diciembre 17, 2025

La Corte Interamericana de Derechos Humanos determina que México es responsable por la violación sexual, tortura y muerte de Ernestina Ascencio Rosario, y por la falta de acceso a la justicia en condiciones de igualdad para sus familiares

Foto: Facebook Red Nacional de Abogadas Indígenas

En la Sentencia del Caso Ascencio Rosario y otros Vs. México, notificada hoy, la Corte Interamericana de Derechos Humanos declaró a los Estados Unidos Mexicanos responsable internacionalmente por la violación sexual y graves lesiones perpetradas en el 2007 contra la señora Ernestina Ascencio Rosario (en adelante "señora Ernestina" o "señora Ascencio Rosario"), una mujer indígena náhuatl monolingüe de 73 años. Asimismo, estableció que el Estado incumplió su deber de brindar atención médica oportuna y adecuada. La Corte concluyó que la violación sexual y las graves lesiones, así como la falta de atención médica, causaron la muerte de la señora Ernestina Ascencio Rosario. Además, el Tribunal determinó que México incumplió el deber de investigar con debida diligencia reforzada estos hechos y garantizar el acceso a la justicia en condiciones de igualdad a los hijos e hijas1 de la señora Ascencio Rosario. 

El resumen oficial y el texto íntegro de la Sentencia pueden encontrarse aquí. 

El Tribunal constató que la señora Ernestina –una mujer indígena náhuatl monolingüe de 73 años habitante de la comunidad de Tetlalzinga, ubicada en la Sierra Zongolica en el estado de Veracruz– fue violada por miembros del Ejército mexicano el 25 de febrero de 2007. El día anterior a los hechos, un campamento militar había sido instalado en cercanías de la vivienda de la señora Ernestina, como parte de la estrategia de lucha contra el narcotráfico desarrollada por el Estado desde 2006. La Corte determinó que la violación sexual sufrida por la señora Ernestina constituyó un acto de tortura, toda vez que fue intencional, causó severos sufrimientos físicos y mentales y se cometió con el propósito de intimidar, degradar, humillar y controlar a la víctima. 

La señora Ernestina fue trasladada por sus familiares en busca de atención médica durante aproximadamente 10 horas, hasta ser recibida en el Hospital Regional de Río Blanco, donde falleció a las 6:30 horas del 26 de febrero de 2007, antes de que pudiera ser intervenida quirúrgicamente. El Tribunal determinó que el Estado violó el derecho de la señora Ascencio Rosario a recibir una atención en salud accesible, disponible y de calidad. Asimismo, resaltó que el hospital no contaba con intérpretes del náhuatl que facilitaran la comunicación de la señora Ernestina y sus familiares con el personal médico. 

En forma adicional, la Corte determinó que la investigación ministerial de los hechos no cumplió con el estándar de debida diligencia reforzada exigible en casos de violencia sexual contra mujeres y que no fue conducida con un enfoque de interseccionalidad, particularmente relevante por tratarse de una mujer indígena mayor en un contexto de militarización. La Corte concluyó que la investigación no incorporó perspectivas de género, étnica ni etaria; fue cerrada prematuramente, sin haberse agotado las líneas de investigación necesarias; y se basó en motivos permeados por estereotipos étnicos, etarios y de género, que a su vez fueron replicados por altas autoridades del gobierno mexicano, incluido el entonces Presidente de la República, que contribuyeron a crear un ambiente de descreimiento hacia las declaraciones de la señora Ascencio Rosario y sus familiares.

La Corte constató que los familiares de la señora Ernestina enfrentaron barreras en el acceso efectivo a la justicia, derivadas de su condición de personas indígenas monolingües, y que fueron objeto de presiones e intimidaciones para evitar que prosiguieran su búsqueda de justicia. Derivado de lo anterior y teniendo en cuenta el sufrimiento padecido, el Tribunal consideró que también se vulneraron sus derechos a la verdad y a la integridad personal. 

En consecuencia, la Corte declaró que México violó los derechos a la vida, la integridad personal, las garantías judiciales, la honra y la dignidad, la igualdad ante la ley, la protección judicial y la salud, reconocidos en los artículos 4, 5, 8, 11, 24, 25 y 26 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, en relación con el artículo 1.1 del mismo instrumento, así como el artículo 7.a y 7.b de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Convención de Belém do Pará), y los artículos 1, 6 y 8 de la Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura (CIPST), en perjuicio de la señora Ernestina Ascencio Rosario. 

Asimismo, declaró la violación de derechos a la integridad personal, las garantías judiciales, la igualdad ante la ley y la protección judicial, reconocidos en los artículos 5.1, 8, 24 y 25 de la Convención Americana, en relación con el artículo 1.1 del mismo instrumento, así como el artículo 7.b de la Convención de Belém do Pará y los artículos 1, 6 y 8 de la CIPST, en perjuicio de cuatro hijos e hijas de la señora Ascencio Rosario. 

Por motivo de estas violaciones, la Corte ordenó al Estado implementar distintas medidas de reparación, incluida una investigación penal exhaustiva y seria sobre la violación sexual, tortura y muerte de la señora Ernestina para identificar, procesar y sancionar a los responsables; brindar tratamiento médico, psicológico y/o psiquiátrico a los familiares; realizar un acto público de reconocimiento de responsabilidad internacional; implementar programas de formación y capacitación para funcionarios públicos; fortalecer el Centro de Atención Especializada de Soledad Atzompa, y crear un Registro Nacional de Intérpretes y Traductores en Lenguas Indígenas para los sistemas de salud y justicia, entre otras medidas. 

