EN TORNO A LA POLEMICA IGUALDAD/DIFERENCIA
Virginia Woolf identificó de manera cruda y descarnada el dilema planteado a las mujeres hoy en día: integrarse en el sistema o combatirlo desde fuera, desde la marginalidad. Este dilema alimenta las discusiones entre los llamados feminismo de la igualdad y feminismo de la diferencia. Hallarse entre Escylla y Caribdis, caer en las trampas del doble vínculo descrito por la Escuela de Palo Alto podrían ser adecuadas formulaciones del dilema vislumbrado por nuestra autora.
Quiero invitaros, en estas líneas, a reflexionar sobre la alternativa igualdad-diferencia de la mano de esta figura excepcional. Su prosa poética nos ayudará con potentes imágenes muy sugerentes. Me centraré en esta alternativa tal como se presenta en Tres guineas.
La calidad y prestigio de Virginia Wolf como escritora han atraído a teóricas feministas que han visto en ella un precedente de algunas de sus propuestas. No obstante, el pensamiento de Tres guineas no puede ser reducido a ninguna corriente actual del feminismo en exclusiva. Nos encontramos, en cambio, con una serie de lúcidas reflexiones que fueron desarrolladas más tarde en distintas direcciones entendidas como excluyentes. De ahí su riqueza y su interés para nuestra reflexión.
Tres guineas, comenzada en 1932 y publicada en 1938, es decir, casi 10 años después de Un cuarto propio, es un ensayo estructurado en torno a la pregunta de un abogado londinense: ")Cómo podemos evitar la guerra?", y la petición de este mismo abogado de una contribución económica para una asociación en pro de la libertad intelectual y contra la guerra de la que era tesorero honorífico. Al adoptar forma epistolar, la obra pone al lector/a en una posición activa, como interlocutoras directas de la autora, nos obligada a reflexionar con ella y a responder a las preguntas que ésta formula.
El título _Tres guineas_ adelanta la división del ensayo: tres partes, dedicadas cada una a la discusión de la conveniencia de donar una guinea a tres asociaciones diferentes que, según la autora, contribuirían a erradicar la guerra. Tres partes que son tres respuestas a tres tesoreros honoríficos que piden ayuda económica para fines distintos.
En la primera parte, Woolf trata el tema de la secular exclusión de las mujeres de la educación superior y de los puestos de poder y lo relaciona con el objetivo de eliminación de las guerras. Contestando a la petición de una tesorera honorífica, señala las razones en pro y en contra de donar una guinea para la reconstrucción de un colegio universitario para señoritas. Plantea el siguiente interrogante: si la educación impartida a los hombres durante tantos siglos no ha conseguido terminar con la guerra, )por qué convendría que las mujeres también recibieran esa misma educación?
En la segunda parte, ante la petición de otra tesorera honorífica de una asociación dedicada a ayudar a las jóvenes con estudios a conseguir empleo en sus profesiones respectivas, la autora se pregunta si conviene fomentar la participación de las mujeres en el mundo de lo público. )Debemos "unirnos al desfile" del poder y corrompernos en él? )Puede cierta cultura femenina generada por la exclusión secular preservarnos de las trampas de la asimilación?
La tercera parte corresponde a la tercera guinea, la pedida por el tesorero honorífico de la ya mentada asociación por la paz y la libertad en la cultura. En ella se responde a la pregunta acerca de la participación del colectivo femenino en las iniciativas progresistas de los varones. )Conviene que las mujeres formen parte de las asociaciones masculinas que buscan la consecución de los principios de justicia, igualdad y libertad para todas las personas, hombres y mujeres?
Educación, trabajo y militancia son los conceptos que pueden resumir esquemáticamente, pues, las tres partes en que se divide la obra. Veremos más tarde la respuesta que da V. Woolf a cada una de las peticiones.
