abril 26, 2019

La arquéologa de la historia feminista




Perfil de Dora Barrancos

Las pioneras del feminismo local son las nuevas rockstars. Y Dora Barrancos -socióloga e historiadora- es pionera en explorar, desde la academia, el rol de las mujeres en la historia argentina. A los 2 años años ya sabía leer. Con Operación Masacre se volvió peronista. Con el crimen de la brasileña Angela Diniz, feminista. Hoy, a los 79, puede llegar a dar 30 seminarios en un mes. A punto de dejar su cargo directivo en el CONICET, su trayectoria habla de recurrir a la historia como acción política y para construir nuevas lecturas del presente.

Cuatro mujeres que promedian los ochenta años encabezan la marcha. Las siguen doscientas mil mujeres que también avanzan por Avenida de Mayo hacia Casa de Gobierno, encolumnadas bajo una bandera verde que se extiende de vereda a vereda y dice: “Ni una muerte más por aborto clandestino”.

La foto de ese momento se hizo viral al día siguiente del 8M. Fue replicada más de diez mil veces en Facebook. Cuando Laura Reyes, su autora, la publicó, se sorprendió al comprobar que la mayoría de quienes la compartieron y comentaron pensaban que solo eran “cuatro abuelas gritando, cantando y acompañando la lucha”.

─Encontrarme con las muchachas de mi edad ahí, haciendo ese twist, fue hermoso─ dirá Dora Barrancos unos días después en su casa del barrio Floresta,mientras observa la foto que descubrió primero por la mayor de sus tres hijas, Ondina. Dora no usa redes sociales. Luego hasta una amiga de la Universidad de Columbia se la mandó.

Esas cuatro mujeres que encabezan la marcha del #8M llevan puesto el pañuelo a favor del aborto. Dora es la de la izquierda, la del pelo corto teñido de un negro eléctrico. Es socióloga, historiadora y la primera académica que exploró el rol de las mujeres en la historia argentina. Marcha, canta, baila junto a Nelly Minyerski, Martha Rosenberg y Nina Brugo, otras tres feministas que desde sus disciplinas ─la abogacía, la medicina, el psicoanálisis─ fueron de las primeras voces que se alzaron por los derechos de las mujeres. Barrancos planeaba marchar con sus colegas de la Universidad Nacional de Quilmes, donde dirige la Maestría en Ciencias Sociales y Humanidades. Llegó desde su oficina en el CONICET -es una de sus directoras- con Ondina. Pensó que la cabecera de la marcha, liderada por las integrantes de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, ya habría pasado, pero como todo se retrasó las alcanzó a ver y se les unió. Fue entonces cuando Celeste Mac Dougall, integrante de la Campaña, la llamó desde el megáfono: “Vamos, las pioneeeeras”, para que encabezaran la columna.

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Los gritos que vienen del baño se superponen al ruido de la ducha.

─¡Querida, ya voy! ¿Qué querés tomar?

Son las diez de la mañana de un lunes de otoño. La casa, ubicada en una calle del barrio Floresta, está atestada de plantas, libros, premios y distinciones que aparecen desperdigados por todos los ambientes. El cuarto delantero es para las entrevistas: las da incluso los domingos en los que la familia se junta a comer en su casa. Allí hay sillones aterciopelados, repisas con fotos familiares, un cuadro colgado en la pared con la cara de una mujer hecha con líneas de colores azules, verdes y rojas, y una colección de libros de “100 años de belleza” sobre la mesa ratona.

Dos minutos después llega Dora Barrancos, los ojos pequeños maquillados y algo enrojecidos, remera al cuerpo con brillos y arabescos. Hasta que toma la fotografía del 8M en sus manos, comenta lo maravillosa que estuvo la Asamblea de Mujeres de la que participó en el Teatro Cervantes, junto a Nora Cortiñas. Menciona el honoris causa que le dieron en Córdoba, la charla que compartió con la Premio Nobel de la Paz Leymah Gbowee, el viaje a Santa Fe que tiene programado para dentro de unos días.

─Eso sí: los dos o tres viajes de cada semana intento hacerlos en el día. No importa a dónde sean. Lo hice cuando fui a Resistencia y también cuando visité La Rioja. Prefiero dormir siempre en mi tonta cama.

Solo en marzo, Barrancos fue convocada para dar más de treinta charlas y seminarios. Estuvo en Chile, Ushuaia, La Plata, La Matanza. En cada encuentro el tema era otro. Habló sobre “la potencia de las mujeres en la encrucijada”, desgranó el rol que ellas tuvieron en la dictadura, disertó sobre qué es el peronismo.

