Las mujeres desobedientes de Jane Campion.
En 1993, la cineasta neozelandesa se convirtió en la primera (y única) directora ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes con ‘El Piano’ y, como las protagonistas de sus películas, siempre ha sido consciente de lo que la sociedad y la industria esperaban de ella, pero nunca se ha doblegado a sus intereses.
‘The Piano’ (Jane Campion, 1993)
Con motivo del 70º Aniversario del Festival de Cine de Cannes en 2017, la directora neozelandesa Jane Campion se vio envuelta en una de las situaciones más impactantes de su carrera: como ganadora de la Palma de Oro por The Piano (1993), fue invitada a subir al escenario para formar parte de las celebraciones junto a quienes, a lo largo de la historia del festival, también se habían alzado con su galardón más importante. Sin embargo, Campion no reparó hasta entonces en la realidad que allí iba a encontrarse: salvo ella, todos los demás premiados eran hombres.
El desinterés que muestran cada año algunos programadores culturales al respecto de la inequidad de género en el ámbito de la dirección cinematográfica es ya una de las constantes del circuito de festivales de cine de clase A, donde eventos como los acontecidos en Cannes y, más recientemente, en Venecia siguen excluyendo el trabajo de las mujeres alegando que ellos no tienen la obligación de solucionar esos problemas —solo ahora parece que empiezan a aceptar que deben hacer algo—. Así, las directoras ven reducida su visibilidad y también su acceso al reconocimiento público asociado a la competición, y el curso que toman sus carreras es definido por los intereses de una industria que no deja que traspasen los límites de lo que se espera de ellas.
En ese sentido, Jane Campion se ha negado a hacer que su filmografía fuese como otros querían que fuera, pues ya en sus inicios se dio cuenta de que buscando contentar a todo el mundo estaba logrando que nadie la respetara ni siquiera en sus rodajes. Al haberse convertido en una de las directoras más potentes del panorama internacional desde el estreno de Sweetie(1989), su ópera prima, Campion siempre ha tenido que lidiar con las expectativas y las exigencias de los medios y de la industria sobre cuál debía ser su siguiente paso en cada momento. Más aún, tras haber cimentado su estatus con An angel at my table (1990) y, especialmente, con The Piano (1993), por la que fue nominada al Oscar a la Mejor dirección. Es por esto que nunca fue bien recibido que continuase experimentando y radicalizando el punto de vista femenino de sus historias en The Portrait of a Lady (1996), Holy smoke (1999) e In the cut (2003) —su largometraje más reciente, Bright Star (2009), fue visto como una elegante vuelta a sus orígenes fílmicos—, dentro de una realidad cinematográfica que todavía no ha normalizado que las mujeres sean dueñas de sus propios relatos.
Sobrevivir al patriarcado
A pesar de haber ido perdiendo el favor de los críticos a lo largo de las dos últimas décadas —dando lugar a una recepción bastante pobre de sus siguientes obras, cada vez más incómodas para algunos, hasta el punto de que parte de la audiencia casi se olvidase de ella durante años—, la realidad es que el contenido discursivo del cine de Jane Campion siempre ha girado en torno a unos mismos temas relacionados con las vidas de mujeres que tratan de expresarse y ser libres en la sociedad patriarcal, y jamás lo ha ocultado. Da igual la época en la que haya situado cada una de sus historias, o la procedencia de las mismas —ha adaptado novelas, realizado biopics y desarrollado ficción pura y dura—, Campion ha sabido destacar en todo momento que la perspectiva de sus personajes femeninos debía estar atravesada por la situación de su género. Así, ha venido explorando las diferentes estrategias que utilizan las mujeres para mantenerse con vida en una sociedad que constantemente intenta atraparlas y no pretende escucharlas.
