febrero 16, 2009

Y es que nada parece cambiar para ellos con los años

Parece que no han pasado los años. Parece que ellos, los de faldas largas y negras, junto que los de los turbantes y los de los sombreros y patillas largas y en forma de tirabuzones, la tienen tomada con nosotras, las mujeres. Y concretamente con nuestra libertad y con el derecho a la posesión de nuestro propio cuerpo y nuestro propio derecho al placer.

Los unos y los otros y, en definitiva todos ellos hombres, necesitan argumentar con leyes, teóricamente divinas, que el cuerpo de las mujeres es de cada uno de sus dioses para albergar sólo la vida y nada más que eso.

Nada que nos permita reconocer nuestro propio cuerpo como un vehículo para ser felices, para encontrar placer. No, eso nos está vetado a las mujeres. Sólo servimos para la maternidad y eso, teóricamente nos santifica, pero al mismo tiempo nos niega otros derechos.

Se ha estado estudiando por parte de todos los grupos políticos con representación parlamentaria, la necesidad de regular una nueva legislación sobre la interrupción voluntaria del embarazo. Algo que nos haría un poco más libres a las mujeres. Pero ellos, los que no desean que las mujeres seamos libres de verdad, los que desean poseer nuestras vaginas a golpe de sermones, siempre se oponen.

Se oponen a nuestro placer, a nuestro legítimo deseo de ser las únicas dueñas de nuestro propio cuerpo y así, poder decidir sobre nuestra propia capacidad reproductiva.

Para ello utilizan, de nuevo, subterfugios con los que quieren confundirnos, con los que pretenden hacernos creer que la culpa de la falta de natalidad es nuestra, de las mujeres. Que los males derivados de la lujuria son únicamente de las mujeres y por eso nos han obligado a llevar velos, pelucas o pañuelos para cubrirnos la cabeza o, mejor dicho los cabellos que, al parecer son los culpables de despertar el deseo incontrolable en los hombres.

Nada han explicado o adoctrinado para que los valores masculinos por antonomasia cambien. Nada han dicho sobre las continuas violaciones que de nuestros derechos como personas han hecho a lo largo de miles de años. Ni una sola palabra de aliento para nosotras. Únicamente recordarnos el modelo virginal de María y hacernos creer que somos las culpables de todos los males que nos aquejan a la humanidad.

Si de vez en cuando se callaran, si dejaran de homenajear los cánones más rancios y menos tolerantes, igual yo misma me planteaba ser menos beligerante con ellos, con todos ellos.

Pero nada de ello hacen, bien al contrario siguen predicando la diferencia, la desigualdad, la inequidad y, por tanto la opresión de las mujeres por parte de todas las jerarquías religiosas habidas, además sin posibilidad de redención o, lo que es lo mismo, sin posibilidad de liberación.

Y nosotras queremos ser libres, queremos ser las únicas dueñas de nuestras decisiones, queremos poder decidir sobre nuestros cuerpos, sobre nuestro propio placer, queremos decidir cuándo y cómo ser madres y que no sea algo impuesto.

El modelo social en el que vivimos va cambiando, pero ellos siguen con atención esa evolución y, por tanto siempre están atentos y dispuestos a seguir adoctrinando en la mayor red de sucursales habida en toda la historia: las iglesias.

Así siguen pretendiendo tener el control, pero creo que, en la medida que las mujeres tomemos consciencia de nuestro propia potencia para dar o no vida, para decir NO en determinados momentos, algo conseguiremos ir cambiando. Esa es, al menos, mi pequeña esperanza de cambio.


Teresa Mollá Castells
tmolla@teremolla.net
La Ciudad de las Diosas

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in