Curvas peligrosas
Platinada, sí, pero sin un pelo de tonta; Mae West fue una adelantada a la liberación sexual que potenciaba el poder de sus curvas con el de sus palabras –que dejó escritas en obras de teatro y guiones de cine–. Y viceversa.
Es muy cierto que resulta improbable imaginársela portando una pancarta del Women’s Lib, mucho menos tirándose debajo de las patas de un caballo en el estilo de la sufragista inglesa Emily Davidson, en 1913: las guarniciones y fajas no le habrían permitido a Mae West moverse con suficiente desenvoltura en una manifestación a comienzos del siglo XX. Sin embargo, a su manera y casi sin referentes a la vista, puede ser considerada una adelantada en materia de liberación femenina: autónoma, creativa, rebelde, ella se valió sagazmente de los artilugios que tradicionalmente representan la feminidad para darle pista a un personaje activo, con mucha iniciativa, desvergonzado, que aunque tuviera el aspecto de una mujer objeto, no sólo se conducía como sujeto sino que además se dio el lujo de reducir a ciertos ejemplares masculinos musculosos a meros propósitos de deseo.
Algunas de las frases ingeniosamente picarescas de esta diva nacida en 1893 –de un boxeador irlandés y un actriz alemana que modelaba corsés– se fueron incorporando al habla popular, dando cuenta de un humor irónico, con un dejo de cinismo, impropio de las damas en aquellos tiempos: “Entre dos vicios, siempre elijo el que todavía no probé”; “Cuando soy buena, soy muy buena. Pero cuando soy mala, soy aún mejor”; a un galán: “¿Llevás una pistola en el bolsillo o es que has puesto contento de verme?”; “La mejor manera de comportarse es comportarse mal”; “Algunas mujeres eligen hombres para casarse, otras los toman por partes”; “No hay retenciones sobre el salario del pecado...” Mae West supo apelar al humor para desbaratar mojigaterías y crearse un personaje que se le parecía: la mujer libre, divertida, disfrutadora, particularmente en el terreno sexual (“Veo a un hombre en su vida”, le anuncia un adivino en uno de sus films, y ella salta: “¡Cómo! ¿Uno solo?”), que sacudió con gran desparpajo el puritanismo norteamericano de los años ’20 y ’30. Pero no sin pagar algunas consecuencias: en 1926, le costó 500 dólares de multa y unos días en cana, acusada de corromper la moral a través de su obra Sex, historia de una prostituta independiente, Margy LaMont, que sigue desinhibidamente, por puro gusto, a un barco de la Marina Real Inglesa. Cuando marchó presa, debido a la presión de las ligas de decencia, la pieza ya había sido representada durante dos temporadas, en 385 funciones.
Mientras Sex permanecía en cartel, la actriz y dramaturga –que había debutado de niña en el teatro haciendo imitaciones, y pasó luego por el burlesque– escribió The Drag, un melodrama de temática homosexual, anticipándose décadas con su tratamiento sensible e integrador. Y al año siguiente presentó en el teatro un personaje que se creó para ella misma: Diamond Lil. Meses después vuelve sobre el mundo gay con Pleasure Man, obra también perseguida por la censura y levantada por la policía. Imparable, MW publica entonces una novela que sucede en Harlem, The Constant Sinner.
Y a continuación avanza sobre Hollywood y actúa, rutilante y zarpada, en varias de las películas que se están proyectando en el actual ciclo que ofrece el Complejo Teatral Buenos Aires y la Fundación Cinemateca Argentina en la Sala Lugones. Lejos de una belleza al uso hollywoodense, con esos cachetes redondos, el cuello escaso, los rasgos más bien vulgares, retacona, Mae West se reinventó hasta parecer alta, opulenta, magnífica. Autodidacta, interesada en investigar el campo de la sexualidad, tanto en la práctica como en la teoría, leyó tempranamente a Freud, Jung, Adler, Havelock Ellis. Cuando posó como la Estatua de la Libertad para la sofisticada Vanity Fair, no faltó quien opinara que en realidad parecía la encarnación de la libido...
En los ’40, esta estrella atípica pareció retirarse, pero regresó una y otra vez en shows con musclemen en Las Vegas y escribió una deleitosa autobiografía, El cielo no tuvo nada que ver, aludiendo, claro, a la respuesta que daba en una de sus películas sobre el origen de sus joyas. Ya mayor pero haciendo como que pasaba por alto la vejez, parodiándose a sí misma, estuvo en films extravagantes como Myra Breckinridge (1970) y Sextette (1978), antes de morirse en 1980, maquillada, el pelo siempre platinado, envuelta en una bata de satén blanco. A la altura de su leyenda.
Hoy viernes: Goin’ to Town (1935). Mañana sábado: Hollywood te llama (1936). Domingo 27: Curvas y balas (My Little Chickadee, 1940). Todas las funciones a las 14.30, 17, 19.30 y 22, a $12, con descuentos. En la sala Lugones del Teatro San Martín, Corrientes 1530.
Por Moira Soto
Fuente: Página/12