agosto 16, 2017

Las mujeres jirafa o cómo convertirse en un atractivo turístico

Las mujeres jirafa pertenecen a una etnia procedente del desierto de Gobi (Mongolia). Antonio Domínguez

Cuando se viaja a Tailandia, una de las excursiones que incluyen casi todos, por no decir todos los recorridos turísticos, es la visita a uno de los poblados en los que viven las mujeres Padaung, más conocidas como las mujeres jirafa, que pertenecen a una etnia procedente del desierto de Gobi (Mongolia) que se desplazó a las montañas de Myanmar, la antigua Birmania.

Esas mujeres de cuellos imposibles coronadas con flores y telas de intensos colores, forman parte de la tribu Karenni, una de las minorías tibeto-birmanas perteneciente al estado Shan que viven en la zona fronteriza cercana al río Pai; allí acabaron tras la opresión que los sucesivos regímenes birmanos ejercieron durante décadas. El reasentamiento forzado, la encarcelación, la falta de representación política y la carencia del estatus de ciudadanía, entre otras violaciones de derechos humanos, han llevado a miles de karenni a instalarse en campos de concentración de la zona de Mae Hong Son, la provincia más occidental de Tailandia.

Allí, en el poblado Ban Huay Pan Rai, conviven unas cuantas familias; en sus tierras, una pandilla de criaturas de diferentes edades corretean entre las casas de madera, construcciones tan pintorescas en medio de un entorno tan rico en vegetación que recuerdan inevitablemente a un parque temático. Y en medio de esa imagen —y lo que constituye el atractivo principal para quien lo visita— es la tradición que la tribu conserva: cubrir con anillos de latón en espiral el cuello de algunas de sus mujeres.

Los anillos se cambian cada tres años, en una ceremonia que se produce durante una luna llena. Antonio Domínguez

Los incansables turistas, siempre armados de sus cámaras fotográficas, proporcionan una fuente importante de recursos para la subsistencia de la aldea, por lo que las mujeres jirafa están obligadas a posar mostrando siempre su mejor sonrisa. Mientras que el gobierno birmano trató de prohibirlo para no alimentar el concepto de país poco desarrollado, el tailandés lo difunde como un reclamo que en varios foros críticos se califica como una Disneylandia Cultural y también como zoo humano.

Cuentan que, cuando en miércoles de luna llena nace una niña, nace una auténtica Padaung. Madre e hija son cubiertas de atenciones y se les presenta el respeto y admiración del resto de la tribu. El proceso de “entronización” de la niña comienza a los cinco años, cuando se le empiezan a colocar en su pequeño cuello las anillas de latón o bronce, originariamente de oro, que poco a poco van presionando la clavícula hacia la caja torácica. Una deformación que crea la ilusión óptica de un cuello más largo y estilizado conseguido a base de anillos que suelen pesar unos 5 kilos, aunque pueden llegar a doblar ese peso, sobrecargando la clavícula, los hombros y las costillas, que pueden desplazarse hasta 45 grados de su posición normal.

El momento de cambiar los collares, otro de sus momentos de celebración, también debe suceder en noche de luna llena. Se produce cada tres años, a medida de que la niña va creciendo y desarrollando su estructura ósea, mientras se alimenta su distinción y posición social respecto al resto. Las fotografías de los viajeros muestran que esa operación es realizada por las ancianas de la tribu, que manejan con habilidad un cuchillo de grandes dimensiones. La eliminación de los anillos del cuello es un signo de castigo y de consecuencias catastróficas para la mujer que los ha usado, probablemente la falta de musculatura y la debilidad de sus vértebras no son capaces de sostener el peso de la cabeza, pudiendo provocar asfixia o desnucamiento, en el mejor de los casos deben pasar el resto de su vida acostada o sosteniéndolas entre las manos según comentan Paul y Elaine Lewis en su libro Peoples of The Golden Triangle.

Los aros suelen pesar 5 kilos, pero pueden llegar a doblar ese peso. Antonio Domínguez

Existen distintas interpretaciones sobre la tradición de los collares. Algunas fuentes dictan que las mujeres comenzaron a llevar los anillos para protegerse de los ataques de los tigres. Otras que se empleaban para evitar ser esclavizadas, ya que su gran peso les impide realizar tareas de mucho esfuerzo, pero la versión más lógica parece ser la de que obedece a un gusto estético; en algunas culturas como la antigua egipcia un cuello largo era considerado como signo de distinción, belleza y riqueza. Esta teoría también justifica la utilización de otros anillos que cubren brazos y piernas, en los casos de las más ancianas desde los tobillos hasta las rodillas; y también aparece como signo de ostentación, los collares son considerados joyas, por lo que los cuellos más largos son la prueba tangible de la riqueza de la familia a la que pertenecen y por consiguiente el rango exigible a la futura pareja.

Esta tradición, que tanto interesa a los turistas, está enmascarando la explotación de mujeres que realmente son refugiadas políticas. Adornadas con flores y lazos, vestidas con tejidos de alegres colores y tejiendo en artesanales telares, son víctimas de un descarado chantaje emocional, ya que de su exhibición pública y sus sonrisas depende en gran parte el sustento de toda la tribu. Físicamente son extremadamente vulnerables y se encuentran sometidas a una estricta política de buena conducta: en caso de cometer alguna falta grave pueden ser condenadas a perder su autodependencia, y en aquellos considerados muy graves, como el adulterio, la tribu tiene la potestad de poder castigar con pena de muerte.

Por Concha Mayordomo
Fuente: El País

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