La Corte no se pronunció sobre la alegada violación del derecho a la libertad personal, protegido en el artículo 7 de la Convención en perjuicio de los familiares de la señora Ernestina por no contar con elementos probatorios suficientes que demostraran que sus familiares fueron privados de su libertad personal en mayo de 2007. Además, la Corte concluyó que el Estado no es responsable por la violación del derecho de acceso a información, protegido en el artículo 13 de la Convención en perjuicio de la señora B.J., al considerar que la restricción para acceder a documentos del expediente de investigación de los hechos del caso no era irrazonable teniendo en cuenta la gravedad de los hechos investigados y las obligaciones estatales en la materia. 

El Juez Rodrigo Mudrovitsch dio a conocer su voto concurrente. La Jueza Patricia Pérez Goldberg dio a conocer su voto parcialmente disidente. _____ La composición de la Corte para la emisión de la presente Sentencia fue la siguiente: Jueza Nancy Hernández López, Presidenta (Costa Rica); Juez Rodrigo Mudrovitsch, Vicepresidente (Brasil); Juez Ricardo C. Pérez Manrique (Uruguay), Jueza Patricia Pérez Goldberg (Chile), y Juez Diego Moreno Rodríguez (Paraguay). El Juez Alberto Borea Odría (Perú) presentó una excusa para conocer el presente caso, la cual fue aceptada por la Presidencia de la Corte, de conformidad con lo dispuesto en los artículos 19.1 y 19.2 del Reglamento de la Corte.

El presente comunicado fue redactado por la Secretaría de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, por lo que es de responsabilidad exclusiva de la misma. Para más información favor de dirigirse a la página de la Corte Interamericana www.corteidh.or.cr o envíe un correo electrónico a Pablo Saavedra Alessandri, Secretario, a corteidh@corteidh.or.cr. 

Link del comunicado: https://www.corteidh.or.cr/docs/comunicados/cp_101_2025.pdf

diciembre 16, 2025

Gloria Ana Chevesich Ruiz será la primera mujer en asumir como presidenta de la Corte Suprema de Chile, en más de 200 años de historia



La ministra fue escogida de manera unánime en una sesión el Pleno realizada hoy 15 de diciembre de 2025 y llega a la cúspide del Poder Judicial luego de una carrera de casi 40 años y más de 14 años en el máximo tribunal del país.

La ministra Gloria Ana Chevesich Ruiz será la primera mujer presidenta de la Corte Suprema a partir del 6 de enero de 2026, luego de que el Pleno la eligiera para encabezar el máximo tribunal para el bienio 2026-2027

En votación unánime -realizada hoy 15 de diciembre de 2025- la ministra Chevesich fue elegida para encabezar la Corte Suprema y será la primera mujer en más de doscientos años de historia en dirigir la institución. 

Con una vasta carrera judicial de casi 40 años, Gloria Ana Chevesich es abogada de la Universidad de Chile. Inició su carrera como relatora de la Corte de Apelaciones de Santiago en junio de 1986 y en marzo de 1995 asumió como relatora de la Corte Suprema, llegando a ser relatora del Pleno.

En octubre de 2002, juró como ministra de la Corte de Apelaciones de Santiago, llegando a ser su presidenta en el año 2013. 

En su gestión, la magistrada creó una Unidad Especial de Tablas para ordenar la tramitación de las causas que se ven en el tribunal de alzada y fortaleció el trabajo de la Unidad de Recursos de Protección. En este último aspecto, estableció la tramitación vía portal web de los recursos de protección presentados en contra de las isapres por alza en planes de salud y estableció un sistema de entrega digital de cheques para el cobro de costas.

En agosto de ese año fue nombrada como ministra del máximo tribunal, siendo la octava mujer en llegar a la Corte Suprema.

Le tocó integrar la Cuarta Sala Laboral o Mixta y asumir diversas labores administrativas y de gestión como miembro del Consejo Superior de la Corporación Administrativa del Poder Judicial en cuatro bienios e integrante del Comité de Personas, entre los años 2022 y 2023.

Asimismo, fue la primera vocera de la Corte Suprema entre los años 2019-2022 y fue la responsable de encabezar las gestiones del Poder Judicial en medio de la pandemia, los cambios derivados de la Ley de Pago Efectivo de Pensiones de Alimentos, la Ley de Monitoreo Telemático en Casos de Violencia Intrafamiliar, entre otras materias. 

La ministra Chevesich valoró el nombramiento realizado por el Pleno y el respeto a la tradición de elegir a la primera antigüedad para escogerla en el cargo y aseveró que asume en un periodo complejo pero con los desafíos muy claros.

“Estamos viviendo momentos muy complejos. Sin embargo, estimo que la forma de superarlos es actuando con transparencia, pleno respeto de las normas constitucionales y legales que regulan nuestro actuar y teniendo una vida pública y privada que dé cuenta que acatamos los principios éticos que nos rigen”, dijo.

