agosto 03, 2010

Colombia: Las mujeres de la libertad: heroínas de la Independencia

Mi patria es todo el continente americano”
Manuela Sáenz

"¡Pueblo indolente! ¡Cuán distinta sería hoy vuestra suerte si conocierais el precio de la libertad! Ved que, mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más. ¡No olvidéis este ejemplo!"

Estando en el patíbulo, un soldado le ofreció un vaso con agua y ella respondió: “No beberé agua de un tirano”. En la cárcel su compatriota Joaquín Monsalve redactó el famoso anagrama que se inscribe como epitafio: "Yace por salvar la patria".

María Policarpa Salavarrieta Ríos. Fusilada el 14 de noviembre de 1817


El bicentenario, tal como sucedió en el centenario de 1910, se configura en un escenario propicio para reescribir la historia y destacar el papel que en la lucha por la independencia, asumieron las mujeres, los esclavos y las minorías étnicas del continente.

Pocas veces en los relatos de la historia oficial, embellecida y mitificada con el paso del tiempo, se incluye el nombre de valientes mujeres que aportaron a la lucha emancipadora. Si acaso se les menciona, se hace referencia sólo a unas pocas sin mucho contexto y sin revelar su trayectoria como en el caso de Manuela Beltrán, quien aparece de manera bastante fugaz en la historiografía. Declarada Heroína de la Nueva Granada, se le conoce por haber iniciado la insurrección de los comuneros al liderar un motín contra los impuestos mercantiles que desembocó en la revolución de los comuneros. Al grito de "viva el Rey y muera el mal gobierno. No queremos pagar la armada de barlovento" rompió el edicto sobre nuevos tributos notificados por el visitador regente Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres el 16 de marzo de 1781. Siendo una mujer de pueblo sabía leer, y aún cuando se puede presumir que su compromiso político trascendía el acto público de un día de furia, no se conocen detalles sobre su vida y su historia.

Otra gran olvidada por la historia ha sido la heroína Agustina Ferro. En la ciudad de Ocaña, donde se gestaron los primeros fuegos emancipadores, esta criolla se unió a la resistencia patriótica contra la guerrilla realista de “los colorados” y ayudó a la fuga del general Figueredes. Por este hecho fue apresada, no aceptó permutaciones a la pena impuesta ni negó su participación en la lucha rebelde. A las cuatro de la tarde, bajo un sol opaco y una multitud herida, el 20 de enero de 1820, la heroína de Ocaña fue fusilada.

Aún cuando en algunos registros historiográficos se menciona el nombre de María Antonia Santos, fusilada el 28 de junio de 1819, poco se sabe sobre su origen, entorno y lucha. Sus últimas palabras ante el patíbulo fueron: “Antes de terminar este año, el suelo granadino, estará libre de quienes lo tiranizaron vilipendiando la virtud y el merito”.

Centenares de mujeres como Manuela Beltrán, Agustina Ferro o Antonia Santos lucharon ardorosa y generosamente por la independencia, y aún así fueron intencionalmente condenadas al anonimato o quedaron reducidas a figurar sólo como esposas, novias o amantes de los grandes próceres. Es el caso de Magdalena Ortega[1], esposa de Antonio Nariño. En pocos textos se cuenta que esta valiente mujer estuvo comprometida con la causa libertaria y que a ella consagró sus mayores esfuerzos y sacrificios. Tuvo que padecer los constantes encarcelamientos de su marido, exilios y rechazo social, sufrió la represión española de manera directa, fue perseguida, sus bienes confiscados y finalmente murió sola en la absoluta miseria.

Se suele decir que detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer. ¿Por qué detrás? ¿Por qué no al lado? ¿Por qué no es ella la reconocida y nombrada en la historia a partir de su propio rol social y político y no cómo la simple y fortuita acompañante de un gran hombre?

El discurso oficial afirma que la traducción de los "Derechos del hombre", formulados por la revolución francesa, hizo tomar conciencia en América sobre la opresión y de la necesidad de empezar a luchar por la libertad. “Lo que no cuenta este discurso es que los "Derechos del hombre" tienen su correlato femenino y que una mujer llamada Olimpia de Gouges (1748-1793), protestó por el desprecio a los derechos de la mujer. Su encarcelamiento y ejecución por parte del despotismo jacobino, demostraron el fracaso de ese intento igualitario y el largo camino que esperaría a las mujeres en el reconocimiento de sus derechos.[2]

Nuestra versión de la historia es androcéntrica y por ello se ha excluido a la mujer de las gestas patrióticas. De allí la importancia de empezar resignificar ese relato histórico que se fundamenta en la victimización o actitud pasiva de las mujeres.