─Lo que está ocurriendo con gente como una es que lo que hacemos académicamente está mucho más proyectado que en el pasado. Es impactante. Eso se da por las coyunturas políticas en las que vivimos y el acrecentamiento de la lucha de las mujeres. Hoy me encuentro que tengo más envolvimiento de charlas, conferencias, conversatorios, pero triplicado diría yo, en relación a cuando tenía la mitad de mis años.

─¿Cómo preparás tantas charlas?

─Ah, sí, eso es un misterio en el cielo y en las tierras, pero más o menos se descongestiona o se puede dilucidar de la siguiente manera: tengo una reserva grande. Es como si tuvieras grandes depósitos de combustible, entonces ponés en marcha los motores y ahí los combustibles van respondiendo. Tengo mucho acopio, querida. Porque he investigado mucho.


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Nació en 1940 en Jacinto Aráuz, un pueblo de La Pampa de dos mil quinientos habitantes. Según Wikipedia, Dora es una de sus tres personalidades destacadas, junto con René Favaloro ─que dio allí sus primeros pasos como médico rural─, y Alberto Negrín, un arquitecto y escenógrafo. En su familia, la palabra política siempre fue lo contrario de una mala palabra. Su madre, ama de casa, de religión valdense ─una rama de protestantes considerados “herejes”─, era una lectora ávida. Su padre, maestro y director de escuela, fue varias veces cesanteado por sus ideas antiperonistas.

─Mi padre, conviene siempre distinguir, era antiperonista pero no era gorila. Son cosas diferentes ─aclara Barrancos─. En mi casa no había desprecio por las clases populares. Mi padre era un fragoroso militante por los derechos. Tuvo una actuación muy directa en la lucha antifascista. De su conducta emanaba la idea de la justicia social. Eso le venía del liberal socialismo, de un antecedente importantísimo en la familia, que era mi tía.

Leonilda Barrancos, hermana mayor de su padre, había egresado de la Escuela Normal de Paraná, una de las instituciones más importantes de la época, y era muy distinguida intelectualmente. Fue una reconocida figura del Partido Socialista y una de las pocas candidatas mujeres que llevó el partido, en 1951, por la Ciudad de Buenos Aires.

─Era una figura baluarte, numen. Ella, además, tenía una vida muy independiente, rocambolesca, entonces era un hito para la familia.

Dora aprendió a leer a los dos años, y antes de eso, tomaba los libros y jugaba a que leía. Por entonces, su hermano mayor tuvo un accidente que le provocó una discapacidad intelectual. Como consecuencia, su padre depositó en la pequeña Dora todas sus expectativas.

─Para mi padre fue un desmoronamiento. Yo fui beneficiada con esa deriva. A partir de entonces, hubo en mi padre una apuesta muy grande a mi inteligencia, y una cierta celebración constante de mi desempeño escolar.

Como era el director de su escuela, le asignó a la mejor maestra para que cursara los tres primeros años de la primaria. Se llamaba Blanca Nieves. Dora todavía la recuerda. Con ella adquirió una capacidad descomunal para la lectura, que le valió un puñado de apodos por parte de sus compañeros: “Mafaldita” y “María Sabelotodo”.

─Ella fue un cultivo estratégico para mí. Además, para ese entonces, a mí ya me encantaba ganar las discusiones. Te digo más: el mayor espectáculo del triunfo para mí era ganarle una discusión a un varón.

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“Después de una charla de ella siempre tengo que ir al diccionario. Para mí es una maestra, es inspiradora, es divertida e histriónica, pero además cada vez que la escucho aprendo una palabra nueva”, dice Mariana Carbajal, periodista especializada en cuestiones de género, al ser consultada sobre Dora Barrancos.

Escucharla hablar provoca un encantamiento hipnótico. Las palabras que escoge Dora Barrancos bailan una coreografía exquisita hecha de sinónimos refinados, matices de voz y pausas estratégicas. De pronto, alguna sílaba pierde su sitio y es desplazada por un acento totalmente extraño, lo que despierta una emoción inesperada. El punto álgido lo reserva para los finales: le gusta redondear los conceptos con algún giro humorístico.

─Mi articulación con el lenguaje es mi treta ─dice─. Y he tenido la suerte de una condición de posibilidad que no viene solo de la naturaleza, viene de un cultivo sin duda, y que es la capacidad fonadora que yo tengo. Y luego, juntada con la pasión y demás, quizás hacen un poco de incendio.

