octubre 29, 2010

La trampa del género, mujeres, violencia y pobreza

A escala mundial, la mayoría de las personas que viven en la pobreza son mujeres: más del 70 por ciento, de acuerdo con cálculos de la ONU.1 ¿Por qué más de dos tercios de las personas pobres del mundo son mujeres, si éstas constituyen tan sólo la mitad de la población mundial?

La discriminación es uno de los principales factores de la pobreza. En algunos países la discriminación contra las mujeres impregna la legislación, y en otros esta discriminación persiste pese a la adopción de leyes de igualdad. Las mujeres no tienen el mismo acceso que los hombres a recursos y medios de producción como la tierra, el crédito y la herencia. Las mujeres no reciben el mismo salario que los hombres, y la mayor parte de su trabajo no es remunerado. Las mujeres a menudo trabajan en labores informales, sin seguridad de empleo ni protección social. Al mismo tiempo, se las sigue responsabilizando del cuidado de la familia y del hogar.


A escala mundial, la mayoría de las personas que viven en la pobreza son mujeres La pobreza, para las mujeres, es a la vez causa y consecuencia de la violencia.


Las mujeres que sufren violencia física, sexual o psicológica pierden ingresos y ven afectada su capacidad productiva. La violencia contra las mujeres también empobrece a sus familias, comunidades y sociedades. Por otra parte, la pobreza hace que les resulte más difícil encontrar la manera de escapar de relaciones abusivas. Aunque la independencia económica no las protege de la violencia, el acceso a recursos económicos puede aumentar su capacidad de hacer elecciones efectivas. Una mujer que es económicamente dependiente de su pareja puede no ver una manera viable de mantenerse y mantener a sus hijos e hijas. Una niña que queda embarazada como consecuencia de una violación puede verse excluida del colegio, lo cual disminuirá sus posibilidades de encontrar empleo y asegurarse un futuro independiente.


La violencia que enfrentan las mujeres contribuye a mantenerlas en la pobreza, y son las mujeres pobres quienes más expuestas están a esta violencia. Muchas mujeres que viven en barrios marginales experimentan violencia e inseguridad a diario tanto en sus hogares como en la calle. Las que realizan tareas mal remuneradas en el sector informal a menudo trabajan en condiciones deplorables. Las trabajadoras migrantes que buscan mejores oportunidades económicas en el extranjero se enfrentan a explotación y violencia a manos de sus empleadores o de redes delictivas.


Es frecuente que la discriminación y la violencia contra las mujeres vayan de la mano, negándoles su derecho a la salud, la educación, la vivienda y los alimentos. La pobreza, a su vez, expone a las mujeres y a las niñas a ser objeto de más abusos y actos de violencia, cerrándose así el círculo vicioso.


La discriminación menoscaba los derechos humanos de numerosos grupos de la sociedad, como los pueblos indígenas, las minorías étnicas, raciales, religiosas o lingüísticas, y las personas migrantes. Dentro de estos grupos, las mujeres sufren doble discriminación, tanto en su calidad de miembros del grupo como por ser mujeres. Además, ciertos grupos de mujeres están especialmente expuestas a la violencia, como las que pertenecen a minorías, las indígenas, las refugiadas, las indigentes, las recluidas en instituciones o en centros de detención, las niñas, las mujeres con discapacidad, las ancianas y las mujeres en situaciones de conflicto armado.


La pobreza es algo más que falta de ingresos. También es falta de seguridad, de voz, de alternativa. Las voces de las mujeres que viven en la pobreza rara vez son escuchadas. La pobreza se manifiesta de distintas maneras y afecta de distintas maneras a las personas y los países. Algunos grupos se ven más afectados que otros, tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo. Las mujeres sufren los efectos de la pobreza de una manera especial debido al papel que desempeñan en la sociedad, la comunidad y la familia.


Pero las mujeres no son víctimas pasivas. Pueden ser ciudadanas activas y defensoras de los derechos humanos que reclaman sus derechos, se asocian, exigen justicia y rendición de cuentas y trabajan para mejorar su vida y la situación de su familia y su comunidad. Las mujeres suelen ser los agentes de cambio más comprometidos y eficaces, no sólo de cara a sus propias familias y
comunidades, sino también para la sociedad en general. En todos los rincones del planeta pueden encontrarse ejemplos de estos cambios positivos.



Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in