La gripe A tiene muchos más efectos que la cantidad de enfermos y muertos. Mujeres que hacen malabares para estar con sus hijos e hijas encerrados en la casa, sin clases, ni paseos. Trabajadoras que no pueden abandonar su rol ni dejar a niños y niñas en la escuela.
Embarazadas asustadas y vulnerables. El 25 por ciento de la población sin agua de red y muy lejos de la recomendación de lavarse las manos a menudo (ni hablar de embeberse en gel de alcohol). Cartonera/os, presas/os y chicos/as que comen en comedores escolares o sociales y están más expuestos a la enfermedad, aun cuando no se los nombre. Efectos colaterales de una pandemia que encontró el pasto seco necesario para arder.
Los medios asustan con cifras de muertos y títulos catástrofe. La gripe A H1N1 no es ni un invento, ni una pompa de estornudos que en realidad no existe, ni una razón para encerrarse y potenciar el individualismo.
Sin embargo, el efecto mediático de la transmisión de la enfermedad juega un rol en qué elige mostrar y qué ignorar de la influenza y su influencias sociales. “El periodismo fue siempre el vocero de su época y hoy se postula como el guardián de la salud común, pero no puede hacer mucho más que enumerar los decesos.
Como si la peste, al leer la placa roja, advirtiera su crueldad y cesara en sus intentos.
El problema es que las amenazas contemporáneas no se atemperan porque se enumeren, sino al revés, se potencian. Cuanta más atención despiertan, más se envalentonan. Como cualquier terrorista, se fortalecen cuanta más gente las teme. Y ahí tendríamos que reflexionar si para enfrentar esta gripe necesitamos tantos mensajes. O solamente los imprescindibles”, sugiere Adriana Amado, docente e investigadora de la Universidad Nacional de La Matanza.
El periodista y DJ Leonardo Tarifeño había advertido en su blog (www.guyazi.blogspot.com), el 6 de mayo pasado, cuando un taxista porteño bajó a un mexicano ninguneándolo como chivo expiatorio de una gripe que ahora nos tiene como protagonistas: “Acerca de la discriminación a mexicanos en Buenos Aires (que me toca de cerca porque viví 8 años en el DF y mi mujer es mexicana) me gustaría que mis compatriotas se dieran cuenta de que la Argentina no es ninguna excepción: aquí hay un racismo galopante y el individualismo extremo se ha convertido en la forma más eficaz y brutal de negación del Otro”.
Ahora el Otro somos todos los otros y otras que vivimos con miedo y los y las que de los que no se habla: los que no tienen comida si no hay escuela, no tienen compu para hacer los cíber-deberes y no tienen agua y jabón para lavarse las manos como dicen las recomendaciones sanitarias.
Por Luciana Peker
Fuente: Página/12