Agregó: “En mi opinión, el trabajo a efectuar no solo debe estar enfocado en que la justicia debe ser oportuna y de calidad, y las personas usuarias del sistema, sino también en aquel que trabajan en el Poder Judicial, por lo que mi gestión las tendré en el centro, valorándolas, potenciándolas y generando buenas condiciones laborales. No olvido que las instituciones están formadas por personas que tienen sus propias vivencias, que a veces surgen como obstáculos en su desempeño y que por lo mismo hay que abordar”.

La ministra Chevesich fue consultada del desafío de asumir como la primera mujer presidenta de la Corte Suprema, a lo que respondió: “Obviamente, ser nombrada como la primera mujer presidenta de la Corte Suprema es una experiencia significativa y muy desafiante, aunque debo hacer presente que en esta designación el factor género no fue decisivo, sino que fue respetar una tradición. Pero en todo caso, entiendo que puede haber muchas mujeres que entienden que esto es un avance, que es una apertura y bueno, si eso inspira a muchas mujeres y genera apertura, igualdad y respeto, obviamente que me satisface plenamente y me congratula”.

Link de la nota original: https://www.pjud.cl/prensa-y-comunicaciones/noticias-del-poder-judicial/137916

Fuente: PJUD

diciembre 15, 2025

México y sus desaparecidos: la rebelión de las madres buscadoras

En México, más de 133.000 personas están desaparecidas y muchas familias viven una búsqueda interminable. Miles de mujeres recorren fosas y oficinas públicas para tratar de encontrar a sus hijos. Ante la indiferencia estatal y la falta de respuestas de los diversos gobiernos, se han vuelto investigadoras, denunciantes y cuidadoras de la memoria. 




El miércoles 21 de febrero de 2007, Daniel Cantú Iris, de 23 años, salió de su casa en Saltillo, Coahuila, un estado del norte de México, para ir a la marmolería en la que trabajaba luego de graduarse como ingeniero industrial. Vivía con su madre, Diana, y con su padre, Mario. Avisó que regresaría el viernes, quizá el sábado. No volvieron a verlo.

Daniel era un joven deportista con sentido del humor. Desde niño practicaba ciclismo e incluso había sido campeón nacional. Le gustaba bailar. Dos semanas antes, la familia, que incluía a su hermano mayor, Alejandro, y a la menor, Mariana, había celebrado los 50 años de su madre. Hubo baile, abrazos, regalos. Alegría. Fue uno de los últimos recuerdos felices de Diana. «Nunca nos imaginamos que muy pronto íbamos a vivir una enorme pesadilla», dice esta ingeniera química más de 18 años después.

Cuando Daniel desapareció junto con su jefe, Francisco León García, y el chofer José Ángel Esparza León, hacía solo tres meses que Felipe Calderón había asumido como presidente y declarado la «guerra contra el narcotráfico», que marcó el inicio de una de las tragedias humanitarias más graves de América Latina y que hoy, según las cifras oficiales, se traduce en más de 133.000 personas desaparecidas.

En un principio, la familia pensó que se trataba de un secuestro y esperó el pedido de un rescate que nunca llegó. Diana, que se dedicaba a las tareas del hogar, interpuso denuncias policiales, habló con el procurador estatal, deambuló por hospitales. Con el miedo y la incertidumbre a cuestas, pensó que las autoridades la ayudarían a encontrar a su hijo. Se equivocó. En marzo de 2010, una amiga le contó que familiares de personas desaparecidas se iban a reunir en la Diócesis de Saltillo que encabezaba Raúl Vera, un obispo querido entre la comunidad por su compromiso con los derechos humanos.

«La sorpresa fue muy grande al ver que había otros familiares que estaban en la misma situación que yo; entonces me organicé para formar parte del colectivo Fuerzas Unidas por los Desaparecidos en Coahuila, que tenía poquito de haberse creado, en 2009. Fue uno de los primeros», narra Diana.


Desde entonces, ella es una de las miles de madres buscadoras mexicanas que, ante un Estado que no deja de maltratarlas, se convierten en activistas de derechos humanos a fuerza de dolor; que exigen respuestas por sus hijas o hijos desaparecidos; que estudian legislación nacional e internacional y descubren que las desapariciones forzadas son delitos de lesa humanidad y, por lo tanto, imprescriptibles; que denuncian y se enfrentan a criminales y a políticos que, muchas veces, son lo mismo. Algunas se especializan en técnicas forenses y remueven con sus propias manos las miles de fosas clandestinas que hay en el país con la esperanza de encontrar restos de sus seres queridos. Se trata de mujeres que crean organizaciones, exigen justicia y construyen memoria; que tejen lazos, se acompañan, marchan, protestan, se rebelan y transforman su dolor individual en una lucha colectiva. Y no son las primeras.


Una pionera

En la década de 1970, el gobierno mexicano recibió a miles de exiliados perseguidos por las dictaduras latinoamericanas. Al mismo tiempo, llevó a cabo una «guerra sucia» interna para perseguir y hacer desaparecer a sus propios opositores. Uno de ellos era Jesús Piedra Ibarra, un joven de 21 años acusado de pertenecer el grupo guerrillero Liga Comunista 23 de Septiembre. Un grupo de policías lo detuvo el 19 de abril de 1975 y nunca se volvió a saber nada de él. Su madre, Rosario Ibarra de Piedra, salió a exigir por todos los medios su aparición con vida. Se transformó en una de las pioneras más visibles de las madres buscadoras.

