Tomar los hábitos: a la Lux de la Rosa mística
Un rompecabezas de pequeñas piezas de la mística femenina, un disco maximalista, deliberadamente pretencioso y lleno de guiños, una declaración moral de principios. Rosalía vuelve a cantar como nunca la habíamos escuchado: coros líricos, arias, fados, fragmentos en catorce idiomas. Se muestra bendecida: devota, con una camisa que la constriñe, cofia de monja, los labios dorados. Encabeza una procesión de fans que corren creando un alboroto naif en Madrid. El pelo teñido de rubio sectorizado dibuja una aureola semipermanente. ¿Por qué este neocristianismo de Rosalía hace eco hoy? En este ensayo sobre el recién salido Lux, Lu Martínez lo responde y dialoga con el estreno audiovisual de Ofelia Fernández, ¿Cómo ser feliz?

La vanguardia pop es así. Se agarra de algo que ya es el espíritu de época y boom: lo lanza al mercado, se viraliza, todas queremos vestirnos de blanco, brillar como una santa, escribir poemas revelados canalizando la voz divina, ser monjas, componer música en una comunidad, leer y rezar en un monasterio apartado en las montañas, que nuestros pensamientos intrusivos suenen detrás nuestro como tocados magistralmente por una orquesta sinfónica.
Esta imagen de Rosalía es un hit. La clave del éxito podría estar en alguna de las referencias que fue sembrando en las entrevistas de promoción, haciendo alarde de múltiples lecturas en un name dropping infinito. Ya no hay mañana, hay que citarlo todo. Pasa de músicos que podríamos considerar místicos contemporáneos como Patti Smith, Nick Cave y Leonard Cohen a íconos de todas las tradiciones espirituales: San Francisco de Asís, Rabia al-Adawiyya, Míriam, Sun Bu’er, etc. etc. etc. La clásica licuadora a la que la Rosi nos tiene acostumbradxs. Ella es hábil para remixar, performar y lucirse en el camino. Y, quizás, la entrevista que da en la tecla es la que dio hace tres semanas para Radio Noia, en su catalán natal, tirada en la cama tomando Sauvignon Blanc, charlando con la entrevistadora como si fuera su amiga de toda la vida. Ahí está, riéndose suelta, no tan santa, no tan blessed. Asegura que ha pasado “toda la vida con una sensación de vacío, sabiendo que nada de este mundo podrá llenarlo” y explica algo que nombra como confusión: creer que una experiencia, algo material o las relaciones románticas pueden llenar ese vacío. Se piensa en ese vacío para terminar preguntándose: ¿será que ese espacio es el espacio de Dios? Ay, Rosalía, nadie tiene esa respuesta. Pero es muy contemporánea la idea inquietante que describe: una sensación de vacío que nada puede satisfacer. ¿Será el espacio de Dios o el capitalismo? Al menos sabemos que ese sentimiento no es individual: es un síntoma de época sobre el que se montan estas imágenes que escroleamos interminablemente. Y Rosalía no es la única que siente un “hueco”.
El hábito blanco no promete sumisión, sino obediencia solo al propio deseo.
Esta semana Ofelia Fernández lanzó ¿Cómo ser feliz? -otra pregunta incontestable-. En este mediometraje, que se puede ver gratis en plataformas, plantea que “algo” pasa en su generación, especialmente desde el 2010 con el surgimiento del like, las redes sociales y la adicción a los smartphones. Crecen los diagnósticos por ansiedad, depresión, suben las tasas de suicidio adolescente. Hay una inquietud permanente que nada puede exterminar. Tanto la propuesta de Rosalía como la de Ofelia son políticas: el vacío se llena con Dios, el vacío se llena con regulaciones estatales sobre las industrias tecnológicas.
Ofelia nos habla de virtualidad, de falta de empatía y de paciencia. Rosalía también. No es solamente una cierta fe, alguna verdad a la que seguir en tiempos de fake news, algo que se parece a una certeza y que podemos adoptar como salida. Hay algo más en este imaginario. Tomemónos un momento para ejercitar el don de la paciencia, rewind… amor, devoción, monjas, relaciones que no nos hacen bien y que son respondidas con un backlash de auras virginales. En tono confesional, Rosalía dice en la misma entrevista a Radio Noia: “Que quede bien claro, ya no hay más espacio para crushes. Se acabó esta fantasía, esa ilusión que no aporta nada. Dejemos estar a los crushes. Yo ahora voy a estar soltera, volcell. ¡Celibato Voluntario!” Después de romperla cantando temas pasionales con varios de sus exs, de los rumores de noviazgos hot y fotos de paparazzis en las calles, aeropuertos y bares, Rosalía es tan humana como todxs nosotrxs -y ninguna santa-. ¡Oh, sorpresa, ella también está harta de los vínculos!