Centenares de mujeres deliberantes y con criterio propio participaron a su manera, quizás no todas empuñando las armas, en la lucha por la independencia haciendo uso de la palabra, el rumor, la estrategia de guerra y la realización de diversos actos heroicos que marcaron, quiérase o no, el devenir de nuestra historia.

La versión galante y romántica de la historia del siglo XIX, nos habla de mujeres sumisas y obedientes, plegadas a las dos grandes virtudes femeninas de la época: callar y obedecer. Las mujeres fueron expuestas en la historia como seres decorativos que embellecían el hogar y para quienes sólo existía dos opciones decorosas para sus vidas: el matrimonio o el convento. Esta visión no refleja sus inquietudes humanas y menos la participación política que muchas de ellas ejercieron en medio de enormes contrariedades, represiones y adversidades. Las mujeres de la independencia nunca fueron ángeles de hogar, ni las que pertenecían a las élites sociales ni aquellas que tenían su origen en los sectores populares. Al contrario, muchas de ellas fueron partícipes activas en la lucha contra los abusos virreinales desde el movimiento comunero, las luchas patrióticas y desde otras gestas de enorme significado histórico.

En el centenario, después de 100 años de exclusiones, se intentó rescatar el nombre de algunas mujeres, pero se hizo desde una perspectiva machista de la historia, y también clasista. Muchas siguieron siendo minimizadas en su verdadero protagonismo político, al igual que los mulatos, indígenas y negros. También se les asignó características masculinas que no correspondían a su naturaleza y desestimaba sus características y potencial femenino.

Este intento de rescate histórico no logró por tanto configurar una nueva perspectiva para el análisis de su desempeño político y social. No reconoció la real dimensión del rol que jugó la mujer en la historia y contrario a ello, le adjudicó valores masculinos para justificar su osadía y valentía, como sí estas características fuesen exclusivas de los hombres. Así por ejemplo, la historia personal y humana de Manuelita Sáenz fue distorsionada en los anales de la historia oficial. Sólo se le conoció durante varias décadas como la amante de El Libertador y no como una política aguerrida y comprometida, desde mucho antes de conocer a Bolívar y mucho después de su muerte, con el sueño de la libertad.

En un comienzo Manuela, como muchas otras mujeres, no ingresó al catálogo de la historia. Los testimonios sobre la época de la emancipación, al igual que muchas de las obras generales que se refieren a la Independencia, no hacían mención de su presencia activa. La vida íntima y la actuación pública de las mujeres no eran materia de atención. Lo trascendental era dar cuenta de las batallas y de las acciones heroicas de los protagonistas en la gesta libertadora. Las mujeres eran dignas de atención, solamente, cuando eran víctimas de los realistas, mártires de guerra, o cuando por la calidad de sus acciones podían ingresar al inventario de los sucesos en la condición de heroínas.

Sin embargo, en el caso particular de Manuela, “esta actitud historiográfica se vio intervenida por una restricción «estilística» adicional: ocultar intencionalmente su actuación, básicamente porque no resultaba ejemplarizante ni acorde con la visión impoluta de los héroes que Bolívar, que la máxima figura de la Independencia se hubiese liado con una mujer de comportamiento irregular y censurable[3].

Antes de ser registrada por la historia como la “Libertadora de El Libertador” Manuela Sáenz estuvo en Lima con su esposo del Dr. Thorne y se involucró con los rebeldes limeños. Asistía a reuniones clandestinas, buscaba recursos para financiar la causa, servía de correo y conspiraba contra el gobierno español. Tiempo después se radicó en Quito, y desde allí siguió militando para la causa independentista. Participaba en los entrenamientos militares y auxiliaba logísticamente a las tropas; era espía y correo de los insurgentes. Fue en esa condición que se conoció con El Libertador. Al regresar a Perú, ataviada con ropas militares, armada y a caballo emprendió la campaña libertadora escalando la cordillera y participando activamente en la campaña de Junín y en la batalla de Ayacucho. Se integró, por petición de Bolívar, al Estado Mayor General, continuó su entrenamiento militar y se convirtió en coronela. Su actividad valiente y vital le mereció a ella -y 111 mujeres más- la condecoración de “Caballeresa del Sol”, insignia de la nueva nobleza republicana otorgada por el general José de San Martín. Luego de padecer la prisión en Lima y lograr su libertad regresó a Bogotá y se vinculó al Partido Bolivariano, no como amante del Libertador, sino como una oficial dispuesta a entregar la vida por hacer realidad el sueño de la libertad para las naciones americanas.