El dilema fundamental
Ahí van nuestros hermanos educados en las escuelas públicas y en las universidades, subiendo esa escalinata, entrando y saliendo por esas puertas, ascendiendo a esos púlpitos, predicando, enseñando, administrando justicia, practicando la medicina, haciendo negocios, ganando dinero. Es siempre un solemne espectáculo, el de un desfile, como el espectáculo de una caravana cruzando el desierto. Bisabuelos, abuelos, padres, tíos, todos siguieron esos caminos, con togas, con pelucas, algunos con cintas cruzándoles el pecho y otros sin. Uno fue obispo. El otro juez. Uno fue almirante. El otro general. Uno fue profesor. El otro médico.
Y algunos se apartaron del desfile y, según las últimas noticias, fueron vistos en Tasmania, dedicados a nada; y otros fueron vistos, ataviados con cierto desaliño, vendiendo periódicos en Charing Cross. Pero la mayoría de ellos siguieron marcando el paso, anduvieron como los cánones mandan, y, entre una cosa y otra, ganaron el dinero suficiente para que su casa situada, en términos generales, en algún lugar del West End, estuviera provista de buey y cordero para todos, y de educación para Arthur. Es un espectáculo solemne, el de este desfile, es un espectáculo que a menudo nos ha obligado, como quizás usted recuerde, al contemplarlo de soslayo desde una alta ventana, a formularnos ciertas preguntas. Pero ahora, y durante los últimos veinte años aproximadamente, ya no es un mero espectáculo, una fotografía, un fresco pintado en los muros del tiempo, que podamos mirar con simple apreciación estética. No, por cuanto, trotando al final del desfile, vamos nosotras. Y ahí está la diferencia. Nosotras, que durante tanto tiempo hemos contemplado esa ilustración en los libros, o que, desde una ventana con visillos, hemos visto cómo los hombres con educación salían de su casa hacia las nueve y media de la mañana para ir a sus asuntos, y regresaban a su casa hacia las seis y media, procedentes de sus asuntos, ya no estamos obligadas a mirar pasivamente. También nosotras podemos salir de casa, podemos subir esos peldaños, entrar y salir por esas puertas, llevar pelucas y togas, ganar dinero, administrar justicia. Imagínese, un día cualquiera puede usted ponerse en la cabeza la peluca de juez, y llevar capa de armiño sobre los hombros, sentarse bajo el león y el unicornio; cobrar un sueldo de cinco mil al año, con jubilación. Nosotras, que ahora nos dedicamos a rascar papel con nuestras humildes plumas, podremos dentro de uno o dos siglos hablar desde el púlpito. Nadie osará contradecirnos; seremos portavoces del espíritu divino. )Solemne perspectiva, verdad? y quien sabe si, al paso del tiempo, no podremos vestir el uniforme militar, con dorados bordados en el pecho, espada al cinto, y tocadas con algo parecido al viejo cubo de carbón familiar, con la salvedad de que ese venerable objeto nunca estuvo adornado con blancas crines. (...) Las preguntas que tenemos que formularnos y contestarnos, con referencia al desfile, en este momento de transición, son tan importantes que bien pudieran cambiar la vida de todos los hombres y de todas las mujeres para siempre. Sí, porque tenemos que preguntarnos, aquí y ahora: )Deseamos unirnos al desfile o no? )Con qué condiciones nos uniremos al desfile? Y, sobre todo, a dónde nos conduce ese desfile de hombres con educación? El tiempo de que disponemos es breve (...) Pero es preciso dar respuesta a esas preguntas; son tan importantes que si todas las hijas de los hombres con educación no hicieran nada en todo el día, salvo examinar este desfile desde todos los ángulos, ponderarlo y analizarlo, pensar en él y leer acerca de él, y si reunieran todas sus ideas y todas sus lecturas, y todo lo visto y todo lo adivinado, darían a su tiempo un empleo mucho mejor que desarrollando cualquiera de las actividades actualmente abiertas a ellas. Pero usted alegará que no tiene tiempo para pensar; tiene que librar sus batallas, pagar el alquiler, organizar tómbolas. Estas excusas no valen, Madam. (...) las hijas de los hombres con educación siempre han ejercido el pensamiento sobre la marcha; no bajo verdes lámparas en mesas de estudio, no en claustros de aisladas universidades. Han pensado mientras vigilaban el puchero, mientras mecían la cuna. Así conquistaron para nosotras el derecho a nuestra flamante moneda de seis peniques. A nosotras corresponde seguir pensando. )Cómo vamos a gastar los seis peniques? Debemos pensar. Pensemos mientras estamos en las oficinas, en los autobuses; mientras en pie entre la multitud contemplamos coronaciones y celebraciones municipales (...) Jamás dejemos de pensar: )Qué es esa "civilización" en la que nos hallamos? )Qué son esas ceremonias y por qué hemos de participar en ellas? Qué son esas profesiones y por qué hemos de ganar dinero con ellas? )A dónde, en resumen, nos lleva ese desfile de hijos varones de hombres con educación?"