Tres años más tarde, Ibarra de Piedra creó el Comité Pro Defensa de Presos Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México, más conocido como Comité ¡Eureka!, que logró que fueran encontrados cientos de desaparecidos. Su aguerrido activismo de izquierda se fortaleció en un país que no tenía una dictadura formal, pero que tampoco era una democracia. La búsqueda de su hijo fue un camino de ida en la construcción de una sólida carrera política. En 1982, Ibarra de Piedra fue la primera mujer candidata a la Presidencia de México. Lo volvió a intentar en 1988. En las décadas siguientes asumió como diputada y senadora, y fue nominada al Nobel de la Paz. Murió en 2022, a los 95 años.

En la época en que Ibarra de Piedra perdió a su hijo, poco y nada se sabía de los desaparecidos mexicanos. El primer caso de desaparición forzada registrado fue el de Epifanio Avilés Rojas, un profesor que en 1969 fue secuestrado por un grupo de soldados en el estado de Guerrero y de quien hasta hoy se desconoce el paradero. Durante la presidencia de Luis Echeverría (1970–1976), responsable de la «guerra sucia», las desapariciones recrudecieron. Con altibajos, este delito se mantuvo constante en los gobiernos siguientes, sin llegar a ser un problema visible, mucho menos prioritario, hasta que en 2006 llegó Calderón y declaró una guerra contra el narcotráfico que no resolvió nada y solo exacerbó la violencia.

Hasta entonces, ya sin «guerra sucia» de por medio, las desapariciones cometidas por agentes estatales o no estatales se contaban por cientos durante cada sexenio de gobierno pero, con Calderón y con su sucesor, Enrique Peña Nieto, ya eran decenas de miles. En la gestión de Andrés Manuel López Obrador se sumaron alrededor de 50.000 y superaron las 100.000. Y con Sheinbaum siguen imparables: hay un promedio de 40 diarias.


Cada desaparecido tiene una familia que lo espera. Al igual que las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en Argentina o las Madres de Srebrenica en Bosnia y Herzegovina, las madres mexicanas son quienes protagonizan las búsquedas. A ellas se suman madres centroamericanas porque, entre los desaparecidos, hay migrantes que atravesaban el país con la esperanza de llegar a Estados Unidos.

«¿Por qué es un fenómeno liderado por mujeres? Pues es una incógnita. De repente no sabemos por qué. La única respuesta es que las madres tenemos una relación muy grande con los hijos, una conexión que no se da nada más por casualidad. La reacción de los hombres, pues no sé, a lo mejor se sienten frustrados por lo que pasó, por pensar que ellos eran los cuidadores de la casa, los guardianes. Pero la verdad no encuentro una respuesta. Algunos sí vienen, son muy pocos», reflexiona Diana.

La primera decepción

Calderón despreció a las víctimas de su guerra narco y las llamó «daños colaterales». Peña Nieto, quien enfrentó la crisis política de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, fabuló una versión oficial para tratar de cerrar el caso. Ninguno les dio respuestas a las familias. La esperanza de las madres buscadoras llegó en 2018 con López Obrador, el primer presidente de izquierda de la historia de México.

«La verdad esperábamos un cambio porque era una alternancia política muy fuerte. Nos reunimos con él, todavía no asumía, y nos prometió que no habría techo ni piso económico que limitara la búsqueda de las personas desaparecidas. Creímos en él, pero los avances fueron muy escasos. Al terminar su gobierno no le gustó que el número de desapariciones se hubiera incrementado horrorosamente y quiso obligar a maquillar los registros porque no le convenían. Tuvo la ocurrencia de mandar a checar [chequear] con brigadas del gobierno a ver si los desaparecidos habían regresado a sus casas. Les fueron a tocar la puerta a las familias, cosa que les molestó tremendamente. Fue algo muy cruel y muy perverso, una revictimización», recuerda Diana.

López Obrador nunca quiso recibir a las madres buscadoras, a pesar de que algunas de ellas hicieron plantones que duraron semanas frente al Palacio Nacional, sede del Poder Ejecutivo. Solo se reunió en varias ocasiones con los padres y madres de los «43 de Ayotzinapa» -43 normalistas desaparecidos en Iguala, Guerrero, entre el 26 y el 27 de septiembre de 2014- y les prometió que les daría respuestas sobre sus hijos. No cumplió. Las investigaciones avanzaron, pero bastó que llegaran hasta el Ejército y su presunta responsabilidad en la desaparición de los jóvenes para que todo se paralizara. 

Al final, cuando era evidente que dejaba un saldo récord de más de 100.000 personas desaparecidas, el presidente se peleó con los familiares (los acusó de dejarse manipular) y con las organizaciones de derechos humanos nacionales e internacionales (les dijo que tenían «otros intereses»). Jamás quiso reconocer que seguían las masacres, las desapariciones forzadas y masivas, los delitos de lesa humanidad, ni que el Estado era responsable. Durante su sexenio, además, se agravó la crisis forense, que se traduce en más de 70.000 cuerpos que están amontonados en morgues, sin identidad, maltratados, porque no hay personal suficiente para llevar a cabo el proceso. A veces, en el caos burocrático, los funcionarios vuelven a perder los cuerpos. Ahí están muchos de los hijos de las madres buscadoras que, sin una tumba en la que llorar, no pueden cerrar sus duelos.


