septiembre 12, 2018

Me cuesta creerlo.....

Esta cartela corre por las redes:


Me cuesta creer que estas palabras las haya dicho Silvia Federici pero, en cualquier caso, merece la pena analizarlas. Para empezar, considera que no debemos discutir entre nosotras por este tema. Le apena. ¿Piensa que el sometimiento del cuerpo de las mujeres y la imposición de la sexualidad masculina a cambio de unas monedas es asunto menor que no merece que discutamos y mucho menos que, si no hay más remedio, lo discutamos hasta el fondo y con todas sus consecuencias? ¿Qué significa según ella, ser feminista? ¿Juntarse y sonriente amorosamente con quienes se proclamen como tales pero evitando entrar en el análisis de las propuestas que cada una hace?

Además, la frase tiene trampa: dado que ella es partidaria de reglamentar la prostitución -y lo dice- quiénes debemos callar para no apenarla, para no ser intolerantes y no dividir al feminismo somos nosotras ¿no? Precioso.

Luego añade: “el feminismo fue justamente el movimiento que permitió a las trabajadoras sexuales organizarse”. Esto, además de falso es una consideración muy paternalista. El feminismo no les “permitió” organizarse. El feminismo apoyó sus reivindicaciones.

Recordemos, para quienes no estaban aún en este mundo (o no estaban aún mentalmente operativas) de qué estamos realmente hablando. En los años 70/80 hubo movimientos de protesta de las prostitutas. Fueron breves pero muy mediáticos, murieron como habían nacido y no supusieron la creación de ninguna organización de prostitutas mínimamente estable, ni con “nuestro permiso” ni sin él.

Por ejemplo, en Francia, concretamente en Lyon, en 1975, un grupo de prostitutas se encerró en una céntrica iglesia para protestar contra el acoso policial que sufrían. Por boca de Ulla, su portavoz y su figura emblemática, denunciaron la hipocresía de “un Estado proxeneta que no prohibía la prostitución pero se beneficiaba de ella con las multas que continuamente imponía a las meretrices”.

El movimiento de las prostitutas tuvo eco en otras ciudades. Ellas, las prostitutas, siempre dijeron que ejercían libremente, sin chulos ni proxenetas. Treinta y cuatro años más tarde (en 2009), Ulla interpeló a la opinión pública: «Comment avez-vous pu me croire?» (“¿Cómo pudieron creerme?”).

Aclaremos que las prostitutas no reclamaban la legalización (Ulla no pensaba entonces, en el 75, ni ahora piensa que sea la solución). Pedían la desaparición del delito de “racolage” es decir, del delito de “captación de clientes”. Un delito que, claro está, no cometían los puteros –pobrecitos- sino las prostitutas quienes, con malas artes, los engatusaban y empujaban al mal camino.

El feminismo, por supuesto, percibía esta ley como intolerable y, en consecuencia, mostró solidaridad con las mujeres que se rebelaran ante tamaño cinismo patriarcal.

Un discurso, pues, aparentemente cargado de buenos sentimientos y liberador pero totalmente retrógrado. Y, además y de fondo, muy agresivo con el movimiento feminista.

Cierto que, aun manteniendo un análisis crítico con la prostitución, en su afán de apoyar a estas mujeres, las feministas, en aquel trance, no insistieron en la atrocidad que suponía tal comercio.

Pero, en cualquier caso, para analizar correctamente esos movimientos, no debemos obviar el contexto histórico (al que las feministas no fueron ajenas ni inmunes). En los años 70 y 80 se reivindicó con fuerza la libertad sexual. Ahora, analizando aquellas reivindicaciones somos más clarividentes. No criticamos nuestras aspiraciones, por supuesto, pero vemos con mayor acuidad sus puntos débiles. Así, por ejemplo, machísimos hombres interpretaron que nuestra libertad sexual consistía en que nunca podíamos decirles que no. También muchas mujeres eran incapaces de analizar sus verdaderos deseos y, menos aún, se atrevían a reivindicarlos. Cuando no cuadraban con los de los varones, más bien intentaban disimular o, incluso, se sentían culpables, pensaban que ellas no eran “suficientemente libres”.

Como recordé el otro día, en esa época también parecía muy guay y moderno proclamar: “Si puedes, evita que te violen. Si no puedes evitarlo, relájate y goza”. Todo un barómetro de los aires que corrían ¿no?

La permisividad se extendió incluso a la pedofilia… se decía: ¿por qué negar la sexualidad de niños y niñas? ¿por qué suponer que cuando un adulto tiene relaciones sexuales con uno o una se produce abuso y desigualdad?

Este tipo de consideraciones que yo estoy exponiendo, debería hacérselas también Federici pues tanto ella como yo, dados nuestros años, estábamos “allí”, lo vivimos.

Es la segunda parte del texto, Federici (o quien sea) iguala alegremente el matrimonio, las maquilas y la prostitución. Así, de una tacada. Cierto que puede haber matrimonios espantosos y cierto que puede haber prostitutas felices nadando en dinero y lujo. Pero, de verdad, la vida frustrada y alienada -sin duda- de una señora casada con un hombre al que no quiere ni desea, con quien tiene hijos a los que debe cuidar y que lleva el peso del trabajo del hogar ¿es globalmente equiparable con la vida de quien está en los aledaños de las Ramblas o en los puticlubs dejándose follar por veinte o treinta tipos cada día? ¿Habla en serio?

El texto se corona con esta memorable frase: “Entonces, cuando estoy conversando con una mujer prefiero no preguntarle qué tipo de explotación ha podido tolerar, sino hablar sobre cómo luchamos juntas para ampliar posibilidades”.

Se supone que

a) nosotras, las abolicionistas, nos dedicamos a interrogar inquisitorialmente a las mujeres y a recriminarles: “¿Y tú, cómo consientes estar trabajando en una maquila o en una rotonda?”.
b) ella, por el contrario, les habla de cómo luchar juntas (qué tierno, Federici hablando con esas mujeres superexplotadas) mientras nosotras, nada, no hablamos, Nosotras entramos dando órdenes a los puticlubs, a las maquilas y a las casas.
c) Dice que ella lucha para “ampliar posibilidades” ¿de qué? ¿ampliar las posibilidades del maltrato, de la explotación y del abuso? Porque ¿es posible ampliar las posibilidades de liberación (que son las que de verdad importan) si no se analizan las condiciones en las que se desarrollan esas barbaries, si no se politizan las situaciones y se ven cuáles han de ser las prioridades, las tácticas y las estrategias de las luchas?

La verdad, este discurso me asombra. Carece de análisis político y retrata a quien lo profiere como una simpática y misericordiosa señora que ejerce la caridad y desea ayudar a las pobres de este mundo a fin de aliviarles sus cuitas…

Un discurso, pues, aparentemente cargado de buenos sentimientos y liberador pero totalmente retrógrado. Y, además y de fondo, muy agresivo con el movimiento feminista.

Analista de ficción audiovisual y crítica de cine. Licenciada en Ciencias Cinematográficas y Audiovisuales por la Universidad Denis Diderot de París. Lee el blog de cine de Pilar Aguilar: http://pilaraguilarcine.blogspot.com.es
Fuente: Tribuna Feminista

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