¿Hasta donde?, ¿Hasta cuando?
Hoy se está conmemorando el
Día de la Madre. Pero habrá muchas criaturas que no lo podrán celebrar, puesto
que a sus madres las mataron. Y las mataron por ser mujeres.
Según la Red Estatal de Organizaciones Feministas contra
la Violencia de Género, a fecha de hoy, seis de mayo, son ya veinticuatro las
mujeres asesinadas en el ámbito intrafamiliar, de las cuales, diecisiete han
sido asesinadas por sus parejas o exparejas. O lo que es lo mismo, sus asesinos
las han matado por que eran mujeres. Por nada más que eso.
Poco importa que fueran mujeres cultas, madres o obreras
del campo. Ahora, estas mujeres, están muertas. Y esa realidad es
incontestable.
El Estado debilita sus estructuras preventivas para que
estas situaciones no se den, reduciendo los presupuestos destinados a
sensibilización y prevención. Es una manera de minimizar el impacto que este
tipo de terrorismo tiene en nuestra sociedad y que permite que se sieguen las
vidas de muchas mujeres cada año.
Pero no sólo se quiebran la
vidas de quienes mueren. No. Quienes se quedan lo hacen con el estigma de ser
hijas, hermanos, cuñadas, sobrinos, etc. de aquella a quien su marido mató. Y
esa es otra sangría silenciosa que hermana en el dolor y la rabia.
Además nos quedan las otras. De las que nunca se habla.
Las que sufren en silencio su propio calvario sin atreverse a confesarlo a
nadie por, entre otros temores, el de no ser creída, ser ridiculizada y, además
culpada de la situación.
Ellas, las que callan, las que no se atreven a hablar son
muchas, pero son invisibles. Su miedo puede más que su dolor y el agresor, el
terrorista, lo sabe y lo utiliza para seguir dominando la situación y dando
golpes físicos y psicológicos a su antojo.
Pero vamos con los datos objetivos, los que nadie inventa
y que quedan reflejados en el V
Informe anual del observatorio estatal de violencia sobre la mujer. Informe
ejecutivo que fue publicado el pasado veinticinco de noviembre de dos mil
once y que en su página tercera dice textualmente:
“Número
de víctimas mortales: El total de víctimas mortales durante 2010 fue de 73 y el
total de
víctimas
mortales desde 2003 a 2010 ha sido de 545. Más de la mitad de las mujeres
asesinadas en España durante ese período, murieron a manos de su pareja o
expareja”.
Y en páginas posteriores analiza las denuncias en este
sentido, también literal:
“Durante
el año 2010 llegaron a los juzgados un total de 134.105 denuncias por violencia
de género, lo que implica una media mensual de 11.175 denuncias y una media
diaria de 367 denuncias. Ello supone un ligero descenso del número de denuncias
por violencia de género (1,1%) si se compara con la cifra de 2009.“
Ahí están los datos. Y
el dolor y la falta de protección por falta de medios que siempre, siempre
beneficia al maltratador, nunca a las víctimas.
Algunas organizaciones y personas nos esforzamos en
nuestro día a día en desmontar mitos que justifiquen a los maltratadores o al
propio fenómeno de este terrorismo machista, pero nos faltan medios. Y no sólo
materiales. Nos faltan complicidades institucionales en la medida que no se
puede condenar a un maltratador a llevar un dispositivo de localización, cuando
desde antemano se sabe que no hay posibilidad que lo vaya a llevar por falta de
medios.
Nos faltan complicidades con instituciones políticas
desde donde se denuncie también que este tipo de asesinatos también son
terrorismo y quienes pagan sus consecuencias han de tener la condición de
víctimas que han de ser atendidas de forma integral.
Nos faltan complicidades con las autoridades educativas
para que incluyan la formación en la prevención de la violencia de género en
los currículos escolares y de formación permanente del profesorado.
Si ya sé que la ley orgánica de medidas de protección
contra la violencia de género contempla todas estas y otras medidas, ya lo sé.
Pero a veces legislar no basta. Hay que dar un paso más allá y dotar
presupuestariamente las medidas contempladas y aquí está ocurriendo al revés,
que se está desmontado lo poco que se llegó a conseguir.
Las víctimas quedan todavía más desamparadas. La sociedad
en general, si no se mantiene el ejercicio preventivo, acabará por volver a
justificar aquello de “entre marido y mujer nadie se debe meter” y, por tanto y
en aras a que no se puede “gastar” se mantienen los asesinatos y en
encubrimiento de las situaciones de maltrato continuado en los hogares.
El asesinato de las mujeres es el último eslabón de una
cadena de hechos y creencias que perviven en nuestra sociedad y que mantiene a
la gran mayoría de los hombres en una situación de privilegio e impunidad que
permite la mayor desigualdad entre mujeres y hombres: los asesinatos de mujeres
a manos de quienes decían amarlas.
La formación para la prevención de este tipo de
terrorismo es fundamental. Y, aunque el esfuerzo realizado ha sido importante,
queda muchísimo por hacer, puesto que desmontar un sistema de privilegios y
lleno de mitos que justifican la desigualdad de raíz entre mujeres y hombres,
es ardua tarea.
Hay que denunciar permanentemente ideologías, credos y
religiones que subordinan a las mujeres ante los hombres. Hay que mantener viva
la llama de la lucha por desmontar cada día hechos que por tradición o
imposición siguen permitiendo que se justifiquen acciones violentas. Hay que
recordar continuamente que las víctimas son las mujeres que sufren el maltrato
en cualquiera de sus formas. Hay que dignificar sus voces y creerlas. No
podemos dejarlas con la palabra en la boca y con dudas sobre su situación para
creer al poderoso.
Hay, en definitiva, mucho trabajo todavía por hacer
mientras para nuestro flamante Gobierno del PP, este tema no es importante y
prefiere invertir en armamento y defensa, mientras a las mujeres nos siguen
matando sólo por ser mujeres.
Pero no por eso conseguirán acallar nuestras voces. Las
voces de algunas para quienes el sufrimiento y el dolor de las que sufren no
nos resulta invisible y que conseguimos convertir en rabia para que se nos
escuche o se nos lea. Algunas que actuamos con nuestro tiempo, formación, y
militancias varias para recordar que sus voces y sus memorias no se pierden y
que, cada cual a su manera, estamos con ellas.
Por Teresa Mollá Castells
tmolla@teremolla.net
La Ciudad de las Diosas