"Violeta se fue a los Cielos"
La película de Andrés Wood muestra un relato hilado por las ideas de la artista sobre el amor, la creación, el comunismo y lo que ella entendía como un legado cultural.
La Violeta Parra que enseñan en los colegios era creativa e impoluta, una artista que muere por amor y de ahí en adelante salta al mito dipomático de la única mujer (o “artista” dicen algunos sintiéndose generosos) que expuso en el Louvre de París. La Violeta del catálogo musical es una pirquinera de canciones extraviadas, tan prolífica como discos puedan tapizar una vitrina. La Violeta de Andrés Wood, la que se va a los cielos, aunque camine entre nubes es una mujer endeble e inmisericorde consigo misma que sufre por esas tonadas perdidas, piadosa como al pie de un Cristo en las salitreras a las que llegó con su familia a montar obras sacras. Mucho más real que la idea de la artista que Chile paseó con pompa en la Expo Shangai.
Como el relato está basado en las memorias de Angel Parra, “Violeta se fue a los cielos” une los vestigios de la creadora desde cerca y no recurre a arengas heroicas ni a la dramaturgia-cinematográfica híbrida de “Machuca” y “La Buena Vida”.
La película muestra a la niña Violeta del Carmen comiendo maqui y escarbando con una guitarra en los cementerios, aprendiendo parte del oficio de su padre como prólogo a un relato hilado por una de sus más famosas entrevistas. Cuando plantó para la TV argentina sus ideas sobre el amor, la creación, el comunismo y lo que ella entendía como un legado.
Así se se va enredando, enredandó la vida de caravana de los Parra con la misión de Violeta por encontrar un cancionero nacional en terreno, episodios de su primer matrimonio, su diáspora por Europa, la gesta de su carpa remendada en La Reina y su relación con Gilbert “qué he sacado con quererte” Favre, todos eventos que detonan una banda sonora especialmente recreada para la ocasión.
La cercanía perfectamente enfocada que el director propone para conocer al mito nos muestra las imperfecciones de un rostro que ella limaba con piedra pome, pero también esos pliegues del carácter que la hacían una mujer ambiciosa y poco compasiva no solo consigo misma. La verdadera Violeta es el verdadero Andrés Wood, arriesgado y vital, barseando locaciones en el Museo del Louvre imaginando un diálogo entre la artista universal y el director del Museo o volviendo carne ese talento desbocado en escenas de cama donde la luz y el polvo se cuelan entre los tablones como dosis de vida real.
El desempeño de Francisca Gavilán no deja espacio ni para el asombro. Las canciones son interpretadas en su mayoría por la propia actriz que simplemente es la imagen de Violeta Parra, transfigurada como esas vírgenes renacentistas en el cuerpo trizado de luna arpillera universal. El director de arte Rodrigo Bazáes, es también uno de los guionistas a quien se le debe por partida doble toda la atmósfera de barrial y utopía artística que encuentra una metáfora perfecta sobre el amor no correspondido (hacia el arte y la mujer ) en la escena de una carpa lloviéndose completa.
La biopic de Andrés Wood es un hito creativo del patrimonio cinematográfico local. No necesariamente por que vaya a reemplazar algunas lecturas escolares o reinstale algunas canciones improbables de escuchar en los medios, sino porque entrega una figura unívoca sobre algo tan nebuloso y difícil de describir como la pasión como combustible del mundo.
Por Carlos Salazar
Fuente: La Nación