Este solo pasaje escrito en vísperas de la Segunda Guerra contiene lo esencial del dualismo diferencialista. Adorno y Horkheimer, en su Dialéctica de la Ilustración, verán, después del conflicto mundial y de los horrores de su genocidio, la Modernidad y el proceso histórico en general como acontecer masculino carente de otro sentido que no sea la misma voluntad de poderío que lo genera. Nos dirán: la mujer, por haber sido excluida de las estructuras dominantes, guarda en su identidad, un potencial revolucionario. Las ventajas de la exclusión son: una afectividad no reprimida, una capacidad de sentir con los otros _compasión_, un menor distanciamiento con respecto al cuerpo y a la naturaleza y un rechazo de la razón instrumental aplicada a la dominación.
Así, con la bancarrota de las esperanzas ilustradas de paz y progreso moral, asistimos al surgimiento de la mujer como un Otro ahora positivamente connotado. Esta conceptualización de la mujer adquiere distintos caracteres según los presupuestos esencialistas o constructivistas del pensamiento que la asume: la mujer como lo biológicamente Otro, como madre nutricia y naturaleza fértil frente al varón genéticamente destinado a la agresividad; lo femenino como pre-lógico e inexpresable en el lenguaje corriente versus la razón masculina; la mujer como construcción cultural del patriarcado con valores positivos a pesar de estar derivados de la marginación, etc.
)Cuáles son los presupuestos de que parte V. Woolf en su caracterización de las mujeres? Apoyándonos en Tres guineas podemos decir que no son esencialistas. Considera las doctrinas biologicistas de la época que sostenían la inferioridad de la naturaleza femenina y la existencia de un abismo ontológico entre hombres y mujeres como mera ideología destinada a legitimar la opresión. Acude a la autoridad del filósofo Bertrand Russell para rechazarlas y avanza una denuncia que más tarde hará el feminismo radical: la ciencia no es neutra, la ciencia es androcéntrica. Contiene un sesgo masculino que la hace sospechosa de connivencias con el orden patriarcal.
Su caracterización de las mujeres es constructivista y comparte con el feminismo materialista la ampliación del principio del materialismo histórico según el cual las condiciones materiales configuran la experiencia y la conciencia. (Ampliación porque por condiciones materiales el feminismo materialista entiende no sólo el sistema de producción sino también el trabajo femenino (doméstico no remunerado, con salarios más bajos que los hombres), el cuerpo sexuado y la reproducción de la especie, la crianza de los hijos...).
Woolf utiliza también sus conocimientos de psicoanálisis para buscar los fundamentos psicoenergéticos del orden patriarcal. Habla de una fijación infantil pero no se queda en un reduccionismo psicologizante sino que, anticipándose a intentos actuales del feminismo psicoanalítico, trata de relacionar la psicología con los componentes políticos del orden social. Señala que la fijación infantil en la visión de la mujer como "homme manqué" está apoyada por las instituciones sociales, por el derecho que está del lado de los padres frente a las hijas.
