Las barreras invisibles
Segunda parte: dependencia y violencia machista en el contexto de la pareja
Este es el segundo de una serie de reportajes de Elena Ledda sobre los derechos sexuales y reproductivos de las personas con discapacidad.
Elena Ledda/ Barcelona
“Estuve más de dos años encerrada en casa, sin bajar siquiera a comprar pan, y siempre con las ventanas cerradas”, recuerda Leonor Blanco (nombre ficticio), venezolana de 28 años. Leonor tiene parálisis cerebral y desde hace seis años vive en Cataluña. En su país Leonor vivía por su cuenta (había salido de casa a los 16 años “para no ser un peso”) y trabajaba en la atención al cliente de una compañia telefónica. Hace nueve años conoció por internet a Carlos (también nombre ficticio), un hombre español 15 años mayor que ella.
Pese a que la discapacidad aumenta el riesgo de sufrir violencia machista, en España no hay datos de denuncias por parte de mujeres con diversidad funcional ni sobre cuántas han adquirido una discapacidad como consecuencia de los malos tratos
Como señala la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, “las mujeres con discapacidad suelen estar expuestas a un riesgo mayor, dentro y fuera del hogar, de violencia, lesiones o abuso, abandono o trato negligente, malos tratos o explotación”. En España sin embargo no hay datos ni sobre denuncias por parte de mujeres con diversidad funcional ni sobre cuántas han adquirido una discapacidad como consecuencia de los malos tratos. Igual que acontece en otros países, la discapacidad en España no se ha ligado al concepto de violencia de género en ningún estudio significativo de ámbito estatal ni por parte de las instituciones públicas ni por las académicas. El Comité de Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad en su reciente informe sobre la adaptación de España a los mandatos de la Convención mostró su preocupación por el hecho de que los programas y políticas públicos sobre la prevención de la violencia de género no tengan suficientemente en cuenta la situación de las mujeres con discapacidad.
Sentada en la terraza de un bar de la ciudad condal, Leonor mira contínuamente a su alrededor mientras habla, bajito, para no llamar la atención. A ratos le tiembla la voz y se le inumedecen los ojos. Ni su familia ni muchas de sus amistades conocen esta historia. “Tengo la sensación de que hablarlo me mantiene en vínculo con él y no quiero, como tampoco quiero que se me vincule a la violencia de género cada vez que se hable del tema. No quiero estar hablando siempre de lo mismo. Ya pasé por ello y lo superé. Ya está”.
Esta vez, sin embargo, decide hacer una excepción y explicarlo, aunque sea desde el anonimato. “Me imagino que si una persona que está pasando por lo que pasé yo lee estas cosas, le puede ayudar mucho. Yo en su momento me sentía un bicho raro y creo que me hubiera ayudado saber lo que sé hoy; que esto le puede pasar a cualquiera”.
Embarazada
Cuando Leonor y Carlos se conocieron ‘virtualmente’, ella estaba a punto de someterse a una de las muchas operaciones de cadera gracias a las cuales hoy se puede mover autónomamente. “El se interesó mucho por mi situación física y empezamos a hablar. A partir de allí estuvo conmigo en todo el proceso, parecía totalmente entregado a mí. Yo no tenía una buena relación con mi familia y empecé a sentir que él era quien realmente estaba a mi lado”.
Leonor hasta entonces no había tenido “nada más que algún noviete” y nunca había tenido relaciones sexuales. Después de tres años de relación a distancia y sin que se hubieran visto nunca en vivo, Leonor llegó a España. “Carlos me dijo que aquí podría hacer una buena rehabilitación y que por fin estaríamos juntos. Mis amistades me dijeron que no lo hiciera, porque no le conocía, pero yo vine igualmente”.
