Sometidas en el nombre de Dios
El tratamiento de la mujer en las Iglesias va desde la ordenación a la violación de derechos - Tras la discriminación está el control de su sexualidad - La falta de vocaciones puede impulsar el cambio.
Si la mujer es la mitad del cielo, como dicen en China, aquí, en la Tierra, el protagonismo femenino en el ámbito de las religiones oscila entre el infierno de las teocracias -la de los talibanes en Afganistán, por ejemplo-, el paraíso de algunas Iglesias protestantes, que permiten la ordenación de ministras, y el limbo en que se encuentran en la mayoría de confesiones: sin papel, supeditadas o relegadas a un oscuro tercer plano, cuando no víctimas de violaciones cometidas en nombre de algún dogma. Si la paridad en Occidente avanza con la ayuda de leyes, plantear siquiera una justa correspondencia con los varones en la mayoría de religiones del mundo supone aún una utopía. Sólo unas pocas confesiones minoritarias, de creación o implantación recientes, conceden a la mujer un papel algo más que testimonial. Son casos contados.
La reciente cumbre de la Alianza Atlántica dio la última voz de alarma al respecto. El nuevo código de familia chií adoptado por el Parlamento de Kabul (Afganistán) supone una condena para las mujeres de la etnia hazara, la mayoritaria de esa confesión. El documento da luz verde a la violación dentro del matrimonio y consagra la absoluta tutela del varón sobre la mujer. Nada de libertad de movimientos, ni derecho a la educación y la salud sin el control omnímodo del hombre. Pero no es necesario ir tan lejos: los matrimonios concertados -en el Islam o el hinduismo-, los códigos que prescriben una determinada vestimenta y conducta y, en el peor de los casos, los horribles crímenes de honor son rémoras que no sólo discriminan, sino que convierten a las mujeres en víctimas de confesiones que no las contemplan como sujetos de derecho, sino como una posesión del varón.
¿Son machistas las religiones? ¿Son todas ellas discriminatorias hacia las mujeres? "No hay ninguna sociedad en la que las mujeres hayan tenido dignidad ni derechos fundamentales. De la misma manera, no conocemos ninguna religión que no discrimine. Las religiones nunca contradicen a sus sociedades", afirma Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Valcárcel señala que, pese a la existencia de muchos tipos de creencias, "ninguna religión es feminista, porque en ninguna de ellas a la mujer se le ha reconocido su libertad individual, y por tanto no ha tenido un papel prevalente. Sin embargo, algunas son más duras que otras". En su acepción de conjunto de normas que apuntalan la construcción social, ahí está el ejemplo del férreo sistema de castas del hinduismo. "Reencarnarse como mujer en el hinduismo significa que en una vida anterior se falló mucho y hay algo que purgar. Y no hablemos de las viudas hindúes, a las que antes se arrojaba a la pira funeraria del marido", señala Valcárcel. La práctica, prohibida ya por la legislación india, sigue vigente en numerosos lugares del país.
Las tres religiones monoteístas, o religiones del Libro -cristianismo, judaísmo e Islam-, acaparan la mayor parte de las críticas por discriminación, pero graduar en escalas de desprecio el comportamiento de cada una de ellas con las mujeres es arriesgado. Para Amelia Valcárcel, "el Cristianismo, al principio, era relativamente libre, pero en los siglos III y IV se impusieron los textos misóginos que arrinconan a la mujer. En el Corán hay cosas fortísimas, aparte de sacralizar la poliginia , el repudio o la prohibición de salir a la calle sin cubrirse".
