Mujeres frente al VIH
Ángela Facundo, antropóloga, investigadora del Grupo Interdisciplinario de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia, comenta algunos resultados preliminares del proyecto “Factores de vulnerabilidad a la infección por VIH-sida en mujeres”, financiado por el Fondo de Población de Naciones Unidas. La investigación llevada a cabo en cinco ciudades colombianas, es una realización conjunta del Grupo Interdisciplinario de Estudios de Género –coordinado por la profesora Mara Viveros– y el Grupo de Antropología Médica Critica que coordina el profesor César Abadía.
¿Cómo está el campo de estudios sobre VIH en el país?
Se ha trabajado mucho sobre prostitución, en la mayoría de los casos desde las organizaciones gubernamentales, el movimiento social o las Secretarías de Salud, pero muy poco desde instituciones académicas. Son básicamente estudios epidemiológicos con el fin de sustentar intervenciones en salud. Sobre el análisis general de las mujeres y el VIH hay muy poco en Colombia. Hay estudios de ONGs y del Gobierno; un estudio académico, cercano a lo que estamos haciendo, es “Mujeres viviendo con VIH/Sida. Más que una historia” de María Yaneth Pinilla, que adelanta como tesis de maestría, este trabajo también buscar integrar la estructura social y lo subjetivo.
En primer lugar, en Colombia estamos en mora de hacer un estudio sobre el VIH que incluya una perspectiva de género real, es decir, que hablar de género suponga referirse a una estructura en la que algunas personas en algunas situaciones sociales son más vulnerables que otras y no solamente se hable de “grupos de riesgo”. En Colombia existen estudios sobre esas poblaciones, identificadas como “poblaciones de riesgo”, es decir hombres que tienen sexo con hombres, mujeres y travestis que ejercen prostitución, pero no es usual que se investigue el caso de las mujeres de la llamada “población general”. Por ejemplo, es necesario trabajar no solamente con las mujeres que “están más expuestas”, que tienen comportamientos de riesgo, sino también con amas de casa y otros grupos de mujeres. El enfoque del estudio es el de analizar las condiciones o los contextos sociales que generan vulnerabilidad y no el de identificar poblaciones en riesgo.
Esa vulnerabilidad corresponde a varios niveles que operan al mismo tiempo. Hay niveles estructurales de desigualdad y de violencia, sumados a la negligencia estatal y específicamente a la del sistema de salud, contextos de las redes sociales más próximas y también un nivel subjetivo de las mujeres que lleva a que sean más o menos vulnerables a la infección por VIH. Esto también implica identificar las diferencias de género en esos distintos niveles; por ejemplo, las mujeres en situación de desplazamiento, no solamente están perdiendo todas sus redes sociales y sus propiedades, como los hombres, sino que además están siendo víctimas de violencia sexual.
Otra cosa que me parece interesante es la comparación de contextos regionales. Generalmente cuando se habla de VIH-sida se lo hace centralizadamente, como si Bogotá fuera el ejemplo de cómo se desarrolla el VIH-sida en todo el país. Ese es el paradigma de cómo se hace la prevención y las campañas, cómo funciona el tratamiento, siendo que no necesariamente eso aplica a todos los contextos. La atención en salud no funciona de igual manera en todas las regiones, ya que las culturas locales tienen elementos particulares en relación con el género, que son fundamentales para pensar la vulnerabilidad frente a la infección: valoran de manera diferente las parejas, el matrimonio, la familia, la maternidad, la fidelidad y el hecho de que una mujer pueda elegir estar sola o no. Pensar la posibilidad de comparar los ámbitos regionales en vez de uniformizar los estudios y para todas las campañas a nivel nacional, es un aporte valioso de la investigación.
¿Cuáles son las ciudades que participan de esta investigación y por qué fueron escogidas?
Trabajamos con Bogotá, Bucaramanga, Barranquilla, Medellín y Cali, elegidas por ser ciudades capitales, representativas del país y en las que también ha aumentado la prevalencia del VIH/Sida en mujeres. De todos modos, no son necesariamente en las que más haya aumentado esa prevalencia. Sería muy interesante pensar un estudio en ciudades en las que hay situaciones particulares frente a esta cuestión, como las ciudades de frontera con población indígena, presencia fuerte del ejército, situaciones críticas de violencia y emisoras de población desplazada, pero eso implicaría un estudio con otras características. Sin embargo, como una aproximación general y nacional al tema de la vulnerabilidad en mujeres, escoger estas ciudades tiene pertinencia.
¿Qué es lo que se ha hecho en cada ciudad?
Hacemos grupos focales con mujeres que viven con VIH y mujeres que no viven con VIH. Las que viven con VIH han identificado factores de vulnerabilidad que las otras no han identificado. Asimismo, las mujeres que viven con VIH dan un panorama de los itinerarios que deben cumplir para lograr la atención en salud. A su vez en cada ciudad también realizamos entrevistas en profundidad con la finalidad de ahondar sobre las relaciones erótico-afectivas, las negociaciones de pareja y de familia y, particularmente con las mujeres viviendo con VIH, la relación y las estrategias de negociación con el sistema de salud.