Las violencias que reciben las mujeres con discapacidad son tanto las pasivas, como abandono físico y emocional, como las activas, desde la agresión corporal y la violación a la administración de fármacos de manera injustificada, restricción de la movilidad, violación y vejaciones sexuales
Debido a las numerosas operaciones a las que se tuvo que someter, Leonor no había podido acabar el instituto y hacerlo era una de las cosas que quería hacer en España. “Él me pagó el viaje y vine con un visado de turista. De lo primero que me acuerdo al llegar aquí, y a lo que entonces no di mucha importancia, fue decirle que quería llamar a mis amistades para que supieran que había llegado bien. En casa no había ni teléfono ni internet. Era un domingo y él me dijo que los locutorios ese día estaban cerrados. Entonces empezó el aislamiento. No supe más de mis amistades durante años”.
Cuando Leonor llegó a Cataluña todavía se estaba recuperando de sus operaciones y le costaba mucho mantener el equilibrio. “Le necesitaba incluso para andar”, recuerda. A la semana de llegar, Leonor se quedó embarazada. “Es que yo no tenía mucha idea de cómo planificar, porque nunca había tenido relaciones con nadie”, cuenta.“Cuando empecé a encontrarme mal y a vomitar, le dije que lo más probable era que estuviera embarazada, pero él me dijo que lo que yo tenía era una gastroenteritis”.
Al mes, cuando vio que no le bajaba la regla, Leonor empezó a ilusionarse con la idea de ser madre, y al mismo tiempo a preocuparse. “Veía mi situación física y me preguntaba cómo podría yo llevar un embarazo”, recuerda. Le dijo a Carlos que si pensaba que tenía una gastroenteritis porqué no la llevaba al médico, pero él no le hizo caso.
Pasaron tres meses.
“Recuerdo la primera vez que me dijo ‘bueno, nos lo quitamos de encima’. A mí se me vino el mundo encima. Un aborto no era lo que yo quería. Me dijo que yo estaba recién operada, que a lo mejor el embarazo complicaría mi recuperación, que el niño podría nacer con problemas, que ya tendríamos tiempo para tener hijos y que yo no estaba preparada para ser madre. También empezó a decir que si yo había llegado embarazada de Venezuela, se lo dijera y no pasaría nada”. Leonor empezó entonces “la lucha” de quererle demostrar a Carlos que no venía embarazada de Venezuela. “Me dijo me marchara para mi país, que no me quería allí. Yo todavía no quería abortar pero tenía miedo a su reacción –su forma de hablar me imponía mucho- no sabía qué hacer, no contaba con nadie”.
Según la ‘Guía para la prevención de la violencia de género hacia las mujeres con discapacidad’, elaborada entre otras por la Generalitat de Cataluña, la Obra Social La Caixa y la Fundación ONCE, los factores que convierten a la mujer con discapacidad en una persona mucho más vulnerable que el resto de mujeres incluyen la dificultad por reconocer como señales de maltrato circunstancias que se asocian de forma ‘natural’ a su condición (como el trato infantil y el no escucharla), la falta de credibilidad que se otorga a una persona que tenga problemas de comunicación o mentales y la dificultad ‘moral’ de la sociedad en reconocer que una mujer con discapacidad haya podido ser objeto de violencia o abuso. La guía subraya además como factores de vulnerabilidad el hecho de ser menos capaces de defenderse físicamente, una autostima más baja y menosprecio de la propia imagen como mujer, así como el miedo a denunciar por la posibilidad de perder los vínculos o la provisión de cura.
Las violencias que reciben son tanto las pasivas, como abandono físico y emocional (no valorar su opinión, avergonzarse de su existencia) como las activas, desde la agresión corporal y la violación a la administración de fármacos de manera injustificada, restricción de la movilidad, violación y vejaciones sexuales.
Según el Informe elaborado por el Parlamento Europeo sobre la situación de las mujeres de los grupos minoritarios en la Unión Europea en el año 2004, casi el 80% de las mujeres con discapacidad es víctima de violencia por parte de personas de su entorno (personal sanitario, de servicios y cuidadores) y tiene un riesgo cuatro veces mayor que el resto de mujeres de sufrir violencia sexual. Casi el 70% de las mujeres con diversidad funcional de la Unión Europea vive en instituciones.
