“La gente tiene que saber que sus privilegios son a costa del sufrimiento de muchos pueblos”
La colombiana Francia Márquez, lideresa social y defensora incansable de los derechos humanos y medioambientales, expone cómo en su país se sigue asesinando a personas por oponerse al saqueo de las multinacionales. Su discurso, que nace en la esclavización que sufrieron sus ancestras, remarca que la paz aún no ha llegado a Colombia.
Francia Márquez, durante un acto en Barcelona. / fotos de Arianna Giménez Beltrán
Esto también es Colombia: la ganadora del Premio Goldman -conocido como el Nobel Ambiental-, mujer afro y descendiente de personas esclavizadas, comparte experiencias con la comunidad colombiana en la diáspora, en Barcelona. Escuchan en silencio. Francia Márquez Mina, lideresa social y defensora incansable de los derechos humanos y medioambientales, es ejemplo de lucha, pero también del precio que ésta tiene en su país: el desplazamiento forzado o la muerte.
Márquez ha sido galardonada con este premio por su lucha contra la minería ilegal en Colombia. La hondureña Berta Cáceres y el mexicano Isidro Baldenegro también recibieron este reconocimiento por su lucha contra el proyecto hidroeléctrico de Agua Zarcay la tala irregular en la Sierra Madre Occidental (México), respectivamente. Ambos han sido asesinados.
A miles de kilómetros del parche -como la población colombiana llama al grupo de amistades-, los asesinatos a lideresas y líderes sociales están a la orden del día. Y es que dos años después de la firma de los acuerdos de paz entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), el país americano está enterrando los primeros muertos de lo que podría ser un nuevo genocidio en el país.
—¿Por qué quieren acabar con ustedes? ¿Quién está detrás de esta matanza?
—A mis ancestras las esclavizaron por un modelo económico de desarrollo. Si hablamos de comercio internacional, la primera comercialización que hubo fue la de personas. Les cosificaron, quitándoles su don de seres humanos y les volvieron cosas. Hoy existe el mismo modelo, pero basado en una economía extractivista que saca recursos naturales de los territorios donde vivimos. Ya no pueden volvernos cosas, pero nos desechan igual. Para nosotros, estos territorios no son fuente de riqueza acumulativa sino de vida para las próximas generaciones y nos oponemos a la entrada de las multinacionales y a su saqueo. Por eso nos matan. En Colombia no están matando a la gente porque sí, sino porque defienden los derechos humanos y dentro de éstos, los colectivos. A la alimentación, a un ambiente sano, al agua. A vivir tranquilos. Matan o desplazan a la gente porque se enfrenta a un modelo económico de muerte -la minería, por ejemplo- que, si uno mira, es el mismo modelo económico histórico. Punto. A mí me han declarado objetivo militar por oponerme a la entrada de multinacionales en mi territorio. Nosotros hemos estado allí desde 1636, cuando llevaron a nuestros ancestros de África y, ahora, que hemos hecho comunidad y establecido relaciones en el lugar, somos un obstáculo para el desarrollo. Europa y el mundo tiene que replantearse su forma de vida. La gente tiene que dejar de consumir tanto y saber que sus privilegios son a costa del sufrimiento de muchos pueblos como el nuestro. Lo que hoy está pasando con la migración africana no es gratis: a África la han saqueado y violentado. Y, si no, uno puede preguntar ¿de dónde llegan las armas a África que ponen a la gente a matarse? ¿Cuáles son las industrias que las mueven para que la gente se mate? ¿Cuáles saquean y ponen a la gente a aguantar física hambre? Estos países que dicen ser desarrollados tienen que cambiar su lógica de ver la vida, porque de lo contrario nosotros seguiremos poniendo los muertos y ellos gozando de sus privilegios que, a veces, ni se dan cuenta que tienen.
Si hablamos de comercio internacional, la primera comercialización que hubo fue la de personas
— No es la primera vez que Europa comete un genocidio en nombre del desarrollo. Usted dice que el conflicto en Colombia no solo es cuestión de estos últimos 60 años, sino que debemos remontarnos a la época en la que los españoles invadieron América Latina.
