¿Margina a la mujer la revolución egipcia?
Hace cien años, más de un millón de personas se manifestaron en las calles de Europa el primer Día Internacional de la Mujer, para pedir el fin de la discriminación y que las mujeres tuvieran los mismos derechos que los hombres a trabajar, a votar y a determinar el futuro de sus países. Cien años después, la realidad es que las mujeres siguen teniendo muchas más probabilidades de ser pobres. Tienen más probabilidades de ser analfabetas. Ganan sólo el 10 por ciento de los ingresos mundiales, pero realizan dos tercios del trabajo mundial. Producen hasta el 80 por ciento de los alimentos en los países en desarrollo, pero sólo son propietarias del uno por ciento de la tierra. En muchos países aún se les dice lo que pueden hacer, incluso cómo pueden vestir. Las mujeres de Arabia Saudí, Chechenia e Iránsufren acoso si no cumplen los códigos indumentarios religiosos conservadores. En Bélgica, Francia y algunas partes de España, quizás en breve las mujeres musulmanas infringirán la ley si los cumplen. Las mujeres que luchan por el cambio suelen topar con el escarnio, los abusos o algo peor. En lugares como Rusia, Filipinas, México y Nepal, se ha asesinado a destacadas activistas por alzar la voz. En China, Bangladesh, la India, Zimbabue y muchos otros países, se las detiene y tortura habitualmente. Aun así, la comunidad internacional ignora en gran medida estos hechos. La desigualdad de la mujer se considera algo lamentable, aunque inevitable. En los dramáticos sucesos de los últimos dos meses, millones de personas han salido a las calles en todo Oriente Medio y el Norte de Áfricapara reclamar el cambio. Las mujeres estaban junto a los hombres, exigiendo el fin de la represión política y reclamando una reforma radical. Tanto las mujeres como los hombres han sufrido bajo estos gobiernos represivos, pero las mujeres han tenido que padecer, además, leyes discriminatorias y una desigualdad de género profundamente arraigada. A nadie extraña, por tanto, que las mujeres salieran a la calle. Que aclamaran ruidosamente la caída de Mubarak. O que quisieran creer en la promesa de un nuevo amanecer en la política egipcia. Pero aún está por ver cuánto va a cambiar realmente para las mujeres enEgipto. Todavía hay muchos gobiernos —muchos de ellos occidentales— que sólo parecen apoyar los derechos de la mujer cuando les conviene. Estos derechos se utilizan a menudo como baza en las negociaciones, en la lucha por el control de la agenda internacional. Cuando las negociaciones con los talibanes parecen una buena medida, de repente los derechos de la mujer dejan de importar tanto. Cuando necesitan a Pakistán como aliado, aceptan que el gobierno paquistaní dé autonomía a regiones del país donde el sistema legal paralelo trata con total injusticia a las mujeres. Y en Irak hacen alianzas con milicias que en sus ratos libres atacan y matan a activistas de los derechos de la mujer. Y lo mismo ocurre en Egipto, donde cuando el país empieza a mirar con esperanza su futuro, las mujeres corren el riesgo de ser marginadas de nuevo. Por increíble que parezca, a pesar de décadas de discriminación y desigualdad, se está negando a las mujeres un papel en la creación de un nuevo Egipto. Las mujeres son excluidas tanto por el gobierno provisional como por la comunidad internacional. El nuevo comité nacional creado recientemente para redactar la nueva Constitución egipcia está integrado sólo por hombres. Esto no es aceptable. Si a la comunidad internacional le importaran realmente los derechos de la mujer en Egipto, defendería la participación de la mujer en todos y cada uno de los aspectos de la creación de nuevos sistemas e instituciones. Este comportamiento de las autoridades provisionales y de la comunidad internacional delata un sentido del paternalismo que demasiado bien conocen las mujeres egipcias, que han pasado décadas viviendo bajo un gobierno opresor respaldado por estados que presuntamente respetan los derechos. Todos los gobiernos, tanto los ya existentes que se apresuran por cambiar como los nuevos que surgen, deben comprometerse con el respeto a la igualdad de la mujer, en la ley y en la práctica. Pero las mujeres sólo tendrán esa igualdad si participan activamente en todas las negociaciones y decisiones que se lleven a cabo en este periodo de transición. Para que la promesa de cambio se convierta en realidad en Egipto y en todos los demás países de la región —y del mundo—, deben sentarse en la mesa mujeres de diversas procedencias y tendencias políticas como socias de pleno derecho. Mucho ha cambiado en los últimos cien años, pero persisten gran parte de los mismos problemas. En numerosos países, los compromisos de los gobiernos con las reformas van a la zaga de las necesidades. La discriminación sigue afectando profundamente a las sociedades, dejando a su paso un rastro de desigualdad. La petición de igualdad, imparcialidad y respeto fue el núcleo del primer Día Internacional de la Mujer. Un siglo después, sigue siéndolo. Por Widney Brown Directora general del Programa de Derecho Internacional y Política de Amnistía Internacional