima. Y fue también entrar en una dinámica donde se exige mirar de cerca las fracturas.

El mecanismo es severo para analizar planes de estudio, procesos de enseñanza-aprendizaje, infraestructura, investigación, vinculación social, entre otros elementos. Todo parece estar diseñado para garantizar la excelencia. Sin embargo, no pude evitar preguntarme: ¿cómo se da cuenta de lo que no puede ser medido? ¿Dónde queda el saber situado, la voz de las mujeres, las epistemologías del sur? De eso, como de Bruno, no se habla.

La obsesión por la calidad suele ir de la mano con una idea de perfección académica, la cual puede resultar tan opresiva como la presión de cargar con todo el peso de la familia. Hay violencias sutiles en esos estándares “universales”, los cuales, con frecuencia, excluyen aquello que no encaja en sus moldes. La excelencia, carente de perspectiva de género, de justicia social y de mirada decolonial, se convierte en un simple cascarón brillante. No en vano me sentí como Mirabel, con la sensibilidad para ver lo que nadie más quiere: las fisuras capaces de colapsar la estructura. En el comité evaluador, mi papel fue precisamente ese: señalar que, detrás de los números hay vidas, detrás de los indicadores, habitan cuerpos; y toda evaluación tiene un impacto humano.

Y aunque yo tampoco me permito ser tan autobiográfica, debo admitir que, ser mujer e identificarme como feminista en ese espacio también fue una revelación del significado de hacer camino en un terreno históricamente dominado por varones. El feminismo nos enseña que abrir la puerta y ocupar el puesto no basta. Es ineludible cuestionar las reglas del juego, desnudar esa lógica patriarcal disfrazada de neutralidad y proponer otras maneras de entender la calidad. De ello dan cuenta algunas violencias simbólicas, académicas y políticas que, si bien fueron enunciadas, aún esperan su reparación. La congruencia exige que las grietas, tarde o temprano, sean expuestas a la luz.

La experiencia me hizo pensar en la casita como una construcción llena de potencialidades, pero también de hendiduras históricas. Sexismo, racismo, clasismo, colonialismo; esas son los deterioros con la capacidad de quebrar los cimientos de la educación superior. Sin embargo, también están las resistencias, la memoria, la creatividad y la fuerza colectiva. La magia radica en la posibilidad de reconstruir nuestros refugios con ternura, empatía y justicia.

Asimismo, la presencia de la Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED) en este proceso no es un detalle menor. Desde el noroeste del país podemos dialogar con universidades de talla mundial y aportar una mirada propia. Y esa mirada no debe ser únicamente técnica. Debe ser crítica, feminista, decolonial, comparada. La universidad no puede limitarse a imitar modelos ajenos; debe construir su propia voz en el concierto internacional. Esta experiencia nos coloca en la conversación, y mi participación me permitió reafirmar que hay quienes lo hacemos desde una identidad arraigada en el compromiso social y en la convicción de que la excelencia sin justicia es insuficiente.

Al final, mi paso por la reacreditación me dejó una certeza: la evaluación académica es necesaria, pero, como tantas cosas hoy en día, exige ser repensada. Porque evaluar no es solamente analizar rubros; es también escuchar, acompañar y reconstruir. La escuela debe dejar de ser esa casita de perfección inalcanzable, para convertirse en un espacio comunitario donde todas las voces cuenten.

Quizás el futuro de la academia no está en seguir cargando con la presión de los estándares externos, sino en reconocer nuestras propias grietas y aprender a florecer desde ellas. La revolución interna. Tal vez nos urge trabajar la sanación colectiva. La fuerza no siempre proviene de la fría tarea de obedecer indicadores, a veces, está en la audacia de preguntarnos para quién y para qué educamos. Jamás debemos olvidar que detrás de la supuesta objetividad de las cifras también hay injusticias.

Probablemente la excelencia no consista en la acumulación de logros, ni en la repetición acrítica de modelos importados. El Derecho Comparado ya nos lo ha enseñado. Las comparaciones también son ejercicios asimétricos; operaciones para invisibilizar lo local en nombre de la universalidad. No hay sistemas puros, sino entramados sumamente complejos donde se entrecruzan realidades, culturas, prácticas y tradiciones. Copiar sin contextualizar es colonización intelectual.

Detrás de los estándares hay historias de poder que pueden y deben ser cuestionadas. Hay demasiada sabiduría al reconocer la diversidad como fuente de riqueza. Desde el feminismo, por ejemplo, la mirada se torna radical, porque reconoce lo invisible, escucha lo que ha sido silenciado y se empeña en atacar los problemas de raíz. La academia no es sostenida por trofeos ni ladrillos, sino por la voluntad colectiva de dialogar con el mundo desde nuestra propia voz e imaginar un futuro distinto. Uno donde la universidad sea esa casita capaz de albergar la pluralidad de nuestras experiencias y el capital de nuestros saberes. Y aquí es donde el feminismo se encuentra con el derecho comparado, en la insistencia de mirar desde los márgenes, de cuestionar los cánones establecidos y de exigir que la pluralidad sea el verdadero rostro de la excelencia.

Fuente: La Costilla Rota

Sí a la Diversidad Familiar!
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