Cuando Bolívar se retiró a Santa Marta, ella se mantuvo en Bogotá y participó con Urdaneta en la ejecución de varias acciones político militares contra el gobierno de Mosquera. Tres años después del fallecimiento de Bolívar, ocurrido el 17 de diciembre de 1830, Manuelita fue expulsada del país e intentó regresar a Ecuador. El Presidente prohibió su entrada al considerar que su sola presencia constituía una referencia política negativa que perturbaba los intereses del partido gobernante[4].

Vicente Rocafuerte, jefe de Estado de Ecuador, considerado como uno de los más notables pensadores de la América revolucionaria y un eficaz gobernante expuso por escrito su extraña y contradictoria determinación; más extraña aún si en efecto alguna vez cumplió misiones secretas para Bolívar en España. Su decisión de prohibir el ingreso de Manuelita Sáenz a Quito, fue expresada en los siguientes términos:

“….por el carácter, talentos, vicios, ambición y prostitución de Manuela Sáenz, debe hacérsele salir del territorio ecuatoriano, para evitar que reanime la llama revolucionaria”

Manuelita siguió adelante en su compromiso con la Independencia. Desde su exilio en Paita se mantuvo al tanto de los sucesos ecuatorianos, informaba de los movimientos rebeldes de los exilados, se carteaba constantemente con ellos y era consejera del venezolano Juan José Flores.

Otras mujeres que fueron excluidas o disminuidas en los relatos historiográficos, tanto por ser mujeres como por ser indígenas, fueron la peruana Micaela Bastidas Puyucahua y la boliviana Bartolina Sisa. Micaela ha sido recordada como la esposa de Tupac Amaru II. No obstante, ella además de ser una gran guerrera y estratega militar, tuvo que padecer la tortura y la pena de muerte, como su esposo y su primer hijo. Luego del fracaso en un intento de sublevación, fue capturada, torturada y ejecutada. Sus verdugos le cortaron la lengua, le anudaron al cuello una cuerda que tiraron desde lados opuestos y, mientras agonizaba, la patearon el vientre y el pecho, en la Plaza de Armas del Cusco, el 18 de mayo de 1781. Murió a los 36 años de edad, teniendo que presenciar la ejecución de su hijo Hipólito y de de su esposo[5].

Sobre la heroína Bartolina Sisa, compañera de Tupac Katari, jefa indígena Aymará, si bien existen dudas sobre la fecha exacta y lugar de nacimiento,[6] se sabe que su lucha contra la opresión y el despojo colonialista español de que eranobjeto los indígenas de los Andes, le valió ser reconocida como heroína de la emancipación. Bartolina junto a sus progenitores, y luego con su esposo, el gran caudillo Aymara Tupaj Katari (Julián Apaza), se dedicó en un inicio al comercio de la hoja de coca y tejidos nativos, viajando por innumerables lugares entre ayllus, poblados, comunidades y ciudades de la inmensa y árida altiplanicie andina y por los valles yungueños del departamento de La Paz. “Esta febril actividad permitió a Bartolina Sisa conocer el terrible sometimiento de que eran objeto varios pueblos indígenas tanto por parte de los colonialistas europeos como de los criollos y mestizos serviles a estos”.