El constructivismo le conduce a moderar la extensión de su concepción de la otredad del sujeto mujer: no se trata de un sujeto mujer universal sino histórica y geográficamente circunscrito a la Inglaterra victoriana. Las mujeres no son naturalmente desinteresadas, es su situación de no poder lo que produce su actitud desinteresada. La diferencia ha sido socio-culturalmente construida: la mujer victoriana laboriosa, abnegada, que desprecia el reconocimiento público, que es austera, casta y, sin embargo, conserva el gusto por la aventura es el resultado de la educación. "Educación gratuita" dice irónicamente V. Woolf que prepara para las profesiones gratuitas, es decir, para realizar trabajos no remunerados que los hombres no hacen. Esta educación gratuita no es un simple discurso moral que se le haya impartido a las mujeres sino un proceso de formación de la conciencia a partir de las condiciones materiales en que se ha desarrollado su vida.
Los profesores de esta educación gratuita han sido cuatro: la pobreza, la castidad, la burla y la libertad con respecto a lealtades irreales (lealtades que aprisionan a los hombres haciéndoles venerar ciegamente "viejas iglesias", "viejas universidades", "viejos países"). La hija del hombre con educación ha recibido muy poco dinero para sus gastos de manera que su hermano pudiera estudiar en Oxford o Cambridge, su movilidad ha sido reducida como garantía del pudor, sus iniciativas en el ámbito público han cosechado la burla como la conocieron las preciosas en tiempos de Molière, y, finalmente, el sentimiento que tiene de no haber recibido nada de instituciones tales como las iglesias o los estados la libera del yugo del patriotismo o del conformismo acrítico masculino ante costumbres y ceremonias faltas de sentido o injustas.
Estos profesores (pobreza, castidad, burla y libertad con respecto a lealtades irreales) han generado virtudes pero también defectos, ignorancia, sufrimiento y desastres. El balance de V. Woolf no peca de optimismo mistificante.
A la cola del desfile, todavía estamos a tiempo para reflexionar antes de que la vorágine nos consuma, nos dice V. Woolf. Mirando desde el puente, imagen del paso y de la mediación, desde la altura y distancia que dan la marginalidad al sistema, conseguiremos, sugiere Woolf, como lo hace parte del feminismo actual, una mirada más objetiva sobre su funcionamiento y sus metas. La autora nos insta a analizar ese mundo masculino al que aspiramos y en el que no nos han dejado actuar, encerrándonos hasta hace muy poco en el mundo doméstico. Veamos sus características.
Ese mundo público masculino es un mundo de actividad frenética y de rangos muy marcados. Mundo de la autonomía y de la autorrealización dentro de ciertos límites, admite incluso la disidencia individual (algunos se apartaron del desfile y se fueron a Tasmania a no hacer nada). Los que aceptan sus reglas obtienen como recompensa poder sobre otros hombres y los medios económicos para convertirse en cabezas de familia. Los colores y ornamentos no se hallan al servicio de la mera estética, de la seducción, como en el caso de las vestimentas femeninas sino que tienen claras funciones simbólicas de diferenciación y determinación del poder: togas, cintas, pelucas, medallas, bordados, crines del casco militar (comparado maliciosamente con el doméstico cubo del carbón). El mundo descrito por Woolf es el mundo de los iguales en el sentido en que Cèlia Amorós describe la equipotencia masculina como reconocimiento entre pares: todo hombre reconoce en otro a un miembro del género que "puede poder". "Poder es poder diferenciarse" .
Ahora bien, a pesar de que Woolf denuncia la injusticia con que es tratada la hija del hombre cultivado en comparación con su hermano al ser privada de la formación universitaria, afirma en otro pasaje de esta obra que la experiencia ha probado sobradamente que la educación superior y el ejercicio de las profesiones no disminuyen el talante egoísta y agresivo de los seres humanos sino que, por el contrario, lo incrementan. No disminuyen el ansia de poder y dominación sino que le ofrecen medios más sutiles que la simple fuerza física para su consecución. Ansia de poder, seguridad en el "veredicto de Dios, la Naturaleza, la Ley y la Propiedad", desmedidos deseos de posesión son justamente las características humanas que conducen a la guerra. Nos hallamos, pues, lejos de la confianza de los ilustrados en el poder de la educación y del progreso histórico. Surge, entonces, la inevitable pregunta: )el acceso de las mujeres a los privilegios masculinos significará su contaminación, la pérdida de su identidad femenina comparativamente más solidaria, desinteresada y pacífica? )Adquirirá la típica actitud competitiva masculina? )Se habrá perdido la última oportunidad de enderezar el rumbo de la historia?
