abril 04, 2018

La cocina y el tejido han sido por generaciones el destino de las mujeres totonacas, pero algunas lo tomaron y le dieron otro valor.

Aún con las dificultades que enfrentan estas mujeres indígenas, con sus tradiciones y trabajo han obtenido recursos y reconocimientos.



El humo del fogón llevó a algunas mujeres del Totonacapan a viajar por lugares que no imaginaron, las telas hechas hilo por hilo a conocer otras culturas, el barro convertido en arte a tener ingresos para subsistir. 

La cocina y el tejido han sido por generaciones el destino de las mujeres totonacas, pero algunas lo tomaron y le dieron otro valor. 

Aún con las dificultades que enfrentan estas mujeres indígenas, con sus tradiciones y trabajo han obtenido recursos y reconocimientos, viajado y estudiado. Se han empoderado. 

Han cambiado el destino que tenían designado por nacer mujer. 

“Hemos salido adelante y viajamos, salimos, vamos a un lado, a otro lado (...) ya no es de que vamos a decir al marido ‘¿me das permiso?’, ¡no!”, sentencia, Irma Pérez Hernández, originaria de la comunidad El Morgadal en Papantla, Veracruz. 

Ixtaku: las estrellas de la ropa. 

Hace 10 años Irma se organizó en colectivo, junto con otras mujeres y unos cuantos hombres, para tejer y bordar ropa que llevaban a vender de casa en casa, de puerta en puerta. 

Un oficio que a ella le enseñaron sus tías y que sus vecinas lo aprendieron de otras mujeres de sus familias. Un arte que perfeccionaron en la primaria, cuando entre las materias para mujeres aún estaban las actividades del hogar. 

Hoy tienen una marca de ropa, Ixtaku, la palabra en totonaca que significa estrella; las han llevado a varias partes de México y el extranjero. Hoy ya no deben caminar para vender, pues las ofrecen en exposiciones textiles o las realizan por pedido. Hoy ya nadie les regatea el precio de las prendas a las que les dedican horas o días. 

“Ya dicen tiene marca y lo pagan, como en Liverpool (…) ven la etiqueta y la voltean y dicen es calidad, lo pagan”, contó Pérez Hernández, quien lidera el grupo conformado por 40 mujeres y un hombre. 

Sonriente, cuenta, que la marca fue resultado de un concurso que ganaron por la calidad de sus prendas.

Pasó casi un año entre la primer prueba a la que llevó ropa de todas sus compañeras y la noticia de que ahora tendrían una etiqueta, una asociación, cursos de capacitación y sobre todo lugares donde vender sin pasar por el triste momento en que alguien les pida una “rebaja”. 

Ahora Irma, como otras mujeres del pueblo, le enseña el oficio a sus descendientes pero no como el rol tradicional.

Los recursos ganados con el tejido y el bordado le han dado para brindar estudios a sus dos hijas y lo hará con el menor de ellos. 

“Yo tengo un muchacho de 18 años y borda con muy buena calidad, tengo una muchacha que anda de guía turística y está a punto de terminar su carrera como licenciada turística, otra hija que acaba de terminar su carrera de abogada”, cuenta, feliz de su logro. 

El orgullo en la cocina 

El caso de las mujeres tejedoras no es único. 

Algo similar sucede con un grupo de alfareras que desde su comunidad, El Chote, han refinado la forma de hacer cerámica y que pasaron de hacer utensilios de cocina como ollas y comales para uso propio, a vender sus piezas en diferentes lugares del país y exponer un nacimiento en el Vaticano. 

O con las “mujeres de humo” que le dieron otro significado a cocinar. 

Soledad Gómez Atzin, una de las “mujeres de humo” hacía comida para personas que llegaban desde otras regiones hasta Papantla para hacer investigaciones. Les enseñó la forma de hacer algunos platillos.

Los talleres se convirtieron en una casa de cocina tradicional, con un museo vivo. 

Pero el esfuerzo no duró mucho, el agua se lo llevó en una inundación de 1999. 

La cocina siguió siendo parte de su vida y solo un año después, la invitaron a enseñar a los visitantes de una Cumbre (Tajín) a hacer tortillas, así que escogió un grupo de mujeres que solían cocinar para su familia. 

“Fue la primera vez que me pagaron tanto dinero y fue un milagro porque me había quedado sin nada. El que me pagaran por enseñar a tortear, entonces dije mi trabajo sí vale”, narra. 

Lo demás es historia, el taller se convirtió en un comedor para los turistas que llegan a conocer la tradición totonaca. Las palmeadoras de tortillas en un colectivo que difunde los guisos que durante generaciones han comido. 

La cocina pasó de ser el espacio privado al interior de una vivienda, donde la mujer se dedica fundamentalmente al cuidado, a ser el sitio donde obtienen ingresos, conocen personas, viajan, enseñan, experimentan, se capacitan. Las llevó a convertirse en embajadoras de la cocina tradicional. 
“Recibieron un pago y creo que no por el dinero pero si recibes un premio por algo que hiciste es como un aliciente y un reconocimiento a tu trabajo. Se valoraron y dignificaron su presencia en una casa, en una familia (…) nos hizo reafirmarnos, pensamos mejor”, indica Gómez Atzin. 

Tradiciones que se resisten a cambiar 

Pero no todos los cambios son fáciles. 

En las danzas, como los “Voladores de Papantla”, las mujeres que deciden subir al palo para pender de los pies como parte de un ritual místico, se han enfrentado al rechazo de algunas personas en nombre de la tradición. 

"No va de acuerdo a las mujeres, pero como tenemos una escuela de niños (…) las niñas van pasando porque no se quedan en eso, la mujer tiene tiempo que puede, y tiene tiempo que no; el varón siempre va a poder y siempre tiene que estar más adelante que la mujer por decir así”, dice uno de los maestros de esas niñas, Porfirio Morales. 

Evelyn Lorenzo Ríos, una de esas niñas “voladoras”, ni siquiera se ha enterado del significado legendario para algunos totonacas que la mujer representa la tierra y el hombre al cielo, como argumenta su maestro. Para ella la razón por la que no la aceptaban era el pantalón que debe utilizar, “ropa de niño” según llama. 

Pese a ello, entró a la escuela, danza, ha viajado a varios estados para mostrar esa tradición y no piensa en el retiro. 

Pero eso no es lo único que no cambia, otras costumbres que ponen en desventaja a las mujeres tampoco lo han querido hacer en muchos casos. Como la doble jornada o que las mujeres se hagan cargo por completo del hogar además del trabajo fuera del mismo. 

“Estamos en la lavada, en la planchada, en la cocina, en todo y aparte aportar para los alimentos (…) responsabilidades de los hijos, responsabilidades de la casa”, cuenta Irma. 

Ella sabe de qué eso les ha dado más trabajo, pero también afirma que el salir a laborar fuera les ha permitido algo más que ingresos: realización personal. 

Sin embargo, lamenta, que no es la situación de todas las mujeres totonacas pues muchas continúan viviendo en los roles tradicionales y en algunos casos violencia. 

“No todas, las comunidades todavía hay algunas mujeres como que mucho dominio de sus esposos, en su pareja, nosotros lo vivimos, pero aprendimos a dominar todo eso”, sentencia.

Fuente: SemMéxico Veracruz. 

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in