Bartolina Sisa se comprometió con la emancipación y a ella consagró el resto de su vida. Fue así, como junto a su esposo Tupac Katari, lograron coincidir con los itinerarios libertarios del arriero José Gabriel Condorcanqui (Tupaj Amaru) y de los hermanos Dámaso y Tomás Katari de Chayanta, con quienes se integraron formando un ejército rebelde. Contando con más de 150 mil indígenas en toda la región del Perú, La Paz, Oruro, y los valles de Chayanta en Bolivia, dieron una cruenta batalla por la libertad de sus pueblos. Bartolina, fue nombrada comandante político-militar, y cuando estalló la insurgencia Aymara-Quishwa de 1781, ella era proclamada Virreina, no por esposa de Tupaj Katari, sino por mérito propio. Compartió alta jerarquía con su esposo en igualdad de condiciones y fue respetada por varios pueblos guerreros.

Tras la derrota de su ejército el 29 de junio de 1781, la Corona ofreció un indulto a los rebeldes a cambio de que éstos entregaran a sus “jefes cabecillas”. Varios de ellos para salvar la vida, sucumbieron a la traición. Tres días después, en un complot organizado por sus propios hombres, la Virreina Bartolina Sisa, fue entregada a los militares españoles.

El 5 de septiembre de 1782, la comandante guerrera aymara fue condenada a la pena ordinaria del Suplicio y fue torturada[7]. Atada a la cola de un caballo y con una soga de espatro al cuello fue llevada a la horca después de ser flagelada, violada, azotada, arrastrada a puntapies y paseada desnuda montada en un burro, en la plaza colonial de La Paz, hoy “Plaza Murillo”[8]. Una vez muerta, su cuerpo fue descuartizado y su cabeza y extremidades expuestos en distintos ayllus “para escarmiento de los indios”.

Junto a ellas, decenas de mujeres sufrieron cruentos castigos y estos hechos no han sido resinificados por la historiografía oficial. Salvo en contados casos, los Estados han rendido un merecido homenaje a sus heroínas. El 14 de julio de 2009 la presidente de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner 2009, le otorgó a Juana Azurduy de Padilla, heroína de América de origen boliviano, el grado póstumo de Generala del Ejército en reconocimiento histórico a su valor para enfrentar las fuerzas de la colonia española en busca de la independencia de las tierras de La Plata y el Alto Perú. A su vez, el presidente de Bolivia, Evo Morales, la condecoró con el Cóndor de los Andes en el Grado de Gran Collar, la máxima distinción conferida por el Estado boliviano a los presidentes y jefes de Estado.

Juana Azurduy fue comandante guerrillera en la entonces llamada Republiqueta de La Laguna. Junto con su esposo Manuel Asencio Padilla se sumaron a la Revolución de Chuquisaca del 25 de mayo de 1809. Juana vio morir a sus cuatro hijos y combatió embarazada de su quinta hija. Tras la derrota del Ejército del Norte en la Batalla de Huaqui el 20 de junio de 1811, los realistas al mando de José Manuel de Goyeneche recuperaron el control del Alto Perú y las propiedades de los Padilla junto con las cosechas y sus ganados fueron confiscadas, siendo apresada Juana Azurduy y sus hijos, pero Padilla logró rescatarlos refugiándose en las alturas de Tarabuco.

Por su papel protagónico en el primer grito revolucionario en el alto Perú 1809, más conocido como la batalla de Chuquisaca, arrebatar un estandarte español, organizar el "Batallón Leales" que participó en la Batalla de Ayohuma el 9 de noviembre de 1813, y liderar importantes acciones guerrilleras contra los realistas entre ellas la del cerro de Potosí del 8 de marzo de 1816 y lograr el triunfo en el Combate del Villar, recibió el rango de Teniente Coronel. El decreto fue firmado el 13 de agosto de 1816 por Juan Martín de Pueyrredón, director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Tras ello, el general Belgrano le hizo entrega simbólica de su sable.

El 14 de noviembre de 1816 Juana fue herida en la Batalla de La Laguna. Padilla acudió en su rescate siendo herido de muerte. Ella siguió adelante en su lucha.

Un posterior cambio en la estrategia militar de la guerrilla comandada por Juana Azurduy, le significó una disminución en el apoyo logístico. Ello llevo a que su ejército tuviera que replegarse hacia el sur, dónde se unió a Martín Miguel de Güemes.

Sus planes no prosperaron. Güemes fue asesinado y Juana se vio reducida a la pobreza.



Por Maureén Maya S. es Periodista, escritora e investigadora social
Fuente: Alai/Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 217, Corporación Viva la Ciudadanía.
www.vivalaciudadania.org

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