enero 08, 2019

Mujeres Mayas de ayer, de hoy y de siempre.



Han dicho que somos “pueblos sin historia”, que somos “pueblos sin memoria”. Han dicho que somos “mujeres pasivas”, que somos “mujeres sometidas”. ¿Quiénes han dicho esto? Aquellos y aquellas que han querido ocultar nuestra historia, que han querido aniquilar nuestra memoria y que han querido cortar nuestras raíces. Un árbol sin raíces no vive, un árbol no se sostiene solo con sus ramas. Nosotras tenemos raíces profundas, sí, las tenemos, pero nos quieren hacer creer que no las tenemos, porque saben que nuestras raíces nos hacen sólidas, y nos mantienen de pie. Aunque corten nuestras ramas, volveremos a florecer, volveremos a dar frutos, como lo hemos hecho hasta ahora, cuando nos encontramos al inicio de la Quinta Era del Oxlajuj Baktun [2], que en los cálculos occidentales sumarían alrededor de 20,800 años de existencia.

Por eso, ahora quiero invocar, recordar y honrar la memoria de nuestras ancestras, nuestras raíces.
Quiero invocar a nuestra gran abuela, la sabia Ixmukane, quien en común acuerdo con Xpiyacoc, moliendo maíz blanco y amarrillo dio vida a las cuatro primeras mujeres y a los cuatro primeros hombres que habitaron las cuatro esquinas del universo maya.
Quiero invocar a Kaqapaloja’, Agua que cae de lo Alto o Agua Roja de Mar; Chomija’, Agua Copiosa o Agua Hermosa; Tz’ununija’, Colibrí de Agua;Kak’ixaja’, Guacamaya de Agua, nuestras primeras ancestras formadas por Ixmukane. Estas ancestras que simbolizan el corazón de los ríos, de los mares, de los lagos, de las lluvias, de las cascadas, de los arroyos, han corrido y danzado con el curso de la vida, sobreviviendo a la violencia, a la avaricia y a la miseria de quienes quieren apresarlas, estancarlas y envenenarlas.
Quiero invocar a la joven y valiente Ixki’k, mujer-sangre, que desafío a las autoridades de Xib’alb’a, la esfera de la muerte, para unirse a la vida sobre la tierra, estableciendo un pacto con Ixmukane, y haciendo de la vida y de la muerte, parte de un todo.
Quiero recordar a todas las antiguas mujeres, que durante los milenios previos a la colonización, cultivaron la vida y nos heredaron saberes, conocimientos y sabiduría para el cuidado de la existencia, para alimentarnos, para vestirnos, para resolver nuestros conflictos, para sanarnos, para gobernarnos, para entendernos en el ciclo de la vida en el pluriverso que habitamos. Hoy invoco a grandes mujeres como Iximox[3], co-gobernanta y Nimapan Ixcacauh,[4] sabia conocedora y cultivadora del cacao.
Quiero honrar la memoria de todas las mujeres que se enfrentaron a la crueldad de la colonización en el siglo XVI (1524). Aquellas que fueron asesinadas durante este episodio violento que aún no acaba, las que fueron violadas y las que sobrevivieron. Existimos por ellas.
Quiero recordar a las ancestras cuyos hermosos nombres fueron sustituidos por los nombres de sus opresoras y perseguidas para aniquilar sus poderes. Matea Carrillo y Marta de la Figueroa, apresadas y torturadas por la inquisición colonial, acusadas de hechiceras o brujas en el siglo XVII, como muchísimas otras mujeres. María Carrillo fue acusada de bruja, de hacer pactos con el “demonio”, porque los curas no comprendieron como siendo una mujer viuda tenía la capacidad de pagar tributos y dar abundantes y ricas ofrendas a la iglesia. Fue encarcelada en 1637 (aproximadamente) por los mismos curas que disfrutaron de sus ofrendas, muriendo así en prisión.[5] Marta de la Figueroa, sanadora, fue colgada boca abajo en 1660 y torturada con humo de chile quemado para hacerla confesar que sus poderes de sanación “provenían de la hechicería”.[6]
Quiero recordar a todas las mujeres que fueron raptadas de sus casas y de sus comunidades, para ser nodrizas-prisioneras en casas de los criollos, obligándolas a abandonar a sus propios hijos recién nacidos. Quiero nombrar a María de los Ángeles Contán del Pueblo de Jocotenango, quien en 1797, fue raptada y sometida a cautiverio en la casa del criollo Pedro de Aycinena y de su esposa Javiera Barrutia para amamantar al hijo de ambos. Quiero nombrar a María de los Ángeles Santos Guerra, obligada a lactar al hijo del médico criollo Córdoba. Quiero recordar a María Ruiz, enviada por la fuerza a amamantar al hijo del boticario Francisco Ramírez. Quiero recordar a Petrona Ruch quien cuando dio a luz huyó del Pueblo de Jocotenango para evitar ser apresada como nodriza, pero en 1796 cayó en manos de “los justicia”, quienes la azotaron y la apresaron en casa del criollo José de Córdova por doce meses, hasta que enfermó.[7]
Quiero recordar a todas nuestras ancestras, que fueron convertidas en sirvientas durante los primeros siglos de la colonización, obligadas a sostener con su propia vida, la de sus opresores españoles, criollos, mestizos y europeos que continuaron llegando a saquear nuestras tierras y nuestras vidas. A ellas cuyos nombres no aparecen en los libros, quiero honrarlas por su gran dignidad.
