Cuba: "Tradición y Estereotipos en el Camino a la Violencia"
La fuerza de la tradición, historias familiares mezcladas con maltrato y los estereotipos sexistas parecen estar detrás de no pocas conductas de los hombres que actúan violentamente contra las mujeres, según indican varios estudios parciales y la práctica cotidiana en esta nación caribeña.
Especialistas y expertos sostienen que todo acto de violencia implica una relación de dominio y subordinación, basada en un desequilibrio de poder. La que se ejerce contra las mujeres, también llamada violencia de género, "está ligada al poder masculino a escala social, en virtud del patriarcado como sistema de dominación", asegura Clotilde Proveyer, profesora de la Universidad de La Habana.
"La cultura patriarcal, como construcción social del patriarcado, continúa marcando de manera desigual e inequitativa las relaciones entre los géneros, lo que determina, en esencia, que perviva la dominación masculina a escala social", asegura Proveyer en su artículo "Nombrar lo innombrable: la violencia sutil en la relaciones de pareja".
Aunque no hay estadísticas precisas en el país sobre este problema, que tiende a ocultarse y es difícil de reconocer, algunas investigaciones apuntan a la existencia de todas las formas de violencia, con predominio de la psicológica y emocional, ejercida fundamentalmente contra las mujeres y las niñas.
No obstante, los actos más crudos y sus consecuencias pueden llegar a ser fatales. Un estudio que analizó todos los casos ingresados al Instituto de Medicina Legal entre 1990 y 1995, con muerte de etiología homicida del sexo femenino, comprobó que, del total de fallecidas en Ciudad de La Habana, la capital del país, 45 por ciento murió a manos de su pareja y 52 por ciento de esos homicidios ocurrió en el hogar de la víctima.
Datos sistematizados por el Grupo Nacional para la Prevención y Atención de la Violencia Familiar, que coordina la Federación de Mujeres Cubanas desde su creación, en 1997, indican una diferencia notable entre mujeres y hombres, en perjuicio de las primeras.
Ellas son la cuarta parte de las víctimas y sólo la novena parte de los agresores. Proporcionalmente, por cada hombre ultimado violentamente por su pareja, tres mujeres sufren la misma muerte.
Aunque todavía el de los maltratadores sigue siendo un tema pendiente, que requiere de atención, estudios y programas específicos, en los últimos años ha crecido el interés académico por acercarse y profundizar en sus conductas violentas.
Entre otros rasgos, esas indagaciones han comprobado que los victimarios estudiados no se distinguen esencialmente del resto de los varones, ni presentan alguna patología o perfil particular que los haga proclives al ejercicio del maltrato, aunque en todos se manifiestan características comunes a la hora de ejercer la violencia contra la mujer.
La mayoría creció y se formó en medios familiares violentos, en los cuales fueron agredidos o testigos de la violencia ejercidas sobre sus madres. Además, se educaron bajo patrones y pautas sexistas vigentes en la familia, la escuela y los grupos de amistades.
Según las investigaciones, la construcción de su identidad estuvo marcada por la aprehensión de significados culturales que exaltan la violencia como medio eficaz para dirimir los conflictos.
Romper esos modelos sigue siendo, para algunas personas y especialistas, una clave que podría abrir nuevos horizontes para prevenir la violencia, pero el cambio todavía parece estar en fase de tránsito.
"Es difícil, porque una es la idea que yo tengo y otra diferente la que impera en la casa y en la calle, sobre todo entre los propios varones", comenta a SEMlac Judith Almaguer, de 36 años, residente en la capital cubana.
Divorciada y madre de un varón de cuatro años de edad, Almaguer ha regresado, ahora con su pequeño, a vivir al hogar de sus padres. "Me la paso disgustada con mi papá, porque quiere educar a mi hijo a la vieja usanza", se queja.
Al final, ella termina siempre acusada por su padre y sus hermanos, que la culpan de que su hijo "va a terminar 'mariquita' (homosexual)".
Las acusaciones provienen de que Judith le enseña al niño a amar la naturaleza, a ser galante con las niñas y a expresar sus sentimientos. También a no jugar de manos con sus amigos. "Le explico que no le haga a los demás lo que a él tampoco le gusta; que aprenda a respetar para que lo respeten, sencillamente", relata a SEMlac.