“Pensar que las mujeres con discapacidad son posibles víctimas de abuso es uno de los grandes mitos que rodea la discapacidad”, opina Silvina Peirano, profesora argentina de educación especial y orientadora sexual en discapacidad afincada en Barcelona, creadora del blog Mitología de la Sexualidad Especial. “Parece que nunca es la mujer que decide, siempre hay alguien que abusa, que decide por ella. Sin embargo, hay muchísimas mujeres con discapacidad que deciden por sí solas”.
Siempre la acompañaba
Aunque Leonor tuviera las llaves de casa, nunca se atrevía a salir. Desde su llegada, Carlos le había quitado su pasaporte. Desde que su visado de turista caducó, tampoco tenía papeles. “Carlos me decía que si estaba en la calle la policía me pararía y me deportaría”.
En algunos momentos Leonor sí que conseguía enfrentar a Carlos. “Sin embargo la mayoría de las veces me dejaba hecha polvo”, recuerda. La pareja fue al hospital para que Leonor abortara. “Era como si no fuera yo”. Siempre que Leonor tenía que hacer cualquier trámite oficial, incluído ir al hospital, Carlos la acompañaba. “Decía que yo no me valía por mí sola y que era él quien tenía que dar siempre la cara. Recuerdo que fuimos a una trabajadora social y yo le expliqué que él no creía que el hijo era suyo. Ella me preguntó si quería que él saliera de la habitación y yo le dije que sí para demostrarle que no le necesitaba para hablar con nadie, pero él lo interpretó como que yo quería confiarle que me había quedado embarazada antes de venir”. Tanto la trabajadora social como la doctora que la vieron dijeron a Leonor que si tener el hijo era un problema, lo mejor sería abortar y quitárselo de encima, o darlo en adopción. “Yo no quería ni la una ni la otra”.
El Informe para contribuir al Estudio Analítico sobre la Violencia contra las Mujeres y Niñas y la Discapacidad, recientemente publicado por el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI) destaca como principal causa de la violencia contra las niñas y mujeres con discapacidad la unión entre la percepción social de que hombres y mujeres no son iguales y la percepción social de la discapacidad, “donde los cuerpos son vistos diferentes al del resto, incapaces y enfermos y, por tanto, no normales”.
Leonor fue también a ver a un traumatólogo, quien tenía que decidir si estaba fisícamente capacitada para tener un hijo. “Recuerdo que él le dijo a Carlos que yo no tendría ningún problema, que si durante el embarazo no pudiera andar necesitaría una silla de rueda y ya está. Cuando salimos de allí Carlos cogió un bolígrafo y se puso a escribir en el papel que nos había dado el médico. No sé qué escribió porque nunca me dejaba ver los papeles, sólo me decia donde tenía que firmar”.
A las 17 semanas de embarazo Leonor abortó.
Según la Ley española de salud sexual y reproductiva, el período permitido para que se realice un aborto es de 14 semanas menos en dos casos, relativos únicamente a la discapacidad. “Siempre que exista riesgo de graves anomalías en el feto” y “cuando se detecte en el feto una enfermedad extremadamente grave e incurable en el momento del diagnóstico” el plazo se alarga a las 22 semanas de gestación.
Aislada y sin papeles
Después del aborto, la relación entre Leonor y Carlos no sólo no mejoró sino que empeoró. “Yo estaba muy mal por haber abortado y todavía hoy por hoy no lo he superado por completo. Él seguía y siguió hasta el último momento que estuvimos juntos preguntándome de quién me había quedado embarazada, por qué le había mentido con toda la ilusión que él le había puesto en traerme aquí… Menos una chica una vez en un bar, en los cuatro años que vivimos juntos nunca me presentó a nadie. Más adelante me dijo que yo no era merecedora de conocer a su familia”.
