El idioma de las madres
Después de tres años de organización y resistencia y de relativa tolerancia por parte de un gobierno que intentó cerrar definitivamente las heridas de la desaparición forzada en Argelia con indemnizaciones a las víctimas y amnistía para los victimarios, un grupo de madres de desaparecidos volvieron a ser reprimidas violentamente este mismo mes, para expropiarles esa plaza que era suya por constancia en el reclamo. Una historia separada por un océano de la Argentina, pero unida por mucho más que lazos simbólicos.
Las Madres están sentadas en el pasto, con sus pañuelos con la inscripción “Disparus” prendidos del pecho. Las fotos de los desaparecidos están contra la reja de la Comisión Nacional Consultativa de Promoción y Protección de los Derechos Humanos (Cncppdh). Son retratos a color, de frente, sobre fondo celeste, de personas que desaparecieron en otro momento de la historia de la fotografía. Fotos berretas de colores feos. Fotos de los ‘90. Son las 10 de la mañana, es julio, pleno verano, y un calor imposible sube del asfalto. Me cuentan que hasta el año pasado no existía esta vereda frente al portón enrejado.
La construyeron para que las Madres no ocupen la calle, para poder mantenerlas a raya sobre el cordón. Alguna vez, cuando ellas eran muchas y los policías pocos, cortaron la avenida. Enfrente está la plaza Addis Abeba, en medio de una rotonda cruzada por un túnel. Es una zona alejada del centro de Argel, de mucho tránsito, pero por donde casi no circulan peatones. Es el único sitio donde no las reprimen, el lugar al que vienen desde el 2 de agosto de 1998 todos los miércoles a la misma hora.
Somos unas cincuenta personas, Madres la mayoría, pero también algún hermano, hijos, y las cuatro integrantes del Réseau mondial de solidarité des mères, soeurs, filles, épouses, proches de personnes enlevées et disparues (Red mundial de solidaridad de madres, hermanas, hijas, esposas, allegadas de personas secuestradas y desaparecidas) que vinimos a Argelia para compartir con ellos nuestras experiencias de lucha contra la impunidad. Al policía de civil con el celular en la oreja que está desde temprano se le van sumando varios de uniforme. Tomamos una foto cada una. Nassera Dutour, la fundadora y portavoz del Collectif des Familles de Disparu(e)s en Algérie (Colectivo de Familias de Desaparecido/as en Argelia), se para delante de todas, pegada al cordón policial que ya se formó a nuestro alrededor, y empieza a cantar. Wadad Halwani, la libanesa del Réseau, también canta las consignas en árabe. Las belgas y yo simplemente levantamos las fotos para que los automovilistas y los pasajeros de los colectivos, del otro lado de la plaza, a cincuenta metros, las vean.
Nassera bajó de la vereda. Slimane, que es hijo, también. Otras Madres se atreven. Se siente en el aire que hoy podríamos cortar la calle. Los policías también lo perciben y nos ordenan que subamos. Uno de ellos baja la mirada ante la foto que le ponen delante; otros dos, muy jóvenes, tienen los ojos llenos de lágrimas. Llegan refuerzos, uniformados de mayor edad, graduación y sadismo. Fátima, la madre de Nassera y presidenta de SOS Disparus, obedece e indica a las otras mujeres que lo hagan. Slimane se corta solo hacia la calle, y grita y canta con más bronca que nadie. A su lado, me siento en un escrache de H.I.J.O.S. en Buenos Aires. Slimane no estuvo en el taller del Réseau, no sabe quién soy ni por qué estoy acá. Mi francés no me permite eludir el golpe bajo: “Vengo de Argentina. Yo también soy hija de desaparecidos. Somos hermanos”. Los policías están especialmente atentos a los movimientos de Slimane. No sería la primera vez que lo detienen. Uno lo encara, lo provoca. El, aunque es bajito y delgado, no se achica. No hace falta entender árabe para comprender la escena. Una Madre tira a Slimane para atrás de la remera, otras se cierran en torno de él. La manada defendiendo al cachorro.
