Mientras el lobo no está
En el libro Tiempos de infancia, fragmentos de doscientos años, Graciela Frigerio y Gabriela Diker reconstruyen los juegos y los deberes, la relación con la familia y con la sociedad que han venido teniendo los niños y niñas argentinos a lo largo de estos doscientos años. Una sugerente selección de imágenes tomadas de archivos y de arcones familiares consigue mostrar de qué color es la edad dorada según pasan los años.
¿Cómo se cuenta la infancia –las infancias, mejor en plural– de estos dos siglos de historia en Argentina? ¿Qué puede capturarse de las infancias, de sus contrastes y diferencias en estos doscientos años? ¿Hay un modo de comprender las infancias en ese recorte? Sin duda, el libro Tiempos de infancia, fragmentos de doscientos años (Editorial Santillana), escrito por Graciela Frigerio y Gabriela Diker y editado por Santillana da cuenta de la pluralidad de infancias que han habitado estos doscientos años de historia en nuestro país. Diker y Frigerio, lejos de instalarse en una mirada de totalidad, eligieron mostrar fragmentos. Lo que se vuelve disponible en el libro son tiempos o fragmentos de tiempo. El tiempo es el eje ordenador desde el cual se atraviesan las infancias: los primeros tiempos, el tiempo de juego, los tiempos escolares, los tiempos de trabajo, y los que las autoras llaman el resto del tiempo, el tiempo libre. Y también esos tiempos complejos que atraviesan las infancias, que marcan las infancias: las relaciones entre infancias y políticas.
Las autoras suelen decir que el libro es un caleidoscopio. “El libro tiene una composición arbitraria. Nosotras hicimos un recorte. Nos llevó mucho trabajo y discutimos mucho pensando las categorías, qué poner, qué no poner.” En sus doscientas páginas se ofrecen cerca de trescientas imágenes que, lejos de haber sido elegidas al azar, responden a un criterio sobre lo que las autoras querían mostrar. “Nos parecía que las infancias de alguna manera conllevan, arrastran y tienen en su interior modos del tiempo, de ser el tiempo, de ocupar el tiempo, de crear el tiempo. Por supuesto no pudimos poner todos los tiempos y fue muy difícil aceptar que esos títulos que centralizan o focalizan la mirada y la atención en unos tiempos, dejan afuera otros”, aclara Frigerio. “Nos importaba cruzar tres temporalidades diferentes: la del tiempo de la infancia como un tiempo de la vida, la de los tiempos institucionales que marcan el transcurrir de la infancia y la del tiempo histórico –destaca Diker–. Entonces necesitábamos cruzar temporalidades que tenían duraciones diferentes, ritmos diferentes y en ese sentido el tiempo se nos convirtió en un eje. También en ese sentido es que decimos que el libro no es una historia de la infancia en la Argentina. Sí, lo que intentamos es historizar ese tiempo de la vida que es la infancia, poner en tiempo histórico ese tiempo de la vida. Y eso da por resultado este libro, que pone a la infancia en escenarios esperables como la familia o la escuela pero también pone a la infancia en escenarios no tan esperables como es el de la política o el del trabajo.”
Tiempos de infancia... ofrece imágenes (de archivo públicos y particulares) y textos de especialistas en diferentes temas, pero es el lector quien además agrega lo suyo. “Para nosotras el lector es aquel que finalmente coloca el caleidoscopio en una figura y dice ‘ésta es la figura que me gusta, ésta es la que me aterra, la que me atrae, la que no soporto, la que me tocó...’ Y recompone así, de algún modo, sus propias imágenes, para repensar sus representaciones, e incluir aquello que aquí no fue considerado”, dice Frigerio. Y Diker agrega: “El libro muestra la multiplicidad de formas de transitar la infancia, tanto a lo largo de la historia como en la sincronía; hay muchos modos de ser niño, muchos modos de ser adulto y algo de esa diversidad creo que logramos plasmar, a veces mostrándola de manera directa y a veces simplemente mostrando un contraste. No queríamos hacer una historia que impusiera una especie de universal acerca de lo que la infancia es”.
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Por Laura Rosso
Fuente: Página/12