"El abuelo y los tíos, en cambio, le dicen que tiene que ser fuerte y no dejarse mangonear por nadie; que aprenda a ser hombre desde chiquito, que los varones no lloran ni se andan con "tanta blandenguería" (flojera); que si alguien le pega, le dé también; que aprenda a defenderse desde chiquito, a hacerse 'hombrecito'…", añade.
La masculinidad hegemónica, entendida como la del hombre blanco, heterosexual, fuerte, infalible, experto sexual, rudo, valiente y siempre dispuesto a demostrar su competencia, ha sido identificada también como una condicionante de la violencia y un obstáculo en su prevención.
"Como se nos construye socialmente para rivalizar, los hombres se deben cuidar de no tener puntos débiles. Esta rivalidad, que se nos enseña desde que somos niños, forma parte de los estereotipos existentes sobre la masculinidad y es una cualidad indispensable que debe existir entre los "verdaderos machos", sostiene el historiador Julio César González Pagés, coordinador de la Red Iberoamericana de Masculinidades.
Partidario de que los hombres asuman un papel activo en la lucha por acabar con la violencia basada en el género, González Pagés insiste, en sus conferencias y artículos, en desmontar los mitos de la masculinidad que sostienen y condicionan comportamientos violentos.
"Los hombres rivalizamos en diferentes campos y de diferentes formas: en el estudio, en el trabajo, en el vecindario, en los deportes, debatiendo algún tema, con nuestros amigos, familiares y con los integrantes de cualquier grupo social al que pertenezcamos. Siempre estamos a la defensiva. Nunca descansamos", aseguran González Pagés y Carlos Ernesto Rodríguez Etcheverry en el artículo "Si le pegó fue por algo. Estereotipos de violencia masculina".
Entre las creencias citadas por los especialistas están aquellas de que la masculinidad es el repudio implacable de lo femenino, los hombres deben llevar las riendas en sus relaciones con las mujeres, que no lloran ni expresan sus emociones, y tienen que demostrar todo el tiempo, a todos y todas, que son hombres.
Entonces, por ese camino, "la agresión física o verbal se torna cualidad indispensable de hombría y poder masculino", sostienen.
Especialistas y expertos sostienen que todo acto de violencia implica una relación de dominio y subordinación, basada en un desequilibrio de poder. La que se ejerce contra las mujeres, también llamada violencia de género, "está ligada al poder masculino a escala social, en virtud del patriarcado como sistema de dominación", asegura Clotilde Proveyer, profesora de la Universidad de La Habana.
"La cultura patriarcal, como construcción social del patriarcado, continúa marcando de manera desigual e inequitativa las relaciones entre los géneros, lo que determina, en esencia, que perviva la dominación masculina a escala social", asegura Proveyer en su artículo "Nombrar lo innombrable: la violencia sutil en la relaciones de pareja".
Aunque no hay estadísticas precisas en el país sobre este problema, que tiende a ocultarse y es difícil de reconocer, algunas investigaciones apuntan a la existencia de todas las formas de violencia, con predominio de la psicológica y emocional, ejercida fundamentalmente contra las mujeres y las niñas.
No obstante, los actos más crudos y sus consecuencias pueden llegar a ser fatales. Un estudio que analizó todos los casos ingresados al Instituto de Medicina Legal entre 1990 y 1995, con muerte de etiología homicida del sexo femenino, comprobó que, del total de fallecidas en Ciudad de La Habana, la capital del país, 45 por ciento murió a manos de su pareja y 52 por ciento de esos homicidios ocurrió en el hogar de la víctima.
Datos sistematizados por el Grupo Nacional para la Prevención y Atención de la Violencia Familiar, que coordina la Federación de Mujeres Cubanas desde su creación, en 1997, indican una diferencia notable entre mujeres y hombres, en perjuicio de las primeras.
Ellas son la cuarta parte de las víctimas y sólo la novena parte de los agresores. Proporcionalmente, por cada hombre ultimado violentamente por su pareja, tres mujeres sufren la misma muerte.