Por otro lado, nos contactamos con las Secretarias de Salud de cada ciudad, los epidemiólogos o los directores de los programas de prevención y atención en VIH-sida. El tipo de contacto con cada uno de ellos es diferente y está indicado por el trabajo de campo. Así, puede ser simplemente con un objetivo informativo o para conseguir más contactos en las ciudades. Para lo último ha sido muy importante la colaboración de ONUSIDA, LIGASIDA y de algunos programas de atención que todavía dependen del Estado.
¿En qué se centra el estudio?
Hay varios aspectos de las vulnerabilidades que podemos identificar, pero hay dos focos en lo que se ha centrado el estudio: las relaciones erótico-afectivas y las relaciones con el sistema de salud. Por supuesto, no creemos que ambas estén escindidas, que una esté involucrada en un plano estructural y la otra solamente en un plano subjetivo sino, por el contrario, ambas están atravesadas por los planos subjetivo, estructural y social.
Asimismo, estamos interesados en el funcionamiento de las redes sociales: si son de mujeres, si hay acciones conjuntas, si existe, por ejemplo, relación entre las campañas de la secretarias de educación y la secretarias de salud, si hay campañas orientadas hacia el VIH-sida, o las hay que favorezcan a las mujeres en particular. También queremos saber si existe una discriminación positiva en el sentido de tener créditos, empleos, algún tipo de beneficio, ya que las circunstancias de vulnerabilidad en las mujeres no se deben solamente al contacto o no con el virus, sino a una conjunción de las condiciones de vida que actúan de manera potenciada en algún momento de sus vidas. No es suficiente pensar campañas para prevenir la vulnerabilidad frente a la infección teniendo en mente sólo el uso del preservativo; también es necesario pensar en el empoderamiento de las mujeres que les permita generar autonomía económica y afectiva.
¿Qué hallazgos relevantes se pueden identificar en la investigación?
Si bien aún estamos en el momento de recopilación de la información de campo, es decir no tenemos todo el conjunto del análisis, hasta ahora hemos visto que la relación con el sistema de salud es muy complicada. Por ejemplo, sólo dos de las 20 mujeres viviendo con VIH implicadas en el estudio en cada ciudad, nunca interrumpieron el tratamiento. Eso no es una novedad, pero sí lo es comprobar lo que esto significa en la vida de las mujeres. Otro problema con respecto al tratamiento, es que ningún empleador está dispuesto a dar la cantidad de permisos necesarios –tres o cuatro veces en una semana durante varias horas– para buscar los medicamentos. Si ya existe discriminación frente a la posibilidad de conseguir un empleo, al conseguirlo en estas condiciones resulta difícil mantenerlo.
Otro inconveniente que hemos detectado guarda relación con el acceso a la información. Aunque se diga que ya fue dicho todo lo que la población tenía que saber y que, por lo tanto, el problema es que la gente no está transformando sus hábitos de vida con base en la información suministrada, el estudio muestra que la información en realidad no está o es muy desacertada. Asimismo, la información sobre anticoncepción o sobre la capacidad de decisión de las mujeres sobre su maternidad también es deficiente. Mujeres con diferentes grados de escolaridad, de diferentes generaciones que llegaron a estudiar después de la implementación de la cátedra de sexualidad obligatoria en los colegios, no tienen datos adecuados sobre VIH y anticoncepción.
Otra cuestión general es el poco poder de negociación de la vida sexual y reproductiva de las mujeres frente a sus parejas, unido a una necesidad muy grande de las mujeres de estar acompañadas, de ocupar socialmente un lugar sólo como esposas o como madres y de sacrificar incluso su propio bienestar. Esto tiene sus matices, porque en cada región ese lugar social significa cosas diferentes.
En este mismo sentido discurre el tema de la visibilidad y la aceptación social de la infidelidad masculina frente a la infidelidad femenina. La infidelidad femenina se acepta menos, entonces también es más difícil hablar de ella, pero existe, sale en los grupos focales y tienen estrategias de cuidado diferentes. Ellas se sienten seguras con su pareja oficial, con su esposo, sienten que el amor es un factor de protección, entonces no hay que pedir el uso del preservativo, sinónimo de desconfianza y generador de conflictos en la pareja. En cambio, en las relaciones con amantes casi que no se duda, se supone que esas relaciones sí son particularmente más riesgosas, sin que se planteen criterios claros de por qué una podría ser una relación segura y la otra no.
En esta situación el análisis de las mujeres es muy sesgado, tendiente a lecturas morales y victimizantes. Por ejemplo, en el uso de condón se habla mucho de la incapacidad de negociación femenina, la negativa de los hombres frente a la solicitud de sus esposas de usar el preservativo y la incomodidad masculina de usarlo y de disfrutarlo. Además, en general se habla del preservativo ‘en masculino’, siendo que el preservativo ‘en femenino’ también da problemas. A qué me refiero con esto: las mujeres también hablan de una poca posibilidad de disfrute, , por lo que a veces son ellas quienes piden a sus parejas que se quiten el preservativo o piden desde el principio relaciones sin preservativo. Esta faceta del preservativo ‘en femenino’ es poco explorada, teniendo en cuenta que en Colombia el condón femenino no es asequible ni ha sido promovido en campañas de prevención.
