Las invisibles niñas soldado son víctimas de esclavitud sexual y trato inhumano
“En los campos de entrenamiento militar, las niñas soldado fueron víctimas de abusos sexuales por parte de soldados y comandantes. Algunas con tan sólo 12 años de edad, servían de combatientes, cocineras, limpiadoras, informantes, guardaespaldas y esclavas sexuales. Si rechazaban mantener relaciones sexuales con los mandos, eran asesinadas.” Con estas palabras, el Fiscal Jefe de la Corte Penal Internacional presentaba el caso contra el líder de la Unión de Patriotas Congoleños, Thomas Lubanga, acusado de crímenes de guerra por reclutar y alistar a niños menores de 15 años para participar en las hostilidades entre Septiembre de 2002 y Agosto de 2003.
En el mundo masculino de la guerra, la realidad de las niñas combatientes es a menudo invisible. Sin embargo, cerca de la mitad de los niños asociados a grupos armados en el mundo son niñas. En la República Democrática del Congo las cifras se sitúan en torno a las 12.500 niñas soldado.
¿Qué papel desempeñan las mujeres y las niñas en la guerra?
La experta en trauma, Elisabeth Shauer, dice a los jueces que la participación de las chicas es central en el sustento del grupo armado por su trabajo productivo y reproductivo. Ser niña soldado es más que portar un arma o luchar en el frente de batalla. “Las chicas tienen una carga añadida: han de cocinar, limpiar y proporcionar servicios sexuales a las tropas. Estos servicios son una parte integral de su función como niñas soldados,” dice la experta. “Las niñas que entran a formar parte de un grupo armado lo hacen en un grado de vulnerabilidad diferente que los niños.”
Víctimas de estos abusos toman el estrado para contar su historia. “Nuestros comandantes tomaban a las chicas y dormían con ellas,” dice la Testigo 10. Eran las llamadas ‘PMF’, personal militar femenino. Ella fue una de esas chicas. “Mi virginidad fue arrebatada del modo más cruel. Todavía hoy siento dolor en mi estómago,” cuenta. El Testigo 16, un oficial del UPC explica que ésta era una práctica habitual entre los mandos. “Los comandantes empleaban a las niñas soldados como sirvientes en sus residencias privadas. Combinaban servicios domésticos con servicios sexuales.
” Kristine Peduto, oficial de protección de niños de MONUC, la misión de Naciones Unidas en Congo, entrevistó a muchas de estas niñas. La experta cuenta en este juicio que la situación a la que estaban sometidas las niñas en los campos de entrenamiento militar era peor que la sufrida por sus colegas masculinos. “Su situación era más preocupante. Era terrible,” dice Peduto. “El estado físico y psicológico de estas niñas era catastrófico. Las chicas que quedaban en estado eran expulsadas de los campos. Ya no eran útiles para el combate, ya no satisfacían los deseos sexuales de soldados y comandantes. Muchas se practicaban abortos’.
La interpretación del término “uso de niños soldados en conflicto” ha de incluir por tanto las múltiples actividades que los niños desarrollan dentro del grupo armado, y en especial los actos de violencia sexual contra las niñas. Así lo expresa ante esta cámara Radhika Coomaraswamy, Representante Especial del Secretario General de las Naciones Unidas para las cuestiones de los niños y los conflictos: “Éste es el mensaje que les traigo, cualquier marco de protección internacional de los niños en conflicto debe incluir a las niñas. Señorías, es importante que su decisión no ignore los abusos perpetrados contra las niñas durante su pertenencia al grupo armado.
” Este mensaje llegaba poco después de que la Cámara rechazara la inclusión de nuevos cargos de violencia sexual contra Thomas Lubanga. El 22 de Mayo de 2009, en pleno curso del juicio, los Representantes Legales de las víctimas solicitaron a la Cámara la redefinición de los cargos contra el acusado.
Los abogados de las víctimas argumentaron que los hechos narrados por los testigos hablaban de prohibiciones claras bajo el Estatuto de Roma: esclavitud sexual y trato cruel e inhumano. “La mayoría de las víctimas femeninas, si no todas, fueron reclutadas con un fin: convertirse en esclavas sexuales o en las “mujeres” de los comandantes,” dice Paolina Massidda, representante legal de las víctimas. “Este era el componente esencial del reclutamiento. Es importante para las víctimas que su historia sea contada tal como ocurrió”. La Fiscalía presentó a los jueces los casos de violencia sexual en el contexto del reclutamiento como un agravante y no como un cargo particular y diferenciado.
Fue esta una solicitud que causó controversia y que dividió a una Cámara. Dos contra uno. Entre los que estaban a favor de la inclusión de cargos de violencia sexual estaba la Jueza Elisabeth Odio Benito, una feminista a ultranza empeñada en visibilizar las víctimas invisibles: las mujeres. Como magistrada del Tribunal Internacional para la Antigua Yugoslavia, Odio Benito logró que los abusos sexuales cometidos contra dos mujeres serbias en el centro de detención de Célévici fuera interpretado como una forma de tortura y trato inhumano.
Aquello representó un paso decisivo para la incorporación del crimen de violencia sexual en la jurisdicción de la Corte Penal Internacional. En el Caso Lubanga, Odio Benito tampoco desiste. Siempre sus preguntas sacan del olvido a las niñas soldado. “Tenemos que seguir luchando porque estos crímenes no sean olvidados,” dice la magistrada. “Son crímenes que avergüenzan no sólo a las víctimas, también a los fiscales, testigos y jueces. Es duro escuchar testimonios de este tipo, preguntar sobre ello. Son crímenes ignorados, interpretados como simple consecuencia fatal de un conflicto. Y esto no es verdad.
” En una entrevista para Radio Nederland, Odio Benito explicaba así su dedicación a esta causa “Nuestros cuerpos han sido campos de batalla en los que se han librado estas luchas patriarcales desde siempre y no hemos sido reconocidas, ni los crímenes contra nosotras, ni nosotras como víctimas de crímenes internacionales”.
En Congo, la violencia sexual es un tabú. Nadie habla de ello. Las mujeres víctimas de abusos sexuales son con frecuencia rechazadas por sus familias, estigmatizadas por sus comunidades. Las mujeres sienten vergüenza e incluso culpa. En esta situación de abandono, cuidan de sus hijos solas. En el caso de las niñas soldados no hay programas especiales de protección; también los proyectos de desarme, desmovilización y reintegración las olvidan. Muchas sufren serias secuelas físicas como consecuencia de los abusos. A todas les duele la misma herida: la memoria.
Fuente y fotos: Archivo AmecoPress. Cedida por Tortuga.