Por otro lado, en la visión de Woolf, anticipando el feminismo radical de los setenta, el mundo del trabajo y la cultura aparece como claramente androcéntrico. No se trata de una organización asexuada que, por casualidad, se halle formada únicamente por hombres sino de una creación típicamente masculina, de una fratría (grupo de hermanos con exclusión de las hermanas) en la que las ceremonias de reconocimiento entre varones constituyen una parte muy importante. El género se revela como condicionante del rango y de la adjudicación de esferas y como elemento modelador del sistema.
Ahora podemos medir la distancia que separa a V. Woolf del feminismo liberal que en los años sesenta reclamará con B. Friedan la igualdad de oportunidades, el acceso al espacio público en donde la personalidad pueda desarrollarse en plenitud. La vida profesional, en la caracterización de Woolf, tiene su particular pobreza: la de la falta de tiempo para vivencias estéticas o emocionales, la pérdida de todo sentido de la vida que no sea el ganar dinero, la pérdida de la salud, la tendencia a acaparar responsabilidades para no compartirlas con otros, en resumen, la progresiva pérdida de la humanidad.
Una vez en la vorágine de la acción se pierde la capacidad de análisis crítico. De ahí la urgencia proclamada por nuestra autora en examinar ese mundo al que aspiramos y en el que apenas acabamos de entrar (a la cola del desfile) antes de la completa asimilación de las mujeres al modelo creado por el patriarcado. Woolf no deja de señalar las relaciones entre el sistema de poder masculino, el dinero, las armas, el imperialismo y la guerra. La vida pública, dice, es una danza alrededor del sagrado árbol de la propiedad. Entrar de lleno en ella implicaría, entonces, un empobrecimiento de la humanidad de las mujeres y el abandono de toda esperanza utópica. Woolf reivindica la figura de Antígona, la moral y el sentimiento frente al Estado y a la razón instrumental. Imaginemos a Antígona convertida en estadista con los mismos compromisos e intereses que Creonte. Esto significaría la desaparición de la ironía y voluntad femeninas capaces de oponerse al poder. La desaparición del Otro por asimilación en el Uno hegemónico.
Por todo ello, se pregunta si es conveniente apoyar económicamente las iniciativas tendentes a facilitar la educación y el trabajo asalariado de las jóvenes. ¿Entregará esas guineas a las angustiadas tesoreras honoríficas que lo solicitan y que organizan, en su carencia total de medios, tómbolas para reunir dinero? Y si las entrega, ¿lo hará sólo bajo ciertas condiciones, por ejemplo, que la educación sea distinta a la impartida a los varones, que se elimine todo elemento competitivo en ella, que no se enseñe nada que pueda servir para dominar a los demás, acumular capitales o matar (p.48-49), que las futuras profesionales juren ser solidarias con los individuos de cualquier sexo y raza?
Por lo tanto, el primer paso para la eliminación de la guerra es luchar por la emancipación de las mujeres. Por eso, dedicará las dos primeras guineas a la formación e inserción laboral de las jóvenes.
Vemos, entonces, que a pesar de reconocer ciertos beneficios de la marginalidad femenina y no dejarse deslumbrar por el mundo masculino de lo público, recoge la tradición sufragista de lucha por los derechos y asume reivindicaciones de lo que será más tarde el feminismo más popular y extendido del mundo anglosajón, y, quizás podríamos decir, del mundo occidental: el feminismo de la igualdad de oportunidades. Califica al trabajo remunerado de "arma de la opinión independiente" y nos llama a recordar con gratitud a las que nos abrieron las puertas de la educación superior y de las profesiones. El hogar es el lugar de la impotencia, no se puede confundir, afirma, influencia con poder real. La influencia o poder en la sombra siempre fue la manera femenina de paliar la impotencia, pero se ejerce a través de la dependencia con respecto al varón y sólo tiene efectividad en la aristocracia.
