Sin salida
Narradora cuasi cinematográfica por la potencia de sus imágenes literarias, Perla Suez vuelve a indagar sobre la violencia social, los modos de luchar y los territorios de disputa en Furia de invierno, su última novela, una recorrida impactante por las vidas de outsiders que la sociedad invisibiliza o acorrala hasta hacerlxs desaparecer.
La narradora cordobesa Perla Suez, autora de una obra premiada en varias latitudes, inició el año con la publicación de una nueva novela, Furia de invierno (Edhasa). En la historia de Luque, un argentino que huye a Paraguay en los años de la dictadura, reaparecen algunas constantes de su literatura: la violencia larvada y la manifiesta, la intemperie de los personajes que sobreviven en crudas circunstancias históricas, la fatalidad como destino. Ambientada en un territorio fronterizo, la identidad de los personajes también oscila y son los lectores los que deben responder las preguntas que suscita la ficción.
Ganadora del Primer Premio Nacional de Novela por Humo rojo (2012) y del premio Sor Juana Inés de la Cruz por El país del diablo (2015), Suez escribe, además, para chicos. Este año se reedita Memorias de Vladimir (Comunicarte) y el sello Ojoreja publicará Aconcagua, donde la autora versiona leyendas indígenas de pueblos andinos. Ese libro fue ilustrado por Rebeca Luciani, ilustradora platense que reside desde hace varios años en Barcelona.
En la última semana de marzo, la escritora cordobesa participó del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española, en un panel sobre el futuro del español en Iberoamérica. “Me invitaron y mi postura es que hay estar ahí y batallar lo que uno piensa. No comparto el concepto de Iberoamérica, que trata de uniformarnos. La lengua no se puede detener, está en movimiento, y la uniformización no es el camino”, dice. Para Suez, la lengua es un terreno de disputa.
¿Te llevó mucho tiempo escribir la nueva novela?
–Trabajé mucho. Me costó construir a Luque, el personaje principal, y sostener una historia con ese personaje fue brutal, muy difícil. Para escribir, siempre necesito una trama. Vengo de la formación cinematográfica, y sin trama y sin conflicto no puedo avanzar. Mientras escribo, me hago un montón de preguntas y trato de perfilar al personaje, ir desafiándolo y desafiando la historia, que construyo con escenas. Es como si la ficción para mí se mixturara de la literatura que leo y las imágenes que me da el cine. Esos modos de entender la ficción se tejen fuertemente en mí.
Las escenas de la novela están pausadas por imágenes y evocaciones del protagonista.
–Cuando leo literatura, tengo que visualizar. Me engancho con los grandes escritores que me dejan ver, porque yo uso eso. Así me identifico. Puedo leer una historia de atmósferas que me dé vuelta la cabeza, pero en la escritura me vinculo con la mirada.
¿Por qué tus novelas siempre son breves?
–Soy incapaz de escribir muchas páginas. No podría. Para mí, la elipsis, la síntesis y el ritmo propio crean una manera de ser y de actuar, y no otra. Trato de buscar la elipsis y de contar en pocas palabras, de manera precisa.
¿Y estás contenta con la nueva historia?
–No sé todavía, tengo que escuchar a los lectores primero. ¿Vos qué pensás?
El protagonista es un enigma y el final de la novela es impactante; te obliga a releer y reconstruir la historia paso a paso.
–Totalmente. La génesis de la historia pasa por la preocupación de presentar a un ser que está invisibilizado por la sociedad. Existen miles de esos individuos, que son de carne y hueso, y que a nadie le importan. Porque la sociedad no tiene una salida para esas personas marginalizadas como Luque. Masas de personas que andan de un lado a otro, buscando un lugar donde vivir. Son outsiders, una suerte de zombis de este mundo, en los que de entrada varias situaciones, como en el caso de Luque, tallan en él. La sociedad los acorrala y les asigna un corral del que es difícil escapar. Es un nuevo modo de hacer la guerra y de hacer desaparecer.
Pero Luque al comienzo da pelea.
–Lucha, lucha por su libertad, la pelea, y en determinado momento me hice la ilusión de que podía encontrar una salida. Acá va a salir, pensaba, pero ¿hay salida? No hay salida en este mundo salvaje, de consumismo para algunos y de exclusión para muchos. Tenía que ser perseverante con mi punto de vista y también con la mirada que tengo sobre el mundo.
¿Cómo es esa mirada?
–Cuando digo mirada, estoy diciendo también ideología, cómo pienso, cómo siento, cómo escribo desde un lugar y no desde otro. No me interesa entretener al lector. Yo no escribo best sellers; no es mi objetivo. Escribo porque quiero lectores que piensen, que se replanteen las cosas. Si lo logro o no, no está en mí decirlo, pero esa es mi expectativa. Siempre intento no repetirme, pero hay obsesiones que reaparecen, aunque con otro tratamiento. Lo aleatorio, lo que veo en la calle, también trabajan en la escritura de una novela.
