agosto 21, 2012

Experiencias tortilleras en educación

Hace unas semanas, mientras en Santiago se realizaba la Marcha de la Igualdad, con las Ideas sin Género una colectiva lesbofeminista, efectuábamos un taller con profesoras lesbianas. Fue un acto simbólico, una respuesta a esa acampada callejera masiva. Difundimos una lámina en ese momento: "Nuestra diferencia tiene un conflicto con tu Igualdad" y con ese mensaje entre ceja y ceja nos fuimos a hacer el taller, que relacionó la igualdad con la construcción de normalidad en el espacio educativo.

Queríamos ver qué podíamos hacer las profes. Para ello, entre otras, caracterizamos la sexualidad que se enseña en los colegios –reproductiva, preventiva- y describimos la construcción homogénea –la del "todos" somos Iguales- de la realidad."En la escuela aprendimos que quien es normal es de una sola forma" -explicábamos. ¡Sí!- decía una profe. Basta mirar los textos de estudio pa' ver la persona que acepta la sociedad: blanca, heterosexual, clase media –esto último lo agregaríamos nosotras. ¡Claro!- señalaba otra profe. "Así las pobres, las indígenas, las lesbianas no existimos".

Imaginen a una persona homosexual. ¿Cómo está vestida? ¿Cómo es? –las interrogamos. ¿Era gorda, vivía con VIH, era travesti, era negra? – les volvimos a preguntar.

Las caras de las profes fueron de sorpresa, como casi siempre ocurre, pues pese a que existía un proceso de reflexión sobre este tema, "la imagen –dijo una profe- que se vino a mi cabeza fue una que está a disposición, una que se ha normalizado y que seguramente –terminó por decir- es la más aceptada por la sociedad. ¡Totalmente de acuerdo!-dijo otra profe. "Pese a que intenté imaginar un tipo de homosexual –nos contaba- lo que apareció en mi mente fue un tipo gay parecido al escritor –sonreímos todas- ¡que desplazó a la lesbiana que quise imaginar ¡Ni yo me pude ver! -finalizó.

Fue fácil desde allí pensar en cómo la heterosexualidad es un modelo tan "fuerte"- decían las profes- que quienes son homosexuales asumen naturalmente todos sus mandatos. Ellas mismas mencionaron algunos: formar familia, casarse, tener hijas. "Están en su derecho"-dijimos nosotras. "El problema es que impongan modelos, como el matrimonio por ejemplo, para adquirir derechos que deberían ser de todas las personas, sin cuestionar siquiera la desigualdad que implican. Esto hace correr el riesgo de reproducir la desigualdad de ese modelo"-puntualizábamos. En ese momento no teníamos idea dela presencia del ministro de educación (Beyer) en la marcha, ¡que es tan buen ejemplo! para lo que les decíamos.

"¿Saben que existe subrepresentatividad lesbiana en esas organizaciones? Una que otra son las que existen, en lugares de poca importancia pa' tomar decisiones" –les contamos. Recorrimos el caso Zamudio, esta marcha y otras más y no apareció ninguna lesbiana. Dos problemas pusimos a discusión. El primero es que sin lesbianas, bisexuales, sin travestis, hablen como si las representaran. El segundo es que esta ausencia (recorrimos algunos de los éxodos que se han producido en la historia homosexual chilena) ha dejado claro que la sexualidad LTGBI no es neutra, tiene género, raza y clase. Pa' nosotras, el lesbofeminismo debe hacerse cargo de estas cosas –expresamos- pues la tensión entre homosexualidad femenina y masculina, informa que no existen cambios radicales. ¡No pueden haberlos si el poder asociado al género, la clase, la raza se mantiene en el mismo lugar!

¿Qué hacemos? –les preguntamos a las profes.

Después de un breve silencio, las respuestas emergieron. "De partida- dijo una profe bien masculina- hablemos de la diferencia, pongámosla en nuestras clases. Yo soy bien masculina -dijo- como no hablo de la diferencia que yo misma marco con mi cuerpo, estoy desaprovechando una oportunidad para desarmar la construcción de normalidad y así me oculto, porque las profes en mi colegio tienen un estilo que las igualiza, o sea, nadie apuesta por mi poca femineidad (…) Incluso el ser lesbiana debe pensar en las diferencias que tenemos entre una como yo y otra que se parece a las profes que hacen clases en mi colegio" ¡Sí¡-asentían las demás emocionadas. Una de estas -que repasaba los apuntes de Deborah Britzman que les habíamos preparado- agregó:

"Podríamos pensar en todas las cosas que nos dice Britzman y otras autoras sobre no apoyar que la niña lesbiana sea asumida como "caso" en el colegio, pues esto sólo representa la exclusión a quien no es igual y rompe con la normalidad. Tenemos que tocar estos temas y usar material para la no discriminación. ¡Pero! –añadió- sabemos que eso no es suficiente. Por eso, estoy con la colega, pues mientras no pongamos nuestra propia sexualidad en juego poco cambiará, porque tocaremos las cosas como si a nosotras no nos tocaran y así es difícil que se entienda que la sexualidad es un tema que reprime a todo el mundo, no sólo a las lesbianas"

Se fue configurando un acuerdo grupal sobre cómo nuestra sexualidad ayudaría a desarmar la normalidad que produce la educación. Esta, que afirma la indolencia social frente a la violencia que afecta a mujeres, lesbianas, tortilleras, camionas, nos transforma en iguales cuando no lo somos. No es igual la experiencia de una lesbiana –concluíamos- blanca, hétero, clase media a la de una que tiene ascendencia indígena y vive en población. Ese día nos despedimos con un intenso abrazo cómplice. Ajenas a la igualdad marica que se tomó las calles santiaguinas, nosotras nos íbamos con una desafiante tarea: Hacer la diferencia. 

Fuente: Ideas Sin Género

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in