Aunque todavía el de los maltratadores sigue siendo un tema pendiente, que requiere de atención, estudios y programas específicos, en los últimos años ha crecido el interés académico por acercarse y profundizar en sus conductas violentas.
Entre otros rasgos, esas indagaciones han comprobado que los victimarios estudiados no se distinguen esencialmente del resto de los varones, ni presentan alguna patología o perfil particular que los haga proclives al ejercicio del maltrato, aunque en todos se manifiestan características comunes a la hora de ejercer la violencia contra la mujer.
La mayoría creció y se formó en medios familiares violentos, en los cuales fueron agredidos o testigos de la violencia ejercidas sobre sus madres. Además, se educaron bajo patrones y pautas sexistas vigentes en la familia, la escuela y los grupos de amistades.
Según las investigaciones, la construcción de su identidad estuvo marcada por la aprehensión de significados culturales que exaltan la violencia como medio eficaz para dirimir los conflictos.
Romper esos modelos sigue siendo, para algunas personas y especialistas, una clave que podría abrir nuevos horizontes para prevenir la violencia, pero el cambio todavía parece estar en fase de tránsito.
"Es difícil, porque una es la idea que yo tengo y otra diferente la que impera en la casa y en la calle, sobre todo entre los propios varones", comenta a SEMlac Judith Almaguer, de 36 años, residente en la capital cubana.
Divorciada y madre de un varón de cuatro años de edad, Almaguer ha regresado, ahora con su pequeño, a vivir al hogar de sus padres. "Me la paso disgustada con mi papá, porque quiere educar a mi hijo a la vieja usanza", se queja.
Al final, ella termina siempre acusada por su padre y sus hermanos, que la culpan de que su hijo "va a terminar 'mariquita' (homosexual)".
Las acusaciones provienen de que Judith le enseña al niño a amar la naturaleza, a ser galante con las niñas y a expresar sus sentimientos. También a no jugar de manos con sus amigos. "Le explico que no le haga a los demás lo que a él tampoco le gusta; que aprenda a respetar para que lo respeten, sencillamente", relata a SEMlac.
"El abuelo y los tíos, en cambio, le dicen que tiene que ser fuerte y no dejarse mangonear por nadie; que aprenda a ser hombre desde chiquito, que los varones no lloran ni se andan con "tanta blandenguería" (flojera); que si alguien le pega, le dé también; que aprenda a defenderse desde chiquito, a hacerse 'hombrecito'…", añade.
La masculinidad hegemónica, entendida como la del hombre blanco, heterosexual, fuerte, infalible, experto sexual, rudo, valiente y siempre dispuesto a demostrar su competencia, ha sido identificada también como una condicionante de la violencia y un obstáculo en su prevención.
"Como se nos construye socialmente para rivalizar, los hombres se deben cuidar de no tener puntos débiles. Esta rivalidad, que se nos enseña desde que somos niños, forma parte de los estereotipos existentes sobre la masculinidad y es una cualidad indispensable que debe existir entre los "verdaderos machos", sostiene el historiador Julio César González Pagés, coordinador de la Red Iberoamericana de Masculinidades.
Partidario de que los hombres asuman un papel activo en la lucha por acabar con la violencia basada en el género, González Pagés insiste, en sus conferencias y artículos, en desmontar los mitos de la masculinidad que sostienen y condicionan comportamientos violentos.
"Los hombres rivalizamos en diferentes campos y de diferentes formas: en el estudio, en el trabajo, en el vecindario, en los deportes, debatiendo algún tema, con nuestros amigos, familiares y con los integrantes de cualquier grupo social al que pertenezcamos. Siempre estamos a la defensiva. Nunca descansamos", aseguran González Pagés y Carlos Ernesto Rodríguez Etcheverry en el artículo "Si le pegó fue por algo. Estereotipos de violencia masculina".
Entre las creencias citadas por los especialistas están aquellas de que la masculinidad es el repudio implacable de lo femenino, los hombres deben llevar las riendas en sus relaciones con las mujeres, que no lloran ni expresan sus emociones, y tienen que demostrar todo el tiempo, a todos y todas, que son hombres.
Entonces, por ese camino, "la agresión física o verbal se torna cualidad indispensable de hombría y poder masculino", sostienen.
Por Sara Más
Fuente: Semlac