Para explicar cómo diseña las clases que todos los meses da en el Poder Judicial de Tucumán, habla, como el poeta Mario Benedetti, de “tácticas y estrategias”.

─A veces esas almas que habitan los pasillos judiciales no están tan avispadas sobre cómo el derecho va cambiando sus encuadres sobre el delito, por ejemplo. Entonces nada más divertido que transitar el término adulterio a lo largo de la historia. O nada más trágico que transitar el término honor en los códigos, ¿eh? Esas estrategias me permiten mostrarles que el derecho ha mudado y va a seguir cambiando, que se determina sobre una serie de construcciones sociales y culturales, incluido ahí nada menos que el gran, gran, gran vector de hoy en día de los derechos de las mujeres: el concepto de violencia. Porque la violencia que nos hacen ha sido vertebrador de este estallido de las subjetividades. Reconocer las violencias quiere decir reconocer los acosos, las violencias simbólicas, la brutal experiencia de los femicidios como algo que no podemos tolerar más.

Cuando su trance hipnótico ya hizo efecto, Dora Barrancos alza la voz, golpea los pies contra el piso y trasciende sin preámbulos el tono didáctico.

─Conocer acerca de los no derechos de otros, acerca de las perturbaciones que ha tenido la dignidad humana es el gran combustible para la justicia ─dice─. Para mí, conocer la historia es un incentivo notable para la acción política.


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En 1958, la adolescente Dora Barrancos cumplió con la metamorfosis indicada para aquellos que quieren convertirse en militantes políticos. Se embanderó al Socialismo de Vanguardia y comenzó a frecuentar cuanta marcha y reclamo social hubiera. Ese año, participó de una serie de manifestaciones históricas para que la Universidad no se entregara a la Iglesia. En 1959, celebró el triunfo de la Revolución Cubana. Ese mismo año leía Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, y comenzaba a simpatizar con el peronismo. En 1960 falleció su padre y ella se hizo cargo de su familia, al tiempo que se anotó en la carrera de Sociología, de la que fue una de las primeras mujeres graduadas, además de hacerlo con honores.

La muerte del Che Guevara, en octubre de 1967, la sacudió a punto tal que la llevó a subir la apuesta de su activismo político: se sumó a las filas de la Juventud Peronista. Los años setenta la encontraron en su esplendor: participaba de un grupo académico de análisis del peronismo a la par del trabajo territorial en Ezpeleta y organizaba la actividad gremial en su primer empleo, como profesional empleada del PAMI. Pero en 1977, la irrupción de la dictadura militar le impuso a su vida un corte abrupto. Tras la desaparición de su prima Irene, nieta de Leonilda Barrancos, una conocida le llegó a avisar que la estaban buscando. Tuvo que abandonarlo todo y refugiarse de urgencia en Brasil.

El exilio le trajo algo de sosiego, nuevas amistades y un puñal inesperado de conmoción que la alcanzó una tarde, mientras miraba la televisión brasilera, y le marcó la vida para siempre. El noticiero informaba sobre el asesinato de una mujer proveniente de las clases altas de Mina Gerais: Angela Diniz había sido encontrada sin vida en una playa de Buzios. El homicida era su pareja. La acusaba de adulterio. Una periodista entrevistaba al abogado penalista que llevaba adelante el caso. Indagaba acerca de la estrategia de la defensa para que el homicida salga exculpado. El abogado le decía que el caso era sencillo: se trataba de apelar simplemente a la “legítima defensa del honor” de su defendido. La serenidad con la que esgrimió esa respuesta aquel hombre consternó como un rayo a la televidente Dora Barrancos. Todavía no conocía la palabra femicidio, pero sintió por primera vez un fuego interno. Una mezcla de bronca e impotencia que la convocaba a escudriñar por qué las mujeres, sin importar su clase social, debían cargar con una tenebrosa cruz: la de ser asesinadas por el solo hecho de ser mujeres.

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A las siete de la tarde del martes 12 de marzo, cuatro días después de la marcha por el 8M, doscientas personas se convocan en el auditorio de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. El motivo, homenajear a Dora Barrancos, que en mayo cierra su mandato como directora del área de Humanidades y Ciencias Sociales del CONICET. Su partida del cargo cierra una época para la investigación científica nacional. Barrancos nunca dejó de denunciar públicamente su vaciamiento y desfinanciamiento, igual que la eliminación del Ministerio de Ciencia y Tecnología. “Estamos en un ciclo crepuscular. La ciencia y la tecnología está gravemente afectadas. Para salir del atolladero, será inexorable entender que la ciencia y la tecnología son decisivas para un desarrollo económico integral e inclusivo.”

