octubre 10, 2018

Karina Galperín sobre el lenguaje inclusivo: “La lengua busca nombrar un tercer género”

La lingüista y académica, doctorada en Harvard, asegura que hay una “disconformidad” con el lenguaje.


Karina Galperín. La lingüista, durante la conversación con LA GACETA en su oficina de la universidad Torcuato Di Tella. la gaceta / Foto de magena val

Conoció el “lenguaje inclusivo” -aquel que habla de “egresades” y “compañeres” - gracias a su hijo de 14 años. Como además de madre de dos chicos, Karina Galperín es lingüista y doctora en la Universidad de Harvard, se interesó por las nuevas formas de la lengua que hoy circulan por calles reales y virtuales, muchas veces esquivando críticas y hasta risas. Lejos de restarle importancia, Galperín cree que estamos frente a la búsqueda de “un tercer género gramatical”.

Entre reclamos feministas y leyes de inclusión de género que van descolocando al modelo patriarcal, el lenguaje busca nuevas formas de nombrar las realidades emergentes. Galperín observa maravillada ese movimiento. Recibe a LA GACETA en su escritorio de la Universidad Torcuato Di Tella, en Buenos Aires, donde dirige la maestría en Periodismo. Se acerca a un gatito de colores que parece mirar por la ventana y sonríe a la cámara.

“Egresades”. Un buzo escolar estampado con “lenguaje inclusivo”.

- ¿Está bien dicho “lenguaje inclusivo”? Hay quienes lo llaman no binario o neutro.

- Todavía no hay una manera de llamarlo. A mí no me gusta lo de lenguaje inclusivo porque pone por delante una voluntad de incluir, y me parece que estamos frente a un fenómeno que me gusta encarar desde un lugar práctico y lingüístico. Prefiero hablar de la creación de un tercer género.

-¿Frente a qué estamos cuando escuchamos hablar de “alumnes” o de “todes”?

- Estamos frente a un fenómeno de intento de modificación de la estructura de géneros que tiene nuestra lengua. Nosotros tenemos el femenino que sirve para designar lo femenino y otro género que se usa para designar lo masculino pero que es el género no marcado, es decir, que sirve para designar lo masculino pero también a toda la especie en su conjunto. Lo que vemos es una insatisfacción con esa estructura.

-¿Esto significa que no nos alcanza el lenguaje para nombrar las cosas?

- Significa que estamos pidiendo otro género, que nos sirva para lo mixto, lo indeterminado, lo no binario... Aquí es donde empiezan a confluir diferentes grupos con diferentes deseos respecto de ese tercer género. Lo más importante y lo único seguro, te diría, lo más establecido, es que hay una disconformidad con dos géneros. Estamos ante una miríada de soluciones posibles que se aplican de manera distinta, caótica y espontáneo.

-¿Este cambio puede llegar a instaurarse con el tiempo?

- Puede que sí, puede que no. Es un cambio gigantesco en cuanto a lo que se le pide a la lengua, algo sin precedentes. Pero al mismo tiempo estamos frente a un cambio de nuestra sociedad, de modo tal que a mí no me asombraría que ese cambio que ya ocurrió le pida a la lengua que designe una realidad, que es nueva o que lleva pocas décadas, con una estructura de género nueva.

- Se viralizó rapidísimo a través de las redes sociales.

- Eso es lo que me parece interesante. Los lingüistas te dicen que los cambios de esta naturaleza llevan siglos. Y eso es verdad, pero también es cierto que en términos de circulación del lenguaje, por razones tecnológicas, hoy esos cambios van a una velocidad y con una amplitud que no conocíamos. En ese sentido no me parecería loco que este cambio se reprodujera de manera mucho más rápida de lo que hemos visto siempre en la historia. No digo que vaya a suceder pero tampoco que no. Es un momento maravilloso que invita a pararnos a observar porque están pasando cosas muy buenas que nunca sucedieron.