Una de las constantes de tu obra es la indagación del origen de la violencia social, manifiesta o latente pero siempre siniestra.
–Es fuerte. Quizás en esta novela aparezca de un modo más siniestro. Yo veo muchas películas de zombis; me atraen y respeto que ése sea un emergente del cine en la actualidad. Cuánto tiene Luque de zombi, cuánto de pobre tipo, cuánto de lumpen son preguntas que me hice mientras escribía. La vida lo va llevando a que no haya salida para él.
Hay, además, dos personajes femeninos muy importantes en la novela: Isabel y Rita.
–“En el origen de la tragedia argentina hay una gota de sangre y una de semen, producto de la violación fundante”, decía Ezequiel Martínez Estrada. En mi novela Complot, puse esa frase como epígrafe e influyó mucho en todas mis novelas. ¿Qué amor puede haber en un padre que le entrega la hija a otro hombre y qué amor en una relación que se inicia con una violación? Sin embargo, a su modo, Isabel y Luque se acomodan. Pero la furia del otro hombre, del femicida, no podía ser otra que la de un asesino que mata por imprevisibilidad. Sin querer entrar en la denuncia, trabajo en la oscuridad de mí misma algo que ocurre todos los días: los asesinatos de mujeres. Mucha gente se asusta de la ficción, pero la realidad del día a día es peor. Incluso algunas mujeres no lo ven. Así como Luque no le importa a nadie en este mundo, mujeres como Isabel tampoco le importan a nadie. Rita, digamos, es la fuerte. Hay muchas de esas mujeres masculinizadas. Todo en la novela se juega en un territorio de frontera indecisa.
El “decorado” histórico no es casual: la dictadura y el menemismo. ¿Se puede decir que determinadas circunstancias históricas dan a luz seres como Luque?
–Siento que es así. Y el crecimiento del consumismo salvaje en estas tierras durante el menemismo me ayudó a definir a este ser. Fueron épocas bravas. Quería crear una especie de alegoría sobre los efectos del consumismo. No creo que alguien que escribe sea ajeno a lo que piensa y a una mirada. El lenguaje siempre es un terreno de disputa, escribas lo que escribas.
¿Y contra qué disputa tu escritura?
–Fui tomando mayor conciencia mientras escribía. Al comienzo, en la Trilogía de Entre Ríos, donde cierro el terreno de los inmigrantes, me ocupaba de la orfandad, la persecución y la xenofobia. Me marcó siempre la cultura del libro en la comunidad judía. En mi casa, el libro era como el pan. Recuerdo a mi abuelo arando, con un libro en la mano, en Entre Ríos. Como si leer fuera tan vital como respirar o como si se respirara a través de las palabras. Lo tengo metido en la sangre. Mi abuelo decía que la vida no es sueño sino aprender a despertar. “¡Qué va a ser sueño!”, decía. Esas cosas, de chica, me daban vuelta la cabeza. Ser judío te pesa, pero la fuerza del libro te ayuda a sobrevivir a los salvajismos. En Furia de invierno no quería repetir lo que había trabajado en El país del diablo. Hay preocupaciones, prejuicios, dificultades, inseguridades, que son las mismas. De eso también estamos hechos. En la escritura siempre hacemos lo que podemos.
¿Cómo evaluás tu trayectoria como escritora?
–Intento ser escritora. Una tiene un oficio, que es trabajar con las palabras. Cuando estudié letras, leía a Chejov, Kafka, Camus. Esos eran escritores. Por ahora soy una trabajadora de las palabras. Con El país del diablo, quise dar vuelta la historia de civilización y barbarie que a mí me contaron. Por qué apareció en mí eso si yo de mapuche no tenía nada. Sin embargo, esas marginalidades, la persecución, las travesías por el desierto están presentes en la historia del pueblo de donde yo vengo. Esas cosas comunes me ligaron y me acercaron a esa perspectiva. Una quisiera ver el cambio de este sistema, pero tal vez nosotros no lo podamos ver. Con la ficción aspiro a poder contar otra historia alguna vez.
¿Cómo ves el avance de los feminismos en la Argentina?
–Creo es inédito y me identifico absolutamente con la marea verde. Las chicas jóvenes están mirando la vida desde otro lugar y planteando todo de nuevo, un nuevo modo de vivir en el mundo, además de los reclamos. Es inédito el modo de plantear la protesta y de luchar. En plena calle, veía a una madre con un bebé con el pañuelo verde o cuatro generaciones de mujeres juntas. Yo vi esas escenas. Es una lucha mundial y da un sentido de pertenencia muy fuerte. Hay gente que no comparte, pero siempre ha sido así: una fuerza que empuja y otra que trata de conservar el statu quo.
Por Daniel Gigena
Fuente: Página/12