septiembre 11, 2025

¿Por qué necesitamos recuperar el estudio histórico de la misoginia?


Una reflexión sobre los riesgos de abandonar las herramientas que nos permitían entender la dominación patriarcal

Vivimos tiempos extraños para el feminismo académico. Mientras los discursos de odio hacia las mujeres proliferan en redes sociales, los movimientos «incel» ganan adeptos y ciertos sectores políticos instrumentalizan la misoginia como herramienta electoral, la historiografía feminista ha ido abandonando progresivamente el estudio de la misoginia como objeto central de análisis. Esta paradoja no es casual: refleja una transformación profunda en cómo las académicas feministas entienden su labor y sus compromisos políticos.


Del centro a la periferia: la historia de un desplazamiento

La Historia de las Mujeres nació en las décadas de 1960 y 1970 como respuesta directa a siglos de invisibilización femenina en los relatos históricos tradicionales, construidos desde perspectivas que consideraban la experiencia masculina como universal. En aquellos primeros años, pioneras como Gerda Lerner situaron el estudio de los sistemas misóginos como elemento central para comprender la subordinación histórica de las mujeres. Su influyente obra «The Creation of Patriarchy» argumentaba que era necesario rastrear los orígenes y desarrollo de las estructuras patriarcales para entender cómo se había configurado la dominación masculina a lo largo de la historia.

Sin embargo, el panorama cambió radicalmente con la llegada de nuevos marcos teóricos. El punto de inflexión se produjo con Joan Wallach Scott y su propuesta del género como categoría de análisis histórico. Su trabajo, uno de los más citados en la historia del American Historical Review, desplazó el foco desde el estudio de la misoginia como sistema de opresión hacia análisis más complejos de cómo el género estructura el conjunto de las relaciones sociales.

Durante las décadas de 1990 y 2000 se consolidó lo que podríamos llamar el «giro hacia la agencia femenina». Influenciadas por la crítica postmoderna a las grandes narrativas de victimización, muchas historiadoras comenzaron a buscar enfoques que rescataran la capacidad de acción de las mujeres históricas. Los trabajos se centraron en demostrar cómo las mujeres habían desarrollado estrategias de negociación, resistencia y creación de espacios de autonomía, incluso dentro de contextos altamente restrictivos.

Este cambio no fue meramente académico. Respondía a una preocupación política legítima: evitar que los estudios feministas reprodujeran una imagen de las mujeres como víctimas pasivas de la dominación patriarcal. El objetivo era demostrar que las mujeres habían sido sujetos activos de la historia, protagonistas de sus propias vidas y agentes de cambio social.

Las consecuencias no previstas

Pero este desplazamiento metodológico ha tenido consecuencias imprevistas. Al privilegiar el análisis de la agencia femenina sobre el estudio sistemático de las estructuras patriarcales, hemos perdido herramientas analíticas cruciales para entender los discursos misóginos contemporáneos, que mantienen conexiones profundas con sus antecedentes históricos.

Los movimientos «incel», el acoso masivo a mujeres en redes sociales, los discursos que responsabilizan a las mujeres de la «crisis de la masculinidad» o las campañas contra los derechos reproductivos no surgen de la nada. Reciclan argumentos, representaciones y estrategias retóricas que tienen siglos de antigüedad. Sin embargo, al haber relegado el estudio de la misoginia a un elemento meramente contextual, carecemos de marcos teóricos que nos permitan desentrañar estas genealogías y comprender cómo se reactualizan y adaptan en nuevos contextos.

La misoginia no es un fenómeno estático. Es un sistema adaptativo que se transforma en respuesta a los avances y conquistas de las mujeres. Los discursos de inferioridad natural que circularon durante el Renacimiento como respuesta a la querelle des femmes, las campañas de domesticidad del siglo XIX ante la incipiente incorporación femenina al espacio público, o los movimientos antifeministas de finales del siglo XX muestran un patrón recurrente: cada vez que las mujeres amplían sus espacios de acción, emergen dispositivos misóginos específicos para contener, deslegitimar o reorientar esos avances.

Un ejemplo concreto: rastreando las continuidades

Esta propuesta metodológica no es solo teórica. Un ejemplo de su aplicación práctica lo constituye el proyecto de investigación «Monstruos de la naturaleza«, que analiza con perspectiva feminista la construcción de los roles de género desde la perspectiva clerical medieval hasta la actualidad. Esta investigación examina sistemáticamente cánones, concilios, obras patrísticas y escolásticas para comprender cómo la visión del clero medieval sobre las mujeres influyó en modelos de comportamiento que perviven en sociedades contemporáneas, incluso entre poblaciones no creyentes.

El proyecto traza líneas de continuidad entre las representaciones medievales de la feminidad y construcciones posteriores como el «ángel del hogar», demostrando cómo ciertos dispositivos misóginos se adaptan y rearticulan a través de diferentes contextos históricos manteniendo su función estructural de control y definición de lo femenino. Este enfoque ilustra cómo es posible recuperar el estudio de la misoginia como objeto histórico sin renunciar a la complejidad analítica, rastreando los mecanismos de larga duración que conectan discursos aparentemente distantes en el tiempo pero funcionalmente relacionados.

Hacia una síntesis necesaria

No se trata de abandonar los logros metodológicos de las últimas décadas ni de volver a enfoques que redujeran a las mujeres a meras víctimas de la dominación patriarcal. Se trata de construir marcos analíticos que integren tanto el estudio riguroso de las estructuras misóginas como el reconocimiento de la complejidad y diversidad de las experiencias femeninas históricas.

La perspectiva de larga duración resulta fundamental para desentrañar cómo los sistemas misóginos constituyen dispositivos adaptativos que se reactualizan en respuesta a los avances femeninos. Solo desde esta comprensión histórica profunda podremos desarrollar las herramientas analíticas y políticas necesarias para enfrentar las formas contemporáneas que adopta la dominación patriarcal.

El feminismo académico tiene una responsabilidad con el presente. En un momento en que los discursos de odio hacia las mujeres cobran nueva fuerza y adoptan formas inéditas, necesitamos recuperar la capacidad de analizarlos no como fenómenos aislados, sino como manifestaciones actuales de estructuras históricas de larga duración. Proyectos como el mencionado, entre otros enfoques posibles, demuestran que esta síntesis es viable y necesaria.

El desafío es claro: desarrollar una historiografía feminista que evite tanto la victimización como la romantización de las experiencias históricas de las mujeres, que reconozca su agencia sin minimizar la persistencia y adaptabilidad de las estructuras que han buscado limitarla. Solo así podremos contribuir realmente a los combates feministas del presente, armadas con el conocimiento histórico necesario para entender a qué nos enfrentamos y de dónde viene.

Fuente: Tribuna Feminista

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