diciembre 21, 2017

El trabajo de las mujeres que hace posible los cambios


Fotografía de Juan Manuel Ruales

15 días de marcha emprendió el movimiento indígena hasta Carondelet para exigir un diálogo con el gobierno que garantice el cumplimiento de las demandas históricas de los pueblos amazónicos.

Mercado Mayorista, sur de Quito, sábado 9 de diciembre, 3 de la tarde. Hay chicos y chicas jóvenes que juegan al fútbol en las dos canchas del lugar. Záparas, kichwas, shuar y achuar, se dividen en los equipos. Uno de ellos va descalzo, como está acostumbrado a jugar en su comunidad, otros van tapados hasta las orejas, todavía sin acostumbrarse al frío de la capital. Mientras ellxs juegan, dentro del coliseo hay madres con sus criaturas descansando, hombres sentados en los bordillos de la vereda que rodea el espacio, conversando, esperando.

Coliseo del Mercado Mayorista en Quito. Foto de Miro Aguilar Villamarín

La marcha indígena amazónica salió de la comunidad Unión Base (Puyo, Pastaza), el pasado 27 de noviembre y llegó a Quito 11 días después. El Mercado Mayorista fue su última parada, allí se quedaron el fin de semana para salir hacia la Plaza Grande el lunes. Querían conversar con el presidente Lenín Moreno, presentarle el pliego de exigencias a discutir sobre las ofertas hechas por el Mandatario. El objetivo: que el Gobierno se comprometa. Las demandas están en una larga lista por la que llevan luchando muchos años. Exigiendo, entre los puntos principales: No a la minería y cualquier tipo de extractivismo, el cese de las concesiones mineras, la amnistía a quienes están privados de la libertad por haber participado en la lucha social dentro de las comunidades, el respeto a los territorios ancestrales, educación bilingüe, acceso libre a las universidades, entre otras.

Algunos carritos de helados y comida rápida pululan por el espacio, entre las personas que se han movilizado. Han llegado ante la acumulación de personas, unas 500, según lxs asistentes. Pocos se dejarán tentar. Hay un ambiente de no tiempo y no lugar, en que si no fuera por el contexto urbano y el clima seco y frío cercano a la tormenta, parecería un encuentro indígena en medio de la selva. Presidentes de federaciones, mujeres y hombres miembros de directivas, líderes y dirigentes destacan por las plumas en sus cabezas y colgantes de colores sobre el pecho, pero son imperceptibles cuando se disuelven en la convivencia cotidiana.

¿Qué aguardan? La comida, que está a punto de terminar de cocinarse. En menos de una hora, se forman dos filas de personas, una de hombres y otra de mujeres, con su tarrina o plato en la mano, donde les van a servir el pollo, arroz y las papas, conseguidas en el mercado o de donaciones recibidas en los lugares donde han pasado. Y, ¿quién les hace la comida a lxs que marchan? ¿Quién organiza y reparte el espacio? ¿Quién brinda la chicha, combustible imprescindible para lxs indígenxs?

Foto de Miro Aguilar Villamarín

La cocina

En el espacio designado a la elaboración del almuerzo, “la única comida fuerte del día”, unas ocho mujeres se reparten las tareas para servir los platos con rapidez. Lechuga, presa, arroz, papa, ¿ají?, siguiente. Otras limpian y recogen los utensillos con los que prepararon la comida. Olimpia Carmelina Vargas Dagua, de la comuna San Jacinto (Pindo, Pastaza), es la coordinadora de la cocina, y nos cuenta en kichwa – no habla castellano – que para poder servir a las 500 personas su ración, han llegado a las 9:30 de la mañana al lugar. Vienen haciéndolo desde el primer día, y ya han cogido el ritmo y las cantidades. “Al principio errábamos y discutíamos cómo hacerlo, porque no alcanzaba para todxs”, dice, pero hoy ha sobrado comida para otros 50.

Olimpia Carmelina Vargas Dagua, de la comuna San Jacinto (Pindo, Pastaza)Foto de Miro Aguilar Villamarín

La últimas personas van acercándose por su almuerzo, se habían quedado dormidas o estaban ocupadas en otras cosas. Ahí, quienes están a cargo de la logística aprovechan también para probar la comida que han preparado. Mientras esa tranquilidad, después del ajetreo, se filtra en las conversaciones relajadas, y Carmelina, con sus pocas palabras, explica que desde esa hora ya se debe poner a preparar el desayuno del siguiente día. Mañana domingo hay asamblea y acudirán personas de los sectores populares de Quito para apoyar la marcha indígena.

La chicha, el cuidado

Los recipientes, ya vacíos de comida, se llenan ahora de la bebida tradicional amazónica, la chicha de yuca, que es servida en un balde por una mujer que carga a su hijo. Se termina rápidamente, y tienen que mezclarla con agua para aumentar la cantidad. “Estuve sirviendo comida hasta Baños [1]. , de ahí me fui a mi comunidad para hacer chicha. He traído cinco tachos de chicha para esta tarde y para el lunes”, explica Amada Santi, también de San Jacinto. “Con esto culminará nuestra aportación a la marcha por nuestro territorio”, es decir, hasta que no se tome conjuntamente la bebida, no se termina el recorrido.

