Más allá del velo
Debajo de cada velo hay una cabeza. Centenares de miles en España. Todas son diferentes. Aunque nos empeñemos en verlas iguales. Unas son de mujeres que llegaron de lejos rompiendo con el pasado; otras nacieron aquí de padres cristianos o musulmanes, estudiaron en colegios españoles y un día decidieron abrazar la religión de Mahoma. Unas se criaron en profundas aldeas del Rif o Pakistán; otras, en capitales europeas. Unas emigraron para sobrevivir; otras, en busca de un horizonte de libertad. Algunas son universitarias. Abundan las que apenas saben leer y escribir. Unas siguieron mansamente al marido en su travesía y reprodujeron en España el microcosmos patriarcal de su sociedad de origen; otras lograron escapar a él. Unas vinieron solas, con un proyecto personal de vida. Eran viudas o divorciadas. Otras arrastraron tras ellas a un puñado de hijos que ya son españoles. Unas trabajan muy duro; otras viven encerradas. Unas son estrictas practicantes del islam, alérgicas a rozarse con un varón que no sea de su familia, de vuelta a casa en cuanto cae el sol; otras atraviesan a diario el Raval de Barcelona cruzándose con los espectrales yonkis y prostitutas de la calle Robadors sin pestañear. Y se consideran buenas creyentes. ?Si soy o no soy buena musulmana, sólo lo sabemos Dios y yo?, dice una de ellas.
Formas diferentes de entender el islam. Como la distancia que separa a Fátima Taleb, una mediadora intercultural de Badalona, que recibe al periodista con el brazo estirado y la mano rígida para evitar la mínima posibilidad de un contacto físico, de Huma Jamshed, líder de las mujeres paquistaníes en Barcelona, que casi se tropieza en su precipitado intento de dar dos besos a los periodistas como muestra de fraternidad. Fátima y Huma son la imagen de que cada velo es un mundo.
Son mujeres y son musulmanas. En torno a medio millón en España. Algo menos de la mitad del millón largo de musulmanes que se calcula viven en nuestro país. De las in¬migrantes marroquíes a las conversas que apostaron por el islam ya en los setenta procedentes de la izquierda. De las estudiantes universitarias becadas a las españolas de origen árabe. Sin olvidar a las miles de musulmanas de Ceuta y Melilla. A todas las une el islam. Hoy intentan descubrir su camino sin renunciar a su religión. Las que aparecen en este reportaje afirman que llevan el velo, el hiyab, por decisión propia. Por convicción. Como bandera de su origen y religión. De su feminismo. Un peldaño más abajo, las mujeres más humildes, las inmigrantes económicas del Magreb, ni se lo plantean; nadie les preguntó nunca. No conciben salir a la calle sin velo por respeto al varón, a la familia, a la tradición. ?Sin él estaría como desnuda?. Militantes u oprimidas, todas pagan un precio. Se sienten observadas, vigiladas e incomprendidas. Obligadas a justificarse. Marginadas en el mercado laboral. No lo tienen fácil. ?En este país aún es duro llevar el pañuelo?, dicen. Unas cuantas están dispuestas a luchar por su identidad. Por una sociedad multicultural. Y tirar del resto.
Si el 11 de septiembre de 2001, y la posterior invasión de Afganistán e Irak, provocó en muchos musulmanes una ruptura con Occidente, la necesidad de reafirmarse en su religión y la popularización del hijab entre las jóvenes (muchas veces en contra de la opinión de sus padres), la matanza del 11 de marzo de 2004 cambió de golpe la vida de las hermanas Adlbi. Nada más producirse el atentado, Sirin, Yamám y Salam, antropóloga, diseñadora gráfica y pedagoga, entre 20 y 25 años, nacidas en Madrid de padres universitarios sirios, buenas estudiantes en colegios de monjas y piadosas musulmanas, se liaron sus pañuelos a la cabeza y se dirigieron a Atocha. ?No lo pensamos. Reunimos un grupo de amigos, éramos 60, todos españoles y musulmanes; nacidos aquí. Estábamos tristes, decepcionados, engañados. No nos entraba en la cabeza que alguien matara en nombre de nuestra religión. Hicimos una pancarta que decía: ?La barbarie no tiene religión, ni cultura, ni raza?. Era muy duro estar esa tarde en Atocha con velo. Ya se rumoreaba que no había sido ETA. Que eran los islamistas. Algunos de nosotros no se lo querían creer. Teníamos miedo. Cuando llegamos, la gente comenzó a murmurar. Nos miraban mal. Alguien gritó algo. Y de pronto, una mujer empezó a aplaudirnos. Y detrás de ella otros. Me puse a llorar. Y no podía parar?.
Aquella tarde nació la Asociación de Jóvenes Musulmanes, un grupo de universitarios musulmanes españoles capitaneado por mujeres, obstinado en derribar barreras entre las dos comunidades y tender puentes. Las hermanas Adlbi se reúnen cada semana con un grupo de mujeres en la mezquita madrileña de la M-30; se autogestionan; no tienen detrás un estricto imán que las aleccione; no están financiadas por la rigorista Arabia Saudí, como la mayoría de las instituciones islámicas (más de 1.500 mezquitas y centenares de centros islámicos en todo el mundo pagados a golpe de petrodólar). Van por libre. ?Somos independientes, luego pobres?. Entrevistarse con ellas supone someterse a una esgrima dialéctica. Detrás de su frágil apariencia, las Adlbi son duras. Cuestionan todo. Defienden su religión a muerte. En especial, Salam, de 23 años, que trabaja en un doctorado en pedagogía en la Universidad Complutense: ?No es fácil ser musulmana en España; la sociedad te rechaza y tú intentas sobrevivir. En cuanto te ven con velo, inmediatamente piensan que eres inmigrante, no sabes el idioma, eres analfabeta y tu marido te maltrata y obliga a ir tapada. Y te discriminan. No exagero, he nacido aquí y lo sé. Mi padre, que es un fiel musulmán, no me dejaba llevarlo, no quería que me buscara problemas. A los 18 años decidí ponérmelo.
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http://www.elpais.com/articulo/portada/alla/velo/elpepusoc/20080217elpepspor_10/Tes
Foto: Manos de mujer tatuadas con 'henna'
ALFREDO CÁLIZ
Fuente: El País