enero 09, 2009

Mujeres, eslabón más frágil, pero más productivo del capitalismo

En las últimas tres décadas el capitalismo ha dado un giro definitivo: a la sociedad de la información se suma un desplazamiento de la explotación de los hombres hacia las mujeres, quienes quedan convertidas en el eslabón más frágil, pero más productivo, señala la especialista en género Ivonne Acuña Murillo.

En este contexto, afirma que la producción basada en el modelo de “economía del salario familiar”, donde el varón era el proveedor principal, está siendo sustituido por el de “economía del trabajo casero” o “trabajo doméstico fuera del hogar”, caracterizado por la precariedad de las condiciones laborales.

En su texto “Las mujeres frente al más reciente cambio estructural: trabajo y ciudadanía”, la investigadora precisa que la redefinición del papel social de las mujeres dentro del capitalismo ha sido continua. Se trata, dice, de una transición que no ha sido tersa, pues detrás se oculta un conjunto de violencias ejercidas sobre las mujeres, las cuales han permitido afinar las estrategias de acumulación del capital y que hoy siguen vigentes.

En el documento, presentado en noviembre pasado durante el Coloquio de Estudios de Género en el Colegio de México (Colmex), con motivo del XXV aniversario del Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer (PIEM), se dice que entre estas violencias está que sean ellas responsables de la reproducción biológica de la mano de obra, de la activa y de la que forma el ejército industrial de reserva.

También que se vean arrojadas al mercado de trabajo en condiciones de explotación; que sean obligadas a exponer a sus propias hijas e hijos a extenuantes jornadas de trabajo, so pena de no ser contratadas, y la realización gratuita de labores domésticas que permiten a los trabajadores varones estar en condiciones de vender su fuerza de trabajo al capitalista.

Acuña Murillo detalla que a estas formas de violencia se suman: un proceso de desplazamiento que las convierte en el eslabón más frágil pero más productivo en el proceso de acumulación del capital; el reforzamiento de su papel como “objeto-mercancía”, lista para ser vendida, violada, asesinada, prostituida, embarazada y obligada a entregar a sus hijos e hijas para ser vendidos, etcétera.

“Todo ello en el contexto de un mercado donde la demanda por mujeres jóvenes y niñas aumenta día con día en el marco del fenómeno denominado trata de personas”, señala la académica.

Son múltiples, dice, las formas en las que las mujeres han sido introducidas en el esquema capitalista y destaca aquella relacionada con el trabajo precario y sus consecuencias a nivel mundial, puntualiza la también profesora del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana.

“TRABAJO DOMÉSTICO FUERA DEL HOGAR”

Ivonne Acuña Murillo señala que antes de la transición de las sociedades industriales a las de la información, la producción estaba basada en el modelo de “pleno empleo” o de la “economía del salario familiar”, de acuerdo con el cual el salario del hombre, “proveedor por excelencia”, era suficiente para cubrir las necesidades de una familia.

Sólo en aquellos casos en los que la realidad superaba el modelo y su ingreso no era suficiente, la mujer podía trabajar por un salario menor, suficiente para “completar” el ingreso masculino. Esta lógica permite “explicar” y “justificar” el que las mujeres reciban un salario menor por igual trabajo.

Agrega, que esta transición es reconocida como la “brasileñización de Ocidente”, de acuerdo con la cual lo precario, discontinuo, impreciso e informal irrumpe en las sociedades del pleno empleo. Es decir, la multiplicidad, complejidad e inseguridad en el trabajo, propia de los países del “sur” se está extendiendo a los centros del mundo occidental.

Se toma de ejemplo a Brasil, pues ahí las y los trabajadores con empleo de tiempo completo son una minoría, frente a la gran masa que representa la población económicamente activa y que vive en condiciones laborales precarias.

Abundan las vendedoras y vendedores ambulantes, pequeñas y pequeños comerciantes y las y los pequeños artesanos, que se ofrecen como asistentes domésticos de toda suerte, o los nómadas laborales que se mueven entre los campos de actividad más variados.

Para algunas pensadoras feministas, en este cambio del modelo de la “economía del salario familiar” al de la “economía del trabajo casero” o “del trabajo doméstico fuera del hogar”, el trabajo está siendo conceptualizado como “femenino”, por el importante número de mujeres que se incorporan a la fuerza laboral.

Se considera también “feminizado” por ser altamente vulnerable, apto para ser desmontado, vuelto a montar y explotado como fuerza de trabajo de reserva, condiciones que han caracterizado al trabajo femenino a lo largo de la historia del capitalismo, señala la experta.

Esto responde, a decir de la investigadora, a que en todo el mundo los trabajadores, en general, están perdiendo la gran mayoría de los derechos laborales obtenidos a fines del siglo XIX y durante la primera mitad del XX, tales como derecho a huelga, contrato colectivo de trabajo, condiciones adecuadas de trabajo, seguridad en el empleo, seguridad social, incluyendo jubilación y servicio médico, etcétera.

De esta forma, mujeres y hombres se enfrentan a la precarización del salario y de sus condiciones de trabajo, así como a la pérdida de la seguridad social, puntualiza Acuña Murillo.


Por Gladis Torres Ruiz
Fuente: Cimac Noticias

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