Algunos estudios han reportado que muchos de los nuevos casos de mujeres que viven con VIH son de heterosexuales en pactos monogámicos ¿Cómo ha abordado el estudio esos cambios en relación con el perfil de la epidemia?
Creo que ha habido diferentes momentos de moralización y victimización para interpretar la vulnerabilidad frente la VIH-sida, cuestión que no permite analizarlo desde una perspectiva social, una ética laica y desde la salud pública, sino juzgar desde una moral cristiana. La mirada sobre la epidemia precisamente arrancó como un problema de homosexuales promiscuos, personas negras haitianas y africanas, y prostitutas; hasta ahora el cambio en esa mirada no ha sido completo.
Cuando nos deparamos con la existencia de mujeres heterosexuales que viven con VIH y que han seguido las recomendaciones morales de fidelidad y monogamia, vemos que el esquema de prevención no funciona. En ese momento, llegan nuevos culpables: esta vez los hombres con prácticas bisexuales, incluidas sus parejas mujeres a las que se les suele preguntar: ¿usted habló con su marido? ¿usted lo complacía? ¿usaban condón? Entonces, aparecen representaciones de las mujeres que viven con VIH-sida sólo como víctimas de estos “hombres malos” bisexuales.
A ese esquema moral de análisis se añade el deber ser de la sexualidad responsable como una cuestión que recae sobre el individuo y sus acciones individuales, desconociendo completamente las condiciones estructurales y sociales que influyen en el comportamiento de las personas y los grados de vulnerabilidad en los que se encuentran. Esa mirada también deja de lado la reflexión sobre las responsabilidades del Estado en el asunto, e ignora los problemas reales por los que atraviesan las mujeres en general y que se acrecientan con un diagnóstico VIH positivo.
Con este panorama queda muy difícil preguntarse, en una investigación, por qué estas “buenas mujeres” (monógamas, que no ejercen prostitución, que no son promiscuas) siguen infectándose con el virus, teniendo en cuenta también que en varios casos no siempre el marido tiene prácticas homosexuales, ni es el que le trasmite el virus, aunque lo sea en la mayoría de los casos. Lo que vemos es una manera de concebir las relaciones de género y la vida sexual de las mujeres que no permite conformar un esquema para pensar este problema fuera de esos parámetros morales.
En el esquema de comprensión de grupos de riesgo, las personas homosexuales y las personas que ejercen prostitución fueron más expuestas a los discursos de cuidado y uso del condón ¿Cuál fue el lugar de las mujeres en esas campañas e intervenciones?
Si tomamos a las mujeres que son amas de casa, por ejemplo, muchas de ellas nunca han visto un condón, no saben utilizarlo, no saben ponerlo y, sobre todo, se trata de un artículo completamente desligado del placer y del sexo; no existe como mediador de una relación sexual, es un elemento extraño, que causa discusiones y que genera conflictos. En las mujeres más jóvenes y especialmente en aquellas más expuestas a los discursos llamados modernos, se observa, en cambio, una mayor cercanía con el preservativo y en general con la lógica de la prevención.
Es probable que los grupos que han sido bombardeados con más información hayan incorporado la idea de la prevención a diferencia de los grupos que se suponen estaban ‘a salvo’ por ser buenos, monógamos y fieles. Ahora, no hay que ser tan optimista, porque en esos grupos más intervenidos también es sorprendente la desinformación.
Es cierto que falta mucha información, pero además comparto la premisa de que la información no es suficiente para cambiar las prácticas, porque esas prácticas están vinculadas e inmersas en una estructura social muy desigual y discriminatoria. Una mujer que vive con VIH y ejerce prostitución en Bucaramanga, nos decía por ejemplo: “yo no estoy para perder treinta mil pesos, yo les explico a ellos, les meto miedo, les digo usted no me conocen, imagínese si yo tuviera algo, tenemos que usar el condón. Pero si él se va a ir porque no quiere usar el condón, entonces yo le cobro algo más y lo hacemos sin condón, porque yo no estoy para perder plata”. Entonces, ella tiene la información, esta tratando de disuadir al cliente para que lo use, pero no está para perder plata, esa es la condición estructural de su vida, de eso dependen ella y sus hijos. A la hora de pensar en ‘sexualidad responsable’ y en ‘prácticas de cuidado de sí y del otro’, no se puede ignorar esta realidad.
Además ¿qué información se necesita? ¿simplemente sobre la epidemia? O ¿sobre el funcionamiento del sistema de salud, de las redes y de los recursos a los que pueden acudir para lograr un tratamiento médico?
En relación con el VIH-sida y las mujeres, la situación no cambiará si no se modifican las condiciones estructurales que las hacen más dependientes de su rol social como esposas y como madres, dependientes de sus hijos, de sus maridos… que hacen que continúen dando mas protección y cuidado a los demás que a ellas mismas. Es decir, esa situación no cambia hasta que estén en condiciones de igualdad social, con empleos dignos y autonomía reproductiva, que les permita ejercer una sexualidad libre y segura para ellas.
Fuente: Clam