Quiero recordar a todas las mujeres que dirigieron y participaron en las continuas protestas, levantamientos, insurrecciones, movilizaciones durante los tres primeros siglos de la colonización española, porque se oponían a pagar los excesivos tributos, porque se negaban a hilar algodón y tejer en esclavitud para los colonizadores, porque rechazaban el trabajo forzado en las haciendas, en las minas y en la construcción, o porque se oponían a que llevaran presos a los hombres de sus comunidades.
A la ancestra que los registros nombran como “la mujer del cabecilla José Quix”, quien en el siglo XVIII, abofeteó públicamente a un corregidor quien no escuchaba las demandas de su comunidad. A la ancestra María Tipaz quien en el siglo XVIII interrumpió al cura durante una misa para llamarle mentiroso, porque el pago de tributos se había suspendido y él lo seguía cobrando.[8]
A la ancestra Micaela Pérez participante de un levantamiento kaqchikel en 1755, a quien quebraron los brazos porque no se soltaba del caballo donde llevaban preso injustamente a su compañero, pero que aun así siguió pidiendo libertad.[9] A la ancestra Gaspar Yat, una mujer Q’eqchi, que encabezó una movilización en San Cristóbal Verapaz, en 1803. A las mujeres que dirigieron levantamientos en Tecpán en 1759, en San Juan Comalapa y Chiapas a mediados de 1774, que fueron azotadas y ahorcadas junto a los hombres, pero que sus nombres no encontramos en los registros.[10] A la ancestra Teresa Tzoc, quien junto a su compañero Atanacio Tzul, articularon un grandísimo movimiento que se opuso al pago ilegal de tributos, en lo que ahora es Totonicapán, Quetzaltenango y Huehuetenango.
A todas aquellas mujeres anónimas que defendieron con sus cuerpos y sus vidas, sus tierras, territorios y comunidades, cuando estos se convirtieron en fincas de café, propiedad de criollos, ladinos, alemanes y nuevos patrones blancos, durante la dictadura liberal-colonial (1871).
A todas las mujeres arrancadas de sus familias y comunidades, para ser llevadas a las fincas y para trabajar como sirvientas en las casas patronales; sosteniendo la vida de quienes se creen padres del “progreso” de este país.
A todas aquellas mujeres, que a principios del siglo XX, mientras se articularon los grandes movimientos para derrocar a Jorge Ubico y se constituía el gobierno de la Revolución, migraron a las ciudades para trabajar como sirvientas, sustituyendo en sus casas a aquellas mujeres urbanas emancipadas que salían del hogar para trabajar fuera, sin amenazar los privilegios patriarcales de los hombres ladinos. Todas ellas son tatarabuelas, bisabuelas y abuelas, concretas de nosotras las que estamos aquí ahora. La fuerza de las estructuras coloniales-patriarcales, las convirtieron a ellas en el soporte de la emancipación de las mujeres criollas, ladinas y mestizas urbanas de clases altas y medias de este país, aunque la historia no las reconozca.
Recordamos a todas las mujeres campesinas, cooperativistas, lideresas religiosas, dirigentas de organizaciones y maestras, que encabezaron las florecientes luchas indígenas de los años 70, del siglo pasado, antes de que se nos reprimiera con el genocidio. Ancestras como Adelina Caal o Mamá Maquin, son una muestra de estas valientes mujeres.
A todas las mujeres con nombres propios que durante el genocidio de los años 80 del siglo pasado, nos fueron arrebatadas a partir de una violencia indescriptible. Ellas no morirán jamás en nuestra memoria, si las convertimos en semillas, si las regamos con el agua fresca de la memoria permanente, para que cada una dé muchos frutos y flores. Ellas deben convertirse en semillas que hagan florecer nuestros Pueblos. Que de cada una de ellas salgan millones de nosotras para hacerles justicia.
Reconocemos también a nuestras abuelas, madres y hermanas que le han dado vida a nuestros pueblos, trabajando en los mercados y en sus campos, o a aquellas explotadas por el sistema capitalista colonial y patriarcal, trabajando en las fincas, en las casas particulares, en las fábricas, y aquellas que se han visto obligadas a migrar en circunstancias hostiles e inhumanas.
No podemos olvidar a aquellas a las que el violento sistema las tiene presas, las ha hecho víctimas de trata y de esclavitud sexual. A todas aquellas mujeres, que la violencia genocida y feminicida nos sigue arrebatando en las áreas urbanas y en las áreas rurales. A todas aquellas a quienes poco hemos reconocido en nuestras luchas políticas, pero que al igual que nosotras forman parte del glorioso Pueblo Maya.
Reconocemos a todas aquellas mujeres perseguidas, presas o asesinadas por defender su territorio y los bienes colectivos en este tiempo que nos toca vivir.
Nombro también a nuestras ancestras que se adelantaron recientemente, a Amanda Pop y María Luisa Curruchiche, luchadoras por la vida de las mujeres de nuestros Pueblos; y a todas las que están presentes en la memoria y en el corazón de cada una de ustedes.

Ellas seguirán viviendo en nosotras, mientras las recordemos, las invoquemos y las honremos en nuestras vidas.
Ellas son nuestras raíces.
Ellas son las mujeres de ayer, de hoy y de siempre.

[1] Portada: Historias al viento de Sucely Puluc

Por Aura Cumes
Fuente: La Marea

Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in