Enamoradas de las mareas
UN POQUITO DE HISTORIA
Hasta hace no mucho, los deportes eran patrimonio de los hombres. Históricamente actividades como andar a caballo o tirar la jabalina les permitían mantener su estado físico en tiempos de paz y, así, conservarlo para las épocas de guerra. “Con el paso del tiempo, ese estado de situación fue cambiando y especialmente en los últimos 50 años, la mujer se fue incorporando. Hoy, experiencias como el tour mundial de rugby o el boxeo olímpico de mujeres en Londres muestran el avance.”, relata Aguerre.
En lo que refiere al surf, el problema hasta la década del 60 fue que las tablas eran muy pesadas y no había pitas (las correítas que atan la tabla al pie). Una vez superado este obstáculo, chau chau excusas. “La fuerza no es un requisito per se a la hora de surfear. Sólo el estilo diferencia”, agrega el presidente de ISA, que viajó especialmente desde California para estar presente en el evento. Sobre la distinción, es Gil la que ofrece un poco de luz: “El hombre es más radical, tiene más fuerza. La mujer, en cambio, es más sutil, usa más la postura. Es como si danzara sobre la tabla”.
Como no hay historia sin hitos, Aguerre destaca un antes y un después: Lisa Andersen, una norteamericana nacida en Florida que, a los 16 años, le dijo a su madre: “Voy a ser campeona mundial”. Se fue a vivir a California y, tal como predijo, en la década del 90, fue campeona mundial no una sino... ¡cuatro veces! “Me acuerdo de una revista donde fue tapa, que titulaba: ‘Lisa surfea mejor que vos’; muy comentada porque hablaba de igualdad a partir de una chica linda, rubia, alta, simpática que ya era un ícono”, recuerda el creador de la marca Reef.
Andersen despertó el interés de muchas mujeres que comenzaron a acercarse a las olas. Claro, había que vestirlas para la ocasión. “Todavía no había división de ropa femenina. Los dueños de las firmas eran reticentes, creían que arruinaría el deporte”, recuenta Aguerre. Pero la demanda estaba echada; y, como no podía ser de otra manera, la oferta le siguió los pasos.
¿Y el mito de la rebeldía? ¡Cierto! “Al objetivo socialmente deseable de los ‘60 de familia con casa, auto y electrodomésticos, el surfista responde con pelo largo, sin corbata, sin ir a trabajar. Son una plaga para el statu quo; nómadas en búsqueda de olas, estudiosos del mar, de la meteorología, del tiempo, la corriente, la marea”, justifica el hombre que, durante la década del 70, el plena prohibición militar del deporte, armó una asociación ilegal, organizó campeonatos y comenzó un programa de radio de surf y –ahora– busca insertar el surf en los Juegos Olímpicos. “Es un deporte libre. No somos socios de ningún club. Somos indios que no usamos camisetas, no pagamos permisos. Gente liberal sin autorización, sin permisos”, define, sin más, el ex Reef.
LA MANO QUE MECE LA OLA
Hija de uno de los referentes máximos del surf argentino (Daniel Gil es su padre) y dos veces campeona argentina, Lucila es una de las más involucradas en el proyecto. Fundadora del Club Surf y Arte, cuenta que –de pequeña– su papá hacía un gran esfuerzo por entusiasmarlas con el deporte: “Nos llevaba a distintas playas y con un megáfono rojo nos gritaba: ‘Esa ola es tuya. Esa. Esa’. ¡No sabíamos adónde meternos! Hizo mucho por el surf femenino, al haber dejado un legado de hijas surfistas”. Es que la familia cuenta con ¡nueve hermanos! Siete chicas, dos chicos.
¡TODOS AL AGUA!
Viviendo un tiempo en Hawai a fines de los ‘90, vio un campeonato de surf de chicas y ¡zas! Se encendió la lamparita. “En el ‘98 volví y, junto a mi hermana Moira, armamos un club femenino de surf e hicimos un primer campeonato a pulmón. Yo tenía una motito, que usábamos para convocar desde el boca en boca. Y se llenó de chicas”, recuerda.
Después vino la primera hija, que la alejó del surfeo momentáneamente. “Tuve que aprender a manejar la ansiedad de no correr las olas”, asegura. Cuando llegaron sus otros dos hijos, ya sabía cómo hacerlo. Igual, con una rotura de clavícula que le impidió seguir compitiendo.