— Este conflicto se ha degradado, pero no se puede separar del conflicto histórico. Para el pueblo afrodescendiente, el conflicto no empezó hace 60 años. Desde la colonización, cuando nos trajeron de África a América, hemos estado en medio de la violencia. La invasión de América por España y Europa, de alguna manera, generó las condiciones para que luego la gente se levantara en armas: la concentración de la tierra, la desigualdad, el racismo estructural… esas situaciones no son de ahora, empezaron durante la época colonial. Se hacen estadísticas de los líderes que están muriendo este año, olvidando los de los años anteriores. Eso me parece terrible. Se va olvidando esa memoria. Ha pasado lo mismo con la violencia histórica: la violencia que importa es la de hace 60 años, pero la violencia que vivimos como pueblos étnicos, afrocolombianos e indígenas, no. Ahora se habla de reparación a las víctimas del conflicto armado pero, como pueblo afrodescendiente y pueblo indígena ¿cómo va a ser la reparación?
— ¿Cómo tiene que ser esta reparación?
El primer paso es que estos países no sigan saqueando nuestros pueblos. Mostrar una fe de reparación implica, por lo menos, dejar de destruir los territorios. Son las presiones económicas que están matando a la gente. Yo no estoy pensando en una reparación económica simplemente para que me den plata y ya. La reparación tiene que llevarnos a dignificar nuestro ser, porque nos quitaron ese ser de humanos. Tiene que ser la dignidad humana y la vida digna, permitirnos vivir en condiciones dignas en los territorios a los que hemos llegado. Una reparación real tiene que permitirnos vivir en libertad como pueblos afrodescendientes, como pueblos indígenas. Permitirnos ejercer nuestra propia democracia y no una democracia impuesta basada en el discurso del desarrollo.
Francia Márquez posa al finalizar la entrevista. / Foto: Arianna Giménez Beltrán
— Empezó su activismo con apenas 15 años, para defender el río Ovejas. Consiguieron que el Gobierno de entonces no desviara el río hacia la presa de Salvajina, lo que hubiera supuesto un gran impacto para la gente y el medioambiente. ¿Qué la llevó a decir “hasta aquí”?
— Nosotros disfrutábamos mucho del río. Era todo para nosotros y, de un momento a otro, se había construido una represa. Unión Fenosa, una empresa española, era la dueña del embalse y quería desviar el río a otra represa, la Salvajina, para aumentar su capacidad productiva. La comunidad se opuso y yo me hice parte de esa lucha. Salvajina ya nos había generado muchos impactos ambientales, culturales, económicos, de salud…y la gente dijo no. Así de sencillo. Hacíamos obras de teatro durante las reuniones y allí fui formándome, reconociéndome como una mujer afrodescendiente. Me fui empoderando y metiendo en los procesos organizativos y comunitarios. En 2014, un grupo de mujeres nos movilizamos para denunciar cómo la minería ilegal estaba destruyendo el territorio, igual que la minería inconstitucional [Márquez a menudo se refiere a la minería con este término], entendida como aquella que el Gobierno ha promovido sin consulta previa durante el conflicto armado, concediendo derechos a terceros y negando nuestros derechos ancestrales sobre el territorio. Inicialmente salimos 15 mujeres y llegamos a Bogotá 80. Nos constituimos en la Movilización de Mujeres Negras por el Cuidado de la Vida y los Territorios Ancestrales. Como mujeres, usamos nuestro amor maternal para así, igual que cuidamos a nuestros hijos, sacar nuestro amor para cuidar nuestro territorio para las próximas generaciones. Hoy soy parte del Proceso de Comunidades Negras nacional, que es una de las organizaciones más grandes del país y que ayudó a hacer la Ley 70 del 93, empujando el derecho a la consulta y al consentimiento previo, libre e informado que tenemos como pueblo afrodescendiente cada vez que un proyecto o una ley nos vaya a afectar.