Un periodista que había venido a cubrir la manifestación fue interceptado y se lo llevan. Tratamos de romper el cordón policial para alcanzarlo calle arriba pero no nos dejan. Así de simple es el funcionamiento de la censura en Argelia, a pura desigualdad de fuerzas. Disparidad que crece minuto a minuto, porque aparecen uniformes de otro tono de azul y un camión verde, todo el arcoiris de la represión. “Es la primera vez que viene la Gendarmería”, dice Nassera, sin miedo, casi divertida.
CEREBRO Y CORAZON
Nassera es la única Madre en pantalón y remera ajustada. Habla francés a una velocidad de locos y parece mucho más joven que las otras, aunque es difícil calcular la edad de aquellas que sólo dejan ver los ojos. Nassera vive en París, donde están las oficinas del CFDA. Tiene doble nacionalidad porque nació en Marsella, hija de padres argelinos. Tenía 10 años cuando volvieron a Argelia.
“Cuando estaba en la escuela, mi padre me decía: ‘Vos defendés siempre a los pobres, tenés que ser abogada’”. Ella decía que quería ser científica. Le gustaba estudiar, pero a los 16 su mamá la sacó de la escuela. Era momento de casarse. Su rebelión consistió en elegir al candidato que más disgustaba a Fátima. Fue un desastre. A los 23 años, con tres hijos, sin oficio y sin haber manejado nunca dinero, Nassera abandonó a su marido. Aprendió mecanografía, consiguió trabajo en una empresa y al poco tiempo estaba militando en el sindicato y era presidenta de su sección.
Su esposo intentó obligarla a volver por medio de un proceso judicial, pero Nassera finalmente obtuvo el divorcio. Lo que jamás logró fue su consentimiento para llevarse a los hijos a Francia. “En Argelia no podía respirar. Era ‘la mujer divorciada’, todos los hombres me miraban, me buscaban. Hasta la mirada de mis amigos era distinta. Quería la libertad, poder expresarme.” Tuvo que partir sola. Los tres varones, de 12, 10 y 9 años, quedaron a cargo de Fátima. Se instaló en París, donde terminó el secundario, volvió a formar pareja, tuvo un restorán, comenzó a estudiar Derecho y hasta fue subcampeona nacional de dardos. También militó en la Liga Francesa de Derechos Humanos. “Siempre me interesó ese tema y quería dar a conocer lo que pasaba en Argelia.”
Durante diez años viajó con frecuencia para ver a sus hijos, mientras batallaba sin éxito en los tribunales para que le dieran la autorización que el padre le negaba. El miedo acrecentó la distancia entre una costa y otra del Mediterráneo durante la “década negra”, los años de violencia política luego de la anulación de la segunda vuelta de las elecciones nacionales de 1991. Por primera vez desde la guerra de liberación, se presentaban distintos partidos políticos, y el FIS (Frente Islámico de Salvación) amenazaba ganar. Al autogolpe de Estado siguieron los atentados y masacres de los fundamentalistas islámicos y la represión estatal clandestina e indiscriminada. “Mi obsesión era que les pasara algo a mis hijos. Todos los días pensaba en eso. Llegaba a casa y ponía la radio, la televisión, los llamaba por teléfono.” Cuando el mayor tuvo la edad suficiente, tramitó su pasaporte. Los hijos de Nassera no tenían la nacionalidad francesa y no fue fácil que les dieran la visa, pero lo consiguieron. Intentaron hacer lo mismo cuando Amine cumplió la mayoría de edad, y fue imposible.
Los dos hijos menores vivían con Fátima en Baraki, un suburbio de Argel asolado por la represión. En la tarde del 30 de enero de 1997, Amine, que no tenía militancia política, fue desaparecido. Era Ramadán y salió a devolver una película y a comprar algo dulce para cortar el ayuno diario apenas se pusiera el sol. En la calle, lo llamaron desde un auto de la policía. Esa fue la última vez que lo vieron. Muchos fueron secuestrados ese día. Algunos volvieron; otros, como Amine, no. Su abuela Fátima fue a preguntar por él a la comisaría de Baraki y recibió insultos por toda respuesta. Nassera viajó inmediatamente. “Lo más inverosímil es que durante los seis meses que pasé en Argelia buscando a mi hijo estaba segura de encontrarlo. Pero no, no lo encontré.”
