enero 23, 2008

Horizonte del feminismo peruano

Fundadora del Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán (CFT) y representante de la Articulación Feminista Marco Sur en el Consejo Internacional del Foro Social Mundial, Virginia Vargas Valente es una de las feministas más reconocidas de América Latina. Acaba de presentar el libro El movimiento feminista en el horizonte democrático peruano (Décadas 1980 - 1990) editado por Unifem y el CFT, el primero de una serie de cuatro títulos con la misma temática en Bolivia, Chile y Ecuador, resultado de la investigación “El Movimiento Feminista en América Latina” apoyada por la Fundación Ford a fines de los años 90.

Desde el inicio de tu libro ya se plantea una suerte de periodización del movimiento feminista peruano: los primeros grupos aparecieron en los inicios de los año setenta, se consolidan en los ochenta y se fragmentan para después debilitarse en su dimensión movimientista en los años noventa. ¿Esto quiere decir que hay un declive del movimiento en los noventa?

Evidentemente hay un cambio de estrategia en los noventa, generado por el tipo de cambios en los contextos. Los ritmos y dinámicas del movimiento feminista son propios de los movimientos en general de esa época. En los 90 influyó muchísimo una nueva ola expresada en la tendencia a la fragmentación y a la cultura del yo que es propia de una expansión neoliberal en el mundo.
En el Perú coincide con el gobierno de Fujimori

Aquí tenemos dos escenarios. Uno a nivel nacional enmarcado en el gobierno autoritario y luego dictatorial de Fujimori y otro, a nivel global, encuadrado por las conferencias internacionales. Las feministas hemos estado en esos dos espacios: negociando con los gobiernos en lo global para lograr lo que se acordó en Beijing, y aquí en el Perú confrontando al gobierno de Fujimori. En otros países de América Latina –según los otros estudios que he estado haciendo– esta incursión en lo global también trajo aparejada una entrada fuerte a la negociación con el Estado. Muchas de las mujeres pasaron a formar parte del Estado. En Chile esto fue muy evidente y muy dramático; muchas de las feministas de la primera ola de alguna forma entraron a este tipo de negociación, lo cual no está mal en sí mismo pero, en un movimiento que no es tan grande ni tan expandido, apostar a una sola estrategia es un poco complicado. Como consecuencia, en Chile se ha dado con más fuerza el surgimiento de grupos más autónomos y radicalmente opuestos a esa estrategia.

  • En tu libro registras la opinión de Giulia Tamayo, quien decía que en el Perú tenían que trabajar con “un Estado que no parecía serlo”… ¿Eso era más complicado que en Chile o en otros países?
Por supuesto que era mucho más complicado porque finalmente en los otros países estaban los procesos democráticos desarrollándose, mal que bien, dentro de la ley, mientras que nosotras estábamos en un gobierno con características autoritarias y con un doble discurso hacia las mujeres. Así, una de las cosas más difíciles para nosotras fue negociar democráticamente con un Estado que no era democrático y en ese punto creo que el problema fundamental se levanta para los feminismos. Es por eso que yo conecto esta relación con el Estado con el surgimiento de espacios como Mujeres por la Democracia, donde la consigna fundamental es: “lo que no es bueno para la democracia no es bueno para las mujeres”. Digo esto porque Fujimori le estaba dando derechos a las mujeres: incorporó muchas más mujeres en la administración pública que ningún otro gobierno; creó el Ministerio de Promoción de la Mujer y el Ministerio de Desarrollo Humano envió gente a Beijing y nosotras desde el movimiento logramos la aprobación de un conjunto de leyes. En fin, había una especie de reconocimiento de la ciudadanía política de las mujeres. Sin embargo, todas las otras dimensiones estaban absolutamente devaluadas, especialmente la dimensión económica, a partir de la cual surge la estrategia de Fujimori con los movimientos de mujeres populares: el clientelismo, el cambiar votos por alimentos o dinero, etc. Vivíamos una esquizofrenia y por eso para mí lo fundamental en esa década era luchar por la democracia y no por los derechos de las mujeres aisladamente.

  • En razón de este contexto, el feminismo de las calles de los ochenta fue reemplazado por el cabildeo, ¿se debió a las conferencias de Naciones Unidas o porque estábamos en un gobierno autoritario que clausuraba los espacios públicos?
Yo creo que eran las dos cosas. Este fenómeno de reemplazar el cabildeo por la movilización no es solamente de Perú y no solamente por la situación política nacional. Creo que fue una vertiente de ese feminismo que participó en los espacios globales, lo que no significa que el cabildeo reemplazara a la movilización como quien pone una estrategia y saca la otra, motivo por el que insisto en tener en cuenta el contexto. El contexto de los 90 no facilitaba las movilizaciones que habíamos tenido antes, debido justamente a una mayor fragmentación y a cambios de estrategia en los movimientos: nuestro foco no era el Estado. Veníamos, en los años ochenta y antes, de una experiencia negativa con un Estado que no respondía a los intereses de las mujeres, un Estado que no era un Estado. En los noventa hay un discurso diferente. Se proclama la democracia como la mejor forma de gobierno en general en el conjunto de la región –creo yo, salvo Cuba ¿no? Todos los países entran en una ola democrática después de muchas décadas de dictadura en diferentes sitios y eso también cambia el horizonte. Chile, por ejemplo, pasó de la dictadura pinochetista a democracia en los 90 como una evidente modificación del panorama y allí es donde empiezan las estrategias mucho más fuertemente con el Estado, pero sin cuidar una posición más autónoma de profundización desde las sociedades civiles.