¿Otra vez el velo, agitado como bandera? Escribe la intelectual y feminista egipcia Nawal Al Saadawi: "El problema es el velo de la razón. Hay que evitar perderse en debates inútiles como el del velo y abordar los verdaderos problemas". Por poner unos pocos ejemplos: los abortos selectivos -práctica habitual hasta hace nada en India y China-, los infanticidios femeninos, la falta de recursos, el menor acceso a la alimentación, la salud o la educación, enumera Amelia Valcárcel. Lo confirman datos de 2007 de UNIFEM, la oficina de la ONU para la mujer: entre 113 y 200 millones de mujeres están demográficamente "desaparecidas" en todo el mundo, víctimas de abortos selectivos e infanticidios o por no haber recibido la misma cantidad de comida y atención médica que sus hermanos varones. Capítulo aparte merece la consideración de la ablación o mutilación genital femenina, "que ya se practicaba en el Antiguo Egipto y no es monopolio de países musulmanes, pues también se hace en otros cristianos", detalla Valcárcel. En datos, según UNIFEM, más de dos millones de niñas son mutiladas genitalmente cada año. En la mayoría de los casos, quien ordena blandir el cuchillo lo hace convencido de que cumple con un precepto religioso.
El eje de la discriminación religiosa hacia las mujeres pasa consuetudinariamente por la vagina. "Tiene mucho que ver con el control individual y sexual de la mujer", dice Valcárcel. Igual que muchas tribus primitivas, en que la transmisión del parentesco se hacía por vía matrilineal, en determinadas religiones son también las mujeres quienes transmiten la pertenencia a ellas, de ahí que el control sobre su actividad sexual -y sobre los frutos de ésta-, resulte tan perentorio, además de sacralizado.
En las corrientes más conservadoras y rigoristas del Islam, la mujer es vista como fuente de desorden. De perdición. Otra vez el Islam. Hablábamos del pañuelo, y ahora del miedo atávico al poder natural -o sobrenatural, según quien mire- del cuerpo femenino, algo que no es exclusivo de este monoteísmo. Pero el Islam no debe ser colocado en el punto de mira como religión más discriminatoria, sostiene la intelectual tunecina Latifa Lakhdar. "Esa idea revela una cierta ignorancia".
La religión musulmana, que representa el monoteísmo más reciente, se sitúa en continuidad con los otros dos monoteísmos que lo han precedido. El judaísmo rabínico y el cristianismo de San Pablo no son más igualitarios respecto de las mujeres. "Lo que marca la diferencia no es algo intrínseco a la esencia de la religión en cuestión, sino más bien el proceso sociopolítico propio en que se inserta", cuenta Lakhdar, formada en La Sorbona.
Esta feminista establece el fiel de la controvertida balanza en lo que denomina "equilibrio de fuerzas". "Las mujeres, tras el establecimiento y la consagración histórica del sistema patriarcal, son las grandes vencidas de la historia y, por tanto, de la religión, porque los hombres han acaparado el fenómeno religioso y lo han instrumentalizado según el principio de preeminencia que les ha concedido la historia para someter a las mujeres", apunta Lakhdar. Y de ese desequilibrio de fuerzas, recuerda, ni siquiera se libran "las sociedades occidentales democráticas y liberales", donde persisten "bolsas de resistencia a la emancipación femenina". ¿Un caso concreto? "La polémica por el derecho al aborto".
