Proxenetas rurales prostituyen mujeres con discursos sobre amor
“Una psicología ligada al amor es el método que utilizan los proxenetas rurales para reclutar a las mujeres con el fin de adentrarlas al comercio sexual”, afirma Oscar Montiel, investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS).
Dentro del marco de la Primera Reunión Regional de Buenas Prácticas para Combatir la Demanda y la Legalización de la Prostitución Siglo XXI, convocada por la Coalición contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe (CATWLAC, por su siglas en inglés) Montiel expresa que esta psicología es una variante de la esclavitud y de la forma clásica de prostitución.
En ésta, el proxeneta se torna en una especie de “padre” que muestra a las mujeres víctimas de trata de personas el único “amor” masculino existente en ese cosmos, a través de palabras excesivas (“choro” o “rollo”) y actos de buena voluntad.
Los proxenetas, dice, son los únicos hombres que después de una larga jornada de trabajo sexual, en la cual las mujeres prostituidas llegan a tener hasta veinte clientes, llena de abusos y maltratos, les brindan a las víctimas atención y cariño; haciéndolas sentir como niñas indefensas recompensadas.
Sobre cómo son integradas en la prostitución, el especialista señala que las mujeres son interceptadas en cualquier plaza pública ubicada en las comunidades rurales y después seducidas por los proxenetas para que accedan a sostener relaciones sexuales con ellos.
Tras realizar dicho acto, la mayoría de las mujeres son presa de la culpa y aceptan la promesa de matrimonio próximo, que los proxenetas usan para conducirlas a sus supuestos hogares.
En estas casas, (que en realidad son sólo cuartos) explica el investigador, hay una mujer que suele ser una prostituta, seguramente reclutada de la misma manera, quien se hace pasar por la hermana, madre o tía del proxeneta y finge apoyar la unión que su pariente falso anuncia.
Posteriormente, el proxeneta comienza el proceso de chantaje emocional hacia la víctima, convenciéndola de que se encuentran en una situación económica crítica.
Oscar Montiel, menciona algunos testimonios de proxenetas, como el de un autonombrado Pedro Navajas:
“Tú le dices a la chava, cuando regreses de la calle, que no hay chamba, que a los dos se los va a llevar el carajo. Siempre haciéndote la víctima.
Luego, regresas al siguiente día y le dices que todo sigue igual, pero que te encontraste a un amigo, que a él le está yendo muy bien, que está ganando mucho dinero porque su mujer le entró de prostituta. Después, sigues choreando a la chava, diciéndole que todo está peor y ella termina diciéndote que le entren al negocio. Te resistes un poco, pero al final, accedes”.
Así, las mujeres que son prostituidas, no conciben dicha labor como un abuso y una explotación por parte de su pareja, sino como un trabajo como cualquier otro que las remunera y les permite estar cerca de la persona amada.
EL PODER
El investigador subrayó en entrevista con Cimacnoticias que la seducción del poder dentro de su comunidad es la que guía al hombre rural a convertirse en un proxeneta.
“Al observar a familiares o personas cercanas económicamente más estables y exitosas, el hombre rural, primero por la necesidad, y luego por el poder mismo, decide convertirse en proxeneta”.
Además, éstos sortean satisfactoriamente una doble vida. Es decir, mantienen y cuidan a una familia dentro de su comunidad, alejada del trabajo que realizan en la ciudad. Incluso, comenta Montiel, cuidan que sus hijas no se vuelvan unas “locas”.
Son enseñados por los proxenetas antiguos, apunta, a matar los sentimientos con las mujeres que reclutan, con el fin de que sus emociones no se vean vulneradas y en un punto consigan tener la “sangre fría”.
El investigador opina que la distancia guardada por los proxenetas entre las labores de las víctimas y ellos es fundamental para cumplir con el objetivo; pues al no mirar, escuchar y sentir de cerca los abusos que se ejercen en contra de las mujeres reclutadas, les permite deshumanizarlas y quitarles su seguridad sin golpes, sino a través de un pseudo-amor.
