Y nos siguen matando…
Acabo de leerlo. Ya son dos mujeres más las que han sido asesinadas a manos de su pareja en menos de veinticuatro horas. En ambos casos los asesinos se han suicidado después. Y, de nuevo, me viene a la mente la pancarta que hace unos años portaban las organizaciones feministas en la manifestación del 25 de Noviembre y que decía:”Suicídate antes de matarla”.
Y ya llevamos, en lo que va de año, 61 vidas rotas, sesgadas sólo por el hecho de ser mujeres. Y no es justo.
Nos autodenominamos sociedad moderna, del primer mundo, del bienestar…pero por lo visto todo ese tipo de calificativos sólo sirven para la mitad de la población, para los hombres, por que las mujeres seguimos llevándonos la peor parte, con los malos tratos e incluso la muerte en demasiados casos.
Y es que somos pocas las que no hemos sentido el zarpazo de esta lacra en alguna ocasión en nuestras vidas. Su cara en muy variada y no necesariamente ha de dejar huellas en el cuerpo, pero siempre las deja en el alma.
La máscara que utiliza en demasiados casos es la más sutil, la más amable, la difícil de detectar, pero que se manifiesta en cada situación de desigualdad que persiste en nuestra sociedad.
La semana pasada leía en un periódico regional una noticia que hablaba que el 84% de las mujeres presas han sufrido malos tratos físicos o sexuales. Son datos escalofriantes, pero al mismo tiempo, oficiales, puesto que los dio la subdirectora general adjunta de Tratamiento y Gestión de la secretaria general de Instituciones Penitenciarias de Ministerio de Interior.
Aunque afortunadamente tenemos legislación en esta materia y es todavía reciente, tendremos que reivindicar otras medidas que, aunque tengan una efectividad a más largo plazo, pongan la base de una nueva estructura social. Estoy hablando de los elementos que nos socializan como personas y que nos transmiten valores.
Y estos elementos tienen un claro componente androcéntrico que sigue predicando, de forma sutil pero continuada, toda una batería de mensajes en donde se sigue dando supremacía a los hombres sobre las mujeres. Y que a las mujeres nos siguen “cosificando” y utilizando como moneda de cambio en demasiados casos.
Por supuesto estoy hablando de la familia, la escuela, los medios de comunicación y por supuesto las religiones. Estos elementos por las que todas y todos en algún momento de nuestras vidas, nos están bombardeando continuamente con mensajes sobre la supremacía de los hombres en un mundo creado para sus necesidades y con sus propios privilegios heredados a lo largo de la historia de la humanidad.
Mientras no seamos conscientes que somos, todas las personas, transmisoras de valores cargados de desigualdad, no podremos actuar primero como personas y después como sociedad que pretende ser igualitaria.
Mientras las grandes religiones monoteístas no modifiquen su discurso (y lo veo prácticamente imposible) y tengan un discurso con mayor equidad en el trato que dan a sus personajes más relevantes, no avanzaremos hacia una verdadera democracia en donde realmente todas las personas seamos iguales.
Y en la escuela hay que trabajar tanto con el alumnado como con el personal docente para que sean conscientes que no solo enseñan lo que aparece en el currículo, sino que también trasladan toda una serie de valores que siguen sin tener nada de igualitarios y, por tanto se reproducen y se reproducirán en un futuro los mismos esquemas que ahora denunciamos cada vez que se produce algún asesinato de alguna mujer.
Y qué decir de los medios de comunicación que hacen pervivir los estereotipos, los modos, las modas y que además los potencia porque son lucrativos. Y son lucrativos porque la igualdad real entre mujeres y hombres no interesa, porque no es rentable dejar de vender suplementos femeninos que reproducen patrones claramente distinguibles a años luz, por ejemplo.
A veces me pregunto en qué medida el silencio personal cada vez que hay una mujer asesinada, nos hace cómplices de su muerte.
Pero la muerte, como decía antes, es el último escalón que recorre al víctima, puesto que hasta llegar a ese terrible momento seguramente habré tenido una vida llena de calamidades que la habrá hecho sentir infeliz durante mucho tiempo.
Y es que parece que sólo los asesinatos nos despierten las consciencias y perdemos de vista que los millones de rostros que utiliza el patriarcado para maltratarnos, en demasiadas ocasiones viene disfrazado de una sonrisa cordial y afable.
Necesitamos cuestionar el actual sistema social, para poder, después desmontar todas las partes que nos hacen daño, que nos matan, que nos tratan como inferiores.