Durante ese tiempo, intensificó la pelea por su hijo menor, ya mayor de edad. Al igual que a Amine, le negaban la visa. Hasta que Nassera amenazó a las autoridades francesas: “Mi hijo desapareció por culpa de ustedes. Si ustedes le hubieran dado la visa, hoy lo tendría al lado mío. Ahora tengo otro hijo que no quiero dejar acá, quiero llevarlo conmigo. Si le pasa algo, me voy a suicidar. Estoy completamente deprimida. Me voy a matar”, les anunció. A la mañana siguiente retiraba la visa.
Volvió a Francia. En 1998 fundó el CFDA y en 1999 impulsó la creación de los comités SOS Disparus en distintas ciudades de Argelia. Comenzó a viajar por Europa con otras Madres, denunciando las desapariciones forzadas. Nassera es el cerebro y la columna vertebral del movimiento de familiares de desaparecidos. No el corazón, el corazón son las Madres que lloran cada vez que enseñan las fotos de sus hijos y emprenden el relato conocido: mi hijo estaba en casa, vino un coche sin chapa, lo golpearon, se lo llevaron. Nassera evita hablar de su caso y se tiene prohibido a sí misma llorar. “Me preguntan cómo hago para vivir con esto. Yo no vivo más. No pienso más que en los desaparecidos, me duermo con los desaparecidos, me despierto con los desaparecidos.”
En 2002, las Madres argelinas, la mayoría de ellas mujeres religiosas, confinadas hasta la desaparición de sus hombres al ámbito doméstico, ganaban el espacio público al multiplicar en otras ciudades la concentración de los miércoles. Ya era presidente Abdelaziz Bouteflika, que ahora va por su tercer mandato, y que ha hecho gala de su cinismo con declaraciones como “los desaparecidos no están dentro de mis bolsillos” y “esas lloronas con sus fotos avergüenzan a Argelia frente al mundo”.
El tema se había vuelto insoslayable. En 2003, se creó una comisión “ad hoc” con la misión de localizar a los desaparecidos y reparar a las familias. Dos años después, la comisión reconocía oficialmente 6146 casos de desaparecidos y dejaba de existir sin haber intentado resolver ninguno, mientras que Bouteflika sometía a referéndum una amnistía general. “Declararon que hubo un 80% de participación. No vi con mis propios ojos que hubiera fraude, pero lo hubo. El día de la elección, las calles estaban vacías. Nadie votó, pero ganaron por el 97%. Intentamos llevar adelante nuestra propia campaña para sensibilizar a la población, pero hubo arrestos, acosos, amenazas anónimas. Tuvimos que parar.” La llamada “Carta para la Paz y la Reconciliación” liberó a los acusados de actos de terrorismo y prohibió la persecución penal contra agentes de las fuerzas de seguridad, en lo que sería una reedición de la teoría de los dos demonios si no fuera porque además los represores fueron recompensados por los servicios prestados a la patria. La Carta también criminalizó los reclamos de verdad y justicia, al establecer penas de prisión de hasta 5 años y multas de hasta 50.000 euros para toda intervención pública sobre “la tragedia nacional” que “atente contra las instituciones” o contra “la honorabilidad de sus agentes”.