Aunque Leonor tuviera las llaves de casa, nunca se atrevía a salir. “Sentía que si lo hacía le iba a ocasionar problemas a él porque así me hacía entender. Me decía que tuviera cuidado con la gente, que estuviera pendiente de mirar porque a lo mejor me estaba persiguiendo alguien”. Desde su llegada, Carlos había quitado a Leonor su pasaporte. “Decía que yo era capaz de romperlo para quedarme aquí”, recuerda. Además, desde que se le caducara el visado de turista, Leonor tampoco tenía papeles. “Carlos me decía que si estaba en la calle la policía me pararía y me deportaría”. El plan de acabar sus estudios ya estaba en el olvido. “No era yo para tomar ninguna decisión, me sentía incapaz de cruzar la puerta y de salir a la calle”.
“Nosotras hemos conocido muchos casos de mujeres con discapacidad adquirida cuando ya tenían una pareja que han comenzado a tener problemas con sus compañeros, quienes, probablemente sintiendo que eran un peso, han comenzado a quitarles su capacidad de actuar, dejándolas abandonadas dentro del hogar y, en muchos casos, han terminado pidiendo la incapacidad legal de sus esposas”, explica Ana Peláez, presidenta de la Comisión de la Mujer del CERMI y del Comité de Mujeres del Foro Europeo de la Discapacidad (EDF). “Y lo peor es que en muchos casos sus propias familias tratan de convencer a las mujeres de que se queden con sus maridos, probablemente preocupadas por que ellas tendrían que llevar ‘el peso’ si se divorciaran”.
“En el caso de mujeres con discapacidad adquirida, aunque igual el ciclo sexual y la maternidad no se han visto afectadas como en el caso de quien siempre ha tenido discapacidad, lo que sí pasa es que ven cómo todo cambia a su alrededor, tienen muchas dificultades para hacer lo que hacían antes y a menudo les cuesta pedir ayuda a sus parejas porque se sienten culpables por no llegar donde llegaban antes e incluso por el mismo hecho de tener que pedir ayuda”, explica Cristina Gómez, psicóloga que trabaja en prevención de la violencia en mujeres con discapacidad física en Barcelona.
Carlos había prohibido a Leonor entrar en su despacho aduciendo que no tenía por qué enterarse de su vida. “En un momento puso internet en casa pero me bloqueó la cuenta de correo, de la que le había dado la contraseña cuando estaba en el hospital en Venezuela para que contestara mis mails. Siempre decía que todo lo hacía mal, que nunca cambiaba. Yo me decía que igual los españoles son de este carácter, y que era yo quien no lo entendía por venir de otro lado”.
El apoyo de una trabajadora social
Los servicios creados para las mujeres víctimas de violencia de género están llenos de barreras no sólo arquitectónicas, sino también mentales, y en algunos centros se han negado a ayudar a mujeres con discapacidad, aduciendo que no están preparadas para asumir la responsabilidad”
Empezaron las agresiones físicas.
“A esas alturas ya sentía que me lo merecía. Era como una muerta ambulante. Estaba tan mal psicológicamente que cuando me decía que si pedía ayuda en el edificio nadie me haría caso, yo no entendía ni por qué hubiera tenido que pedirla. Empezó a meterse con mi discapacidad”.
Desde su llegada Carlos había puesto un gimnasio en casa. “Comenzó a decirme que era una vaga porque no hacía suficiente esfuerzo para llegar a andar como una persona corriente y me exigía que hiciera más ejercicio, pero a mí los médicos me habían dicho que podía mejorar pero no llegar a andar perfectamente”.