‘An angel at my table’ (Jane Campion, 1990)
Para ello, ha recurrido a protagonistas que sabían con exactitud lo que el mundo esperaba de ellas —de su rol predefinido— pero no podían o no querían doblegarse a dichos mandatos. Todas estas mujeres desobedecen los dictados sociales en busca de una vida mejor para sí mismas, mientras bucean en las profundidades de la misoginia y del sexismo que tienen a su alrededor. De esta manera, por ejemplo, Janet Frame deja una carrera insatisfactoria como profesora en An angel at my table y se lanza a recorrer otros lugares con su máquina de escribir, pues ella quiere ser escritora; Ava en The Piano no pretende someterse dentro de un matrimonio que le ha sido impuesto y que la ha llevado a la otra punta del globo; Ruth va a pelear con todas sus fuerzas en Holy smoke por su derecho a elegir en qué creer, y Fanny Browne en Bright Star necesita expresarse y amar en una época en la que tenía que estar, obligatoriamente, al servicio del deseo y de la economía de terceros.
Además, queda claro que ninguna de estas mujeres dejaría de ser juzgada por la sociedad incluso si se amoldase a lo que se espera de ella. No importa que terminen acatando de alguna manera las normas sociales, como Isabel Archer en The Portrait of a Lady al contraer matrimonio con Osmond a pesar de haber declarado anteriormente que nunca se casaría, pues luego ha de soportar que todos sus pretendientes decidan hostigarla para que les demuestre una felicidad inexistente en esa nueva vida llena de maltrato; o que decidan pedirle ayuda a la misma autoridad de la que desconfían, como Frannie en In the cut, hasta el punto de ponerse en peligro una y otra vez; tampoco si son abierta y descaradamente femeninas, como Fanny Browne en Bright Star, que es vista como una joven superficial y es criticada tanto por ser un estorbo para la creatividad del romántico John Keats como por no ser suficientemente atenta con sus necesidades. Siempre tienen que dar explicaciones por sus elecciones porque se espera que contenten a todo el mundo, y nadie parece preocuparse por que quizá ellas estén sufriendo las consecuencias de sus actos llegando a quedar atrapadas y sin oportunidades. No pueden ganar.
‘Bright Star’ (Jane Campion, 2009)
De forma especialmente certera, Campion también suele contraponer a sus protagonistas con otros personajes femeninos para reflejar que la situación vital de las mujeres, en muchas ocasiones, las enfrenta entre sí porque sus estrategias de supervivencia ante el patriarcado son diametralmente opuestas y no les queda otra alternativa. Lo interesante a nivel discursivo es que ninguna de ellas es criminalizada en los largometrajes —habría sido muy fácil representarlas de manera estereotipada, como se ha hecho siempre—, pues se comprende que no llevan a cabo actos necesariamente nacidos de la maldad o del odio sino del lugar en el que otros las han colocado. Todas están con el agua al cuello y la única respuesta que encuentran en sus circunstancias les ha impedido coexistir dentro de los confines de una sociedad que necesita enfrentarlas porque unidas suponen un problema. Así pues, la relación central de Sweetie está marcada por la imposibilidad de entendimiento entre las dos hermanas protagonistas, que, infantilizadas por su familia, reaccionan de manera cruel y territorial; la hija de The Piano traiciona los secretos de su madre para encajar en lo que su nuevo padre y el ambiente que la rodea demandan de ella; Isabel Archer es víctima de un engaño urdido a medias por una mujer desesperada en The Portrait of a Lady; e incluso Janet Frame en An angel at my table no puede dejar de compararse con aquellas que, populares y bellas, consiguen a nivel social lo que ella siente tan lejano.
Negociación de dinámicas de poder
Ese enfrentamiento entre mujeres es casi un efecto secundario de la realidad en la que se mueven, por eso, al poner el foco en la supervivencia femenina, todas las películas de Jane Campion obligan a sus protagonistas a navegar una situación en muchos casos límite desde un prisma de negociación de dinámicas de poder entre hombres y mujeres. Ellos son quienes las ponen verdaderamente en peligro. Los viajes narrativos y vitales de estas mujeres se ven alterados por las barreras y las amenazas interpuestas por toda una serie de hombres que pretenden hacer valer el poder social que ostentan sobre ellas.
