noviembre 01, 2018

Flora Escuela de Manejo: libertad y feminismo sobre ruedas.




“Para nosotras es un antes y un después. Cuando no manejaba y cuando manejé. Y ahí empieza otra vida”. Con el pañuelo verde de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito en su muñeca derecha, Florencia Ramanoexpone su filosofía sobre el manejo. “Manejar no es algo que te pueda dar miedo. Por ahí para las mujeres es dramático aprender porque sabemos muchas cosas sobre cómo es la calle. ‘La calle es violenta. La gente está loca’. A los hombres es como si no les importara tanto”.

Con 30 años, se convirtió en una solicitada profesora y referente del manejo para muchas mujeres de Córdoba. Reconoce que el feminismo la influyó mucho y la ayudó a atender las necesidades de su público, conformado en un 90% por mujeres.

Manejar siempre fue para ella símbolo de libertad e independencia. Desde chica le gustaron los autos. A los 15, le molestaba que su papá la llevara a todos lados. Y alucinaba con una idea: manejar su propio auto. Hoy, es una extensión de su cuerpo. Y ella, autodependiente.

A los 19, empujada por una necesidad laboral, aprendió. Sus compañeros de trabajo le enseñaron en una semana. Entonces, descubrió que ya sabía manejar. Que había empezado a aprender mucho antes con su papá, primer docente y único conductor de la familia. “Él embragaba y me decía: ‘poné segunda’. Entonces yo sabía poner las marchas, pero con esta mano”, y señala su mano izquierda. Concluye didáctica: “Es muy importante mirar. Cuando están aprendiendo a manejar, la tarea que les doy es esa”.


El inicio

Tres cosas se combinaron en el inicio: un pedido, un posteo y una necesidad latente. Un amigo le pidió que le enseñara a manejar a su hijo. Era 2016 y Lorenzo, su primer alumno informal, tenía 17 años. Otro amigo posteó un comentario en el grupo de Facebook MOK (Mano de Obra K): “Vos lo que necesitás es a la Flora”. Una chica había preguntado por una profesora de manejo y obtuvo esa respuesta. Siguió la avalancha de pedidos. La necesidad latente. Las redes, el boca en boca y sus capacidades hicieron el resto. Un año después de empezar, tenía tanta gente, que buscó una socia. “Esa es básicamente la historia”. Pero solo básicamente.

Junto con su trabajo como profesora de manejo, empezó un curso de acompañamiento terapéutico. Cuando le faltaban meses para terminar, aparece una mujer. Tenía auto, carnet y sabía manejar, pero no podía: tenía miedo. La mujer acepta la recomendación de su psicóloga y busca una acompañante terapéutica: Flora. Segunda casualidad. A la parte técnica del manejo, se suma con mayor consciencia la parte psicológica y el tratamiento de las fobias.

María Inés es ex alumna de Flora. Con 58 años decidió comprar su primer auto y aprender a manejar. La noche del día que lo compró se largó a llorar. “Qué hiciste, María Inés”, se preguntó. El miedo le susurró una respuesta: pegarle al auto un “se vende” y hacerse a la idea de que manejar nunca sería lo suyo. Hoy se refiere a ese auto como “mi Twingo Super Sport”. En la transición del “se vende” a “mi auto”, Flora tuvo mucho que ver.

La primera vez que María Inés la llamó temblaba. Cada vez que iban a tener clases, temblaba. La noche anterior no dormía. La mandíbula se le ponía dura y deseaba que le cancelara. “Pero ella siempre venía, siempre me invitaba a subir”.
Flora trabaja con personas que tienen temores reales, fundamentados en hechos traumáticos y que son una limitación a la hora de manejar. Como otra ex alumna con cuatro accidentes automovilísticos a cuestas. “Manejaba bien. Pero cuando existía la posibilidad real de un choque, se paralizaba y lloraba. Se le paraba el auto”. En ese momento, Flora se convertía en acompañante terapéutica. “‘Respirá”, le pedía. “Dale arranque, yo te ayudo”.

Si las personas padecen una fobia, afina el método. Les pide que se lo comuniquen para darle la misma prioridad que al aprendizaje técnico. “Una vez que ya sabemos manejar, nos abocamos a salir. A ver específicamente cuál es el temor”. Cuando Flora habla de sus alumnas, usa el plural.

Ese miedo tiene un nombre: amaxofobia. “Existe, es real, es la fobia a conducir”. Claro que también la llaman personas que simplemente quieren aprender a manejar. Pero las que vienen con un extra, son más. Y mayormente, mujeres. Para ellas, las academias carecen de respuesta.

Pero Flora Escuela de manejo es diferente a las academias. Porque tiene en cuenta algo básico: cada persona es distinta. “En la academia vas y un día tenés clases con Juan. Al otro, con Martín. Y ni Juan ni Martín tienen idea del proceso que venís haciendo. Tampoco están involucrados con tu historia”. Ella sí tiene idea. Si para vos es importante. Un desafío. Una materia pendiente. Algo que quisiste hacer siempre.