Si en lo relativo a la formación intelectual y la acción moral las mujeres -las occidentales, al menos- están, en teoría, homologadas a los varones, ¿a qué obedece el desfase, o retraso, a la hora de desempeñar un papel activo en sus Iglesias? "Activo quiere decir oficial", recuerda la historiadora de las religiones canadiense Morny Joy, de la Universidad de Calgary; es decir, un papel reconocido por la comunidad y en especial por sus líderes (como, por ejemplo, la posibilidad de que sean ordenadas ministras y hasta obispas en algunas Iglesias anglicanas). "Pues supongo que, igual que hay tan pocas mujeres sentadas en consejos de administración de empresas, por el mismo motivo no las hay en las Iglesias: por temor a la pérdida o reparto de poder, un poder establecido", señala Maria Dolors Figueras, del Colectivo Mujeres en la Iglesia, que aboga por la paridad de sexos en la Iglesia Católica. "Si el obispo Casaldáliga ha pedido públicamente la plena igualdad de hombres y mujeres en la Iglesia, y el cardenal Carlo Maria Martini está también a favor, somos cada vez más las mujeres que demandamos lo mismo desde dentro, porque la Iglesia somos todos, no sólo el clero o la curia. De hecho, en América Latina y África, muchas mujeres participan activamente en sus comunidades. La iglesia de base somos todos, y ya se sabe que para mover una pirámide hay que hacerlo por la base", dice. Todas las expertas consultadas establecen un paralelismo entre la equiparación de hombres y mujeres en la sociedad civil y el secular retraso con que avanza la religión. "Han tenido que pasar siglos", recuerda Figueras, "pero en la sociedad civil está casi conseguido el marco legal de la paridad, sobre el papel al menos. En la iglesia sucederá lo mismo, pero con mucho retraso". Amelia Valcárcel considera que en las sociedades poscristianas, en las que se ha producido el divorcio entre Iglesia y Estado, hay al menos un lugar para el debate, en referencia, entre otros asuntos, a las recientes manifestaciones sobre la ley del aborto. "Porque en otros países no se puede ser ni siquiera ateo, ni apostatar, ni convertirse a otra religión. Y hay un grupo de naciones donde nacer mujer es una desgracia".
Lapidaciones, castigos a base de latigazos o amputaciones, repudios, divorcios unilaterales emprendidos por el varón -a veces con un mensaje de móvil a la esposa-, pérdida por parte de la mujer de la tutela de los hijos mayores de siete años en caso de separación o repudio. Códigos de familia sacados de la peor interpretación posible del Corán; testimonios orales en un juicio que valen la mitad que el de un hombre, o herencias reducidas a la mitad si la que la recibe es mujer. La variedad de discriminaciones y marginaciones para con las mujeres es infinita, pero como subraya Amelia Valcárcel, "estas cosas tan brutales suelen ser siempre de trazo grueso".
Otros aspectos más sutiles enmarcan el modelo tradicional de mujer en lo que se conoce como "las tres K" (en alemán, Kinder, Küche, Kirche: niños, cocina e iglesia); es decir, un ser vicario, volcado en la atención y la asistencia y privado de acción. En estos términos se manifestaba ante la asamblea parlamentaria del Consejo de Europa, en 2005, la eurodiputada suiza Rosmarie Zapfl-Helbling, del Grupo Popular Europeo, para denunciar la variedad de discriminaciones que las creyentes encuentran en el Viejo Continente. "Los monoteísmos dominantes en Europa, con la excepción, quizá, de los luteranos, no apoyan verdaderamente la igualdad de géneros. Al igual que hombres y mujeres pueden ser iguales ante Dios, representan roles muy diferentes en la Tierra", recalca la eurodiputada, quien lamenta la exclusión de las mujeres a la hora de "tomar decisiones y asumir responsabilidades" en las Iglesias, en especial en la católica y las ortodoxas.
El papel de la mujer en las Iglesias actuales varía, pues, entre la reivindicación de la paridad y la violación de sus derechos en nombre de la religión. Zapfl-Helbling recordó en su alocución que la porosidad de los límites entre Estado e Iglesias permite, a veces, que también los no creyentes sufran el impacto de políticas restrictivas, inspiradas en códigos religiosos, y cita como ejemplos las legislaciones de países como Malta e Irlanda, eminentemente católicos, o el referéndum sobre la ley de fertilidad asistida en Italia, en 2005. Sin necesidad de ir tan lejos, ni de traer a colación el caso del bebé nacido recientemente en Sevilla para curar a su hermano mayor, sí pueden citarse las restricciones a la salud sexual y reproductiva de las mujeres según el país, y la religión, a los que pertenezcan.