¿Qué hay en esa comunidad con hábitos blancos que es tan prometedor en la era post-deconstrucción? La sensación de vacío no es privada, parece ser generacional. Y no es solo mística: es síntoma de algo más. En LUX, el camino intuitivo es reflexivo, de claustro, hacia adentro pero en comunidad con otras hermanas. Para Ofelia también “la salida es colectiva”, pero no está en orar o en esperar la salvación divina, que no deja de ser una intervención externa sobre nuestras vidas. Ofelia se plantea ser agentes del cambio que queremos. Rosalía toma los signos de la devoción para construir una espiritualidad femenina autónoma: una luz que se enciende desde la herida contemporánea.
“Cantar es una carta de amor a la verticalidad, una escalera hasta Dios.” Rosalía
La mística femenina tiene una genealogía larga y muchas veces mal leída. Hildegarda de Bingen componía música como forma de canalizar su visión. Rabia al-Adawiyya identificaba el amor divino con el ardor del cuerpo. Juana de Arco marchaba a la guerra guiada por santas. Los lirios blancos en sus retratos no hablan de pureza virginal, sino de una intensidad guerrera indomesticable. El hábito blanco no promete sumisión, sino otra clase de autoridad, independencia, aprendizaje y obediencia solo al propio deseo. Las monjas dominicas llevan anillos plateados cuando hacen votos perpetuos. Rosalía también. Pero el suyo no es un voto religioso, es un gesto performático, de ahora en más ni patrón ni marido… ¡lectura, poesía, música! Rosalía arma un relato sobre la construcción del disco en el que está enclaustrada, con un mapamundi, revisando poemas y hagiografías, escuchando a Leonard Cohen, Bach, fanatizada con María Callas, sola componiendo por meses hasta volver al estudio con sus amigos, su equipo, su crew, para volver algunos pasos atrás y revisar las letras que escribió “con Google translate” junto a traductores especializados en árabe, hebreo, ucraniano, entre muchas otras lenguas… Sigue pensando que componer es un acto con otros, sigue sosteniendo que escribe “desde el amor, sobre el amor, para entender a otrxs”. No renuncia a los vínculos, renuncia a la ilusión del romance que desgasta. Esta nueva postura que adopta es un hit porque lo que está poniendo en escena es una estética de la reparación, un refugio para el burn-out afectivo. Parece que queremos volver a los templos pero en realidad lo que necesitamos son espacios donde el amor no nos queme como la llama de Hildegarda, donde la paz no sea un lujo y la pasión no sea sinónimo de dolor.
Rosalía toma los signos de la devoción para construir una espiritualidad femenina autónoma: una luz que se enciende desde la herida contemporánea.
Sí, Rosalía peca un poco de gurú tirapostas postreligion pero no está tan mal, ¿no? Nos señala una dirección posible: el cuarto propio iluminado por velas, amigas leyéndose poemas en una pijamada, un coro catártico e improvisado mientras tendemos la cama con bronca, un cuerpo que no se ofrece para ser tomado sino para ponerse la pilchita que le gusta. No tenemos nostalgia del convento, al contrario, queremos vibrar al ritmo del baile y el deseo justo: no hiperconsumista, ni restringido, queremos cumplir la fantasía de inventar formas de cuidado radical, para nosotras y para lxs que amamos.
Cansadas de amar frente a la pantalla, de esperar ghosts, mordiéndonos las uñas, declaramos que ha llegado la hora de fundar monasterios cotidianos. Y, tal vez Ofelia y Rosalía no estén en veredas opuestas, van describiendo distintas capas de la misma angustia y sus propuestas tampoco están tan alejadas entre sí. Lo que se juega para vencer la angustia no es volver a Dios -Dios siempre estuvo y siempre va a estar ahí, podemos dejarlo en paz-, sino volver a nosotras: encontrar una forma de amar que no nos saque del eje, armar una comunidad que sostenga cuando nos caemos, construir una fe propia en la que hay vida después del desborde. Ni santas, ni vírgenes, ni trad wifes. Reinas sin monarquía que hacen arder la llama divina mientras buscan cómo brillar juntas y sin tanto highlighter.
Por LU MARTÍNEZ
Fuente: Latfem