Tomarse el tiempo para desanudar el miedo y volverlo abordable. “Quizás se terminan dando cuenta de que en realidad tienen miedo a las reacciones de la gente con la que compartís la calle”. Entonces la amaxofobia toma una cara más familiar. “A que me toquen bocina, a que me apuren, a que me insulten”. Cuando Flora habla de sus alumnas, usa el singular.

Flora está en tercer año del Profesorado Universitario de Educación Especial en la Facultad de Educación y Salud Dr. Domingo Cabred. “Hay que ser muy amorosa para ser docente de educación especial y hay que ser muy amorosa para enseñar a manejar”. En la construcción de una pedagogía de la paciencia, admite que el Profesorado de Educación Especial le dio herramientas.
(Imagen: Eloísa Molina para La tinta)

Por qué la Flora

En su Facebook, abundan fotos de mujeres sonrientes con carnets en mano tras aprobar el examen. Y comentarios.

“Recomiendo muy mucho esta escuela. Las clases con Flora son lo más. Desde hace años vengo pateando este aprendizaje, un poco por miedo, otro por comodidad. Pero sus clases me hicieron entender el manejo desde otro lugar. Con práctica, voy a poder andar por ruta como es mi sueño desde hace rato. Seguramente el equipo de la escuela es igual de copado. Muy muy recomendado!!!!!!”.

“Excelente coach y hermosa persona! Transmite seguridad, confianza ante todo”.

María Inés era una lectora voraz del Facebook de Flora. La eligió por una corazonada. “Esta chica me tiene que ayudar”. Y se lanzó sobre ruedas hasta que Flora le dijo que ya estaba. “Si me necesitás, me llamás. No te obligues, pero no dejes de salir. Aunque sea una cuadrita”. Cuando piensa en su experiencia, María Inés habla de agradecimiento: Flora la acompañó mucho como mujer. Su ex marido la acompañó a rendir. Pero la foto, se la mandó a Flora.

Florencia es otra ex alumna. Aprendió a los 30 y de Flora destaca su forma de manejar, su capacidad de empoderar y la confianza. El día después de retirar su auto de la concesionaria, comenzaba el encuentro de folclore en San Antonio de Arredondo. No había manejado nunca sin Flora y menos en su propio auto. Le consultó y sus palabras fueron suficiente: “Vos andá tranquila, pero andá. Estás de diez”.
(Imagen: Eloísa Molina para La tinta)

Dudo, luego deconstruyo

Flora cuenta la cantidad de veces que mujeres la llaman y le preguntan: “¿Vos creés que voy a aprender a manejar?” Su respuesta es simple: “No te conozco, pero creo que todo el mundo puede aprender”.

¿Cuántas veces tiene que repetirse una experiencia para que deje de ser individual? Porque la duda femenina sobre el manejo es cultural. Para ejemplificarlo, Flora va a la infancia. Autitos para ellos, muñecas para nosotras. “Cuando somos chicas, no nos dicen ‘el día de mañana vas a manejar, vas a ser libre, vas a poder ir y venir a donde quieras’”. No. Nos dicen que vamos a tener un novio que nos va a buscar, un marido que nos llevará y nos traerá. “Uy, sí, me la re hice”, ironiza. Flora es categórica: lo natural y lo cultural son construcciones de las que tenemos que salir.

Flora cuenta. Una alumna tiene un hijo de 11 años que ya sabe manejar. Le enseña su papá, el esposo de la mujer. “¿Vos te creés que ese pibe el día de mañana se va a cuestionar a sí mismo si puede o no? ¿Si le corresponde el espacio de la calle o no?”.

La relación entre Flora y la calle fue frontal desde el principio. La tercera vez que manejó, fue por Plaza España en un R12 Break modelo ‘80. “Estaba tan contenta, que ni me hacía problema por si los otros se sentían incómodos porque fuera despacio o estuviera aprendiendo”. Reflexiona acerca de esa imagen que se nos mete: “Si nos tocan bocina, quiere decir que soy una inútil, que no puedo estar en la calle porque no me acomodo a los ritmos, me tengo que quedar en mi casa y no me corresponde estar acá”. Y ejemplifica. Una ex alumna, cansada de bocinazos y gritos, consideraba pegar una calcomanía en su auto: Conductora principiante. Resulta difícil imaginar la situación inversa, un hombre que pida paciencia. Que conductor principiante.

Para ganar la calle, Flora propone una mezcla de actitud y prudencia. Actitud que no es violencia: es hacerse respetar. Prudencia que no es sumisión, es ocupar el lugar que nos corresponde. “Siempre les digo: manejen con actitud. Estoy manejando, sean conscientes”. Porque simbólicamente la calle es de los hombres. Y este es un dato que las mujeres debemos saber. “No para someternos, sino para ocupar nuestro lugar y hacernos cargo”.

Enseñar a manejar como acto político. Aprender a manejar como proceso de empoderamiento. La calle como espacio de conquista. Para tomarla al volante, algunas necesitamos una acompañante terapéutica. Una profesora especial. Una feminista. O las tres cosas.


Por Leticia Colafigli 
Fuente: La tinta.

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