— La lucha de 2014 le valió amenazas de muerte y tuvo que abandonar su tierra. Imagino que es imposible resumir o explicar en palabras lo efectos psicológicos o afectivos que usted ha sufrido por este desplazamiento…
— Son muchos: esto te cambia la vida. Uno termina dejando a veces de ser feliz, de vivir los sueños que tiene. Como persona, uno termina poniendo todo a la lucha. Cuando salí desplazada sentí que el mundo se me venía encima, que mi vida ya no tenía sentido y que todo se me estaba acabando. Tenía que seguir luchando por mis dos hijos y por una comunidad que también estaba en riesgo. No es un trabajo individual de Francia, es un trabajo colectivo que ha pasado de generación en generación. A veces he tenido frustraciones y pensar que no es posible, pero ha habido momentos en que me ha llegado mucha inspiración que me dice: “Sí, hay que seguir”. Tener esperanza ha sido importante para mí. Yo amo la lucha. Creo en la justicia para la humanidad, el territorio y el planeta. Apelo a la necesidad de aplicarla y luchar por ella. Como seres humanos hemos sido muy egoístas. Destruimos el planeta: nuestra casa. Toca que repensemos todo esto.
Yo amo la lucha. Creo en la justicia para la humanidad, el territorio y el planeta
— Muchos colombianos y colombianas que se encuentran en la diáspora también sufren efectos psicológicos y afectivos muy fuertes –sobretodo los considerados en plano institucional como ilegales–. Estos días en Barcelona, usted ha podido hablar con algunas de ellas y de ellos. ¿Cómo se pueden tejer redes con tanta distancia de por medio?
— Hay que trabajar en la educación para la libertad, la autonomía y la vida porque la de hoy es la educación para la muerte. ¿Cuánta gente estudia para ponerse al servicio de la muerte, de las multinacionales, violentando el derecho de las comunidades? También discutimos sobre las situaciones económicas de la gente: cómo repensar alternativas al desarrollo que permitan otras economías. Salió una estrategia de articulación inicial, de empezar, al menos, a comunicarnos.
— Como desplazada por el conflicto armado, fue invitada a La Habana para dialogar con los negociadores del Gobierno de Juan Manuel Santos y de las FARC. Actualmente, pertenece al Consejo Nacional de Paz y Convivencia que se encarga de velar por la reconciliación en el país. Con casi 400 líderes y lideresas sociales asesinadas en los dos últimos años, ¿qué está fallando de acuerdos?
—La paz no ha llegado a los territorios donde había violencia. Hay que tener muy claro que los acuerdos de La Habana se firman para la dejación del conflicto armado como un paso muy importante para la paz, pero que no son la paz en sí. La paz implica transformaciones sociales, cerrar las brechas de inequidad y desigualdad, acabar con el racismo estructural. Implica terminar con ese modelo de muerte que hizo que personas se levantaran en armas. Si no se acaba con las razones por las cuales se generó el conflicto armado, difícilmente vamos a lograr un proceso de paz. Ahora, hay una mesa de diálogo con el ELN (Ejército de liberación Nacional) que no avanza, porque el nuevo Gobierno, bien de ultraderecha, se opuso. Ganó el Gobierno que dijo ‘no’ a la paz y está echando para atrás todos los acuerdos. ¿Esto qué significa? El recrudecimiento de la violencia en los territorios. Es muy preocupante porque, sobre todo a nivel internacional, se vende como que no, en Colombia ya se hizo un acuerdo de paz y ya todo está bien y la paz no es un papel. La paz son acciones de transformación de esas situaciones de violencia, de las situaciones que generaron la violencia. Estuve en el Parlamento Vasco hablando de esto con su presidenta y estaba como “¿en serio? ¿Colombia no está en paz? ¿Yo pensaba que ustedes ya estaban en paz?” [exagera el tono pero no es de burla, más bien de sorpresa]. Me pareció muy ridículo porque la paz no se hace con la firma de un acuerdo, la paz implica acciones concretas. Y esas acciones son las que este Gobierno nuevo está echando para atrás.
