Un análisis sobre el rol que el capitalismo asigna a las mujeres en el siglo XXI y la responsabilidad de los medios masivos de comunicación
La franja horaria televisiva en Argentina denominada “media mañana”, que comienza a las 10 y culmina al mediodía, está considerada de las mujeres. A ellas van dirigidos los productos mediáticos a esa hora, pues son quienes tienen posibilidades reales de recibirlos.
Las mujeres son las que se encuentran en la casa realizando las tareas domésticas. Por esa razón los programas que en esa franja aparecen son ideados por los jefes de programación de los medios audiovisuales para ese tárget de consumo.
Pero en la televisión no simplemente aparecen contenidos acerca de lo que los programadores de los diferentes canales creen que a esa audiencia, compuesta mayormente de mujeres, le interesa ver, sino que reproducen en la pantalla los valores y cualidades que la sociedad cree que ese sector de la población debería ser, reproduciendo estereotipos y marcando tendencias.
Actualmente, los medios de comunicación en Argentina están difundiendo a la supermujer del siglo XXI como el nuevo paradigma de la femineidad. Ese modelo ha contaminado las pantallas argentinas, desde los programas hasta las publicidades.
La supermujer del siglo XXI debe respetar los estereotipos del siglo pasado, por lo que debe ser principalmente madre, con todas las características que esa palabra lleva implícitas (delicada, tierna, sumisa, cuidadora, comprensiva), ama de casa, amante fogosa y eternamente bella y joven. Pero la nueva versión lleva consigo otras exigencias.
La mujer debe ser económicamente activa para aportar dinero a la familia, suma que nunca puede ser más cuantiosa que la que aporta el hombre al hogar (y de serlo no debe notarse) sin abandonar ni descuidar el ámbito privado del hogar, su lugar por excelencia.
En el programa “Sabor a mí”, transmitido en la franja horaria de 11.30 de la mañana a una de la tarde por el canal de televisión argentino Telefé, el de mayor audiencia del país, la conductora cumple con todas esas condiciones que la transforman en la mujer estereotipo a seguir. No sólo es rubia, de ojos claros, delgada y de edad incalculable, sino que cocina mientras anda en patines (para mantenerse en forma), trabaja en el canal por la mañana y escribe sus libros de cocina por la noche para aportar a la economía del hogar, y se hace cargo de su media docena de hijos e hijas completamente sola.
La educación y crianza de su familia recae sólo sobre sus hombros porque su marido trabaja en el campo y pasa diez días al mes en la ciudad donde residen. Pero eso no es algo que a la conductora parezca molestarle y asegura que esa falta de cotidianeidad es lo que mantiene “el fuego vivo en la pareja”.
La figura de la mujer pulpo que debe, para considerarse exitosa, tener obligatoriamente una doble jornada de trabajo es reforzada a través de las publicidades.
En el comercial que vende productos para el cabello, la modelo asegura que desde que consume determinado champú puede realizar sin preocupaciones todos sus quehaceres diarios, que consisten en las sesiones de fotos correspondientes a su empleo, las compras, la limpieza de la casa y la atención a los hijos, estando segura de que cuando llegue la noche podrá seducir a su marido como el primer día gracias al increíble brillo de su pelo.
Las imágenes del comercial refuerzan su contenido cuando además de mostrar a la modelo realizando sus tareas con una presencia impoluta, se muestra a la mujer vestida muy sugerente, sin una señal de cansancio en su rostro y por supuesto con el cabello brillante, sirviéndole la comida al marido que llega de una extenuante jornada laboral.
El mensaje transmitido a través de esa clase de programas de televisión y reforzado mediante la publicidad es recibido por millones de mujeres que vislumbran en él un modelo a seguir. Pero la meta que se les plantea allí es inalcanzable para su realidad lo que genera una enorme sensación de frustración y baja autoestima.
Esos modelos que la televisión difunde pueden ser sostenidos sólo por esas mujeres que aparecen en la pantalla. Y es que en el mensaje mediático invisibiliza la disparidad de oportunidades y condiciones que hay entre los realizadores del mensaje y sus receptores.
El hecho de que la conductora y la modelo pertenecen a clases sociales altas es algo que los medios olvidan mencionar, además de ocultar que una gran parte de la imagen que proyectan es falsa o prefabricada. Gracias a su condición de clase la ayuda que no reciben de sus maridos o la cobertura que no existe por parte de ciertas instituciones de la sociedad la reciben pagando.
Esos personajes de la televisión tienen un batallón de oportunidades a sus pies que no poseen las receptoras del mensaje: desde niñeras, mucamas, personal trainers, peluqueras personales y un millón de diferentes productos de belleza, hasta lo más básico como el acceso irrestricto a la educación y a la salud en un país donde ambas necesidades se pagan.
Aunque lo más perverso de ese mensaje es cómo se le exige a la mujer que tras la crisis económica y financiera global que comenzó en 2008 tuvo que insertarse en el mercado laboral, que no abandone bajo ninguna circunstancia el espacio privado al que culturalmente pertenece donde puede ser madre ejemplar, ama de casa dedicada y femme fatal al mismo tiempo. Por más eficaz y eficiente que pueda resultar en cualquier puesto, la sociedad cuantifica su éxito a través de su vida privada. Su aspecto, su relación de pareja y la conformación de su familia son aun los ítems que determinan su valor como mujer.
El modelo que los medios difunden aparenta ser independiente, autosuficiente y liberada. Sin embargo sigue teniendo una autoestima dependiente de la mirada de los hombres, sigue sintiéndose completa sólo en compañía de uno, sigue ganando menos que ellos si realiza el mismo trabajo y sigue sin una proporcional representación en los espacios de toma de decisiones.
La supermujer del siglo XXI cumple con los históricos requisitos del sistema capitalista y patriarcal que se repiten en el nuevo milenio: vende por escasas monedas su plusvalía al mercado mientras sigue subordinada a la supremacía del hombre y se mantiene en el espacio privado.