Paralelamente, la recién creada Cncppdh comenzó a convocar a los familiares con el pretexto de reexaminar los expedientes de los desaparecidos. Una vez ahí, los presionaban para que aceptaran una indemnización económica. Ese pago requería que las familias dieran por muerto al desaparecido y depusieran sus reivindicaciones de verdad y justicia. Muchos lo hicieron, empujados por la necesidad extrema: “Hay padres que fueron secuestrados y dejaron nueve hijos. Estuve en casas que son el horror, se siente la miseria salir de los muros. Tiene que haber indemnización para los que quieran, pero hay que continuar la lucha”. Hasta el día de hoy, las autoridades siguen citando a aquellos que se negaron a tramitar la indemnización. Lejos de lo que el derecho internacional entiende por reparación, la utilizan como instrumento para acosar a los familiares. Oficializadas la censura y la represión de las actividades de SOS Disparus (ilegales desde la promulgación de la Carta), Nassera redobló los esfuerzos en el plano internacional.
En 2006, junto con organizaciones de familiares de Turquía, Marruecos y el Líbano, fundaron la Femed (Federación Euromediterránea contra las Desapariciones Forzadas). Actualmente son más de una veintena de asociaciones de Siria, Irak, España, Bosnia, Chipre, Libia, entre otros países. Se organizaron seminarios de formación sobre la justicia transicional y la Convención para la Protección de Personas contra las Desapariciones Forzadas y el año pasado se puso en marcha, en colaboración con el Réseau, un programa de formación para las Madres. “Queríamos que supieran que en otros países también hubo leyes de amnistía y los familiares continuaron, a pesar de todo.” Las Madres de Orán, Blida y Argel, las ciudades donde se realizaron los encuentros, hablaban de una desmovilización que su presencia desmentía. Eran más de cuarenta mujeres en cada lugar, con sus pañuelos en el pecho y sus fotos a color, a la espera de nuevas propuestas de acción que les permitieran abrir un resquicio por donde colar su reclamo inclaudicable.
EL ULTIMO ACTO
El 4 de agosto, luego de más de tres años de relativa tolerancia en Argel, las Madres fueron reprimidas. Desde temprano, un camión de la policía se instaló frente a la Cncppdh, mientras que otros patrulleros bloqueaban la circulación de las avenidas para impedir el acceso de las Madres. Cuando ellas llegaron, las repelieron violentamente calle abajo. Al miércoles siguiente estaban de nuevo ahí. El día anterior, una amable llamada telefónica le “avisaba” a Nassera que si iba a la concentración sería detenida y procesada por asociación ilícita. Para protegerla y alcanzar la entrada de la Comisión, cuarenta familiares se reunieron en una callecita cercana y marcharon juntos.
Se encontraron con un operativo de seguridad desproporcionado. Los policías, apenas los divisaron, se abalanzaron como locos sobre ellos, a los gritos, empujando, pateando y golpeando con los puños a hombres y mujeres, jóvenes y viejos. A las Madres les arrancaron los pañuelos (lo que para ellas es una gran violencia) y a Nassera la tiraban de los brazos y le desgarraban la remera, como si quisieran desnudarla o llevársela o las dos cosas. Como habían hecho con Slimane, las Madres rodearon a Nassera para protegerla. Los que no habían sido tumbados, se tendieron en el suelo pacíficamente, pero los arrastraron fuera del lugar. Dos padres de desaparecidos tuvieron que ser trasladados en ambulancia y varios hombres, entre ellos Slimane (con el que se ensañaron especialmente) y un padre de 82 años fueron detenidos y demorados. Todo sucedió en menos de media hora y ante los ojos de abogados y representantes de otras organizaciones de derechos humanos. Los periodistas, por su parte, no fueron autorizados a acercarse.
Farouk Ksentini, presidente de la Cncppdh, intentó justificar la represión “por la presencia de extranjeros” y “los insultos al presidente”. Nada sorprendente de parte de quien calificó la Carta como “la más bella victoria del pueblo argelino desde la independencia” y que aseguró que “la principal función de la memoria del hombre es olvidar”. En sintonía, los policías les gritaron a las Madres, entre golpe y golpe: “Pueden olvidarse de esta plaza. La manifestación está definitivamente prohibida”. Esa es, por el momento, la respuesta del gobierno de Argelia a los reclamos de verdad, justicia y reparación de los familiares de desaparecidos. Cinismo y violencia.
Por Mariana Eva Perez
Fuente: Página/12