MONIQUE WITTIG (1935-2003) Golpear con las palabras
Hace ya siete años que la escritora francesa Monique Wittig dejó la escena. Apelar a la imagen de una diva que se baja del escenario nos permite pensarla como alguien que brilló por mérito propio, y que sigue brillando cuando la recordamos. Aunque no actuó papeles sobre las tablas, Wittig escribió sobre muchas, y el brillo de sus obras aún hoy sigue aportando, insinuando, dejando a más de uno boquiabierto como si escuchara un aria en la voz de una Callas, una Caballé o la que prefieran. Su actuación fue de barricada, cuando en la recordada década del ‘70 del siglo pasado su adhesión al feminismo la llevó a subvertir, desde su hacer como escritora, los estándares de la época, y de las que siguieron.
Con menos de treinta años publicó El opopónax en 1964, su primera novela, con la que obtuvo un premio por lo experimental y rupturista de su escritura. De seguro que esos calificativos no la abandonarían nunca más. En todo caso los premios no tendrían la forma convencional, sino la de poder seguir influyendo en futuras generaciones de lectores ávidos, de activistas inquietas, en la deconstrucción de los conceptos que se dan por establecidos e inamovibles en nuestra sociedad. Integrante del grupo que fundó el Movimiento de Liberación de la Mujer en la Francia post Mayo del ‘68, recordada por haber acuñado el “materialismo lesbiano” como una forma de análisis político más allá del capitalismo y el patriarcado opresores, MW multiplicó la teoría que fue acuñando a lo largo de los años con su práctica activa y su creación artística.
“Las lesbianas no son mujeres”, dijo allá por 1978 en una conferencia en la que leyó su famoso texto El pensamiento heterosexual. Ya formaba parte de la academia norteamericana, luego de haber emigrado a Estados Unidos con su compañera de vida, Sande Zeig. Este ensayo, y otros que le siguieron, extrañaban y provocaban tanto como sus libros de ficción poética feminista: Las guerrilleras y El cuerpo lesbiano, por ejemplo. “Pero recordá. Esforzate por recordar. O si eso falla, entonces inventá”, dejaba escrito en Las guerrilleras marcando así el camino para las futuras contiendas intelectuales que se llevarían a cabo durante el final del siglo 20 y los comienzos del nuevo milenio.
Como protagonista intelectual y política de su época, Wittig aportó las ideas que ella misma puso en práctica en su campo de trabajo y activismo. Extralimitando los géneros discursivos, incidiendo y mostrando las huellas e incisiones que el lenguaje debía sufrir para que la parte de la humanidad que había quedado afuera de ese mecanismo de signos y significados, las mujeres, dejara de estar agazapada y de una vez por todas asaltara los grandes muros de piedra del lenguaje y acometiera la tarea de nombrar y nombrarse. Y si bien sus obras principales las escribió en francés, las traducciones a otros idiomas, como al castellano, intentaron trasladar las intervenciones con las que sacudió las certezas y lo ya dado.
Desde sus textos narrativos y poéticos, a sus ensayos político filosóficos, pasando por guiones teatrales y cinematográficos, Wittig intentó y logró muchas veces, salirse de las reglas que aprisionan y acomodan. Reglas en la historia, en la economía, en la lengua. Sus múltiples intentos de perforar los cimientos de esas férreas estructuras que oprimieron a mujeres y varones durante siglos, dejó en claro que no hay una sola forma de acometer esa tarea. Partiendo de Marx y Engels, a de Beauvoir, desde las bucólicas andanzas de amazonas sin tiempo, al sexo explícito y carnal de mujeres que aman a otras mujeres, Wittig no buscó solamente acuñar frases e imágenes impactantes.
“Toda obra literaria importante es, en el momento de su producción, como el caballo de Troya. Toda obra con una nueva forma funciona como una máquina de guerra, pues su intención y su objetivo son destruir las viejas formas y las reglas convencionales. Una obra así se produce siempre en territorio hostil. Y cuanto más aparece este caballo como inconformista, inasimilable, más tiempo necesita para llegar a ser aceptado.” El caballo de Troya incluido en El pensamiento heterosexual y otros ensayos, que tradujeron Javier Sanz y Paco Vidarte para la editorial Egales de España en 2006, es en sí mismo un texto de teoría literaria, y también de política. La estrategia guerrera de la antigua Grecia le sirve a la autora para apartarse tanto de la literatura comprometida, como de la femenina: “Como escritora, habré logrado mi objetivo cuando cada una de mis palabras tenga el mismo efecto sobre el lector, la misma sorpresa que cuando las leyó por primera vez. Es lo que yo llamo golpear con las palabras”.
Por Irene Ocampo
Fuente: Página/12