Entre la multitud participan académicos como Donna Guy, dirigentes políticos como Nilda Garré, referentes feministas como Ofelia Fernández, representantes de organismos de derechos humanos como Nora Cortiñas.

En rigor, la ceremonia no es un homenaje: fiel al estilo de Barrancos, la bautizan como una “verbena”, inspirados en la planta que limpiaba los altares de los dioses y estaba presente en hechizos y conjuros para el bien, asociada al verano, al sol y a la luz.

“Dora fue la primera persona que me habló de patriarcado. Me enseñó a decir ´buenas tardes, compañeri´, mucho antes de que se usara el lenguaje no sexista”, dice su colega del Fortunato Malimacci. Sus discípulas también evocan frases célebres, como “las preguntas de investigación son erotismo”, “hagan el amor con la tesis”.

En el repaso de su trayectoria cuentan sus comienzos como investigadora focalizada en el anarquismo, su etapa como historiadora del socialismo y su vuelco al feminismo. Treinta años atrás, fue la primera que le dio voz a las mujeres en el relato oficial de la historia, desandando las relaciones de género durante la Conquista o la independencia, abarcando desde las civilizaciones precolombinas hasta el presente. No abandonó esa tarea ni siquiera al ser elegida legisladora de la Ciudad de Buenos Aires por el Frente Grande, en 1994, cuando a pesar de estar abocada a la gestión, siguió frecuentando los archivos de la Academia de Historia.

Hasta su esposo toma la palabra. Dice Eduardo Moon: “No existen más figuras como las de Dora, que saben de todo. Ella trabaja mínimo doce horas por día. Su contracción al trabajo es, prácticamente, insostenible”.


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El escritorio de Dora Barrancos en su casa de Floresta no está en lo que Virginia Woolf llamaría un cuarto propio. Como sus investigaciones académicas, está en un lugar que lleva a otro lugar. Se ubica en el descanso de la escalera que conecta el piso de abajo con el de arriba: Dora investiga para luchar por los derechos de las mujeres.

En ese espacio donde produce sus papers hay textos y libros de feminismo desperdigados alrededor de la computadora, sobre los escalones, en una atestada biblioteca. Dos de ellos, uno editado por El Ateneo con el lomo ajado, otro de tapa verde de Larousse, son sus biblias: son los diccionarios de sinónimos y antónimos.

─El secreto de la investigación es tener disciplina. Yo siempre digo algo poco académico, pero que todo el mundo que se forma conmigo sabe: “las ideas salen del culo sentado en la silla”. Así te aparece como un cronómetro adentro que te dice “de tal día a tal día hay que ir a tal archivo a buscar tal cosa”. Yo hice mucho archivo original. Así fue como encontré, buceando en la cuestión de las mujeres en la Telefonía, el legajo del caso de Amelia.

A principios de siglo XX, una empleada telefónica llamada Amelia C. se había casado y al ser descubierta ─no se aceptaban mujeres casadas en el puesto─ fue cesanteada. Para vengarse, apuñaló al director de la Unión Telefónica. El crimen derivó en el fin a la discriminación basada en el estado conyugal. El hallazgo de su legajo, con el que Barrancos se topó en 1997, culminó con un celebrado paperque publicó en 2008: La puñalada de Amelia (o cómo se extinguió la discriminación de las mujeres casadas del servicio telefónico en la Argentina).

Entre otras cosas, ahí dice: “Es en la bisagra de lo particular-individual que el caso de Amelia todavía nos interpela; es en cuanto persona sexuada que anotamos el régimen de una exclusión y de una sanción que no se encuentra en la experiencia de todos los trabajadores sino sólo entre las mujeres. Amelia no se propuso reivindicar más que a su propia dignidad, defender lo que sentía un derecho propio aunque conociera bien el insolente reglamento de la empresa. (…) A su hora, el gesto del que fue capaz sobrepasó dramáticamente el límite de la resistencia, pero también a ella misma, conectándola de manera inescindible, sin que para nada se lo propusiera, con la causa colectiva. Así, su puñalada hirió de muerte a la ominosa exclusión de las trabajadoras casadas del servicio telefónico”.

─Me pasé tardes enteras en ese archivo de Telefónica… ¡era orgiástico! Recuerdo que estaba cerca del Riachuelo, era húmedo, frío… Eso fue muy, muy, digamos… para mí fue un descubrimiento notable. A veces existe la buena casualidad, que yo digo que es el premio a las buenas historiadoras: el hecho de que hay algo que aparece y que permite decir “ah, este elemento me permite discernir sobre tal situación”.

