Tejedoras de Paz
Recuperar la memoria para construir historia también es un campo de lucha
El libro Tejedoras de Paz, testimonios de mujeres en Guatemala elaborado por CONAVIGUA, Asociación Política de Mujeres Mayas Moloj, el ICCPG con el apoyo de organizaciones y de la cooperación oficial noruega, admite diversas lecturas, de las cuales destaco al menos tres: 1) lo que implican trabajos de esta naturaleza para la sociedad guatemalteca, las comunidades, y para las mujeres en partircular; 2) lo que el libro nos dice al leerlo, las emociones que convoca; 3) los retos y desafíos que plantea.
Con relación a la primera lectura, quiero indicar que para las sociedades pero en este caso especial para las mujeres, aportes como éste, que recogen y validan las experiencias, las memorias, las palabras, los sentires y quehaceres de las mujere tienen el sentido vital y político de superar el silencio y el olvido de las distintas memorias e historias que hasta ahora conforman las culturas patriarcales y las historias oficiales. Históricamente, se ha negado el aporte de las mujeres como sujetas pensantes y actuantes, y si mucho se las menciona como víctimas.
¿Existe una memoria y una historia específica de las mujeres? ¿por qué y cómo hacer memoria de las mujeres? ¿a quiénes incluye? ¿podemos construir historia con esa memoria?
Si nos atenemos a la definición primaria de qué es la memoria el diccionario nos dice que es la “facultad síquica por medio de la cual se retiene y se recuerda el pasado”, esa facultad se expresa tanto individual como colectivamente pero, como plantean las categorías del feminismo, esta condición de retener, traer al presente y hacer permanente el recuerdo está, indudablemente, determinada por relaciones de poder que dictan quién recuerda, qué recuerda y qué se registra de esos recuerdos. Y entonces tiene sentido la pregunta ¿se permite recordar a las mujeres? ¿se ha dado valor a los recuerdos de las mujeres?
Las evidencias nos muestran que no, que lo que se ha reconocido como la historia, la memoria no ha hecho más que perpetuar un orden en el que las realizaciones de los hombres como género y particularmente de un grupo étnico y de una clase social, adscripción religiosa o política, así como los espacios que ellos ocupan son los que definen lo trascendente, lo que marca los períodos históricos, los personajes importantes, en fin los que dan forma al pasado y referencia identitaria a las personas y los pueblos. La historia y la memoria se han elaborado en clave masculina.
Para las mujeres este orden ha reservado el espacio doméstico, invisibilizado y desvalorizado. La memoria dominante nos ignora y ni siquiera tenemos pasado, como escribió una vez la escritora y columnista Carolina Vásquez Araya no tenemos nombre propio, desconocemos nuestra historia y con ello nuestra identidad, que ha sido designada desde los lugares de poder.
Pero vivimos en un tiempo en el que la memoria está en el centro de las reivindicaciones, para recuperar identidad, para dar fuerza a los discursos, para reclamar espacios, para vislumbrar utopías. Develar el pasado con otros referentes, indagar con nuevas miradas, iluminar los espacios antes ocultos.
Interpretar esos hallazgos y dotarlos de significado para más y más mujeres ha sido el aporte de muchas teóricas, filósofas, políticas, artistas, mujeres anónimas quienes transgrediendo la norma patriarcal de callar y obedecer han preservado la memoria, han burlado la tutela y nos han legado gestos, rituales, símbolos, escritos, creaciones artísticas y sobre todo, la palabra. Una palabra que, al menos en el idioma español, está sesgada, niega y descalifica lo femenino pero que, ahora resignificada, es un instrumento poderoso para nombrar a las ancestras, reconocer a las mujeres de hoy y construir espacios de autoridad para los saberes y haceres de las mujeres.
Y en esa perspectiva se inscribe el libro Tejedoras de Paz, testimonios de mujeres en Guatemala que hoy compartimos, y que es el resultado de una decisión política de otorgar, autoridad a las mujeres desde las mujeres. Estas veintiocho mujeres que representan las vidas de miles más que en nuestro país han enfrentado represión, violencia, intolerancia, racismo, discriminación. Veintiocho mujeres que com dice Ana Perez Montejo, una de las memoriosas, siguen adelante sin olvidar lo sufrido.
Cuando nos acercamos al libro, de sus páginas emergen imágenes, muchas de ellas conocidas, contemporáneas, otras no, pero igualmente nos sentimos convocadas, identificadas, dolidas, pero también esperanzadas por sus historias, por su valentía al romper el silencio al que el patriarcado y la sociedad guatemalteca, tan autoritaria y represiva, ha condenado a las mujeres.
El recorrido por las historias de vida de mujeres que enfrentaron circunstancias extraordinarias, que lucharon y siguen luchando contra poderes aparentemente impenetrables, nos deja lecciones de fuerza, de poderes de afirmación y resiliencia, de una indomable y terca voluntad de vivir, de proteger y salvaguardar la vida, de sí mismas, de sus familias, de sus muertos y muertas.
Todas estas mujeres, junto a miles más, narran los horrores de la guerra que apenas ayer desangraba nuestro país, y que hoy continúa como una herida que aún no sana. Esto es evidente al leer los distintos apartados que componen el libro:
Mujeres contra la militarización; Mujeres sobrevivientes de torturas y violencia sexual; Luchadoras por la vida y contra la desaparición forzada; Mujeres en la resistencia interna y el refugio; Mujeres revolucionarias y combatientes; Mujeres abriendo espacios; Mujeres en movimiento social; Mujeres y proceso de Paz; Mujeres en la lucha por la memoria y la justicia; Mujeres por la identidad cultural y derechos indígenas
Estas veintiocho historias de vida son apenas una rendija para asomarnos a los impactos que provocó el conflicto armado interno en Guatemala, impactos que fueron vividos de formas diferentes en el campo y la ciudad, si se trata de mujeres indígenas, mestizas, ladinas o garífunas. Mucha de esta memoria aún sigue invisibilizada porque las mujeres, y los oprimidos, aún no contamos con suficientes espacios autorizados para investigar, enseñar o aprender acerca de nuestras ancestras o de nuestras contemporàneas. Lo del olvido se eleva a categoría de política institucional.
El libro Tejedoras de paz es un aporte vital para restituir la dignidad a las mujeres, romper con la visión de víctimas, subordinadas y oprimidas que transmite sin ningún pudor la historia patriarcal. Dejar de ser víctimas para constituirse en actoras sociales, como reivindica desde hace algun tiempo un grupo de mujeres que está indagando en clave femenina las causas y los efectos del conflicto armado interno en Guatemala[1].
Entre los silencios y los olvidos, entre la memoria y la historia, las mujeres hoy estamos recordando lo vivido, la violencia en los cuerpos femeninos, la descalificación de los saberes, la condena al silencio, el recuento de los agravios. Este momento es necesario para reclamar el “lugar que se nos ha arrebatado”, pero al mismo tiempo también para traer al presente las resistencias y los gestos transgresores de nuestras ancestras y nuestras contemporáneas porque estamos honrando sus memorias, creando nuestras historias y re-creando la cultura.
Por Ana Silvia Monzón
Feminista, socióloga y comunicadora. Comentario para la presentación del libro Tejedoras de Paz, 28 de octubre, 2008. Ciudad de Guatemala.
La Ciudad de las Diosas
[1] El Consorcio Actoras de Cambio que lleva a cabo investigaciones sobre la violencia sexual durante el conflicto armado interno.