Nuevas formas de androcentrismo
Sin que las mujeres seamos del todo conscientes, en demasiadas ocasiones el patriarcado y, por ende, el androcentrismo, va evolucionando. Y, a veces, lo hace mucho más rápidamente de lo que nos gustaría a muchas de nosotras.
Y eso lo vamos notando en cómo los discursos van evolucionando para, de modo discreto e incluso sibilino, las responsabilidades de algunas acciones de los hombres vuelvan a recaer sobre las mujeres. Y me explico. Hace unos años, cuando comenzaron las campañas de sensibilización contra la violencia machista, al mismo tiempo que se comenzaba a demostrar que las mujeres éramos las víctimas de ese tipo de terrorismo y que hasta más o menos el caso de Ana Orantes había sido denominado como “crimen pasional”, comenzaron a escucharse voces culpándonos a las mujeres de nuestro propio destino como maltratadas.
Recuerdo el caso de un sacerdote que, además había impartido clases en alguna Universidad Católica, y de apellido Gironés, que en un escrito que fue publicado en toda su diócesis, nos acusaba a las mujeres de nuestro propio destino como víctimas por andar provocando a los varones con nuestra lengua.
Otra forma de evolución está siendo la de algunas posiciones demagógicas que vienen intentando confundir derechos con imposiciones en temas tan delicados como la interrupción voluntaria del embarazo en los últimos tiempos o hace unos años el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo. Y sólo se trata de aumentar derechos entre la población, pero esas mismas personas, acostumbradas a imponer, siguen confundiendo el derecho a elegir con la imposición y, curiosamente ocurre siempre que tiene que ver con mejoras en los derechos de las mujeres o de los colectivos negados por el sistema androcéntrico, como el colectivo de personas lesbianas, gays, transexuales y bisexuales, entre los que también militan a nivel individual eso si, personas de esos colectivos represores.
Tampoco podemos olvidar una nueva manera de volver a victimizar (y ahora de forma institucional) a las mujeres que se han atrevido a denunciar a sus maltratadores ante la justicia y que, además, son madres.
Ahora me estoy refiriendo concretamente al llamado Síndrome de Alienación Parental o, según sus siglas, SAP.
Con en el llamado SAP, y a pesar de las recomendaciones de la OMS en su contra, o de las del Consejo General del Poder Judicial y de algunas otras instancias tanto nacionales como internacionales, algunas personas relacionadas con determinadas profesiones, se empeñan en criminalizar a madres que tienen la custodia de sus hijas e hijos después de separaciones normalmente con contenciosos de por medio. Y lo hacen porque según esos criterios las madres suelen mentir, influir negativamente en sus hijas e hijos y, además impedir la relación normal entre los padres y las criaturas habidas en esa relación.
Esta nueva mentira inventada por mentes cargadas de prejuicios contra la protección integral de madres e hijas e hijos frente a los maltratadores, ha llevado a situaciones cargadas de injusticias para esas criaturas de todas las edades y para sus madres que, en la mayoría de los casos, insisto, se han atrevido a desenmascarar a esos hombres que las maltrataban.
Pero la situación puede llevar a ser tan delirante como una que conozco personalmente en la que un maltratador condenado como tal, acusa públicamente (porque no tiene “narices” de acudir a los tribunales) a su expareja, a la que maltrataba de tener secuestrada a la criatura de ambos cuando en realidad ella salió huyendo a toda prisa para proteger tanto su vida como la de su criatura.
Sobre este tipo de situaciones habría mucho que hablar y nos da la medida sobre el impacto que las medidas para mejorar temas como la protección hacia las mujeres víctimas del terrorismo machista tienen en los sectores más reaccionarios de nuestra sociedad. Y por eso mismo, porque habría mucho que hablar, continuaremos haciéndolo cada vez que tengamos ocasión desde cualquier frente que podamos y, cuestionando el poder androcéntrico en cualquiera de sus facetas como la religiosa, política, judicial, etc…
Y eso lo vamos notando en cómo los discursos van evolucionando para, de modo discreto e incluso sibilino, las responsabilidades de algunas acciones de los hombres vuelvan a recaer sobre las mujeres. Y me explico. Hace unos años, cuando comenzaron las campañas de sensibilización contra la violencia machista, al mismo tiempo que se comenzaba a demostrar que las mujeres éramos las víctimas de ese tipo de terrorismo y que hasta más o menos el caso de Ana Orantes había sido denominado como “crimen pasional”, comenzaron a escucharse voces culpándonos a las mujeres de nuestro propio destino como maltratadas.
Recuerdo el caso de un sacerdote que, además había impartido clases en alguna Universidad Católica, y de apellido Gironés, que en un escrito que fue publicado en toda su diócesis, nos acusaba a las mujeres de nuestro propio destino como víctimas por andar provocando a los varones con nuestra lengua.
Otra forma de evolución está siendo la de algunas posiciones demagógicas que vienen intentando confundir derechos con imposiciones en temas tan delicados como la interrupción voluntaria del embarazo en los últimos tiempos o hace unos años el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo. Y sólo se trata de aumentar derechos entre la población, pero esas mismas personas, acostumbradas a imponer, siguen confundiendo el derecho a elegir con la imposición y, curiosamente ocurre siempre que tiene que ver con mejoras en los derechos de las mujeres o de los colectivos negados por el sistema androcéntrico, como el colectivo de personas lesbianas, gays, transexuales y bisexuales, entre los que también militan a nivel individual eso si, personas de esos colectivos represores.
Tampoco podemos olvidar una nueva manera de volver a victimizar (y ahora de forma institucional) a las mujeres que se han atrevido a denunciar a sus maltratadores ante la justicia y que, además, son madres.
Ahora me estoy refiriendo concretamente al llamado Síndrome de Alienación Parental o, según sus siglas, SAP.
Con en el llamado SAP, y a pesar de las recomendaciones de la OMS en su contra, o de las del Consejo General del Poder Judicial y de algunas otras instancias tanto nacionales como internacionales, algunas personas relacionadas con determinadas profesiones, se empeñan en criminalizar a madres que tienen la custodia de sus hijas e hijos después de separaciones normalmente con contenciosos de por medio. Y lo hacen porque según esos criterios las madres suelen mentir, influir negativamente en sus hijas e hijos y, además impedir la relación normal entre los padres y las criaturas habidas en esa relación.
Esta nueva mentira inventada por mentes cargadas de prejuicios contra la protección integral de madres e hijas e hijos frente a los maltratadores, ha llevado a situaciones cargadas de injusticias para esas criaturas de todas las edades y para sus madres que, en la mayoría de los casos, insisto, se han atrevido a desenmascarar a esos hombres que las maltrataban.
Pero la situación puede llevar a ser tan delirante como una que conozco personalmente en la que un maltratador condenado como tal, acusa públicamente (porque no tiene “narices” de acudir a los tribunales) a su expareja, a la que maltrataba de tener secuestrada a la criatura de ambos cuando en realidad ella salió huyendo a toda prisa para proteger tanto su vida como la de su criatura.
Sobre este tipo de situaciones habría mucho que hablar y nos da la medida sobre el impacto que las medidas para mejorar temas como la protección hacia las mujeres víctimas del terrorismo machista tienen en los sectores más reaccionarios de nuestra sociedad. Y por eso mismo, porque habría mucho que hablar, continuaremos haciéndolo cada vez que tengamos ocasión desde cualquier frente que podamos y, cuestionando el poder androcéntrico en cualquiera de sus facetas como la religiosa, política, judicial, etc…