- ¿Esta mal que yo decida hablar así? La ex presidenta chilena Michelle Bachelet lo hizo cuando en un tuit se refirió a “mis chiquilles”

- No, porque es la manera en que la lengua cambia. Los usuarios de la lengua van usando las formas que prefieren sobre todo en estos casos en que no se trata de ignorancia de la norma. Bachellet sabe cómo se usa el masculino para referirse a la especie en su conjunto pero tiene a mano otra solución y la usa. Así es como los nuevos usos se expanden.

- ¿El uso de estas formas tiene que ver con una intención política, de inclusión de género o con el feminismo?

- Hay cosas que tenemos que separar analíticamente. Es cierto que está ligado a movimientos. El feminismo, más allá de que lo use militantemente para visibilizar una realidad, nos ha enseñado a mirar cosas que antes no veíamos como relevante. Entonces, ¿cómo designar los nuevos lugares que ocupa la mujer? Desde hace 40 o 50 años la presencia de la mujer en la vida pública fue creciendo de manera vertiginosa.

Antes, nombrar a un grupo de personas con el masculino cuando la mayoría eran hombres, a nadie le hacía ruido. Pero hoy, cuando las mujeres ocupan un 30, 50 o 70% en esos lugares nos llama la atención que se siga designando con el masculino en términos de género. Hay una disonancia entre la forma que estamos usando y la realidad que estamos designando.

Entonces, este pedido a la lengua viene a caballo después de esos logros que ya ocurrieron en la sociedad pero que muchos sentimos que tenemos un lenguaje que está desajustado.

- ¿Esto está ocurriendo con otros lenguajes?

- Sí, en Francia, España, Alemania, Suecia... Sin embargo, hay lecturas muy provincianas que dicen que este es un fenómeno kirchnerista o de cuatro colegios de Capital Federal. Cuando uno levanta el zoom entiende que esto está ocurriendo en un montón de lugares y de maneras distintas.

Por ejemplo, la “e” que a muchos nos parece una forma superadora, en España no se usa. En todos los casos hay una disconformidad de cómo las lenguas están nombrando una realidad y son lugares donde el espacio de la mujer cambió dramáticamente en los últimos años.

- ¿Es también una cuestión generacional?

- Esta disconformidad en los distintos grupos etarios impacta de manera diferente. Para nosotros, es un problema de mujeres y hombres en la esfera pública, pero para las nuevas generaciones el no binarismo es muy importante. Entonces así como nosotras buscamos cuantas mujeres hay en un acto público a las nuevas generaciones les interesa más respetar ese tipo de identidades que la lengua nombra mal o nombra de una manera que no tiene nada que ver con la manera en que los individuos eligen identificarse en términos de géneros. Hay una confluencia de disconformidades.

- Si ese cambio se da, será una revolución para la lengua.

- Es una gran revolución para la mentalidades. La lengua está yendo atrás, la revolución ya está ocurriendo. No es que la lengua haga nada. Para estos jóvenes su manera de mirar la identidad de género ya es muy distinta a la que teníamos nosotros. Todos estos cambios son de una envergadura inédita enorme. La lengua va atrás. Pero no siempre fue así. En los años 60 cuando se empezaron a impugnar las jerarquías, la autoridad, en las familias, los padres e hijos empezaron a acortar las distancias. Los hijos dejaron de tratar de usted a los padres. Hubo un cambio gramatical y empezaron a usar el tú que ya existía en la lengua. En cambio ahora estamos pidiendo designar un fenómeno para el que no hay ninguna forma disponible, por eso se la está creando.

- ¿Cuánto tiempo tiene que pasar hasta que la Real Academia Española juzgue conveniente un cambio?

- La RAE tiene distintas modalidades para hacerlo, quizás puede establecerlo como un regionalismo o no, no sé. Pero la RAE llegará al final, y lo que diga la RAE no tiene incidencia en lo que nosotros como usuarios podemos hacer con la lengua.

Fuente: La Gaceta

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