Y por supuesto, tenemos que seguir siendo la voz de todas aquellas a quienes se la han arrebatado. La voz de las asesinadas por unos terroristas que, además decían amarlas.
Y ya llevamos, en lo que va de año, 61 vidas rotas, sesgadas sólo por el hecho de ser mujeres. Y no es justo.
Nos autodenominamos sociedad moderna, del primer mundo, del bienestar…pero por lo visto todo ese tipo de calificativos sólo sirven para la mitad de la población, para los hombres, por que las mujeres seguimos llevándonos la peor parte, con los malos tratos e incluso la muerte en demasiados casos.
Y es que somos pocas las que no hemos sentido el zarpazo de esta lacra en alguna ocasión en nuestras vidas. Su cara en muy variada y no necesariamente ha de dejar huellas en el cuerpo, pero siempre las deja en el alma.
La máscara que utiliza en demasiados casos es la más sutil, la más amable, la difícil de detectar, pero que se manifiesta en cada situación de desigualdad que persiste en nuestra sociedad.
La semana pasada leía en un periódico regional una noticia que hablaba que el 84% de las mujeres presas han sufrido malos tratos físicos o sexuales. Son datos escalofriantes, pero al mismo tiempo, oficiales, puesto que los dio la subdirectora general adjunta de Tratamiento y Gestión de la secretaria general de Instituciones Penitenciarias de Ministerio de Interior.
Aunque afortunadamente tenemos legislación en esta materia y es todavía reciente, tendremos que reivindicar otras medidas que, aunque tengan una efectividad a más largo plazo, pongan la base de una nueva estructura social. Estoy hablando de los elementos que nos socializan como personas y que nos transmiten valores.
Y estos elementos tienen un claro componente androcéntrico que sigue predicando, de forma sutil pero continuada, toda una batería de mensajes en donde se sigue dando supremacía a los hombres sobre las mujeres. Y que a las mujeres nos siguen “cosificando” y utilizando como moneda de cambio en demasiados casos.
Por supuesto estoy hablando de la familia, la escuela, los medios de comunicación y por supuesto las religiones. Estos elementos por las que todas y todos en algún momento de nuestras vidas, nos están bombardeando continuamente con mensajes sobre la supremacía de los hombres en un mundo creado para sus necesidades y con sus propios privilegios heredados a lo largo de la historia de la humanidad.
Mientras no seamos conscientes que somos, todas las personas, transmisoras de valores cargados de desigualdad, no podremos actuar primero como personas y después como sociedad que pretende ser igualitaria.
Mientras las grandes religiones monoteístas no modifiquen su discurso (y lo veo prácticamente imposible) y tengan un discurso con mayor equidad en el trato que dan a sus personajes más relevantes, no avanzaremos hacia una verdadera democracia en donde realmente todas las personas seamos iguales.
Y en la escuela hay que trabajar tanto con el alumnado como con el personal docente para que sean conscientes que no solo enseñan lo que aparece en el currículo, sino que también trasladan toda una serie de valores que siguen sin tener nada de igualitarios y, por tanto se reproducen y se reproducirán en un futuro los mismos esquemas que ahora denunciamos cada vez que se produce algún asesinato de alguna mujer.
Y qué decir de los medios de comunicación que hacen pervivir los estereotipos, los modos, las modas y que además los potencia porque son lucrativos. Y son lucrativos porque la igualdad real entre mujeres y hombres no interesa, porque no es rentable dejar de vender suplementos femeninos que reproducen patrones claramente distinguibles a años luz, por ejemplo.
A veces me pregunto en qué medida el silencio personal cada vez que hay una mujer asesinada, nos hace cómplices de su muerte.
Pero la muerte, como decía antes, es el último escalón que recorre al víctima, puesto que hasta llegar a ese terrible momento seguramente habré tenido una vida llena de calamidades que la habrá hecho sentir infeliz durante mucho tiempo.
Y es que parece que sólo los asesinatos nos despierten las consciencias y perdemos de vista que los millones de rostros que utiliza el patriarcado para maltratarnos, en demasiadas ocasiones viene disfrazado de una sonrisa cordial y afable.
Necesitamos cuestionar el actual sistema social, para poder, después desmontar todas las partes que nos hacen daño, que nos matan, que nos tratan como inferiores.
Y por supuesto, tenemos que seguir siendo la voz de todas aquellas a quienes se la han arrebatado. La voz de las asesinadas por unos terroristas que, además decían amarlas.