diciembre 25, 2010

“El amor sustenta desigualdades sociales”

ENTREVISTA A MARI LUZ ESTEBAN GALARZA, ANTROPÓLOGA Y PROFESORA EN LA UNIVERSIDAD DEL PAÍS VASCO/EUSKAL HERRIKO UNIBERTSITATEA
La salud, el cuerpo o el amor son temas que ha investigado esta feminista en los últimos años. Le preguntamos sobre todos ellos y el resultado del interrogatorio tiene miga. Aquí, un costoso resumen.
DIAGONAL: En este momento estás trabajando en un libro sobre el amor. ¿Crees que el amor es clave en la dominación de las mujeres?

MARI LUZ ESTEBAN: El amor, el amor en general y el de pareja en particular, tal y como se construye y se vive en nuestra sociedad, es un pilar central de la subordinación social de las mujeres. El amor nos convierte en eso que llamamos mujeres y hombres, hace que tengamos estatus diferentes. Resulta determinante en un sistema de género en el que se diferencian espacios para unas y otros, donde se nos asignan posiciones desiguales de poder, donde a las mujeres se nos construye específicamente como seres emocionales.

D.: ¿Hay que dejar de identificar a la mujer con el ‘sujeto amoroso’: la amante, la cuidadora, la madre...?

M.L.E.: Ése es uno de los retos que tenemos por delante. El feminismo ha avanzado mucho en el cuestionamiento de la identificación entre ser mujer y ser madre. Pero sigue habiendo una identificación entre ser mujer y ser un sujeto específicamente amoroso, que yo no comparto. Es una identificación que se está aplicando en el tema de los cuidados, como si nosotras tuviéramos una aportación específica al mundo desde ahí, y creo que la hemos tenido obligadas y con muchos peajes. Eso no quiere decir que dejemos de reivindicar un mundo más humano y más justo, donde las relaciones de poder y los trabajos se distribuyan de otra manera, que sean relaciones donde pueda haber afectos. No sería cargarnos eso, sino romper la centralidad del amor, la ‘obligación’ de amar. Además, cuando hablamos de amor, ¿de qué estamos hablando? Muchas veces de injusticia/justicia, poder/no poder o de la vulnerabilidad y la interdependencia como algo básico en los humanos.

Vivimos en una sociedad de ‘pensamiento amoroso’, donde parece que el amor es lo más genuino del ser humano, la principal tabla de salvación, y parte del feminismo está también ahí. No estoy para nada de acuerdo. No sé si en una situación ideal el amor podría ser lo más genuino, pero, desde luego, en esta cultura en la que vivimos, no. Porque el amor está tapando desigualdades sociales, no sólo entre hombres y mujeres, también de clase, de etnia. No hay más que fijarse en los relatos de ficción del cine, la literatura... El amor nos construye como desiguales, sustenta desigualdades.

D.: ¿Que la sexualidad siga siendo el principal instrumento de subversión desde el cuerpo para las mujeres no es una trampa?

M.L.E: La subversión a través de la sexualidad ha sido y seguirá siendo un campo muy fértil, y ahí están todas las propuestas de las últimas décadas, desde el porno feminista hasta lo queer, con la transexualidad y el transgenerismo... La duda que me surge es si no estamos hipertrofiando en exceso la sexualidad y si no hay otras dimensiones de la corporalidad que no estamos trabajando tanto, como la edad o la clase social. ¿Por qué nos parece que la sexualidad es más subversiva que la vejez o que las desigualdades económicas? Muchas de las propuestas queer en nuestro contexto, no todo, igual estoy generalizando demasiado, tienen que ver con cuerpos jóvenes, delgados... cuerpos que se mantienen en unos márgenes concretos. Sin embargo, si pensamos en otras áreas, como el trabajo doméstico, los cuerpos que están en esa pelea podrían ser o están siendo subversivos, sin cumplir esas condiciones. A mí me parecen fundamentales, pero creo que nosotras mismas los tenemos bastante invisibilizados.

D.: Frente a todos los dispositivos que nos instan a controlar y exponer el cuerpo, ¿la reivindicación de lo feo puede ser una forma de resistencia?

M.L.E: Ahí la aportación del feminismo ha sido muy significativa y lo seguirá siendo. Lo que nos puede pasar es que también nos veamos afectadas por esos ideales de belleza. Que, por muy feministas que seamos, la fuerza de esa ideología hegemónica sobre la imagen es brutal. Otro problema es que a veces vemos a las mujeres como víctimas del sistema, pero la regulación, el control y la posibilidad de resistencia van de la mano. Si nos vemos sólo como víctimas, nos negamos la posibilidad de agencia, de acción social e individual.

D.: Y en el otro extremo, ¿cómo darle la vuelta a lo que se malentiende como ‘armas de mujer’?

M.L.E:Tenemos una visión muy estrecha de la seducción, con esa separación que hay en nuestra sociedad de la belleza y la inteligencia, parece que quien seduce con el cuerpo o con la imagen no puede hacer otras cosas. Es una idea que por una parte hemos criticado y, por otra, interiorizado. Además, la aplicamos de una manera muy ‘generizada’ a las mujeres y no a los hombres. Si viéramos la seducción y el erotismo de una forma mucho más amplia, y miráramos más allá de la heterosexualidad, podríamos darnos cuenta de que eso que hemos llamado “armas de mujer” es mucho más complejo y tiene que ver con una manera de presentarse, de seducir al otro, pero en un sentido muy amplio; y que también los hombres lo utilizan, aunque en su caso no es visto como seducción sino como inteligencia.

¿ACASO ELLAS NACEN SABIENDO CÓMO CUIDAR?

D.: ¿Hay que revisar el discurso feminista de los cuidados?

M.L.E.: Sí, y en ello estamos. En el tema de los cuidados las teorías feministas están en un continuum. En un extremo estarían las que han defendido el ideal del pensamiento maternal, del cuidado como una ética, como una aportación específica de las mujeres. En el otro, posturas mucho más materialistas que defienden que es mejor entrar en este tema desde la división sexual del trabajo y las diferencias de poder según las tareas que hacen mujeres y hombres. Y en medio puede haber posiciones mixtas. En el Estado español, hay sobre todo posiciones mixtas, como las de las economistas que han aportado mucho en este ámbito. Pero, en general, hay un tinte esencialista en muchos de los discursos sobre los cuidados, incluso en las posturas materialistas; una idea de que las mujeres tenemos algo especial que ofrecer, en vez de partir de que ‘tener que cuidar’, tal y como se plantea aquí y ahora, es una alienación para las mujeres.

Si no se puede elegir, no podemos hablar de ‘ética de los cuidados’. Muchas mujeres no pueden elegir, lo que tiene que ver con la clase social; hay que tener cuidado con hacer planteamientos clasistas, que sirven sobre todo para las ricas, en éste y otros temas. Hay grupos de mujeres, por ejemplo en Euskadi, que hemos trabajado mucho en esta dirección y hemos sido muy rotundas sobre el derecho a decir “no” frente a los cuidados, junto con el derecho a decir “sí”, pero sobre todo para hombres.

Por Irene G. Rubio y Belén Macías Marín
Fuente: Diagonal

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