Muchas observaciones sobre la situación del colectivo femenino en el ámbito de lo público tienen, a pesar del medio siglo transcurrido, una asombrosa actualidad. Woolf constata, aunque no emplee el término, la existencia de un techo de cristal en el ascenso de los puestos de trabajo y la contradicción aparente entre la reconocida eficacia de las funcionarias y su bajo rango y remuneración. Advierte también el peso que las responsabilidades del cuidado (de hijos y ancianos) ejercen sobre las mujeres, responsabilidades que funcionan como límite a su desenvolvimiento profesional.
Podemos entender, ahora, más claramente, por qué rechaza la exaltación de las potencialidades salvadoras de la exclusión femenina. Al hilo de un artículo periodístico en el que el autor reconocía la situación de desventaja económica y social de las mujeres y a pesar de ello les atribuía la capacidad de "construir un mundo nuevo y mejor" _según señala se publicaban muchos de este tenor y de autoría masculina_ , comenta irónicamente Woolf que forzosamente estos señores deben creer que las mujeres tienen poderes cuasi-divinos para realizar tales hazañas en su situación.
La independencia económica es, por lo tanto, la condición de posibilidad para ayudar a la abolición de la guerra. Sólo la independencia económica permitirá la libre manifestación de la diferencia y su efectividad en un ámbito que exceda los límites de la privacidad y las relaciones personales.
Sin embargo, antes había planteado un dilema según el cual, el acceso al mercado de trabajo y a los puestos de prestigio significaría la desaparición de la diferencia femenina en tanto ésta tenía su origen únicamente en la marginación. Las peculiares virtudes del oprimido se esfuman tras la destrucción de sus cadenas. La propuesta de Woolf para resolver este dilema de las mujeres del siglo XX es combinar el acceso al mundo público con las virtudes provenientes de la exclusión. Y observa, en un alarde de agudeza y realismo, que el mismo patriarcado se encarga de que tal combinación sea posible porque las condiciones de entrada de las mujeres al mundo de lo público son lo suficientemente incómodas y discriminatorias como para no perder aquellas excelentes maestras que fueron la pobreza, la castidad, la burla y la libertad con respecto a lealtades irreales que someten generalmente a los hombres. Adrienne Rich verá en esta propuesta de combinación y selección de V. Woolf un principio fundamental del feminismo radical. Por mi parte, creo, este principio evitaría tanto la asimilación acrítica en las estructuras de poder existentes como la solución estoica de libertad en las cadenas o cántico mitificador de las virtudes de la exclusión denunciado por Cèlia Amorós.
Pero quizás haya que precisar a qué se refiere V. Woolf al proponer la fidelidad hacia aquellas maestras. Pobreza significa "dinero suficiente para ser independiente de otro ser humano y para comprar ese mínimo de salud, ocio, conocimientos, etc. necesarios para el pleno desarrollo del cuerpo y de la mente. Pero no más." (p.110). Castidad será, una vez conseguido el ya citado nivel mínimo de subsistencia, "no vender la mente por dinero". Burla será el desprecio a los honores y libertad con respecto a lealtades irreales el despojarse del orgullo de la nacionalidad, del sexo, de la religión, de la universidad, de la familia, etc. Una larga tradición femenina de austeridad, sacrificio y contención hará más accesibles estas virtudes para las mujeres. De esta forma, evitaremos los "grandes pecados modernos de la vanidad, el egotismo y la megalomanía" (p.113) que conducen a la "inhumanidad, la bestialidad, el horror y la locura de la guerra" (p.114).
Estamos ya en la tercera parte, es decir en la discusión acerca del tercer donativo, de la tercera guinea. Las dos primeras han sido dadas a dos asociaciones consagradas a la emancipación de la mujer por considerar que ésta era la mejor manera de colaborar en la abolición de la guerra. )Ofrecerá la tercera guinea a la asociación mixta encabezada por varones progresistas que luchan contra el fascismo? Sí, lo hará. Pero no podrá evitar manifestar su reticencia a la militancia misma en la asociación. Woolf pregunta: )ahora acudís a nosotras cuando siempre nos habéis excluido? )ahora "luchamos juntos"?, )ahora se nos pide la colaboración para proteger la libertad intelectual y evitar la guerra?. E imagina, a modo de ilustración, la historia de un duque que entrara en la cocina y dijera a la criada: "deje de pelar patatas y venga a ayudarme a estructurar un párrafo un poco difícil de Píndaro" (p.118). La reacción natural de la criada sería decirle a la cocinera: "!El señor se ha vuelto loco!".