Amada Santi, comuna San Jacinto. Foto de Miro Aguilar Villamarín

Brindar chicha es casi tan importante como la defensa del territorio, el preservar las culturas y las identidades va directamente vinculado con el lugar y poder mantenerse en él, con la vida. Y en ello, las mujeres tienen el papel clave. Amada fue dirigente de su comunidad, relata que entonces veía “que las mujeres somos la base, trabajamos, hacemos chicha, sembramos la yuca, el verde, el frejol, cuidamos a los hijos y al marido… Para nosotras es una carga, pero todo lo resolvemos”. Está convencida que, además de todo este trabajo, es necesario incentivar a más mujeres a participar en los espacios políticos, “tienen que liberarse”, dice, “porque nosotras ya estamos de bajada, y ellas tienen que seguir adelante”.

La lucha, también

“Las mujeres estamos para lograr estar presentes en los espacios organizativos y políticos porque nosotras somos muy capaces, y nunca queremos que nos vuelvan a rechazar, ni quedarnos atrás”, sostiene Gisela Tsentsum, presidenta de la Mujer de la Federación Shuar. Dentro del coliseo cubierto donde dormirán esa noche, hay wawas jugando, hay quienes descansan tumbados en las cobijas, o quienes tocan instrumentos, otros se masajean los pies descalzos y magullados. “Las mujeres de los pueblos y nacionalidades indígenas hemos sido siempre marginadas, explotadas, pisoteadas, hemos sido la última rueda del coche”, dice, “pero nos estamos rebelando”.

Gisela Tsentsum, presidenta de la Mujer de la Federación Shuar. Foto de Miro Aguilar Villamarín

Esta rebelión es hacia fuera, y esto es evidente el lunes 11 de diciembre entre el trayecto que recorren desde el Mercado Mayorista hasta la Plaza Grande, esperando respuestas del actual Gobierno, y también exigiendo que “nuestros pueblos y nacionalidades no sean discriminados”. Es un enfrentamiento al poder, una respuesta a esa violencia estructural que les hace pagar la parte más fuerte de la llegada del extractivismo a los territorios ancestrales: la desestructuración de las comunidades. Cuando llegan las mineras a un territorio contratan a los hombres para la explotación de recursos y modifican dinámicas, promueven prácticas que hacen aumentar la carga doméstica en las mujeres, e incrementan la violencia hacia ellas: “el alcoholismo, la llegada de drogas, conflictos familiares, prostitución, etc., crecen”, cuenta Zoila Castillo, miembra del Parlamento de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (Confenaie). Esa es una de las especificidades de las demandas de las mujeres indígenas dentro de su negación al desmantelamiento y destrucción de los bosques, ríos y selvas.

Pero la rebelión es también interna, hacia la misma organización que se estructura con patrones heteropatriarcales. Gisela tiene claro que “las mujeres debemos estar al frente, halarnos la una a la otra para ir juntas y unirnos contra la violencia y el maltrato”. Y hace falta que “nos den este espacio”, reivindica. “Nuestras amas de casa, nuestras madres que van con sus hijos, ellas son parte de esta historia, y queremos estar aquí apoyando, porque un buen líder no es el que va adelante o atrás, sino el que va al lado empujando”.

Presentes hasta el final

Todas ellas se consideran luchadoras, fuertes, se apoyan en sus compañeras, y las consideran necesarias para que las demandas sean completas. Pero además de marchar al lado de sus compañeras, compañeros y líderes (hombres y mujeres), han hecho posible la supervivencia mediante su gestión logística y de cuidados.

El lunes 11 de diciembre partieron desde el Mercado Mayorista hacia el centro de la capital, vestían sus trajes típicos para identificarse y explicitar sus demandas; se encargaron de la seguridad. “Si hay enfrentamientos somos las mujeres quienes nos ponernos al frente”, cuenta Zoila. Gritaron consignas, cantaron, y además, siguieron cocinando para todxs, cargando sus wawas, procurando que todo funcionara, brindando chicha para mantener los ánimos, su voz se escucha entre la de los hombres y las lideresas que emergen desde procesos de politización autogestionados por ellas mismas.

Zoila Castillo, miembra del Parlamento de la Confeniae. Foto de Miro Aguilar Villamarín

“Nos quedaremos hasta que nos escuchen”, dice firme Gisela ante la posibilidad que no les recibieran en Carondelet. Pero parece que la Conaie ha dado por bueno el diálogo que se realizó con el presidente Lenín Moreno. El lunes, tal como pedían, se les recibió y de ahí salieron resoluciones con base en sus demandas. El Ejecutivo se comprometió a no entregar las concesiones mineras hasta que no se cumplan requisitos como la consulta previa, y ocupar 1.200 hectáreas en la construcción del proyecto de Ciudad Intercultural en Pastaza; además, resolvió se reincorporará la educación bilingüe y el transporte comunitario. Las anteriores experiencias cuentan que las promesas no se han cumplido, que las empresas transnacionales han tenido más peso en las negociaciones que la vida de los pueblos indígenas. La experiencia también cuenta que ellxs han persistido en sus posturas y su resistencia se mantiene a pesar de los golpes.

Llegada de la marcha al Palacio de Gobierno en Quito. Foto de Juan Manuel Ruales

[1] Provincia de Tungurahua en Ecuador.

Equipo de trabajo
Cobertura Alba Crespo Rubio, Ramiro Aguilar Villamarín, Jeanneth Cervantes, Juan Manuel Ruales.
Artículo Alba Crespo Rubio
Registro fotográfico Ramiro Aguilar Villamarín, Juan Manuel Ruales
Fuente: La Periódica 

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