Por último, indica que un proxeneta rural no necesariamente es un hombre sin instrucción escolar, los hay desde educación básica y aun universitaria, ya que durante su investigación tuvo contacto con algunos poseedores de maestría y/o doctorado.
En ésta, el proxeneta se torna en una especie de “padre” que muestra a las mujeres víctimas de trata de personas el único “amor” masculino existente en ese cosmos, a través de palabras excesivas (“choro” o “rollo”) y actos de buena voluntad.
Los proxenetas, dice, son los únicos hombres que después de una larga jornada de trabajo sexual, en la cual las mujeres prostituidas llegan a tener hasta veinte clientes, llena de abusos y maltratos, les brindan a las víctimas atención y cariño; haciéndolas sentir como niñas indefensas recompensadas.
Sobre cómo son integradas en la prostitución, el especialista señala que las mujeres son interceptadas en cualquier plaza pública ubicada en las comunidades rurales y después seducidas por los proxenetas para que accedan a sostener relaciones sexuales con ellos.
Tras realizar dicho acto, la mayoría de las mujeres son presa de la culpa y aceptan la promesa de matrimonio próximo, que los proxenetas usan para conducirlas a sus supuestos hogares.
En estas casas, (que en realidad son sólo cuartos) explica el investigador, hay una mujer que suele ser una prostituta, seguramente reclutada de la misma manera, quien se hace pasar por la hermana, madre o tía del proxeneta y finge apoyar la unión que su pariente falso anuncia.
Posteriormente, el proxeneta comienza el proceso de chantaje emocional hacia la víctima, convenciéndola de que se encuentran en una situación económica crítica.
Oscar Montiel, menciona algunos testimonios de proxenetas, como el de un autonombrado Pedro Navajas:
“Tú le dices a la chava, cuando regreses de la calle, que no hay chamba, que a los dos se los va a llevar el carajo. Siempre haciéndote la víctima.
Luego, regresas al siguiente día y le dices que todo sigue igual, pero que te encontraste a un amigo, que a él le está yendo muy bien, que está ganando mucho dinero porque su mujer le entró de prostituta. Después, sigues choreando a la chava, diciéndole que todo está peor y ella termina diciéndote que le entren al negocio. Te resistes un poco, pero al final, accedes”.
Así, las mujeres que son prostituidas, no conciben dicha labor como un abuso y una explotación por parte de su pareja, sino como un trabajo como cualquier otro que las remunera y les permite estar cerca de la persona amada.
EL PODER
El investigador subrayó en entrevista con Cimacnoticias que la seducción del poder dentro de su comunidad es la que guía al hombre rural a convertirse en un proxeneta.
“Al observar a familiares o personas cercanas económicamente más estables y exitosas, el hombre rural, primero por la necesidad, y luego por el poder mismo, decide convertirse en proxeneta”.
Además, éstos sortean satisfactoriamente una doble vida. Es decir, mantienen y cuidan a una familia dentro de su comunidad, alejada del trabajo que realizan en la ciudad. Incluso, comenta Montiel, cuidan que sus hijas no se vuelvan unas “locas”.
Son enseñados por los proxenetas antiguos, apunta, a matar los sentimientos con las mujeres que reclutan, con el fin de que sus emociones no se vean vulneradas y en un punto consigan tener la “sangre fría”.
El investigador opina que la distancia guardada por los proxenetas entre las labores de las víctimas y ellos es fundamental para cumplir con el objetivo; pues al no mirar, escuchar y sentir de cerca los abusos que se ejercen en contra de las mujeres reclutadas, les permite deshumanizarlas y quitarles su seguridad sin golpes, sino a través de un pseudo-amor.
Por último, indica que un proxeneta rural no necesariamente es un hombre sin instrucción escolar, los hay desde educación básica y aun universitaria, ya que durante su investigación tuvo contacto con algunos poseedores de maestría y/o doctorado.
Fuente: Cimac Noticias