Da igual si estamos ante algo tan mundano como los entresijos de una pareja que ya no funciona, como sucede en Sweetie; o si la salud y la vida de una mujer dependen de que terceros no se aprovechen de su trabajo y de su inocencia, como en An angel at my table; o si la libertad de otra mujer joven en Holy smoke supone una amenaza para cuantos la rodean porque ya nunca podrán controlarla; o si directamente confrontamos el horror de los asesinatos y de la violencia machista en In the cut a través de un sinfín de hombres que creen poder manejar a su antojo los afectos y la sexualidad de las mujeres. Esto siempre lleva a las protagonistas a una crisis de supervivencia que surge o es reafirmada por las acciones y las decisiones de algún personaje masculino. De este modo, ellas deben aprender a lidiar con quienes pretenden despojarlas de su potencial y de su autonomía para hacerlas encajar en esos moldes predefinidos de los que habían renegado.
‘Holy smoke’ (Jane Campion, 1999)
Por eso hay un par de cuestiones que tienen especial peso en la obra de Jane Campion: la voz y el deseo de las mujeres. Ambas están relacionadas con esa negociación en tanto que son dos de los puntos que más fácilmente se instrumentalizan cuando se las intenta convertir en la otredad para atraparlas. Si se quita la voz a las mujeres, se les impide expresarse y formar parte activa del mundo; si se niega la existencia de su deseo, quedan a merced de los apetitos de los hombres. En este sentido, la que se considera obra cumbre de la filmografía de Campion, The Piano, es por completo construida en torno a estos conceptos a partir del piano que da título a la película y que es rápidamente tomado por el nuevo marido de la protagonista y el que se convertirá en su amante como una forma de acceder a ella y controlarla. Movidos por la necesidad de conseguir que una mujer muda desde la infancia les hable y les preste atención, uno de ellos la silencia —no la deja tocar, no la deja expresarse— en cuanto ve que no se doblegará a sus intereses. Y es el ejemplo más evidente de cómo sus protagonistas se encuentran en una posición en la que van a tener que pelear de forma incansable para ser reconocidas como sujetos —y no como objetos— dentro de contextos y relaciones en las que parten con desventaja.
No obstante, esos intentos por hallar o conservar su voz y navegar las complejidades de su deseo son comunes a todos sus personajes femeninos, y las vemos adentrarse en verdaderas luchas de poder que ratifican la desigualdad a la que todavía se enfrentan las mujeres incluso al respecto de su cuerpo. Esto probablemente surja también al amparo del proyecto originario de Campion con el que pretendía montar una productora que se dedicase a la realización de obras eróticas destinadas a mujeres, y ha sabido adaptarlo a las necesidades narrativas de sus historias y de su técnica cinematográfica hasta darle un giro a la imagen cultural y audiovisual de la mujer en relación al sexo: aquí ellas buscan, tocan y tratan de controlar la situación porque su deseo forma parte de quienes son y comprenderlo hará que puedan ir más allá de esas dinámicas que intentan despojarlas de cualquier iniciativa propia.
Veinticinco años después del éxito industrial y económico sin precedentes de The Piano, tenemos que celebrar las contribuciones de Jane Campion al discurso fílmico y a la construcción de una nueva imagen femenina audiovisual. Y no solo debemos hacerlo porque han venido a demostrar a lo largo de los últimos treinta años el potencial de la directora para generar una narrativa cinematográfica que explore la realidad de las mujeres sin complejos, sino porque no podemos dejar que voces como la suya se pierdan; ella misma lleva años declarando que ya se ha cansado del conservadurismo y del ambiente del mundo del cine, y hace tiempo que prefiere buscar su sitio en la televisión —con la fabulosa serie Top of the lake—. Igual que sucedía con sus protagonistas, el afán de Campion por sobrepasar lo que se esperaba de ella como mujer y como directora la llevó a no ser vista con tanto entusiasmo en cuanto decidió salirse un poco más de lo socialmente aceptado, pero ni ella ni ninguna otra autora deberían tener que pedir permiso para permanecer y llevar a cabo su trabajo en unos espacios culturales de los que depende la imagen que tenemos de cuanto nos rodea.
Fuente: Pikara