diciembre 28, 2007

Género, poder y discursos sociales

Acaba de lanzarse en Argentina el libro “Género, poder y discursos sociales” de July Chaneton (Eudeba S.E.M.). La autora, doctorada en Letras y especialista en Estudios de Género, ofrece en estas páginas una vía de abordaje sociodiscursivo para el examen y comprensión del proceso histórico de la configuración de subjetividades, ya que inseparables del conjunto de las prácticas sociales, las diferencias de género dejan su marca más o menos visible, más o menos constitutiva, en el hacer humano colectivo.

Ofrecemos un adelanto del primer capítulo.

Capítulo 1. Teorías y prácticas feministas1

La metáfora contenida en la denominación “feminismos de la segunda ola” refiere a la re-emergencia del movimiento social de las mujeres, si se entiende por “primera ola” las luchas por el derecho a votar que las sufragistas iniciaron en el siglo XIX.2 Al momento de la segunda posguerra, durante el siglo pasado, se había logrado el voto femenino en las sociedades democráticas y a partir de entonces son las nuevas condiciones de existencia de las mujeres de las capas sociales medias (mayor inserción en la esfera pública laboral, mayores niveles de escolarización, liberación de la vida sexual por el acceso a la nueva tecnología anticonceptiva) las que hacen posible el surgimiento del colectivo como nuevo sujeto social plural, capaz de generar autocomprensión sobre su devenir histórico. El presente capítulo consiste en una lectura del campo teórico de los feminismos –especialmente la tradición anglonorteamericana– en su relación con las prácticas políticas del movimiento social y sus organizaciones.3

De las distintas vertientes y problemas fueron seleccionados aquéllos que resultan productivos para el trabajo analítico con la materialidad discursiva, así como poderosas sugerencias teóricas todavía activas a la hora de repensar asuntos centrales de la política de las diferencias de género. En particular, la conceptualización del género como diferencia sociocultural entramada con la desigualdad y el problema del sujeto de la teoría feminista en el estimulante encuentro con el postestructuralismo.

Nos interesó detenernos en los momentos en que el discurso feminista vuelve sobre sí la mirada crítica y re-examina sus herramientas conceptuales, habilitando así la posibilidad de liberar la imaginación para el saber y la política. Es el rasgo característico que radicalizó el espacio de lo que hoy se conoce como postfeminismo, término que, en principio, cabe referir exclusivamente al campo teórico-académico4. Alude a una forma de pensamiento en proceso, abierto a otras textualidades provenientes de movimientos políticos y filosóficos que se encuentran buscando “pensar de otro modo” y que se interesan por una articulación política de los relatos de las diferencias socioculturales. Una manera de volver a pensar a partir de lo pensado, releyendo las nociones a la luz de los nuevos interrogantes y las transformaciones en la contemporaneidad social, una vez que los gestos fundacionales del feminismo de la segunda ola se han integrado de modo parcializado y a menudo resignificado en nuevas interpretaciones, al tiempo que han permeado difusa y contradictoriamente las prácticas identitarias de los distintos sectores de la vida social.5

No se nace mujer

En 1949 se publicó en París, El Segundo Sexo, texto precursor en el que Simone de Beauvoir (1908-1986) desarrolla y fundamenta la novedad de su célebre tesis “No se nace mujer: llega una a serlo” (1977, tomo II, p. 13), lo que podría traducirse hoy como devenir sociocultural de un cuerpo sexuado. Basándose principalmente en un enfoque filosófico de cuño hegeliano, Beauvoir ofreció la primera explicación de la cuestión política de fondo: el hombre se configura como tipo humano absoluto, a la vez lo positivo y lo neutro, mientras que la mujer es el término negativo necesariamente vinculado como alteridad respecto del sujeto masculino.

“La categoría del Otro –afirma Beauvoir– es tan original como la conciencia misma” (ésta y las siguientes citas: “Introducción”, op. cit., pp. 9-25). La antropología cultural ha estudiado el fenómeno por el cual el concepto del “otro” funciona de modo relativo y recíproco y así “extranjero” es un signo vacío –como podemos decir hoy– que varía de sentido de acuerdo con la posición relativa del nativo (extranjero para los otros cuando viaja, del mismo modo que los otros son extranjeros para él, cuando visitan su comunidad). Esta reciprocidad es también, para Hegel, la de las conciencias hostiles, las cuales pretenden cada una afirmarse como lo esencial y constituir al otro en inesencial (es decir, en objeto); pero Beauvoir sostiene como tesis que la reciprocidad de las conciencias no se cumple en la relación hombre/mujer: “La mujer se determina y diferencia con relación al hombre y no éste con relación a ella; ésta es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, él es lo Absoluto: ella es el Otro”. Ella es lo que se define como no-varón y por lo tanto un ser relativo y desjerarquizado respecto del Sujeto masculino.

En esa relación dialéctica, la mujer es cómplice de su propia subordinación ya que no asume el riesgo de plantearse como un sujeto, porque descubriéndose como “lo inesencial que nunca vuelve a lo esencial” no opone resistencia al otro masculino. Es cierto que los varones dicen “las mujeres”, señala Beauvoir, pero ellas recogen esas palabras para autodesignarse y no dicen “nosotras”, evitando plantearse como un sujeto auténtico.

De esa observación, “no dicen ‘nosotras’”, que atañe al nivel enunciativo de la sociabilidad y que implica todo un programa político, parte el relanzamiento del feminismo en la segunda mitad del siglo XX. Beauvoir analiza las condiciones históricas del mundo que les es propuesto a las mujeres y en el cual ellas están obligadas a cumplirse como seres humanos. El “drama” de las mujeres y de la política de las mujeres como colectivo consiste –según la autora– en que ellas deben elegirse como libertad y autonomía en un mundo en el que el Sujeto masculino y a la vez universal les impone que se asuman como el Otro. Al no plantearse como sujeto auténtico “la mujer esquiva el riesgo metafísico de una libertad que debe inventar sus propios fines sin ayuda”. Prefiere huir de su libertad y convertirse en cosa, elige “el camino fácil” porque de ese modo se libra de la angustia y la tensión “de una existencia auténticamente asumida”.

Ella se “complace” en su papel del Otro. De ahí, el epígrafe de Jean Paul Sartre que encabeza el segundo tomo: “Semivíctimas, semicómplices, como todo el mundo”. Después del estudio de Beauvoir, masculinidad y feminidad perdieron para siempre su carácter de naturaleza autoevidente. La publicación de sus ideas movilizó fugazmente la recepción europea, para luego silenciarse y reaparecer años más tarde a ambos lados del Atlántico en los libros emblemáticos del movimiento de los años 60 y 70.6
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Fuente Artemisa Noticias

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in