En otra faceta del espanto, el portal Quinto Elemento reveló a fines de 2023 que en los últimos años se habían hallado más de 5.600 fosas clandestinas. En muchos casos son descubiertas por madres buscadoras que decidieron tomar ellas mismas picos y palas para escarbar la tierra con la esperanza de encontrar restos humanos. Es decir, para cumplir el trabajo que el Estado no hace. El 25 de noviembre de 2020, Día Internacional para Erradicar la Violencia contra las Mujeres, Sara Valle Dessens, alcaldesa de Guaymas, Sonora, provocó un escándalo al regalarles palas, cubetas, guantes de látex y cubrebocas a las integrantes de Guerreras Buscadoras para que removieran fosas, dando por hecho que les correspondía esa tarea.

Fue solo una más de las constantes vejaciones políticas contra las madres buscadoras que, según un estudio de Amnistía Internacional, enfrentan secuelas psicológicas (insomnio y estrés crónico, depresión, ansiedad, ataques de pánico, tristeza, apatía, sentimientos de culpa, pensamientos suicidas), físicas (colitis, gastritis, diabetes, presión alta o baja, hipotiroidismo, tumores, cáncer, dolencias cardíacas, enfermedades degenerativas, resequedad, infecciones, bruxismo, problemas de huesos y parálisis facial) y económicas (invierten su patrimonio en la búsqueda, se empobrecen, pierden trabajos). Además, suelen sufrir discriminación por motivos de género, así como por su situación económica y su identidad étnico-racial (mujeres, pobres, indígenas). La estigmatización hacia ellas, y hacia sus hijos desaparecidos, es clara: se los culpa de su propia tragedia a partir del prejuicio de que «en algo andaban». A todo ello se suman casos de amenazas, extorsiones, ataques, desplazamientos forzados, secuestros, torturas, violencia sexual y asesinatos. Porque buscar justicia y a un familiar desaparecido en México puede costar la vida.

Las víctimas se acumulan


En agosto de 2008, Rubí Marisol Frayre, de 16 años, desapareció en Ciudad Juárez, Chihuahua. Hacía poco había sido madre y vivía con su pareja, Sergio Rafael Barraza, quien escapó con la bebé. La madre de la adolescente, Marisela Escobedo, comenzó a buscarla en soledad, ante la constante indolencia de fiscales, jueces y policías.

Meses después, gracias a su propia investigación, Marisela encontró a Barraza en otra ciudad, llamó a la policía y lograron detenerlo. El hombre, de 26 años, confesó que había matado a Rubí. La había quemado y tirado los restos en un descampado de desperdicios porcinos. Pese a la evidencia y a la confesión, el 3 de mayo de 2010 un tribunal absolvió al homicida y lo dejó libre. Marisela se repuso de la indignación, denunció a los jueces, protestó, marchó y consiguió que un tribunal superior revocara la sentencia y lo condenara por el homicidio. Pero Barraza estaba prófugo y se había unido al cártel de Los Zetas. Ya era un hombre más peligroso, con más poder criminal. La madre intensificó su activismo y recorrió el país para buscar al asesino de su hija. Otra vez, fue ella quien volvió a encontrarlo. Luego de un operativo fallido, no pudo convencer a los policías de que lo detuvieran. Estaban coludidos con Los Zetas.

Marisela no se resignó. Se plantó durante semanas frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua con sus mantas y carteles que exigían justicia por el asesinato de Rubí. La noche del 16 de diciembre de 2010, un sicario llegó hasta allí y la mató de un disparo. Fue la primera madre buscadora asesinada, pero no la última. En los últimos 15 años, por lo menos 30 personas (18 mujeres y 12 varones) que buscaban a hijos, hijas, hermanos, hermanas, esposos o padres han sido ejecutadas. La mayoría, a tiros. Al igual que sucede con las desapariciones, casi todos estos crímenes permanecen impunes.


El caso más reciente es el de Aida Karina Juárez Jacobo. Buscaba a su hija Goretty Guadalupe, de 26 años, desaparecida en junio en Zacatecas. El 26 de agosto de 2025 esta madre fue a buscar fosas como parte del colectivo Siguiendo tu Rastro con Amor. Al terminar su labor, la secuestraron y la mataron a balazos. Su cuerpo apareció tres días después. En abril del mismo año mataron a Teresa González Murillo, integrante de Luz de Esperanza Desaparecidos Jalisco. Buscaba a su hermano Jaime, desaparecido en septiembre del año pasado. Los sicarios entraron a su casa, trataron de secuestrarla, se resistió y la balearon en el rostro. Sobrevivió seis días. Ese mismo mes mataron a María del Carmen Morales, de Guerreros Buscadores de Jalisco. Buscaba a su hijo Ernesto Julián, desaparecido en 2024. La balearon junto con otro de sus hijos, Jaime Daniel, que también murió. En marzo asesinaron a Magdaleno Pérez, padre de Diana Paloma Pérez Vargas, desaparecida en 2019, en Veracruz. En febrero, en Zacatecas, ejecutaron a Sofía Raygoza Ceballos, madre de Frida Sofía Murillo, desaparecida en 2023 y encontrada con vida meses después de la muerte de su madre.