Un día Leonor encontró en una guía telefónica el número de un servicio de ayuda a la mujer. “No lo hice enseguida, pero al final llamé. La trabajadora social con la que hablé me dijo que tenía que salir de allí porque mi vida estaba en peligro, que ella estaba en Madrid pero que si le decía dónde estaba yo me daría direcciones de lugares en los que me podrían acoger. No podía, pensaba que a lo mejor estaba equivocada yo y que pondría a Carlos en un problema por algo que igual me había imaginado y que no era así en realidad. Además no sabía a dónde ir ni conocía a nadie”.
A partir de esa vez Leonor llamó muchas más veces, pero siempre sin decir dónde estaba y sin dar su nombre.
“Ella me dio ánimo, me dijo que quien tenía que tener miedo a la policía era él, no yo, y que le podría denunciar. Esto me hizo sentir un poco más fuerte, pero a medida que él veía que yo me hacía más fuerte, se ponía más violento.
Leonor dejó de llamar. “Estaba dividida entre el amor y el odio hacia él, entre quererme marchar y quedarme, porque le quería”.
Un día, después de una bronca en la que Leonor amenazó con irse, para asustarla, Carlos la echó de casa. No le quitó las llaves de casa pero sí el móvil.
“Se estaba haciendo de noche. Fui a una tienda a pedir que me prestaran un teléfono para llamar a la chica de Madrid, porque no me veía capaz ni de usar una cabina. La señora de la tienda vio que tenía marcas en la cara, me preguntó qué me había pasado y cuando le expliqué me convenció para llamar a la policía. Me llevaron a comisaría, donde me dijeron que irían a detenerle para que yo pudiera volver a casa. Ese mismo día firmé la orden de alejamiento”.
Le dieron una abogada de oficio y en seguida hubo juicio.
“Durante todo este proceso siempre me sentí respaldada y respetada por todo el mundo menos que por una trabajadora social quien me dijo que tenía que volver a mi país porque aquí lo tendría difícil y que además mi discapacidad no me ayudaría. Conseguí cambiar de trabajadora social, lo cual me quitó un gran peso de encima”.
La policía preguntó a Leonor si se quería quedar en esa casa y, como dijo que no, la llevaron antes a una pensión, donde estuvo un par de días, y luego a un piso-puente, un tipo de residencias pública y temporal que ofrece a mujeres víctimas de violencia de género y a sus hijos e hijas programas para su protección, capacitación e integración social.
Tres días después de que Leonor saliera, soltaron a Carlos, en espera de juicio.
De centro en centro
El abogado del agresor defendió que Leonor estaba “carente de afecto” por su condición física y que se lo había imaginado todo. Finalmente condenaron a Carlos a realizar trabajos para la comunidad
Del piso-puente, Leonor empezó un recorrido por casas de acogida que duró dos años. “Nunca vi a ninguna otra mujer con discapacidad en ese contexto”.
“Los servicios creados para las mujeres víctimas de violencia de género están llenos de barreras no sólo arquitectónicas, sino también mentales, y en algunos centros se han negado a ayudar a mujeres con discapacidad, aduciendo que no están preparadas para asumir la responsabilidad”, apunta Peláez.
En su informe, el Comité de Naciones Unidas recomienda a España que tenga más en cuenta a las mujeres con discapacidad en los programas y políticas públicos sobre la prevención de la violencia de género, particularmente para asegurar el acceso a un sistema de respuesta “eficaz e integrado”. El CERMI, por su parte, pide entre otras cosas que se desarrollen estudios específicos sobre violencia y mujeres con discapacidad, que se incorpore la discapacidad en el informe anual sobre prevención y lucha contra la violencia de género, y que se promueva una formación tanto de profesionales de los servicios de protección contra la violencia y el abuso sexual como de todos los que trabajan directamente con mujeres y niñas con discapacidad (en centros de atención, residencias, colegios entre otros) que sea sensible a sus necesidades concretas y que preste atención a su diversidad y heterogeneidad.