Así las cosas, y dando por sentado que las religiones "no ayudan a la emancipación, porque son una fuerza social muy inerte y conservadora", subraya Amelia Valcárcel, ¿es o no una solución el sacerdocio femenino? Es más, ¿es la única meta? "Lo es para las personas religiosas feministas", cree Valcárcel. "Para aquella mujer que lo desee, la meta puede ser ordenarse, aunque a mí la pirámide no me convence. Si la posibilidad de ordenarse significa que no hay discriminación, adelante", dice Maria Dolors Figueras. La teóloga Margarita Pintos, que se inscribe en un cristianismo sin adscripción, "aunque procedente de la tradición católica", sostiene que la ordenación "no es la única meta, pero sí una muy importante para hacer de la Iglesia un espacio en el que la discriminación por razón de género y de sexo quede superada. Además, las mujeres somos mayoritariamente las transmisoras de la fe a través de los hijos, y también como catequistas. Por eso creo muy importante una buena formación teológica de las mujeres, para no ser correas de transmisión del sistema patriarcal que inunda las religiones".
Cuando, en 1979, la hermana Theresa Kane interpeló al papa Juan Pablo II, de visita en EE UU, sobre los méritos de las mujeres y su capacidad para ser ministras de Cristo, el pontífice replicó que la figura ideal para las mujeres en el seno de la Iglesia católica era la virgen María. Fue una manera de zanjar un debate que, al contrario que en el anglicanismo, apenas si ha alzado el vuelo. Puede no hacerlo nunca, o hacerlo a regañadientes, como política de hechos consumados, si el descenso de vocaciones crece, y otras cuestiones candentes como el celibato forzoso, vacían de seminaristas las aulas. "Podemos llegar a eso por necesidad, como podemos llegar también a tener sacerdotes casados. En el momento en que no los haya célibes, les permitirán casarse. La iglesia obedece a hechos consumados. Pero a mí no me gustaría que eso se produjese por necesidad o falta de vocaciones, sino por convencimiento", sostiene Figueras.
En el horizonte, pues, aparece un abanico de reformas necesarias para equiparar en derechos y obligaciones a hombres y mujeres no sólo en la calle o la familia, sino también en el interior de iglesias, mezquitas o sinagogas. Aunque Valcárcel subraya la resistencia al cambio, la socióloga Latifa Lakhdar cree "un sueño, pero no una utopía" la aplicación de las reformas políticas que permitan evolucionar "hacia regímenes democráticos, transparentes y respetuosos con la soberanía ciudadana de sus pueblos y que puedan permitir la emergencia de sociedades con fundamentos propios, no simplemente reproductoras de la alienación religiosa".
Casi nada. Un presente de trampas y un futuro proceloso. Pero abierto a los matices y, tal vez, a las verdades relativas. Las renombradas teólogas salidas del Concilio Vaticano II -la alemana Utta Ranke, la brasileña Ivonne Gebara, etcétera- trabajan en silencio. "En esto no todo es blanco o negro, ni sí ni no. No se trata de conseguir dos teologías, sino de dotar a la existente de una mirada femenina", señala Figueras. Como en otros ámbitos de la vida moderna, el reparto de papeles se impone también, tímidamente, en el mundo de lo sagrado.
"Hay que acabar con debates como el del velo", dice una feminista egipcia
Juan Pablo II ya dejó claro que el referente es la Virgen María
Amelia Valcárcel: "Las religiones nunca contradicen a sus sociedades"
Sólo las confesiones menos conocidas permiten un papel activo femenino
Para el hinduismo, quien se reencarna en mujer es que ha fallado en algo
En el horizonte hay un abanico de reformas hasta alcanzar la igualdad
Sólo las confesiones menos conocidas permiten un papel activo femenino
Para el hinduismo, quien se reencarna en mujer es que ha fallado en algo
En el horizonte hay un abanico de reformas hasta alcanzar la igualdad
Por M. Á. SÁNCHEZ-VALLEJO
Fuente: El País