Son seis las personas buscadoras asesinadas durante el primer año del gobierno de Claudia Sheinbaum, la presidenta que una y otra vez asegura que, junto con ella, llegaron al poder todas las mujeres mexicanas. Todas, menos las madres buscadoras.

Una nueva decepción


La magnitud de la catástrofe humanitaria de México se traduce en la creación de cientos de colectivos que recorren el país y que se han bautizado con nombres como Las Rastreadoras por la Paz, Madres Buscadoras de Sonora, Madres Unidas y Fuertes de Baja California, Buscadoras de Nuevo León, Red de Madres Buscando a sus Hijos, Agrupación de Mujeres Organizadas por los Ejecutados, Secuestrados y Desaparecidos de Nuevo León; Colectivo Madres Unidas, Sabuesos Guerreras, Unidas por el Dolor, Guerreras en Búsqueda de Nuestros Tesoros, Unidas por Amor a Nuestros Desaparecidos, Unidas Siempre Buscando, Juntas y Unidas Seremos Más Fuertes…

En 2011, con el país ya sumido en el baño de sangre provocado por Calderón, las madres buscadoras realizaron la primera Marcha de la Dignidad Nacional. Eligieron el 10 de mayo, Día de la Madre, la fiesta familiar más importante de México, para recordarles a la sociedad y a las autoridades que ellas no tenían nada que celebrar. No saben dónde y cómo están sus hijos o hijas. No saben quiénes se los llevaron ni a dónde ni por qué. Cada año vuelven a manifestarse.

El registro audiovisual de la Marcha de la Dignidad Nacional 2025, que se realizó desde el Monumento a la Madre hasta el Ángel de la Independencia, en la Ciudad de México, muestra a la mayoría de las mujeres vestidas de blanco. Algunas se protegen del sol con gorras. Una carga una pesada figura de la Virgen de Guadalupe, máximo símbolo materno de este país católico. Otras visten camisetas con los rostros de sus desaparecidos y la fecha del último día que fueron vistos con vida. Los lemas se suceden: «Las madres llegarán a la verdad», «Las madres no se rinden», «¿Quién te buscará cuando yo ya no esté?», «El Estado es responsable», «México es una fosa», «Te buscaré hasta encontrarte».

Cada tanto se abrazan. Lloran. Gritan. Reclaman una justicia que no llega. El comunicado de la movilización está dirigido a una presidenta que, mientras fue jefa de gobierno en la capital del país, se resistió a que los colectivos instalaran la Glorieta de los Desaparecidos y ahora, al igual que López Obrador, no recibe a las madres buscadoras ni las menciona en sus discursos. «Tenga respeto por nuestra lucha y nuestro dolor», le piden a Sheinbaum. Le proponen que actúe con «humildad y responsabilidad», que asuma sus «debilidades y limitaciones» y acuerde con el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) un mecanismo independiente de investigación y de impulso a la verdad y la justicia para presentarlo en la Asamblea General de la ONU. Es inútil.

Este año, el Comité contra la Desaparición Forzada de la ONU activó para México el artículo 34 de la Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas. La conclusión fue que este es un delito generalizado y sistemático en el país. Las cifras avalan el diagnóstico: durante el primer año de Sheinbaum en la Presidencia desaparecieron 14.765 personas, 16% más que en el último año de López Obrador. El procedimiento de la ONU implica una presión, pero, una y otra vez, la presidenta rechaza el informe e insiste en que las desapariciones las comete el crimen organizado, no el Estado. Los colectivos de familiares no piensan lo mismo, porque el Estado no asume su responsabilidad en la búsqueda de las personas y en la procuración de justicia. Así lo expuso Diana en septiembre ante el Comité contra la Desaparición Forzada, en Ginebra, donde describió la crisis humanitaria mexicana y solicitó la solidaridad internacional con la tragedia mexicana.

—¿Por qué cree que Sheinbaum no habla de ustedes, con ustedes? ¿Por qué no quiere que la ONU intervenga y ayude a buscar a los desaparecidos?, le pregunto.

—Su gobierno recibió la noticia de muy mal grado, de una manera muy grosera, diciendo que México es un país que siempre cumple con las instancias internacionales, que siempre da la bienvenida a Naciones Unidas y apoya con sus aportes. Y bueno, México es un país que cuida mucho su imagen en el exterior, ¿no? No le gustó nada que el Comité activara este artículo para decir que necesitaba trabajar en las desapariciones. Lo que no acepta México, lo que no entiende, es que no es un juicio en contra del gobierno, sino que es una oportunidad que Naciones Unidas le está dando para apoyarlo con algún mecanismo de esclarecimiento histórico, con estrategias para bajar los índices de la crisis que seguimos viviendo.

La respuesta abre otra tensión y vuelvo sobre el punto, porque cuesta entender que Sheinbaum insista, como lo hizo López Obrador, con que su gobierno es «humanista» pero no abrace esta causa.