En el centro, donde sí fue acogida, Leonor iba a la psicóloga, con quien, más aún que del maltrato, habló mucho de la experiencia del aborto. “Todavía hoy si pienso en ser madre a veces siento que sería egoísta por mi parte permiter a ese hijo nacer cuando no se lo permití al otro”.
En la casa de acogida Leonor hizo también cursos de formación y empezó a tocar la guitarra, algo con lo que siempre había soñado. “Poco a poco me hice amiga de las otras chicas, conseguí volver a salir a la calle y a tomar conciencia de lo que me había pasado. Me daban todo lo que necesitaba y si quería dinero lo podía pedir prestado para cuando tuviera un trabajo”. Allí Leonor se enteró también de la existencia en Cataluña del ‘Programa para la prevención de la violencia contra las mujeres con discapacidad’. El proyecto, puesto en marcha a nivel nacional en 2010 por COCEMFE y Obra Social La Caixa, se centra en la formación de profesionales técnicos de la administración y de las entidades sociales especializadas en discapacidad, en talleres de sensibilización para familiares y de apoyo psicosocial a mujeres con discapacidad.
“Lo que pasa es que cuesta muchísimo movilizar al colectivo”, explica Cristina Gómez. Ella en estos momentos trabaja como técnica superior de prevención dentro del programa en Barcelona, que lleva Dones No-Estàndards, una de las impulsoras del proyecto. “Las mujeres y las familias que vienen a mi taller son las que están en las organizaciones y ya están concienciadas. Habría que entrar también a las residencias, pero no es nada fácil”.
Hace algunos meses llegó la sentencia del juicio.
“Él tenía cargos por haberme quitado la documentación, por el maltrato y por amenazas. El día del juicio pensaba que me iba a derrumbar pero tuve la fuerza de ser clara y de ignorarle cuando le vi. Su abogado dijo que por mi condición física estaba carente de afecto, que me lo había imaginado todo y que él no vivía conmigo en el piso sino que sólo venía a traerme comida ya que me habia traído aquí para hacer una labor humanitaria. Se volvió a sacar el tema del aborto, pero esta vez se demostró que yo no había mentido, lo cual para mí fue muy importante. El juicio salió como yo quería, o sea no que le pusieran en la cárcel sino que tuviera que hacer trabajo para la comunidad”. Sin embargo, de los tres cargos, a Carlos sólo le condenaron por el maltrato “porque dijeron que no había pruebas para demostrar los otros”. Él recurrió.
Después de dos años en casas de acogida, hace algunos meses dijeron a Leonor que ya tenía que salir. Igual que casi el 70% de las mujeres con diversidad funcional que viven en España, Leonor no trabaja. Según datos de 2008 de la Encuesta de Discapacidad, Autonomía personal y situaciones de Dependencia, la tasa de actividad de las mujeres con discapacidad es del 31,2% y de los hombres el 40,3%.
En la actualidad, Leonor cobra la renta activa de inserción, cuando puede trabaja en negro y comparte piso con otra gente. “No depender de otra persona me hace sentir más segura de mí misma. Ahora también sé que no tengo la culpa de lo que me pasó y que no me tengo que avergonzar”.
Recientemente Leonor ha empezado una relación con un chico, que también tiene una diversidad funcional. “Por ahora es un amigo, pero nos llevamos muy bien. Siento que con él puedo compartir experiencias a otro nivel y también que le ayudo porque él no acepta su discapacidad, pero yo sí la mía”, cuenta.
En breve Leonor comenzará a estudiar para sacarse la ESO y está tramitando el certificado de discapacidad. “El problema es que tarda mucho y cuando voy a buscar trabajo me dicen que lo necesito. En estos momento me digo que si me consigo un trabajo triunfo. También a veces me agobio porque hasta que estuve en la casa de acogida me sentía protegida, pero ahora estoy sola. Si me quitan la ayuda, ¿a quién le importa lo que pase conmigo?”.
Fuente: Pikara Magazine