Estos y otros vaivenes le impidieron continuar con la organización anual de los campeonatos. Pero la idea seguía latiendo... Entonces, dos años atrás, en 2007, llegó el nuevo aviso y retomó la intención con “Roxy Surf y Arte”. “En la primera edición se anotaron 40 chicas; hoy son 90, que vienen de todas partes de la costa. Definitivamente ha habido un gran crecimiento”, recuenta.
ALOHA
Con la historia a cuestas y haciendo base en Honu Beach, Faro Norte, Mar del Plata, el mundillo femenino del surf argentino se hizo eco de la convocatoria “Roxy Surf & Arte” y, entre trajes de neoprene y gorritas flúor, reprodujo la cultura “arena y sol” con un arranque de lo más particular.
Alrededor de las 9.30 am, la profesora de yoga del Club Surf y Arte –agrupación a cargo del evento–, Florencia Gómez Gerbi llamó a una veintena de mujeres de todas las edades (de 20 a 65, presentes) para hacer el “saludo al sol”, una proclama silenciosa de poses yoguísticas y actitud zen, para conectar con el mar.
“Es una disciplina milenaria que sigue funcionando porque da resultado. Conecta con el cuerpo y pone en eje, limpia espiritualmente. Las mujeres estamos en plena conversación interna día tras día y el yoga cesa ese ruido, da armonía”, cuenta la muchacha y linkea con el surf: “Para correr olas y estar en el mar, hay que estar bien físicamente, tener flexibilidad, y el yoga otorga esos beneficios. Además, permite controlar la respiración bajo las grandes olas”.
Junto a Lucila Gil, Gómez Gerbi es una de las precursoras del club. Viviendo actualmente en California, la también actriz y bailarina dice que la propuesta no existe en otros puntos del mundo y ya está pensando exportar el formato. “A diferencia de otros deportes, el surf es una cultura y está íntimamente ligada a la rebeldía. Es tan libre que, internamente, todo el mundo quiere hacerlo. Quizás haya gente que no se anime pero ¿quién no va a querer deslizarse por una ola? Además, tiene una historia, es una tribu y lleva directamente a los temas ecológicos. Al fin y al cabo, los surfistas no quieren que les rompan los ecosistemas”, destaca la marplatense.
LA VOZ DEL VIENTO
Tomando el toro por las astas, las organizadoras –integrantes del Club Surf y Arte– no ahorraron en lookeo temático y, con coronas de flores (inexplicablemente artificiales, dicho sea de paso) depositadas en sus blondas cabecitas, marcaban el paso por la arena, indicando clínicas de surf y clases de pilates, de yoga.
Mientras, la gente curioseaba en las cercanías y, lentamente, tomaba posiciones estratégicas cerca del mar. Hombres y mujeres con lonas, cámaras fotográficas y un plan: ver qué hacían las chicas en el mar. Porque, al fin de cuentas, ¿qué es un evento de surf femenino sin mujeres surcando olas?
Las deportistas –de entre 6 y 50 años– con sus bronceados californianos, sus mechas rubias y una actitud de lo más relajada esperaban su turno para dar cátedra en un fin de semana a puro “aloha” y “buenas olas” (las frases más escuchadas). ¿La leyenda más leída sobre carteles y tablas? “Somos luz”.
Es que, con nueve categorías para la competición, el evento –promovido por la marca de ropa Roxy, de Quiksilver– cedió espacio para que todas desplegaran sus tablas en un mar de olas (bastante pequeñas): niñas, hasta diez años; principiantes menores, hasta 15; principiantes mayores, hasta 16; juniors, hasta 18; Longboard; Open; Tandem, donde las chicas invitaron a un hombre a compartir las olas, haciendo acrobacias en una misma ola; Master, desde 35 y Bodyboard.
A la vista de un jurado compenetrado, el correteo –entre olas– estuvo puntuado según un criterio estricto. El jefe de jueces, Cristian Petersen, explica los puntos evaluados: “Buscamos la maniobra más radical en el punto más crítico de la ola, la fluidez, fuerza y arrojo”. Y rescata el hecho de que se trabajen los mismos parámetros a nivel mundial: “Se las juzga de la misma manera que se las juzgaría si fueran a un mundial y eso es favorable para levantar el nivel”. ¿Los premios? Al orden del día, con 2 mil pesos en regalos, (más) coronitas hawaianas y trofeos artesanales. ¿Las participantes? De 1 a 100, de lo más variadas.