Diana contesta: «No se qué pasó, la verdad. Había una esperanza, particularmente con ella, de que sí recibiera a las madres, a las organizaciones, que se refiriera al tema. Ella dice que con su triunfo llegaron todas las mujeres, pero no llegaron las madres buscadoras. No, nosotras no llegamos. No entendemos por qué. Una hipótesis, a lo mejor muy personal, es que el Estado mexicano no tiene interés en buscar a las personas desaparecidas. Para ellos es más fácil invertir en subsidios a las familias que buscar a las personas desaparecidas, porque considera que andaban metidas en algo. El prejuicio prevalece, por eso no invierten en una investigación eficaz y que tiene que ser extraordinaria, porque lo que vivimos sale de lo ordinario. Estamos pasando un periodo un poco difícil porque, imagínese, en mi caso ya son 18 años más que tengo de edad desde que desapareció mi hijo. 18 años que han pesado mucho. Hay muchos compañeros y compañeras que se nos han ido y eso es muy desesperanzador. Casi creemos que el Estado mexicano también le apuesta a eso, a que nos vayamos muriendo y de esa manera los casos se cierren solos».

—¿Y ustedes qué van a hacer con esta nueva decepción política?

—Vamos a seguir luchando porque tenemos que hacer honor a la memoria de los que no están. Sabemos que tenían un proyecto de vida y nosotros, sus padres, sus esposas, también con ellos. No podemos olvidar porque todo esto es parte de nuestra historia y, ¿sabe también por qué? Porque no queremos que se repita, porque quisiéramos que esto parara ya, que ya no haya más familias que pasen por esto. La desaparición forzada es la peor forma de perder a un hijo.


Fuente: Nueva Sociedad

diciembre 14, 2025

Tomar los hábitos: a la Lux de la Rosa mística

Un rompecabezas de pequeñas piezas de la mística femenina, un disco maximalista, deliberadamente pretencioso y lleno de guiños, una declaración moral de principios. Rosalía vuelve a cantar como nunca la habíamos escuchado: coros líricos, arias, fados, fragmentos en catorce idiomas. Se muestra bendecida: devota, con una camisa que la constriñe, cofia de monja, los labios dorados. Encabeza una procesión de fans que corren creando un alboroto naif en Madrid. El pelo teñido de rubio sectorizado dibuja una aureola semipermanente. ¿Por qué este neocristianismo de Rosalía hace eco hoy? En este ensayo sobre el recién salido Lux, Lu Martínez lo responde y dialoga con el estreno audiovisual de Ofelia Fernández, ¿Cómo ser feliz?


La vanguardia pop es así. Se agarra de algo que ya es el espíritu de época y boom: lo lanza al mercado, se viraliza, todas queremos vestirnos de blanco, brillar como una santa, escribir poemas revelados canalizando la voz divina, ser monjas, componer música en una comunidad, leer y rezar en un monasterio apartado en las montañas, que nuestros pensamientos intrusivos suenen detrás nuestro como tocados magistralmente por una orquesta sinfónica. 

Esta imagen de Rosalía es un hit. La clave del éxito podría estar en alguna de las referencias que fue sembrando en las entrevistas de promoción, haciendo alarde de múltiples lecturas en un name dropping infinito. Ya no hay mañana, hay que citarlo todo. Pasa de músicos que podríamos considerar místicos contemporáneos como Patti Smith, Nick Cave y Leonard Cohen a íconos de todas las tradiciones espirituales: San Francisco de Asís, Rabia al-Adawiyya, Míriam, Sun Bu’er, etc. etc. etc. La clásica licuadora a la que la Rosi nos tiene acostumbradxs. Ella es hábil para remixar, performar y lucirse en el camino. Y, quizás, la entrevista que da en la tecla es la que dio hace tres semanas para Radio Noia, en su catalán natal, tirada en la cama tomando Sauvignon Blanc, charlando con la entrevistadora como si fuera su amiga de toda la vida. Ahí está, riéndose suelta, no tan santa, no tan blessed. Asegura que ha pasado “toda la vida con una sensación de vacío, sabiendo que nada de este mundo podrá llenarlo” y explica algo que nombra como confusión: creer que una experiencia, algo material o las relaciones románticas pueden llenar ese vacío. Se piensa en ese vacío para terminar preguntándose: ¿será que ese espacio es el espacio de Dios? Ay, Rosalía, nadie tiene esa respuesta. Pero es muy contemporánea la idea inquietante que describe: una sensación de vacío que nada puede satisfacer. ¿Será el espacio de Dios o el capitalismo? Al menos sabemos que ese sentimiento no es individual: es un síntoma de época sobre el que se montan estas imágenes que escroleamos interminablemente. Y Rosalía no es la única que siente un “hueco”. 


El hábito blanco no promete sumisión, sino obediencia solo al propio deseo.

Esta semana Ofelia Fernández lanzó ¿Cómo ser feliz? -otra pregunta incontestable-. En este mediometraje, que se puede ver gratis en plataformas, plantea que “algo” pasa en su generación, especialmente desde el 2010 con el surgimiento del like, las redes sociales y la adicción a los smartphones. Crecen los diagnósticos por ansiedad, depresión, suben las tasas de suicidio adolescente. Hay una inquietud permanente que nada puede exterminar. Tanto la propuesta de Rosalía como la de Ofelia son políticas: el vacío se llena con Dios, el vacío se llena con regulaciones estatales sobre las industrias tecnológicas. 