Los acuerdos de La Habana no son la paz en sí. La paz implica transformaciones sociales, cerrar las brechas de inequidad y desigualdad, acabar con el racismo estructural
— Si los acuerdos no garantizan la paz en los territorios ni el cese de la violencia sobre las comunidades, ¿quién garantiza la vida de estas personas?
— Ustedes tienen que ayudar a que el Gobierno asuma la implementación de los acuerdos y genere condiciones de transformación que permitan avanzar hacia una paz real. Necesitamos una paz para vivir tranquilos, no para seguir generando empobrecimiento de la gente y despojo de las tierras. La comunidad internacional puede jugar un papel importante: en cómo la paz se consolida en la justicia social y en garantías reales para las comunidades. Y sostener los acuerdos de La Habana es importante: que no haya un actor armado dándose plomo en nuestros territorios es un avance muy importante.
España también forma parte de este despiste y silencio internacional al que apunta Márquez. Desde su llegada a la Casa Nariño en agosto, dos representantes políticos tan distantes -al menos en apariencia- como Pedro Sánchez y José María Aznar han visitado al nuevo presidente colombiano Iván Duque. Ambos ven en él un garante para la paz. Nada más lejos de la realidad. Desde su llegada, los asesinatos a lideresas y líderes sociales se han disparado (sobre todo en el Cauca, territorio de donde ella viene) y su mentor, Álvaro Uribe, lideró la campaña por el no a los acuerdos en 2016. A Uribe se le relaciona desde hace tiempo con el paramilitarismo, el narcotráfico, los asesinatos selectivos, los falsos positivos y la corrupción. Las pasadas elecciones presidenciales en Colombia, las primeras después de la firma de los acuerdos, han supuesto la vuelta del uribismo al poder. También la participación de Márquez por primera vez en la política institucional. Dice que nunca ha creído mucho en ella y que no tenía interés en convertirse en “una politiquera”. Lo hizo de la mano del partido Colombia Humana, con Gustavo Petro.
— Muchos se ilusionaron con Colombia Humana, pero el cambio no fue posible. Aún así algo se ha movido en la sociedad colombiana. ¿Se ha plantado una semilla en estos últimos meses?
— Sí, sin duda. Yo creo que se está generando un cambio. Nunca antes un Gobierno progresista había sacado más de tres millones de votos en Colombia. La derecha siempre había sacado muchos votos y siempre había estado ahí. Esta vez le tocó usar muchas mentiras y engaños [durante su campaña, se acusó al Centro Democrático de lanzar fakenews]. Sin embargo, yo creo que la gente no está comiendo cuento. Hay un movimiento que está pensando en una alternativa al desarrollo, luchando por el medio ambiente, por unas condiciones dignas, frente a esas situaciones de inequidad que ha generado una diligencia política que ha estado allí por 200 y pico de años. Colombia Humana perdió, pero hay un movimiento político y alternativo que está creciendo. El uribismo también se valió de una ignorancia política que han sembrado por muchos años para que la gente no piense en un cambio. Ese cambio va a llegar.
— Durante los años de esclavitud, sus ancestras dibujaban con tropas -trenzas delgadas pegadas al cuero cabelludo- mapas que mostraban cómo escapar de las haciendas esclavistas. Eran los mapas de fuga, un código oculto que permitía huir a los esclavos. ¿Cómo dibujaría usted el mapa de fuga hoy en Colombia?
— No creo que hoy haya un mapa de fuga. Al contrario: estamos haciendo resistencia para permanecer en los territorios. El territorio es esencial para hacer comunidad afrocolombiana. Hacemos parte de Colombia. Hemos construido y apostado por este país y lo único que queremos es vivir dignamente y tranquilos de una vez, pero el racismo estructural no lo permite. Estamos resistiendo con toda la fuerza para que nos permitan ejercer gobierno propio, autonomía y pensar en el buen vivir. A veces poniendo el cuerpo. A veces, el alma y el espíritu. Nos posicionamos en un espacio que no fue regalado, que le costó a las ancestras y ancestros muchos años de sufrimiento y de trabajo. En ese sentido, seguimos pariendo la libertad de nuestro pueblo.
Fuente: Pikara