Alicia perdida en el país de los mayores
Las muñecas hoy llevan minifaldas de cuero y botas de tacón. Son la representación en plástico de un modelo de mujer que se comienza a inculcar desde la infancia.
Del rosa al rojo pasión. De las muñecas con lazos a las que visten minifalda, medias de rejilla y botas de tacón.
En una sociedad hipersexualizada, era cuestión de tiempo que la tendencia alcanzara a la infancia. Ni las princesas Disney se escapan: entre Blancanieves y Pocahontas hay un abismo (y varias capas de ropa se han perdido en él). ¿Es el fin de la inocencia?
El sociólogo Neil Postman ya aventuraba en su libro La desaparición de la infancia (1981) que estamos al final de esta etapa tal y como se entendía hasta ahora –un periodo de preparación para la vida adulta en la que niños y niñas son protegidos de realidades ‘inapropiadas’, como el sexo o la violencia– porque los medios de comunicación, y sobre todo la televisión, hacen accesible estos temas a todas las edades.
En edades tempranas, los niños aprenden por imitación. De sus padres, sus familiares o profesores, pero también de otras personas importantes para ellos, como sus ídolos televisivos. En los medios de comunicación del siglo XXI, el modelo de mujer que transmiten series, programas y vídeos musicales es el de un sujeto fuertemente erotizado, valorado por su belleza y su disponibilidad sexual.
Así, cuando ídolos infantiles –pensemos en Britney Spears o Christina Aguilera de Disney Channel– quieren empezar una carrera ‘seria’, explotan su sexualidad (heterosexual, sumisa y heteronormativa) como señal de que ya deben ser tomadas como mujeres adultas. Por eso, las niñas de nueve años quieren tangas y sujetadores con relleno y ponen poses provocativas frente a una cámara para resaltar atributos que aún no tienen. Mientras imitan las poses de sus ídolos o hermanas mayores, las niñas asumen un modelo de sexualidad limitado y cosificador que hace hincapié en el atractivo físico como único valor.
La investigadora Debra Merskin, de la Universidad de Oregón, lo expresaba de forma brutal en 2004: “El mensaje a las niñas (como futuras mujeres) es que deben estar siempre sexualmente disponibles, tener el sexo siempre en mente, estar deseosas de ser dominadas e incluso agredidas y dispuestas a ser miradas como objetos sexuales en cualquier momento”.
Ansiedad y anorgasmia
Las consecuencias se perciben en la salud física y mental de niñas y adolescentes (baja autoestima, depresiones, anorexia) y también en la sexual. El modelo propugna un canon irrealizable de belleza, que genera problemas de autoestima y una visión distorsionada del propio cuerpo. “Está demostrado que la percepción del sobrepeso es mayor en las mujeres que en los hombres no sólo en iguales condiciones físicas, sino cuando objetivamente el sobrepeso del hombre es mayor”, confirma Gracia Moreta, de la Escuela Andaluza de Salud Pública. Y como recoge un informe de la Asociación Americana de Psicología, las mujeres que han aprendido a tener evaluaciones negativas sobre su propio cuerpo están más centradas en cómo las ve su pareja que en sus propios deseos, seguridad y placer.
La sexóloga Norma Román, de la Fundación Sexpol, confirma este punto: “Por lo que vemos en los colegios e institutos no hay un hacerse cargo de la propia sexualidad; se sigue dejando la responsabilidad en el otro”. Román enumera una serie de problemas que esta visión de la sexualidad puede provocar en las mujeres: la anorgasmia, la falta de deseo o la sensación de no sentir lo correcto (porque no se corresponde con las expectativas generadas).
El modelo tampoco es benévolo con el género masculino. Para la sexóloga de Sexpol, “los hombres tienen la ansiedad de dar la talla y estar siempre dispuestos. Se valoran en función del número de orgasmos que son capaces de producir y así hay chicos de 20 años sin ningún problema físico pero con disfunción eréctil”. Todo ello sin entrar en los problemas de identidad de género, porque el modelo, claro está, es heterosexual y heteronormativo, sin cabida alguna para otras formas de entender la sexualidad.
Princesas ‘Disney’
Además del color de piel, hay otra diferencia clara entre Blancanieves (1937), La Bella Durmiente (1959), La sirenita (1989) y Pocahontas (1995): la talla de sujetador. Según un estudio de 2004 de la investigadora C. Lacroix, del College of Charleston, las últimas heroínas de la Disney tienen más escote, menos ropa y son más sensuales que sus predecesoras, algo especialmente obvio en los personajes de color.
Por Adelina Pastor
Foto: David Fernández.
Fuente: Diagonal