Ofelia nos habla de virtualidad, de falta de empatía y de paciencia. Rosalía también. No es solamente una cierta fe, alguna verdad a la que seguir en tiempos de fake news, algo que se parece a una certeza y que podemos adoptar como salida. Hay algo más en este imaginario. Tomemónos un momento para ejercitar el don de la paciencia, rewind… amor, devoción, monjas, relaciones que no nos hacen bien y que son respondidas con un backlash de auras virginales. En tono confesional, Rosalía dice en la misma entrevista a Radio Noia: “Que quede bien claro, ya no hay más espacio para crushes. Se acabó esta fantasía, esa ilusión que no aporta nada. Dejemos estar a los crushes. Yo ahora voy a estar soltera, volcell. ¡Celibato Voluntario!” Después de romperla cantando temas pasionales con varios de sus exs, de los rumores de noviazgos hot y fotos de paparazzis en las calles, aeropuertos y bares, Rosalía es tan humana como todxs nosotrxs -y ninguna santa-. ¡Oh, sorpresa, ella también está harta de los vínculos!


¿Qué hay en esa comunidad con hábitos blancos que es tan prometedor en la era post-deconstrucción? La sensación de vacío no es privada, parece ser generacional. Y no es solo mística: es síntoma de algo más. En LUX, el camino intuitivo es reflexivo, de claustro, hacia adentro pero en comunidad con otras hermanas. Para Ofelia también “la salida es colectiva”, pero no está en orar o en esperar la salvación divina, que no deja de ser una intervención externa sobre nuestras vidas. Ofelia se plantea ser agentes del cambio que queremos. Rosalía toma los signos de la devoción para construir una espiritualidad femenina autónoma: una luz que se enciende desde la herida contemporánea. 

“Cantar es una carta de amor a la verticalidad, una escalera hasta Dios.” Rosalía

La mística femenina tiene una genealogía larga y muchas veces mal leída. Hildegarda de Bingen componía música como forma de canalizar su visión. Rabia al-Adawiyya identificaba el amor divino con el ardor del cuerpo. Juana de Arco marchaba a la guerra guiada por santas. Los lirios blancos en sus retratos no hablan de pureza virginal, sino de una intensidad guerrera indomesticable. El hábito blanco no promete sumisión, sino otra clase de autoridad, independencia, aprendizaje y obediencia solo al propio deseo. Las monjas dominicas llevan anillos plateados cuando hacen votos perpetuos. Rosalía también. Pero el suyo no es un voto religioso, es un gesto performático, de ahora en más ni patrón ni marido… ¡lectura, poesía, música! Rosalía arma un relato sobre la construcción del disco en el que está enclaustrada, con un mapamundi, revisando poemas y hagiografías, escuchando a Leonard Cohen, Bach, fanatizada con María Callas, sola componiendo por meses hasta volver al estudio con sus amigos, su equipo, su crew, para volver algunos pasos atrás y revisar las letras que escribió “con Google translate” junto a traductores especializados en árabe, hebreo, ucraniano, entre muchas otras lenguas… Sigue pensando que componer es un acto con otros, sigue sosteniendo que escribe “desde el amor, sobre el amor, para entender a otrxs”. No renuncia a los vínculos, renuncia a la ilusión del romance que desgasta. Esta nueva postura que adopta es un hit porque lo que está poniendo en escena es una estética de la reparación, un refugio para el burn-out afectivo. Parece que queremos volver a los templos pero en realidad lo que necesitamos son espacios donde el amor no nos queme como la llama de Hildegarda, donde la paz no sea un lujo y la pasión no sea sinónimo de dolor. 


Rosalía toma los signos de la devoción para construir una espiritualidad femenina autónoma: una luz que se enciende desde la herida contemporánea.

Sí, Rosalía peca un poco de gurú tirapostas postreligion pero no está tan mal, ¿no? Nos señala una dirección posible: el cuarto propio iluminado por velas, amigas leyéndose poemas en una pijamada, un coro catártico e improvisado mientras tendemos la cama con bronca, un cuerpo que no se ofrece para ser tomado sino para ponerse la pilchita que le gusta. No tenemos nostalgia del convento, al contrario, queremos vibrar al ritmo del baile y el deseo justo: no hiperconsumista, ni restringido, queremos cumplir la fantasía de inventar formas de cuidado radical, para nosotras y para lxs que amamos. 

Cansadas de amar frente a la pantalla, de esperar ghosts, mordiéndonos las uñas, declaramos que ha llegado la hora de fundar monasterios cotidianos. Y, tal vez Ofelia y Rosalía no estén en veredas opuestas, van describiendo distintas capas de la misma angustia y sus propuestas tampoco están tan alejadas entre sí. Lo que se juega para vencer la angustia no es volver a Dios -Dios siempre estuvo y siempre va a estar ahí, podemos dejarlo en paz-, sino volver a nosotras: encontrar una forma de amar que no nos saque del eje, armar una comunidad que sostenga cuando nos caemos, construir una fe propia en la que hay vida después del desborde. Ni santas, ni vírgenes, ni trad wifes. Reinas sin monarquía que hacen arder la llama divina mientras buscan cómo brillar juntas y sin tanto highlighter.

Fuente: Latfem

Sí a la Diversidad Familiar!
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