El argumento de Woolf contra la participación en asociaciones es el siguiente: las asociaciones son fratrías, son formas de organización típicamente masculinas en las que los hermanos pierden los lazos con sus hermanas y se transforman en los machos orgullosos y dominantes de la sociedad patriarcal. Ir más allá del donativo y convertirse en miembros activos de la asociación significaría, en opinión de V. Woolf "perder la diferencia". La única asociación que conviene a las mujeres es la de las Extrañas: una sociedad que no tendrá tesorera porque no necesita fondos, ni sede, ni secretaria, ni juntas, ni conferencias.
Volvemos, aquí, pues, en la parte final del libro, al elogio de la marginalidad. A diferencia del feminismo de la igualdad de oportunidades que, profundamente pragmático, se organizó en estructuras de poder, la propuesta de Woolf se acerca a algunas características del feminismo radical (su rechazo total de la jerarquía y de la distinción de funciones y rangos) y al dualismo diferencialista. La sociedad de las Extrañas (es decir de las que se sitúan fuera de la sociedad) utiliza medios alternativos de transformación. Igualdad, libertad y paz son sus objetivos, objetivos que comparte con las organizaciones mixtas progresistas, pero sus medios son los propios de una tradición sexuada de exclusión y de valores diferentes (pensemos en la diferenciación de Carol Gilligan entre éticas de principios y éticas del cuidado). "Medios privados en privado". "Experimentos" en lugar de las tradicionales campañas, coaliciones y congresos. Uno de sus objetivos será el incremento del placer estético (disfrutar de la belleza de las estaciones, de las flores, las sedas y las ropas). Prescindirán en cambio de las medallas y distinciones personales que tienen el perverso objetivo de "hipnotizar la mente humana". La hipótesis de base, que V. Woolf admite como "peligrosa" es que la libertad sólo se mantiene en la oscuridad. Pero únicamente si son libres, es decir no forzados por la exclusión no deseada, estos experimentos serán válidos. V. Woolf nos da tres ejemplos correspondientes a tres tipos diferentes: la pasividad convertida en actividad (ausencia creciente de mujeres en las ceremonias religiosas que lleva a la Iglesia de Inglaterra a plantearse la necesidad de aceptar el sacerdocio femenino), la participación desinteresada de deportistas que participan por amor al juego y sin expectativas de ganancia alguna y las manifestaciones intempestivas como la de la alcaldesa que afirmó que no colaboraría ni con el zurcido de un calcetín en la guerra. ¿Pero no cae aquí nuestra autora en la contradicción anteriormente rechazada de pedir la excelencia a un colectivo desfavorecido?
Esta propuesta de Woolf puede ser puesta en relación con el rechazo de toda militancia y el individualismo del grupo de artistas de Bloomsbury pero también en el voluntarismo de la oposición diferencialista.
En todo caso, podemos afirmar que la libertad del arte, tan reivindicada por el círculo de Bloomsbury al que Woolf perteneciera, da en Tres guineas sus frutos conceptuales en una pluralidad de caminos para la reflexión de los que yo destacaría lo siguiente: las mujeres no somos lo Otro de la Razón y de la Cultura pero éstas han de ser reexaminadas para purificarlas del sesgo masculino resultante de una larga historia de exclusión. Aquel desfile de hombres visto desde el puente se presenta ante nuestra conciencia como la invitación ineludible a una reflexión que, aunque opte por la incorporación al mundo de lo público, no pierda la oportunidad de realizar una aportación transformadora, lo cual, a mi juicio, implica el doble movimiento de reivindicar derechos y acceso a los recursos y examinar, crítica y selectivamente, conceptos e instituciones a la luz de una genealogía del pensamiento androcéntrico.
Por Alicia H. Puleo