El Movimiento Feminista en Perú tuvo siempre muy claro que tenía que actuar articulado con la democracia, lo que generó tensiones, en especial en relación con la autonomía. En su libro especifica diferentes momentos: en los 70, autonomía del espacio y discurso propio; en los 80 con las organizaciones populares de mujeres, una autonomía a nivel de la vida privada, pero sin autonomía con respecto al Estado, porque ellas precisamente dependían de los alimentos que recibían del Estado.

Incluso con el nivel de apoyo que podían tener a través de programas como el Vaso de Leche y Comedores Populares, no creo que la negociación con el Estado les haya quitado autonomía a las mujeres, porque estaban negociando por derechos y el problema de la sobrevivencia es un derecho por el cual pelear. El problema es cuando el Estado comienza a clientelizar ese proceso. El Vaso de Leche fue creado en 1984 y se convirtió en un movimiento nacional que reivindicaba frente al Estado.

Pero seguían existiendo problemas de manipulación de los movimientos de mujeres por parte del Estado.

Con mucha más fuerza en los 90. Nuestros Estados no son democráticos en muchos aspectos, por más que tengan democracia formal. Yo creo que es en los 90 donde esto sucede con mucha más fuerza. Por un lado, la fuerte crisis económica y porque el Estado tiende a replicar su autoritarismo en la sociedad. Por el otro, porque hubo niveles escandalosos de manipulación que yo rescato en este libro. Hubo casos de mujeres que llegaban con la boleta ya lista con el voto a Fujimori y a cambio ellas recibían dinero. Esto evidencia, un intento de socavar la autonomía de las mujeres –con cierto nivel de éxito, por desgracia. Ahora, la autonomía de las mujeres con respecto a lo privado no es poca cosa.

  • ¿Cómo ves tú ahora la autonomía con respecto a lo privado? ¿Cuánto crees que ha avanzado?
Creo que es una de las dimensiones más difíciles de cambiar porque se relaciona con la cultura política de la cotidianeidad y eso es más complicado. Sin embargo, ha habido avances evidentes en ese sentido a todos los niveles, ya no solo en las mujeres de sectores populares, sino dentro del mismo espectro de la sociedad. Es decir, ahora las mujeres tienen conciencia de tener derechos, esto creo que ya está instalado de muchas formas pero no en todos lados. Este país es muy desigual en muchas cosas. Las indígenas amazónicas por ejemplo están dando una pelea muy fuerte por su autonomía pero con muy poca conciencia de la autonomía política. Muchas de ellas siguieron siendo fujimoristas durante un tiempo. Sin embargo se paraban frente a sus líderes para reivindicar que ellas también tenían derechos. Es un desarrollo desigual pero que se ha dado con fuerza. Ha sido el resultado de la presión y la presencia de los feminismos pero también de que el Estado ha determinado un tipo de reconocimientos, aunque sean formales, de las mujeres. Yo creo que en estos momentos tenemos igualdad en el horizonte, por más que no se cumpla. Por lo menos tenemos una Constitución en la que somos iguales.

En algunos momentos del libro pareciera que hay una ambigüedad del movimiento amplio de mujeres. Por un momento parece un movimiento democrático con reivindicaciones feministas y por otro, un movimiento feminista con aspiraciones democráticas. Esta también es una tensión que tiene que ver con la autonomía.

Creo que hay un cambio interesante en el nuevo milenio, toda esta mirada más complaciente con la negociación política a nivel global y nacional comienza a tener sus limitaciones, sus críticas desde el feminismo. Surgen con mucha más fuerza dos dimensiones de lucha que habían estado desdibujadas en la década anterior: la de los derechos económicos y sociales de las mujeres, porque se había optado por los derechos políticos, dimensión que más tiene que ver con el surgimiento de una nueva ola de crítica importante al liberalismo a nivel global y a nivel de los diferentes países, que no son desdeñables, pero se los separó en cierta forma de los derechos económicos, sociales y culturales. La otra dimensión que quedó desdibujada –no desapareció pero quedó desdibujada– fue la de los derechos sexuales y reproductivos, particularmente el aborto, porque en los noventa (recojo lo que dijo Sonia Alvarez, a pesar de que ella no se acuerda que lo dijo, según me comentó recientemente) las feministas empezamos a luchar “por lo posible, dejando de nombrar lo deseable”. Lo posible era negociar una ley con el gobierno, una ley de igualdad de oportunidades, una ley de violencia, etc.; lo cual es muy importante, pero todo lo que no se podía negociar con el gobierno, aunque no desapareció, tampoco estaba levantado con la fuerza que había estado al comienzo. Yo creo que esto se retoma con fuerza en el nuevo siglo. Hay una mayor radicalidad en ese nivel. Teniendo esto en cuenta como tendencia de los feminismos del nuevo siglo, no podemos pensar que los movimientos sociales, cualquiera que estos sean, incluyendo el feminismo, vayan a tener las mismas características de los 80 o 90, especialmente de los 80, época gloriosa de las movilizaciones en las calles.

  • Entrevista Integra

http://www.clam.org.br/publique/cgi/cgilua.exe/sys/start.htm?infoid=3671&sid=51


Fuente: Clam

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in