El imaginario social, un paso para desmasculinizar o desfeminizar las realidades: Guitté Hartog
“La necesidad de cambiar los imaginarios sociales parece un paso obvio para desmasculinizar o desfeminizar ciertas realidades. A nivel teórico, más que constructivistas parece que enfocamos gran parte de nuestros trabajos en la demolición conceptual, buscando evidencias que nos permitan cuestionar el carácter natural de las inequidades de género. En este sentido, sacudir viejos mitos, acabar con el gran templo del patriarcado, parece una misión de la más noble, pero ¿para construir qué? Es allí, precisamente, donde entra en juego el verdadero reto, el de innovar, el de construir nuevas realidades”. Así habla Guitté Hartog, maestra en Psicología Social e impulsora de la revista internacional de estudios sobre masculinidades, La manzana, que en su volumen tres, número seis, que circula por la red (www. estudiosmasculinidades. buap.mx), versa de los imaginarios sociales. Desde esta perspectiva, charló con La Jornada de Oriente, “nos preocupó la cuestión de los imaginarios; pero, como bien nos dimos cuenta, resulta que nadie en realidad es especialista en ello. A esta conclusión llegamos cuando buscábamos a alguien para dirigir este número. Es difícil encontrar algo más nebuloso que este concepto, ya que se refiere a algo esencialmente subjetivo, intangible, que no está bien definido y sobre el cual parece que casi nadie se convierte en referente obligatorio”.
Tanto los elementos básicos más anticuados de la alienación de género, como los sueños más emancipatorios, parecen caber en esta misma reserva de significados llamada “imaginario social”. Para este número, agregó, hemos seleccionados textos sobre imaginario social que expresan estas tensiones entre dorar el blasón de la virilidad de la hombría hegemónica, denunciar el cautiverio de una cultura patriarcal esclavizante y elaborar una incubadora de nuevas aspiraciones hacia un mundo más justo. Desde la constatación de esta realidad poco deseable se propone un proyecto alternativo. Más que espectadores pasivos de las luchas de las mujeres para construir un mundo más equitativo y sin violencia, los hombres se vuelven aliados indispensables, llamados a reinventarse para descubrir nuevos senderos donde la ternura y el compromiso hagan de ellos seres más completos, más sanos, más cómplices con las mujeres, mejores ciudadanos y personas más felices. En tanto, el artículo de Enrique Javier Díez Gutiérrez y de Hermógenes Domingo Tascón presenta una investigación sobre el activismo de los hombres pro–feministas que trabajan por la equidad de género en España. Las actitudes, las prácticas y los valores de estos hombres, en la vida cotidiana, apuntan a la creación de nuevos modelos de masculinidades y de convivencias. En contraste, el escrito de Diane Lamoureux sobre los “masculinistas” en Quebec, Canadá, muestra un movimiento creado para volver a otorgar valor al ego tradicional del “hombre”, manchado por tantos años de feminismo. Castrando, según este movimiento, el auge del feminismo ha dejado a los hombres actuales en un gran estado de vulnerabilidad, argumentando que ellos también sufren, en lugar de crearse espacios de apoyos mutuos, de pensar en modelos alternativos, prefieren reivindicar la superioridad de su sexo. La sexualidad y el cuerpo, como experiencias vividas, se expresan en un registro completamente opuesto en el artículo de Bethsabé Huamán. En efecto, lejos de alimentar la “guerra de los sexos”, las diferentes subjetividades sobre el hecho de ser mujer fecunda, hombre hetero u homosexual, sirven como maneras de manifestar diferentes formas de erotismos que se expresan a través de la poesía. El imaginario parece conectado a las diferentes experiencias de vivir el deseo y la poesía aparece como una manera de nombrar lo íntimo. Finalmente, el artículo de la historiadora Gloria Tirado Villegas nos recuerda cómo en los años 60 del siglo pasado aparecieron nuevos modelos de masculinidades que rompían con los años cincuenta. “Hacer el amor y no la guerra” contrastaba de manera total con el lema del revolucionario Zapata: “Prefiero morir de pie que vivir arrodillado”. Resultaba que la juventud con hambre de libertad quería cambiar el mundo acostada, sin ninguna gana de morir por una bandera. Revolcándose en el amor libre, al ritmo del rock & roll, e inspirados a menudo por sustancias ilegales, iban sacudiendo el oscurantismo de los modelos tradicionales de hombría, lo que favoreció un clima más propicio al feminismo y la aparición de nuevos modelos de relaciones de pareja. “Olas de cambios y resacas conviven en un mismo horizonte. Este dinamismo entre los impulsos hacia las costumbres machistas bien arraigadas ilustra parte del paisaje de nuestra vida cotidiana, donde tenemos que reinventar nuevas formas de ser hombres y mujeres más acordes con nuestras aspiraciones de libertad, justicia y felicidad”. Por Yadira Lllaven Fuente: La Jornada |