octubre 24, 2025

La vejez femenina como objeto de representación: sus experiencias, deseo, sexualidad y afectos...


Soy tan, pero tan vieja, 2018 a la fecha. Proyecto digital. Foto: cortesía IIE.“Soy tan, pero tan vieja que… estaba buscando en internet una imagen de piel vieja para la pieza de Soy tan, pero tan vieja […] y ¡zaz!, que volteo para abajo, veo mi mano y encuentro exactamente las arrugas que quería”. “Soy tan, pero tan vieja que… ya me he topado con posts en las redes en los que preguntan si sigo viva”. “Soy tan, pero tan vieja que… hace 50 años soy artista feminista”. “Soy tan, pero tan vieja que… cuando estudiaba arte no sólo no se hablaba de arte feminista, sino que a duras penas se llegaba a mencionar a una artista. A veces se nos olvida todo el conocimiento que hemos generado”.


Estas son algunas de las frases con las que Mónica Mayer, una artista fundamental del medio artístico y cultural nacional e internacional, ha ido construyendo un proyecto vivo de arte digital. La obra, que actualmente se compone de más de 600 entradas en la red social Instagram, apareció por primera vez en el año 2018 como una publicación en Facebook. Esta, a su vez, fue repensada y exhibida como una presentación performática en 2019, en el Live Art Development Agency (LADA) en Londres y, en la actualidad, es una obra que sigue su curso. En las imágenes publicadas periódicamente en el perfil de Instagram @soytanperotanvieja, Mayer comparte frases relacionadas con pensamientos propios: la mayoría alude a su vida personal y artística, otras reflexionan sobre el contexto político y social actual, varias refieren a la historia del arte feminista, y otras incorporan divagaciones minúsculas que confrontan –desde la consigna de “lo personal es político”– los argumentos de la práctica artística grandilocuente. Como ocurre con el resto del trabajo de Mónica, el uso del humor es un elemento recurrente.

Todas las imágenes mantienen la misma estructura: el primer enunciado repite la frase introductoria que da título al trabajo: “Soy tan pero tan vieja que…” Debajo de esta, con un cambio tipográfico y un puntaje menor, Mayer añade la reflexión particular. El texto escrito en letras blancas se inscribe sobre un fondo que siempre es el mismo: un detalle de piel fotografiado en blanco y negro. Los pliegues que captura evocan al anverso de una mano vieja, surcada por multitud de arrugas y claroscuros que se alejan de las tersuras de otros momentos vitales.


Mónica Mayer nació en Ciudad de México en 1954 y estudió, durante la década de 1970, en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP) de la UNAM. Su trayectoria la sitúa como una de las primeras artistas feministas mexicanas que ha mantenido su trabajo, artístico y feminista, a lo largo de todas estas décadas. Mediante su producción artística (inseparable de su proyecto de vida), Mayer ha cuestionado estereotipos y mandatos sociales, a la vez que ha incidido en los modos tradicionales de representación de los cuerpos de las mujeres. A fines de la década de 1970, interesada por los alcances del movimiento feminista y atravesada por los prejuicios que sufrió como alumna de una escuela de arte, Mayer entró a formar parte del Movimiento de Liberación de la Mujer y comenzó a estudiar en el programa de arte feminista del centro comunitario Woman’s Building de California. El contacto con las demandas políticas del feminismo la llevó a explorar, desde la práctica artística, temas que experimentó de manera concreta en diferentes momentos de su vida: la sexualidad, la maternidad, la vejez. Además, la autoría de sus piezas fue acogiendo, de manera cada vez más clara, experiencias de otras personas, ensanchando con ello sus propias enunciaciones. El interés por trabajar con otras y otros la llevó a integrarse a diversos proyectos colectivos. En 1983 cofundó, con Maris Bustamante, el grupo de arte feminista Polvo de Gallina Negra y, desde 1989, desarrolla el proyecto Pinto mi Raya, con Víctor Lerma, su compañero de vida. Esta extensión hacia lo colectivo la ha llevado a proponer piezas cuyo sentido y desarrollo es radicalmente participativo: desde El tendedero (1978 a la fecha) –posiblemente su obra más conocida y difundida en el ámbito internacional–, hasta trabajos que incorporan plataformas sociodigitales como Maternidades secuestradas (2012), Maternidades en tensión (2019), Maternidades en pandemia (2021) y la pieza que nos ocupa.

Soy tan, pero tan vieja… es una obra que presenta un inicio pero que, como la propia vida a la que alude, no tiene un fin premeditado. Esta característica temporal del trabajo dialoga de manera natural con el contenido: la vejez; un tiempo vivido en primera persona que ocurre en el presente.

El tendedero, 1978. Instalación. Foto: cortesía MUAC.

Conviene destacar que la representación de la vejez y otros temas a ella asociados (la imagen del cuerpo viejo, sus experiencias, su deseo, su sexualidad, sus afectos), han sido motivos escasamente trabajados desde la práctica artística y, a su vez, poco estudiados desde la historia del arte. Entre los reducidos casos en los que la vejez –y de manera especial, la vejez femenina– aparece como objeto de representación, ésta ha sido mayormente abordada desde miradas externas que reproducen estereotipos (la bruja, la celestina, etcétera). Al contrario, Mayer se aproxima al tema desde la revisión de su propia experiencia: una artista feminista que envejeció y que continúa envejeciendo. En el proceso comparte ideas que ha ido construyendo acerca de su experiencia de vejez y también situaciones que ilustran cómo la sociedad percibe y trata a las mujeres mayores: ser llamada “madre” por personas más jóvenes, ser considerada anciana a los 50, ver la vejez como un insulto, una tragedia o una enfermedad mortal. De este modo, Mayer mantiene su postura como feminista interseccional al abordar la compleja interacción entre género, clase, edad, como variables que repercuten en la vida de las mujeres, especialmente en un entorno social que es injusto con las personas viejas. Las publicaciones de Mónica Mayer revelan, además, su idea de la vejez como un concepto relativo y, en algún sentido, cambiante: la edad como una condición subjetiva y fluida. Esto la lleva a llamarse “post-niña, post-joven y post-adulta […] pero todavía neo-vieja”, y también le sirve para asegurar: “[…] me gusta cuando saludo a alguien que es […] mayor que yo […] me siento tan, pero tan joven. Lo curioso es que cuando estoy sola no me siento ni joven ni vieja, simplemente me siento como yo”.

Como la piel de fondo de sus propias frases, esta obra crece y se añeja, invitando al espectador a reconocer el paso del tiempo y a meditar lo que esconden y hospedan las arrugas bajo sus propios pliegues. ¿Qué se puede aprender al detenerse a observar y compartir lo que se revela entre las –usualmente rehuidas– arrugas de la vejez femenina?

De niñas bestias 1, 2019. Impresión digital y grafito. Foto: Yunuen Lerma.

Por Rían Lozano y Karina Quezada / Instituto de Investigaciones Estéticas
Fuente: Gaceta, UNAM

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The Blood of Fish, Published in