febrero 01, 2013

Espacio público, piropos y sexualidad. ¿De qué “buen trato” me hablan?


El piropo callejero, ese de mal gusto que destaca las cualidades físicas de las mujeres (en detrimento de cualquier mérito, por ejemplo), ese que amenaza con todo tipo de propuestas sexuales, ese que es vociferado en voz alta o susurrado al oído en plena calle, es una forma más en la que se ejerce esa homociabilidad heterosexual, en la que la mujer no sólo es un objeto, sino además un cuerpo disponible para cualquier hombre. O como señala la filósofa Diana Maffía, es un cuerpo abordable sin ningún tipo de consentimiento, por el sólo hecho de estar ahí. El piropo, de este modo, es una forma de ejercer violencia de género.

Hace unos días, la Municipalidad de Quilicura publicó en su sitio web una convocatoria que invita a l@s habitantes de la comuna a participar en un concurso de piropos organizado por el municipio. La convocatoriaanima a la gente a envía su “mejor repertorio” de piropos, y promete premiar a los cuarenta más votados por el público. Esta no es su primera versión. Ya en años anteriores la comuna dirigida por el alcalde Juan Carrasco había organizado el mismo concurso en vísperas del día de los enamorados (14 de febrero), y en el marco de la campaña “Quilicura Fomenta el Buen Trato a las Mujeres”.

A simple vista, probablemente puede parecer una iniciativa simpática e inofensiva, e incluso una buena forma de homenajear a las mujeres. Pienso, sin embargo, que valdría la pena darle una vuelta más al asunto.

Es frecuente ver o escuchar en el espacio público todo tipo de “ingeniosas” frases y chistes que exaltan el aspecto físico o las cualidades sexuales de sus destinatari@s. Por lo general, estos dichos tienen casi siempre un mismo tipo de emisores, hombres heterosexuales, y están dirigidos a un mismo tipo de sujeto, las mujeres. No quiero decir que no se dé el fenómeno inverso, o que no existan hombres que piropean a hombres, o mujeres que piropean a mujeres, pero en el espacio público el piropo de hombres hacia mujeres es bastante recurrente. Frecuente es, además, que el calibre de dichas frases sea bastante subido de tono. Así, es común escuchar frases soeces y de mal gusto dichas por hombres a mujeres en la vía pública, que pasan por simples “piropos”. El impacto de estas frases y sus consecuencias a nivel de un orden de género es lo que me gustaría pensar en las siguientes líneas.

En nuestras sociedades latinoamericanas, presas aún de códigos fuertemente patriarcales que históricamente han puesto a las mujeres en un lugar jerárquicamente inferior al de los hombres, el piropo (me refiero a ese frecuente piropo de mal gusto, sexista y y/o que busca destacar los cuerpos sexuados de las mujeres) no es inocuo. Por el contrario, reproduce todo un orden social y cultural que posiciona a mujeres y hombres en un lugar de desequilibrio a favor de estos últimos.

El espacio público está regido por normas culturales, no escritas en ningún lado, pero que modelan nuestra subjetividad y formas de comportarnos socialmente, estableciendo quién puede decir o hacer determinadas cosas, y quien no. Instituyen, de algún modo, que algunas personas puedan circular libremente en ese espacio, mientras que otras se ven siempre sujetas a la amenaza de la violencia o el desprecio. Visto desde una óptica de género, las regulaciones normativas del espacio público son distintas para hombres y mujeres. Por uno u otro motivo, históricamente las mujeres han quedado relegadas a un lugar donde la amenaza y la inseguridad están latentes, susceptibles de ser violentadas de múltiples modos en el espacio público, en una experiencia que los hombres no vivimos de manera tan frecuente e intensa. Lo digo porque los hombres no vivimos bajo la constante posibilidad de que un o una extrañ@ nos manosee en la vía pública o en el transporte colectivo sin nuestro consentimiento, podemos caminar por ciertos lugares y a ciertas horas sin temor a ser violados, o podemos pasar por determinados sitios sin que nos humillen con frases de mal gusto.

La académica estadounidense Eve Kosofsky Sedgwick utilizaba el término “homosociabilidad heterosexual” para designar esta lógica que aun rige el espacio social. En sus palabras, este concepto grafica el hecho de que las relaciones interpersonales que se dan en el espacio público se estructuran en nuestras sociedades centralmente en base a una sociabilidad entre hombres, donde las mujeres son sexualizadas y asumidas como objetos de intercambio sexual. En otras palabras, las mujeres suelen ser vistas en el espacio público como objetos (sexuales, por lo demás), y no como sujetos.

En este sentido, el piropo callejero, ese de mal gusto que destaca las cualidades físicas de las mujeres (en detrimento de cualquier mérito, por ejemplo), ese que amenaza con todo tipo de propuestas sexuales, ese que es vociferado en voz alta o susurrado al oído en plena calle, es una forma más en la que se ejerce esa homosociabilidad heterosexual, en la que la mujer no sólo es un objeto, sino además un cuerpo disponible para cualquier hombre. O como señala la filósofa Diana Maffía, es un cuerpo abordable sin ningún tipo de consentimiento, por el sólo hecho de estar ahí. El piropo, de este modo, es una forma de ejercer violencia de género.

De ahí que considero que el piropo no es inofensivo, sino, por el contrario, profundamente ofensivo.

No quiero decir que todo tipo de piropo es violento o sexista. Decirle un cumplido a otra persona, no es algo malo en sí mismo. Pero sí lo es el piropeo soez de hombres a mujeres, bastante recurrente en el espacio público, que reproduce el sistema de dominación patriarcal al que aludo.

Ese piropo, visto en estos términos, es una forma en la que se reproduce un orden donde los circuitos del deseo masculino heterosexual establecen a la mujer como una propiedad de los hombres. Y así, en este imaginario sexista, tendríamos el “derecho” de decirle a la mujer lo que nos plazca, independientemente de si contamos o no con su consentimiento, o del modo en que nuestros dichos la afecten.

Por esto, organizar un concurso de piropos está lejos de ser una práctica que fomente “el buen trato a las mujeres”, como supuestamente pretende la Municipalidad de Quilicura.

Claro, quienes organizaron el evento deben haber pensado, sin duda con las mejores intenciones, que sería una forma de homenajear a las mujeres. Y es probable que muchas mujeres así lo sientan. Pero lo que planteo va más allá de las percepciones individuales. Tiene que ver con un orden social que posiciona a las personas en lugares jerárquicamente diferenciados en base a ciertas normas de género. Y tiene que ver, sobre todo, con una ciudadanía que no puede pensarse como desligada del cuerpo, ya que las mismas normas que regulan el espacio social de l@s ciudadan@s disponen ciertos privilegios para determinados cuerpos y ciertas desventajas para otros.

El concurso organizado por la Municipalidad de Quilicura, por supuesto, no parece prestarse para piropeos que impliquen palabras soeces. Sería un abuso si así fuese. Sin embargo, como ha ocurrido en sus versiones anteriores, sí se presta para premiar a frases que destacan atribuciones físicas ligadas a la sexualidad. Aquellas frases que parecen simpáticas y “galanes”, desplazan sutilmente a las mujeres de su lugar de interlocutoras válidas, enfatizando el hecho de que lo único relevante de ellas sería su cuerpo sexuado. “Homenajear” a las mujeres por sus atributos físicos, desde esta perspectiva, no puede ser visto como una práctica que fomente el buen trato. Y ni siquiera como un homenaje.



Por José Manuel Morán
Cientista Político por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Estudiante de Doctorado en Estudios Sociales de América Latina. Becario CONICET del Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina)
Fuente: El Quinto Poder

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