La voz, la letra "Diana Bellessi"
En 1929 el escritor húngaro Frigyes Karinthy postulaba en una corta historia llamada “Chains” la teoría de los “Seis grados de separación” que sostiene que cualquier persona puede estar conectada a otra en el planeta a través de como máximo seis pasos. Diana Bellessi (1946) parece haber achicado esa pequeña brecha al forjar una amistad con su “gemela de sueños” Ursula K. Le Guin, que nació luego de que la escritora santafesina alucinada con El nombre del mundo es bosque –metáfora de la guerra de Vietnam– enviase a una pequeña editorial canadiense una cajita con capullos de plátano de su casa del Delta, donde a partir de la dictadura se refugiaría, junto a una dedicatoria. A los pocos días recibiría unas hierbas aromáticas de Oregon. Sería el inicio de un vínculo que se sellaría en cartas, traducciones –Le Guin tradujo Crucero Ecuatorial y Tributo del mudo y ella Silk Days– y hasta en una producción conjunta –The Twins, The Dream: Las gemelas, el sueño (1996)–.
Sus estudios de Filosofía, su primer libro de poemas publicado en Ecuador, su participación en las redacciones de la revista Feminaria y en Diario de poesía –hasta 1991–, los talleres que dictó en distintas cárceles bonaerenses y ser una de las fundadoras de la cooperativa editorial Nusud son muestra de que sus convicciones se traducen en actos y premios. Prolífica, desde 1970, con Destino y propagaciones parece ser conocedora de su porvenir literario: “Yo te sospechaba en mis juegos de niña; /me arrastrabas a sueños fantásticos/a amaneceres degollados por el griterío de las aves. /Habitaste el ritmo/que ordenara mi aparición en la tierra/ la estación anual/ la sombra del follaje sobre mis sombras”.
En 1975 Diana regresa a Buenos Aires, en donde sobrevivirá con traducciones con el inglés aprendido a lo largo de su viaje por América del Norte y dará a conocer algunas de las más importantes poetas norteamericanas contemporáneas, entre las cuales sobresalen Denise Levertov, Adrienne Rich y Olga Broumas –poeta griega residente allí–. Así, se alimentó de “una sensual y apasionada presencia de la mujer en el mundo”.
Entre sus publicaciones posteriores se destacan Tributo del mudo (1982), donde a través de la geografía del Delta con sus animales y aves y una clara influencia de la poesía china invita a repensar el silencio como refugio ante la “violencia del mundo”. “Nadie entra aquí con las palabras”, sentencia en uno de sus poemas. Eroica (1988), Mate cocido (2002) y La edad dorada (2003) vendrán luego para sellar su estilo: “Si pudiera desearía tanto entrar a ese fogón donde toman mate los grandes y se narran historias de aparecidos y desaparecidos, pequeñas dichas y tragedias de la vida y el alma humanas, entrar ahí como una niña que voy siendo todavía mientras más vieja me vuelvo”, afirmó hace unos años respecto al segundo. Romántica en lo que al folklore refiere, se la puede escuchar citando temas de Los Redondos, La metáfora, los diminutivos, la luz arrojada entre las palabras y la dulzura en lo horroroso, el detalle, reaparecen agradeciendo “la posibilidad de la palabra”. Pero en Tener lo que se tiene Poesía reunida (2009) es posible dar cuenta de su extensa e intensa pluma –abarca su obra poética desde 1974– y como señala Jorge Monteleone: “afirmada en la inmediatez de la mirada hacia el esplendor de las formas, incluye el ideal de una oralidad de lazos comunitarios”. Este libro –de libros– selló su reconocimiento con el Premio Nacional de Poesía otorgado el pasado 27 de agosto por la Secretaría de Cultura de la Nación y que le acredita 50 mil pesos y una pensión vitalicia equivalente a cinco jubilaciones mínimas. Ese día se la pudo ver sentada en la tercera fila de las sillas del público, rodeada de amigos y elogios de colegas. Al día siguiente, lejos de ruedas de prensa o entrevistas exclusivas, dio una charla a jóvenes que dan sus primeros pasos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Se la vio sonriente, cálida y más atenta a las preguntas o comentarios, que a los poemas que seleccionó para leer. En un marco de “intimidad”, la poesía sirvió de “excusa” para el encuentro con la palabra. Leyó delante de la multitud –cigarrillo en mano– pero lejos de todo formalismo, cedió el micrófono. Parecía disfrutar más escuchando. Esta escritora de ojos transparentes y mirada profunda, “hija de la ruptura”, afirmó que “en la poesía hay múltiples campos de significación y es un género donde el sonido es altamente sentido. La charla se hubiese extendido, pero la poeta santafesina estaba un poco engripada y lo lamentó. “Les recomiendo vivir, pelear, amar y leer mucho”. ¿Me dejan ir? Sonrió. Los aplausos colmaron el aula y el aprendizaje se hizo mutuo, “comunioncita”, en menos de seis pasos.
Por Carolina Selicki Acevedo
Fuente: Página/12