─¿Te imaginabas que el feminismo iba a ser tan masivo algún día?

─El feminismo que vemos hoy no estaba previsto de ninguna manera. Siempre me preguntaba por qué, siendo tan extraordinariamente el mundo poblado por mujeres, la ratio feminista no tenía una captación de masas, a diferencia de otros movimientos, como el obrero. Sucedía que los feminismos eran muy de capilla, muy de ghetto. Eran muchachas progresistas, de izquierda, y al mismo tiempo segregaban.

─¿Y hoy?

─Lo que ocurrió ahora es un desbaratamiento de aquellas fórmulas de asociación de capilla que tenían los feminismos. Por eso mismo somos muchas más las personas que investigamos el feminismo hoy. En alguna medida tiene que ver con cómo sacudir el orden patriarcal desde todos los ángulos. Como historiadoras, nuestros intereses están muy demarcados por las construcciones del presente, ¿eh? De modo que vamos siempre al pasado, tal vez de manera… estratégica.

Dice, y suelta una risa corta.

─Querida, no tomaste nada al final, ¿un cafecito?

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Su celular suena cada diez o quince minutos. Primero es una periodista que le pide opinión sobre las “feministas radicalizadas”. Después Eduardo, su marido.

─Estamos felizmente juntos hace 44 años ─dice cuando corta─. Mi primer matrimonio fue tremendo…

─¿Por qué?

─Uh, mejor no hablemos. Por suerte, cuando ya te escaldaste tanto con uno primero, es imposible que cometas… puede ser… hay gente, eh… pero quiero decir, para algunas es imposible repetirlo.

─¿Y cómo combinás todas tus actividades con la vida de pareja?

─Con Eduardo hubo un pacto tácito de no celarnos ni controlarnos. A mí me favoreció el hecho de su profesión médica, que entrañaba mucho tiempo. Un tipo que hacía guardias, imagínate… A mí me venía bárbaro porque yo estudiaba mucho y tenía que producir.

La conversación se deriva hacia el derecho al goce en la menopausia. Dora explica que en esa etapa las mujeres disponen mejor de su deseo porque no tienen “la sombra fantasmática” de quedar embarazadas, que llama “un inhibidor formidable”. Después sigue hablando y llega a los últimos escraches anónimos en las redes sociales por violaciones y acosos por parte de hombres.

─Una cosa es el escrache al genocida, porque hay impunidad. Pero cosas que tienen que ver con paridades de género, tienen que ser bien ponderadas. Tiene que haber voces de mucha sororidad. Nosotras no podemos aterrorizar: hay algo que no se compadece con el feminismo, y es la punición. La punición es la matriz patriarcal. Diferente es cuando hay una denuncia y después se hace un acto público, como esta niña que denunció a Darthes.

El celular suena de nuevo. Es una colega con la que habla unos minutos. Dora le cuenta que pronto irá a un programa de radio a hablar sobre feminismo pero no es cualquier programa: es el de Baby Etchecopar. El conductor que fue obligado por la Justicia a ceder ese espacio para frenar una causa en la que se lo imputa por discriminación y violencia de género.

─Esta es una pica en Flandes ─comenta después─. Vamos a ver qué pasa con el público. Quizás cambien de dial cuando nos escuche, o quizás se queden a ver de qué se trata. Yo creo igual que en Baby hay algo muy no modificable. Algo más allá del orden feminista: cierto fascismo vulgar. Esa protuberancia de ¿cómo diré? sus públicos, tan anti todo, misóginos, intolerantes.

Después dice que también está contenta, porque ayer pudo avanzar bastante en la escritura de su último trabajo. A los setenta y nueve años, Dora Barrancos está abocada a un libro “muy, muy difícil”: una historia mínima sobre el feminismo latinoamericano. “Y quien dice mínimo dice que es necesario saber lo máximo”, aclara. Dora se lamenta porque pudo abarcar todos sus países salvo Puerto Rico, en donde no pudo acceder a los documentos por “un problema jurisdiccional”. Le falta escribir el artículo final en el que analiza episodios recientes como el mayo feminista chileno, EleNao de Brasil, y el Ni Una Menos y la Campaña por el aborto de Argentina.

Para escribirlo planea recluirse durante Semana Santa en una casa que tiene en Chapadmalal.

─Vamos a ver si queda bueno, ¿no?


Sí a la Diversidad Familiar!
The Blood of Fish, Published in