noviembre 18, 2008

¿Mercaso rosa o megarco narco?

Esto tenía que pasar. Las lesbianas, gays, trans, intersex, bisexuales, trisexuales, incluso los que son “hetero de a ratos”, no podíamos permanecer mucho tiempo más sólo explotad@s por las corporaciones médica, psiquiátrica y/o religiosa.

No podía pasar mucho tiempo más sin que el Estado se avivara de la pertinencia de explotar esta mina de oro que es el closet, yacimiento que, lejos de agotarse, puede hacerse más extenso y prolífico con el tiempo si las políticas públicas se ocupan convenientemente de perpetuarlas con ciertas medidas del tenor de “nuestros derechos”.

“La lealtad gay hacia las marcas” fue la llave que transformó otra opresión endémica en actividad económicamente rentable. ¡Claro! La lealtad al closet es irreductible y altamente justificada por los propios inquilinos o usuarios con argumentos que a menudo se basan en distintos temores cuyas fundamentaciones últimas resultan cuasi nazis.

Esta llave fue redescubierta recientemente por los nuevos proxenetas de la disidencia sexual Gustavo Noguera y Pablo De Luca, que en una entrevista a C (revista dominguera de Crítica de la Argentina) dicen “el segmento GLTB es un nicho cada vez más atractivo para cualquier destino turístico internacional, y nuestra ciudad en particular no escapa a esa tendencia y planea estrategias para llegar a ese público”.

Estos dos fiolos pretenden, con la ayuda de los gobiernos nacional y local, dar una forma más coordinada y desarrollada a una transformación que ya lleva un tiempo en Buenos Aires: convertir la capital argentina en el closet más grande del mundo!

Cuando la violencia es comercializable.

Excepto la vivencia de la lesbo/homo/inter/trans fobia, no encuentro qué otra cosa podría unir a las lesbianas, gays, trans e intersex per se. Así visto, lo único que nos convertiría en nicho comercial sería la creación de diversos reductos más o menos seguros (especies de refugios de guerra devenidos bares, boliches, hoteles, cruceros, cines, festivales temáticos, etc. donde escondernos de las posibles agresiones).

Una industria montada sobre la opresión y la discriminación.

Increíblemente éste es un negocio que el Estado parece estar dispuesto no sólo a apoyar sino a “garantizar” con el argumento paradojal de “hagamos una Argentina más tolerante”. (Me recuerda a aquel histórico “los Argentinos somos derechos y humanos”).Dijo Lombardi (el ministro de cultura de la ciudad y según la revista el ministro más gayfrendly) mientras se imaginaba los 600 millones de dólares que prometen estos proxenetas para Buenos Aires, “estoy contento de ser parte de esto que, sin dudas, colabora al crecimiento de una ciudad más tolerante y pluralista y prometo seguir haciendo mi parte para que este crecimiento pueda sostenerse y el mundo pueda notarlo”.

Cadena de favores

El ministro porteño también habló de aquell@s a quienes planea exprimir hasta el último de los centavos y dijo “me da mucha felicidad el avance que la comunidad está teniendo en el país”. Según Nogues el apoyo que recibe “la comunidad” del Kirchenrismo y del macrismo se responde no sólo a lo redituable de este mercado sino que es una suerte de “premio al duro trabajo que la comunidad viene haciendo desde hace décadas.”¿A qué comunidad se refieren el ministro y otrxs políticos? Ni más ni menos, hablan de quienes desde lo político agitan el mercado.

Porque el Estado sólo es funcional al mercado y opera creando nuevos sujetos para el consumo. Así como la revolución femenina rápidamente quedó cristalizada en un nicho comercial específico: desde pastillas anticonceptivas hasta lavarropas que agilizan el trabajo de manutención doméstica y familiar, hoy el discurso de la tolerancia nos pasa el precio de sus servicios. Así, l@s nuev@s “ciudadan@s” se licuan en el mercado inmediatamente después de ser enunciad@s –reconocid@s– por el estado.

Mientras tanto, sus agitadores pululan en la organización de las glamorosas y comerciales marchas del orgullo en donde, como en la última edición este 1 de noviembre, se denuncia a Valeria Mazza por discriminadora al grito de “mal cogida” (desde arriba del escenario) develando quiénes tienen rango de “discriminados” y dejando claro que no tienen problema para exhibir, sin pudor alguno y con vociferante orgullo, hasta dónde pueden llegar su misoginia e ignorancia.

También son ell@s quienes impulsan las leyes de matrimonio y prometen respetar a dios, la monogamia y la propiedad privada si se les permite acceder a ese contrato burgués por excelencia, quienes piden que los gobiernos locales y nacionales promuevan programas especiales de atención psicológica para las lesbianas o gays, como si ser disidente sexual fuera algo patológico.

¿Y por qué hablan de est@s agitadores?

Porque ell@s son quienes intercambian favores con el estado. Quienes renuncian a un cambio radical (a veces por corrupción y a veces por falta de imaginación). Porque son quienes hacen el trabajo sucio del mercado: “Crear clientes”. Y desde ya que l@s clientes están definid@s.Yo lesbiana, trabajadora, activista y feliz, no entro en su economía mercantil de ninguna manera. Tampoco mis amigas trotskistas ni anarkistas, menos las punk y tampoco las lesbianas de las fábricas, ni las de las villas, ni ciertas feministas.

Tampoco las trans obligadas a la prostitución en los bosques de Palermo. Ni las travestis de la cooperativa Nadia Etchazu que cosen sus primeros textiles. Tampoco las lesbianas negras y ni siquiera los putos peronistas (y Kirchnneristas) de La Matanza.

Todxs nosotr@s no entramos en el mercado rosa, por ende no somos parte de “la comunidad que avanza” según el gobierno.Estamos fuera por desviad@s, fe@s, enferm@s, por poligámic@s, por pobres.Porque ser puto o torta todavía es pasable, pero ser además pobre, fe@, travesti, promiscu@ o piqueter@ es insoportable!

Y para terminar, dejo una pregunta librada a la creatividad o al espanto de quienes me están leyendo: ¿Hacia dónde avanza la comunidad de la mano de un estado con cara de Macri?


Por Vero
Publicado en Baruyera Entremeses

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in